Originario de Siria, el olivo – olea europea– es mencionado en la Biblia, sobrevive al Diluvio, es símbolo de paz (errado, pues era el general romano victorioso el coronado por una rama de olivo, lo que significaba que esa pax romana era posible tras la aniquilación del enemigo), y ha sido siempre, el aceite, un elemento curativo. Desde los sacrificios propiciatorios, a las lámparas votivas alimentadas con aceite, desde los ungüentos hasta los Santos Óleos, el aceite de oliva, ha sido apreciado por sus propiedades curativas.
En la terapia a base de esencias florales –la inicial, más conocida, es el sistema floral del doctor Bach-, la flor del olivo es una de las siete ayudas o siete remedios. Se usa para paliar el cansancio, causado por la falta de sueño, tras haber dedicado mucho tiempo a cuidar un enfermo, o tras un esfuerzo excesivo, mental, físico o espiritual.
El olivo, árbol humilde, de hoja perenne, que resiste todas las inclemencias, que crece en tierras pobres, duras, es símbolo de resistencia, de arraigo, de fuerza y de regeneración. Se planta con un esqueje, una rama con una yema y agarra casi siempre. Es también un especial símbolo de la permanencia pues, desde hace miles de años se viene cultivando igual.
Curiosamente, es un árbol que tiene los dos géneros en español, pudiendo decirse olivo u oliva. Algo parecido a la palabra mar, que puede ser el o la mar.
Por último, como señalaba Aldous Huxley (The olive tree), es el árbol ideal para ser pintado, poniendo de ejemplo a Cézanne. Muchos artistas se sintieron atraídos por el olivo, y no precisamente mediterráneos, como Van Gogh o John Silver Sargent, el norteamericano amigo de Sorolla.