Del tren, poemas de Agustín García Calvo

 

Agustín García Calvo nos dejó hace poco, el 1 de noviembre. Poeta, pensador, irredento, vitalista, amante del lenguaje, riguroso en su lengua y escritura libres, siempre fue un ejemplo de honestidad.

Agustín García Calvo

Agustín García Calvo (Photo credit: Rafael Jiménez)

Pero la libertad tiene un precio. Y, unos porque le consideraban algo loco (de su pura lucidez, quiza), otros porque esperaban que les apoyase incondicionalmente, García Calvo fue poco a poco dejado de lado por los bien pensantes.

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Conocía la geografía, la historia y la literatura española como pocos y, entre otras muchas obras, nos dejó Del tren, 83 notas o canciones (editorial Lucina, 1981). Al azar, estos versos:

Por el raso infinito

de la Mancha,

lienzos de surcos,

viñas aradas,

¡cómo el tren galopaba

acompasadamente!

¡Qué parejo a sus flancos

el aire se hendía, zumbaba! (…)



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El zahorí y Juan el pocero

En 1961, antes de las obras del cortijo, había que encontrar agua. Muchos, al atravesar los bellos y anchos campos de España, se preguntan por qué no hay casas, ni rastro de población. Porque no hay agua. Toda casa necesita de un pozo, de una fuente, aunque sea un hilillo de agua. En el cortijo de Cristales un pobre manantial, bajo viejos fresnos, llenaba perezosamente una alberca llena de verdín. Pero, por esos laberintos de las particiones y las aguas antiguas, sólo había derecho a un día de cada ocho.

Sin agua, no habría cortijo. Los pinos, la vieja encina, el magro centeno de los centenares, crecían en el más desesperanzado secano.

Pozo Cristales

Buscando agua

Este era alicantino, cetrino, enjuto y taciturno. El descendiente de los primeros zahoríes de que se tiene memoria, Abraham y Moisés, venía equipado con una varilla de avellano ahorquillada. La del avellano pasa por ser la madera más apta para transmitir las vibraciones generadas por las aguas subterráneas.

Negada como práctica nigromántica, condenada por Lutero (de ahí, quizás, la no definición del Webster), lo que ahora llaman radiestesia desde el Congreso de Aviñón de 1932, ya era conocida por los romanos, que la llamaron virgula divina o divinatoria. La Iglesia tampoco la vio nunca con buenos ojos a pesar de que fueron sacerdotes algunos de sus más conspicuos investigadores. La ciencia oficial la sigue mirando con desconfianza. Pero, como los británicos, se tiene noticia de haber sido utilizada en ambas guerras mundiales por alemanes y franceses.

Nuestro zahorí se puso manos a la obra –nunca mejor dicho- y estuvo unos días recorriendo con pausado andar las anchuras del lugar. Barbechos, lindes, pegujales sedientos. Era del año la estación más seca, la más propicia a la búsqueda, pues el contraste de las humedades profundas puede generar cambios de conductibilidad y emitir más radioactividad, leve vibración que el buen zahorí es capaz de sentir en la varilla.

Percibidas reiteradamente las primeras vibraciones, se decidió que debía estar presente un experto pocero para determinar si era un buen lugar para picar. El zahorí podía encontrar agua, pero ésta quedar bajo lajas y riscas imposibles de horadar. El pocero introducía realismo y geología en los sentidos ocultos de la tierra.

Vino Juan Serrano, que parecía todo lo contrario al menudo adivinador. Fumaba en pipa, era grandón, rubio y coloradote, de ojos muy azules, pequeños y traviesos. Le llamaban Juanillo, lo que no casaba con su corpulencia. Sudoroso bajo el sol abrasador del verano jiennense, con su gorra de cuadros, Juan seguía al zahorí en silencio. Ya había conocido otros y les respetaba.

Encontró agua en dos lugares, pero uno era demasiado cercano a las lindes y escogieron otro, de vibración más débil, pero más cerca de donde se quería alzar la casa. La señal era suficiente y pronosticó hasta el caudal, ocho litros por minuto, magro pero suficiente, y la profundidad, seis metros. Y Juan empezó a picar. Dio con margas, con gredas y al final topó con una lasca impenetrable al pico.

Viejo camión de sondeos

Viejo camión de sondeos

Una máquina de sondeos, venida de Peñarroya, Córdoba, tierra entonces minera, acabó el trabajo. Hasta hoy sigue brotando agua. El pozo, en desuso, sigue allí, bajo unos olmos viejos de cincuenta años.

Juan, con la edad, dejó el duro oficio y se ajustó con un propietario para ser su cortijero y mulero. Trajo a su mujer, mayor que él, tía carnal suya – lo que las familias más beatas censuraban contando historias fantásticas-, y al hijo, Manolillo, que había salido tonto por la consanguinidad.

 Años más tarde, ya jubilado, se quedó viudo. Enterró a su mujer y los dos, padre e hijo, la lavaron y amortajaron, y los dos, que nunca se separaban, subían todas las semanas a limpiar la tumba. Cuando hablaban de ella, se les saltaban lágrimas. Juanillo ya no fumaba y se apoyaba en una garrota, con las cabezas de los fémures gastadas del trabajo y el peso.

Juan el pocero murió el pasado invierno. A Manolillo, que tendrá ahora cincuenta años, lo mandó el Ayuntamiento a una institución en Jaén. No sabemos cuánta soledad puede tener allí. Seguro que recordará los años soleados en el cortijo cuando acompañaba a su padre con los mulos, y las mañanas luminosas de invierno en el pretil, ya en el pueblo, viendo pasar la gente, siempre tras su padre, que cuidaba de él como de un niño chico.

Léopold Sédar Senghor y su gota de sangre portuguesa

English: Leopold Sedar Senghor Français : Leop...

Leopold Sedar Senghor  (Photo credit: Wikipedia)

La poesía de Senghor tiene raíces africanas y clásicas, de connotaciones atlánticas. Primer presidente del Senegal independiente, siempre mantuvo sus vínculos y los de su país, con la antigua metrópoli. Fue miembro de la Académie Française y reivindicó la unión de los pueblos sin renunciar a la defensa de los derechos de los oprimidos y de los negros, como mostró con su gran admiración por Martin Luther King.

Católico, gobernó un país musulmán en su 90%, sin discriminaciones, y supo integrar todo el país, que cuenta, además, con decenas de etnias diferentes y cerca de doscientas lenguas indígenas, aunque el wolof y el francés son las lenguas vehiculares.

Quizá su pequeña parte de portugués, como muchos senegaleses, las signares de Saint Louis du Sénégal, las senhoras mestizas de otro tiempo, le traen esa dulzura y melancolía que, aun en francés, evocan una cierta lírica lusitana.

Él mismo reivindica su pequeña influencia de las saudades en un bello poema de su libro Nocturnes:

Élégie des saudades

J’écoute au fond de moi le chant à voix d’ombre des

saudades.

Est-ce la voix ancienne, la goutte de sang portugais qui

remonte du fond des âges?

Mon nom qui remonte à la source?

Goutte de sang ou bien Senhor, le sobriquet qu’un

capitaine donna autre fois à un brave laptot?

J’ai retrouvé mon sang, j’ai découvert mon nom l’autre

année à Coïmbre sous la brousse des livres (…)

Escucho en el fondo de mí el canto umbrío de las

saudades.

 

Traducción:

¿Es la voz antigua, la gota de sangre portuguesa que

sube desde el fondo de los tiempos?

¿Mi nombre que remonta al origen?

¿Gota de sangre o bien Senhor, el apodo que un

capitán diera hace tiempo a un fuerte estibador?

He reencontrado mi sangre, he descubierto mi nombre el otro

año en Coimbra bajo la maleza de los libros (…)

Léopold Sédar Senghor

 

 

 

El poeta senegalés Léopold Sédar Senghor

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Un baobab en la isla de Gorée

Léopold Sédar Senghor, poeta senegalés de expresión francesa, nacido en Joal, fue el fundador del Senegal independiente. Era considerado uno de los poetas de la negritud. En muchos de sus poemas canta a la mejer, a su pueblo, pero también a su mujer, normanda, a Martin Luther King, a la paz y hermandad entre los pueblos. Reivindica su «gota de sangre portuguesa», toda su estirpe y los pueblos del Senegal.

En su poesía, que no debe encasillarse solamente bajo la etiqueta de la negritud, hay algo de atlántico, una mezcla de nostalgia y de amor a la vida. Como dijo Alain Bosquet, en su poesía se puede encontrar un paralelismo -que no imitación, en absoluto- con Blaise Cendrars, Paul Claudel y con St. John Perse.

Sur la plage bercé

(Léopold Sédar Senghor)

Sur la plage bercé par la mer chère! Les

filaos, je médite avec las canards sauvages

Je pensé à toi. Popenguine Rufisque et Toubab-Dyalaw,

Joal Portudal Palmarin

Les noms splendides des forts blancs, et qui chantent

bas à mes songes.

Mon nom qui songe, la goutte de sang portugais, haïe

Chérie, oh! Qui danse les vieilles saudades.

Ainsi. Ils débarquent. Nous les reçûmes cmmes des

Masques peints, à deux genoux.

Ils débarquèrent sous les ailes bleues, voiles blanches

des Alizés

Sur le sable et le soleil purs, sous le soleil et le sable

fervents.

Ivres de sperme et de fureur, ils débarquèrent, ivres de

foi tel un vin fort.

Sur l’arène ils ont bâti des forts comme des fleurons,

sur sept cents kilomètres.

Et des créneaux. Et la forcé a croulé

Et il n’en reste plus que les rèves bleus des touristes,

Et c’est très beau.

Mais les visions du poète, nous les bâtirons dans la

pierre de Rufisque.

Ils ont creusé sur la colline de grès rouge, jusqu’au

basalte noir de l’âme

Dans le basalte ils ont scellé leur coeur, la Vénus ryth-

mique de Grimaldi.

Elle fait tomber les pluies de miséricorde dans les

hivernages cycliques

Lorsque la faim fane les joies et fait sonner les os

comme les olifants

Ou que la misère humilie les ventres mous.

Or je songe à la foi furieuse, à la tendresse portugaise.

Saudades des temps anciens, et la brise était fraîche et

l’hiverbage humide

Saudades de mes nostalgies, je pensé à l’Africaine, à

la Peule d’or sombre

À toi. Ta goutte de sang ibérique, douceur et ferveur

comme une fourrure

Comme un plain-chant, non! Comme une berceuse

Malinké.