Hijo de carpintero, nacido en La Puerta de Segura (Jaén, Andalucía), con una infancia dura ayudando a su padre en el taller, genio para la pintura, para la canción y para los negocios, David vivió poco, apenas rozó los sesenta años. El corazón lo abandonó una tarde en su bella casa La Jacarandá, en el Pedregalejo, Málaga.
De lenguaje fuerte, ocurrente, lleno de pimienta (por decirlo suavemente, que sabía propasarse), contador de historias jocosas de las gentes de allí, sus frases se nos han quedado grabadas. Sabía adjetivar las cosas con gracia. Por ejemplo, su coche era “recogido”, utilizaba mucho el adverbio ‘no obstante’ y le gustaba aseverar las cosas con un aire sentencioso.
Con ojos azul verdosos, un celta de Jaén, pelo blanco de plata, barba bellida y una determinación incomparable y sagacidad para ir ganando dinero, David fue el ejemplo del self made man. Pero que no le llevasen la contraria, si estaba convencido de tener razón.
Lo recuerdo al principio de su vida independiente, cuando vivía en Móstoles y vendía seguros por las casas, con su traje verde, recién casado con María Jesús. Luego se iría a Málaga, enviado por la empresa, que apreció sus cualidades de vendedor, aunque pronto él no necesitaría de empresa y volaría solo.
En aquellos veranos densos de comienzos de los años sesenta, en La Puerta, pasábamos las siestas leyendo tebeos (El Jabato, Capitán Trueno y Roberto Alcázar y Pedrín) o en las bicicletas, yendo a Polinario a bañarnos, en el río Guadalimar, o subiendo a los cortijos.
David pintaba, usando colores contundentes, muy vivos. Y tocaba en el conjunto del pueblo, por las ferias de los alrededores. Eran las canciones de finales de los sesenta, con algunas traducciones de Adamo y de italianos hoy olvidados.
En los últimos tiempos, en las vacaciones en la sierra de Segura pasamos ratos en Peñolite, en el mesón El Jaraiz, frente a los olivares y montes de Los Yegüerizos, en casas de comidas de Málaga. Nunca nos faltó conversación, ni humor, ni risas. No hablábamos de libros (aunque David leía, y además le gustaba la poesía) sino de la vida, porque él lo que más amaba era la vida. Aunque la quemó muy rápido, quizá por eso, para no llegar a la edad de la decrepitud.
David era el exceso con gracia, la exageración, el no parar. El saber contar historias, que había heredado de su madre, Marina. En estos tiempos en que parece perderse la personalidad en un mundo de espectáculo, televisión y fútbol, a David lo recuerdo como una personalidad y un carácter poco comunes.
A pesar de la distancia, su recuerdo siempre ha estado y estarà cerca. Un amigo inolvidable!
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Yo le echo de menos, nos reíamos, decíamos tonterías, paseábamos, ibamos a comer a Peñolite, en fin, confianza.
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Fuimos sus vecinos durante muchos años y muchas cosas buenas aprendimos de él. La belleza, estética y saber estar en todo momento.❤
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Enhorabuena por un artículo tan acertado para alguien a quien conocí, no tanto como tú, pero que dejó su huella.
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