Admirado por Azorín, consagrado hace muchos años a la altura de Daniel Vázquez Díaz, Solana o Zuloaga o de su también amigo, el escultor Victorio Macho, hoy nadie se acuerda de él.
Un magnífico opúsculo de Juan Antonio Gaya Nuño, publicado en 1987 por la Diputación de Jaén, es lo único que resta de la memoria de este pintor.
Cristóbal Ruiz Pulido nació en Villacarrillo. Tras pintar en la provincia y en Madrid, llegó la guerra que desbarató vidas, haciendas y el país entero. De Madrid iría a Valencia y Barcelona. Colaboró en la salvación de obras de arte amenazadas por los bombardeos indiscriminados sobre Madrid. Era un hombre pacífico, pero tuvo que salir de España en 1938 rumbo a Nueva York y después hacia las Antillas, en Puerto Rico, donde vivió el resto de sus días. Allí fallecería en 1962. Su alejamiento de los grupos más activos del exilio, en México, así como su espíritu independiente, poco gregario e ideológico, le dejó en cierta soledad y hoy nos resulta casi desconocido.
Gaya Nuño, el gran historiador y crítico de arte, ya describió perfectamente la obra de Ruiz, por lo que sobran aquí comentarios artísticos, que serían necesariamente aproximativos. Pero sí hay que destacar su talante machadiano, como el gran poeta que también anduvo por aquellos olivares de la Loma de Úbeda, del que dejó un bello retrato de cuerpo entero.
Es curioso, y positivo, que le hayan hecho recientemente un homenaje en Jaén (ver diario Jaén, de 10 de enero de 2013), políticamente explotable, mientras el libro de Gaya Nuño, la única pieza que hay escrita sobre Cristóbal Ruiz, duerme en los almacenes de la Diputación Provincial, sin ser distribuido a las librerías, desde que fue publicado en 1987, hace dieciséis años.