La trilogía del ‘quiero y no puedo’ de Galdós

En casa de mis padres, como en la de muchas familias madrileñas, Pérez Galdós formaba parte del paisaje. Sus obras completas de Aguilar, en ese cuero rojo, con los cantos dibujados, tenían siempre un lugar destacado en las estanterías. Con los amigos de la familia, los Alarcón, los Baquera, los Salinas (que eran galdosianos como lectores y hasta en su forma de vida), los Leonato, don Benito era uno más y sus personajes eran discutidos, evocados, recreados en aquellas cenas de hace cincuenta años. Yo imagino que algo parecido pasaría con Eça de Queiroz en muchas familias portuguesas, o Dickens o Balzac en sus respectivos países. Hay escritores que ayudan a definir una sociedad, a destacar sus vicios y virtudes.

Pérez Galdós ha contribuido a que muchos amemos la ciudad de Madrid, con todo lo que tiene de pueblerina, a menudo de chabacana. Pasear por el viejo Madrid habiendo leído a este escritor nos da otra perspectiva, lo vemos desde otro prisma, como ridiculizaba Galdós a uno de sus personajes, el petulante Leopoldo Montes, el señor de los prismas, que todo lo miraba bajo el prisma… Quizá una de las limitaciones de Galdós es que para los no madrileños tenga menos peso, sea menos cercano.

El Doctor Centeno, Tormento y La de Bringas son tres novelas de don Benito Pérez Galdós, escritas hacia 1880, que describen perfectamente ese Madrid ramplón, ñoño, cursi y pretencioso de los últimos años del reinado de Isabel II, antes de la revolución de 1868, llamada –no se sabe por qué, dado cómo acabó, con la I República y el cantonalismo endémico español- Gloriosa.

 Es posible, como dijo Vargas Llosa, que las novelas de Galdós pueden tener bastante ‘obra muerta’, trozos que se pueden saltar (sabiendo que la próxima vez que lo leamos nunca saltaremos el mismo trecho o tranco).

Pero además de las descripciones magníficas de los barrios y arrabales de Madrid, con gran color y ambiente, con cierta socarronería y humor, sin tanta tristura como haría luego Baroja, una de las maravillas del escritor canario son los tipos que describe, algunos inolvidables.

Los temas de las tres novelas pasan del desgraciado (el doctor Centeno), el cura amoroso y viril y la cursi pretenciosa. Todo ello sazonado con los funcionarios inútiles, los holgazanes, los enredas, los excéntricos y unos cuantos personajes de cierta prestancia, como Agustín Caballero.

En estas tres novelas destacan sobre todo doña Rosalía Pipaón de la Barca, ‘la de Bringas’, Amparo Sánchez Emperador, ‘Tormento’, Alejandro Miquis, el estudiante con sueños de dramaturgo, el cura Pedro Polo, maestro de capones, pescozones y regleta, la guapetona hospedera Virginia, el desgraciado Jesús Delgado que mantenía un epistolario consigo mismo (el eautopistológrafo), José Ido del Sagrario, pendolista en paro. Todos bastante pobres, siempre a la cuarta pregunta y de poco trabajar, como el trasunto de misma España de entonces.

Sin embargo, Galdós no consigue hoy el reconocimiento que merece. El interesante ensayo de Luis Goytisolo, Naturaleza de la novela (Premio Anagrama de 2013), no cita ni de pasada a nuestro autor, sin duda prque es considerado de poca altura, garbancero, como dijo cruelmente alguien; y lo que era garbancero era el país, que Galdós describe objetivamente y con cierta distancia humorística.

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Pedro Mourlane Michelena y el ‘Cara al Sol’

Cuando uno está aburrido del desierto literario o de sus propios, consabidos y trillados autores, nada como sacudirse esa modorra con un escritor diferente.

Rebuscando entre los libros de López Aranguren caigo en un artículo sobre Mourlane, amigo suyo. También me lo había cruzado, sin saber de quién se trataba, entre los dibujos y retratos de Daniel Vázquez Díaz. Así que en ese libro apócrifo de Rui Vaz de Cunha, Los memorables de Vázquez Díaz, ya pudimos hablar de él. No fue un derrotado pero en todo caso, tampoco un victorioso. Sus efímeros artículos en la revista Vértice, nunca más volvieron a salir a la luz. Y sin embargo, son interesantes, siempre nos ofrecen otra perspectiva, mejor que muchas trivialidades que se publican y republican. Léase, si no, Las letras y el pensamiento en la Europa de hoy, publicado en el nº 19 de la revista citada, en 1949.

En la Escuela Romana del Pirineo, es decir, en Bilbao, don Pedro Mourlane Michelena, y otros bilbainos de pro discutían, debatían y apoyaban a la Falange de antes de la guerra. Amigo de José Antonio Primo de Rivera, don Pedro, al que llamaban Canciller por su apostura y énfasis, fue un personaje de las letras más que de la política. Alejado siempre de cenáculos e influencias, la Falange de la Victoria lo marginó, naturalmente. Escribió algo imperdonable en los tiempos que corrían:

                        “Había y hay pensadores que se dejan apelotonar a toque de corneta en la plaza de armas (…) les tocaba subordinarse a la razón de Estado”.

Era un irundarra díscolo, demasiado culto, demasiado libre de espíritu que leía Julien Benda ya en aquella época y estaba al día de poesía europea, de escritores y de historia. Sólo la revista Escorial y la revista Vértice le acogieron, aunque también escribía en el Arriba.

 A base de sabias digresiones, algunas larguísimas, tanto que al final el lector no sabe cuál era el objeto del artículo pero da igual porque es fascinante. De una cultura majestuosa, de pluma cierta y un poco sin tomarse demasiado en serio, así don Pedro. Los Papas, la América española, los poetas franceses, Vasconia, Navarra, los jardines, todo lo abarca. Su libro, póstumo y el único que he encontrado, Arte de repensar los lugares comunes, es una panoplia de invención, cultura y descubrimientos.

Se alejó de los memos que proliferaban, como siempre, en los aledaños del poder y en las cloacas del Estado y se dedicó a leer, divagar y disertar.

Fue coautor del himno de la Falange, ideológica razón por la cual ha sido relegado y nunca más recordado. Ya sabemos que los españoles, en su sectarismo, a diestro y siniestro, no suelen perdonar

Pero esperamos que un día se reediten sus obras, casi borgianas, llenas de noticias olvidadas. Habrá que ir a la biblioteca de Irún, donde está su expolio.

Amado Nervo, el poeta mexicano olvidado

Cuando las noticias de México son trágicas, cuando sentimos en España el dolor de ese desorden sangriento, tenemos que recordar a tantos mexicanos maravillosos que han ido labrando esa inmensa patria que siempre ha sido generosa.

Mi México

 Nací de una raza triste

de un país sin unidad

ni ideal ni patriotismo;

mi optimismo

es tan solo voluntad;

obstinación en querer,

con todos mis anhelares,

un México que ha de ser,

a pesar de los pesares,

y que yo ya no he de ver…

(Febrero 1915)

 A pesar de nuestra comunidad de lengua, muchos poetas hispanoamericanos han pasado desapercibidos, o han sido sencillamente olvidados, en España. Algunos amigos amantes de la lírica, como Enrique Ybarra, quien ha recuperado la casa donde vivió y donde murió la amada inmóvil, en Calle Bailén, 15, de Madrid, me lo han reivindicado con toda razón y gracias a ellos lo descubro. Más vale tarde que nunca.imgres

La colección Austral, que tenía sus estribos en España y América, fue de las pocas que los albergaron. Luego, la editorial mexicana Porrúa se encargaría de recopilar tantos escritores olvidados. Hace unos días en la librería Paradox de Madrid, abocada al cierre, -como tantas, víctima de la especulación inmobiliaria y de los precios exorbitantes de las rentas, más que de la ausencia de lectores-, encontré los tres volúmenes de Amado Nervo, en los que me deleito y sorprendo.

Este poeta modernista (panteísta y también comprometido con su tiempo y su país; de enorme cultura), que pasó, ¡cómo no! por París –su Atenas-, discípulo de Rubén Darío, nos recuerda a Juan Ramón Jiménez. Whitman fue otro de sus modelos. Alguien decidió desterrarlo del parnaso de los poetas en español y yace olvidado, postergado. Sus poemas, a menudo melancólicos, son el trasunto de su vida (que fue muy corta), de sus afanes. Su poesía es, como debe ser, evocadora e indicativa. De métrica y ritmo perfectos, con un lenguaje que ya no se usa, no por anticuado ni rebuscado sino por delicado y exacto, Amado Nervo merece ser reeditado en España, re-conocido.

 Sabemos que la poesía es de pobres, que no produce beneficios –ni falta que le hace, su finalidad no es esa- pero yo diría que en España tenemos el deber de leerlo y publicarlo.