Pío Baroja en París. Port Royal y Parc Montsouris.-
La última época que pasó Pío Baroja en París, durante la guerra civil española –don Pío tuvo que pasar apresuradamente a Francia ante el peligroso acoso de unos carlistas con exceso de celo-, y hasta poco antes de la entrada de los alemanes en la capital, vive de nuevo en el distrito XIV, en la Cité Universitaire. Su novela Susana se desarrolla entre los distritos XIII, el este del XIV y el V. Es decir, un cuadrilátero formado entre la Porte d’Orléans, la Porte d’Italie, la estación de Austerlitz y el Odeón.
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 Portada de Ricardo Baroja eds Caro Raggio |
Por el bulevar de l’Hôpital, pasada la Salpêtrière, en las noches de invierno la nieve se arremolinaba silenciosa vaciando esas aceras a lo largo de muros sin fin. Baroja subía hacia Denfert solo, como siempre, siguiendo los bulevares de Saint Marcel y de Arago, o el siniestro bulevar Blanqui, cortando por la gélida rue de la Glacière, con su abrigo largo, su boina y una bufanda oscura. Los días del invierno de 1939 eran muy largos.
El XIV es un barrio de hospitales, prisiones, manicomios, como un centro de experimentación para Michel Foucault en tamaño real. No es un barrio alegre. Sobre él parecen flotar todas las desgracias encerradas tras tan largos y altos muros, una energía negativa se desprende, que no ha disipado la nueva construcción, antes al contrario. No es casual que hubiera una rue d’Enfer, del Infierno, hoy desaparecida bajo, ¿azar, casualidad toponímica municipal? la plaza Denfert. No muy lejos está aún el Passage d’Enfer, junto al cual vivió César González Ruano, en el 23 de la rue Campagne Prémière, Montparnasse, traficando con pasaportes y visados falsos para judíos que escapaban al holocausto. Un buen nombre para este personaje.
Tras recogerse en las iglesias de Saint Séverin y la ortodoxa de St. Julien le Pauvre, aléjese del tumulto y suba el paseante por la calle de St. Jacques, por la Sorbona. Es una calle recta, antigua vía romana, el milenario camino de Santiago de Compostela. Cuando cambia el nombre por el de rue du Faubourg St. Jacques, ya estamos en el antiguo extramuros de París. Dejará a la derecha, en el número 38, el veterano Hotel de Massa, sede hoy de la Societé des Gens de Lettres de France, ocupando parte del magnífico jardín que hay detrás del Observatorio astronómico. Allí termina la calle, en cuya plaza del mismo nombre tenían lugar a principios del siglo XX las ejecuciones.
Muy cerca está la prisión de la Santé, en el Bulevar Arago que ha cantado Yves Duteuil en Le mur de la prison d’en face. Un aire sombrío parece envolver aún el barrio. Su continuación es la rue de La Tombe-Issoire, tan caminada y citada por don Pío. Hoy modernizada, pero silenciosa todavía, apartada. Para darse cuenta de lo que podría ser este barrio el caminante tiene que entrar en las bocacalles, como la Cité Annibal o la Villa Seurat. Las villas, cités, impasses y passages, son a menudo los únicos pequeños rincones donde subsiste, agazapada, el alma de los barrios que cayeron en el campo de honor ante las excavadoras. Como Baroja decía, “por todas partes ahora en París derriban rincones oscuros y sombríos, pero que tienen carácter. Aumenta la limpieza de la ciudad y su higiene, aunque pierda su aspecto pintoresco”.
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El distrito XIV de París |
El distrito catorce oriental es una sucesión de largas aceras vacías, que bordean muros de hospitales y casas de reposo, la prisión, dos cementerios (Montparnasse y Montrouge), el Observatorio, con calles que no van a ninguna parte, caprichosamente trazadas entre los grandes bulevares grises, como la rue Flatters (un explorador del Sahara) donde viviera el escritor veinte años antes. Nadie parece pasear por esas calles y por los bulevares, al atardecer, los escasos transeúntes se escurren como sombras y los vehículos se deslizan como cruzando tierra de nadie. Arriba, la antigua Cité Universitaire y el parque Montsouris.
Si el caminante opta en cambio por el oeste, pasando la plaza Denfert Rochereau, de fieros leones, entrará por la animada rue Daguerre, otro mundo, más alegre, más juvenil, con pequeños restaurantes en las inmediaciones, como L’Entêtée, en la rue Danville, o el bar y casa de comidas Aux vins des rues, en la rue Boulard. La rue Daguerre, con muchos comercios y artesanos (como Divine, fabricante de sombreros) que parecen resistir resistido la uniformización, corre paralela al cementerio de Montparnasse (donde reto al lector a que encuentre la tumba de Julio Cortázar –otro paseante parisino que fuera vecino del barrio- que, a pesar de estar señalizada, parece eludir al curioso).
Baroja ha salvado la memoria de esos antiguos suburbios donde, con tranquilidad, podemos aún descubrir la rue des Artistes, intocada felizmente, donde él instala a su amada (¿imaginaria?), Susana, con la que pasea por el Parque de Montsouris. Es un parque con cascada, con un peristilo de castaños dispuestos de extraña forma, como incitadores a practicar cultos perdidos y secretos. Me queda la duda de si esta novela no encubrirá, púdicamente, un último amor platónico del desengañado y melancólico don Pío. Susana muere en la novela en un accidente de automóvil en Egipto, mientras en una carta a Baroja, una amiga americana le dice:
“No sé si sabrá que la señora suiza aquella que quería casarse con usted murió en un choque de su auto con un tranvía”.
En el triángulo formado por la avenida René Coty o bulevar del Parc Montsouris, la rue d’Alésia y el bulevar del General Leclerc, acérquese por las calles de d’Alembert y la rue Hallé y se hará una idea de cómo era en la época de Baroja. Explore las calles de La Tombe-Issoire y de Alésia, calle donde vivió un tiempo la escritora Françoise Sagan (que solía almorzar con Sartre en la triple esquina de éstas con la calle Sarrette; ahora hay un restaurante Les trois XIV, que no tiene nada que ver). Por los altos de este barrio subsisten muy pocos bistrots, lo que le resta atractivo pues éstos son casi tan importantes como los monumentos o los museos en una ciudad. Una ciudad sin brasseries, sin establecimientos donde comer honestamente lejos del mundanal turismo, es peligrosamente desoladora.
Entre los pocos edificios destacables del lugar, fuera de la Cité Universitaire, en la rue Marie Rose hay que mencionar la extraordinaria capilla de los Franciscanos (1934), en bello ladrillo rojo, piedra rosa de Borgoña y piedra roja de Préty. Entre sus muros, la Gestapo abatió en junio de 1944 al capellán, el padre Corentin, resistente. Justo en frente, en el número 4, segundo piso, había vivido Lenin entre 1909 y 1912.
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