Misión en Angola. 17. Las cartas de mi (olvidada) novia portuguesa.

Noticias de Lisboa en las cartas de Isabel

Mientras yo retozaba por el planalto e iba, en los escasos ratos libres, pergeñando el necesario informe de las cien páginas para el señor Presidente del Consejo, es decir, Oliveira Salazar, Isabel fue dejando su alma dibujada en tinta sobre cuartillas de papel de hilo. Aún conservo como un estudiante romántico, muchas de aquellas cartas con su perfecta caligrafía de las monjas.

Conservo sus cartas, los libros que me dedicó, con escuetos, para Rui y una fecha, unas corbatas y unos botones de puño (gemelos). De mí no sé si guardará algo, no me lo merezco; mis cartas fueron tan escasas, tibias y al fin prosaicas, con el texto apresurado de tarjeta postal, como mis sentimientos, ocupado como estaba en las profundidades más íntimas de la raza alemana. En el fondo de mi sécrétaire, sus misivas me alivian ahora de la soledad en las oscuras noches de invierno, cuando mis amigos del club Artilharia Um ya están cansados de copas, tertulias y de fados, cuando ya me he estudiado el Diario de Noticias y releído por enésima vez O Primo Basilio o Uma familia inglesa. Al calor de la estufa, las saco de sus sobres de avión, con los colores portugueses, y lentamente voy leyendo, como por vez primera, sus inocentes noticias que me hablan de gentes desaparecidas, de una Lisboa perdida y de un amor sencillo y casto como nunca más viví. Algunas veces tuve tentaciones de quemarlas, de librarme para siempre de esa inmensa saudade; afortunadamente no lo hice y hoy son el único rastro, con mi memoria quebradiza, de aquellos años de ambición y perdición.

 

Mi querido Rui,

Hoy hemos ido la madre y yo a misa a la iglesia de São Nicolau, en la Baixa; como sabes, o debieras saber, mi querido agnóstico, es la iglesia de los marineros y navegantes. Yo he pedido que hicieras una buena travesía y como esta carta ya te llegaría después de haber desembarcado, que hicieras otra buena travesía de vuelta y que sea muy pronto…

Por aquí, las cosas igual que hace quince días. En el trabajo bien, bueno, bastante bien, porque al Dr. Lambrique no se le ocurre nada bueno. Ahora quiere que me ponga a reparar unos libros de João de Barros, tarea que no tiene urgencia alguna pues hay otros ejemplares y no hay riesgo de que se pierdan, y tengo que dejar en cambio de desempolvar unos manuscritos que proceden del convento de São Domingos y cuyo desconocido autor sospecho se trata de algún relajado por la Inquisición. Pero, claro, esas cosas al Dr. Lambrique no le pueden interesar menos. Yo me adapto y callo, para no significarme en nada, siguiendo los consejos de la madre, que cada día tiene más aprensiones.

Ayer, como no estabas, salí con Guida y fuimos hasta Belem en el tranvía. Hacía una tarde suave y azul y la ribera estaba llena de familias con niños, y toda esa gente que tanta gracia te hace, perfectamente vestidos como si fueran a la oficina, con su periódico, cogidos del brazo y dando un paseo cortito antes de meterse en un café de Belem para no coger frío, aunque no hace realmente frío.

A propósito de frío, la casa se ha quedado helada y la madre se pasea con su abrigo por el pasillo dándole órdenes a las criadas, incluso a las que hace años que se fueron o se casaron, todo un poco cómico.

Esta semana se me va a hacer, mi Rui, larguísima. Cuando salgo de la oficina y subo por Garret casi espero que aparezcas en el Largo de las dos Iglesias. No quiero detenerme mucho por si me encuentro a algún amigo tuyo de esos que no hacen sino perder el tiempo en Havaneza, y me hace demasiadas preguntas. Como no sé mentir… y ya me dijiste que no diera muchas explicaciones sobre tu viaje. Eres un cazurro. Subo por Misericordia y voy andando, como cuando venías a buscarme. No tengo prisa por llegar a casa.

Ayer dijeron en la radio que en Nova Lisboa han inaugurado un hospital, “el más moderno de Africa”; ya será menos, ¿o es que los ingleses no tienen ninguno? Todos los días nos pasan la correspondiente ración africana en el parte. La Renascença es algo más discreta pero a menudo se ve que tiene que leer las notas oficiales de la Lusa. Bueno, espero que vayas por esa capital y lo veas con tus propios ojos.

Bueno, termino, a ver si echo la carta antes de que pasen a recoger los buzones y vuela rápido tantos miles de kilómetros que nos separan.

Tu Isabel que tanto…

Mi querido Rui,

Ayer cené con los Veiga Cardozo (como a ellos les gusta marcar, con z) en el restaurante italiano de la Praça de Espanha. Recordaba cuando habíamos venido por allí, el pasado junio, a la salida de aquella misa en la Iglesia de Fátima, cuando cenamos al aire libre bajo las pérgolas. La plaza está desmantelada porque las obras de la Fundación[1] no han hecho más que empezar. No sabes los árboles que han derribado. Y frente a la iglesia van a construir más edificios de la universidad. El restaurante estaba casi desierto…Los Veiga Cardozo, tan snobs, me llevaron a casa, yo creo que para apabullarme con su nuevo Humber, un auto inglés muy elegante, la verdad. Me dieron recuerdos para ti pero no preguntaron mucho, ya sabes que son bastante callados… y muy discretos, siempre que no sea para hablar de ellos mismos y de sus viajes.

Hace un mes que te fuiste y sólo he recibido tu carta, la primera, en que me hablas del desembarco, de tus primeras impresiones. Espero que tío Francisco no te aburra mucho y te deje trabajar y tener tu tiempo libre. Ten cuidado con las señoras de los militares, que me han dicho que son unas liberales de mucho cuidado…

 

Mi querido Rui,

Hoy me han presentado a un profesor español que dice dedicarse a la literatura portuguesa. Hablaba un portuñol más que macarrónico pero al fin y al cabo es bastante simpático para ser español. Era pequeño, calvo, con bigotillo y con barriguita, un poco parecido a Franco, así que no te preocupes que no era ningún conquistador. Hablaba mucho de Nicolás, Nicolás por aquí, Nicolás por allá, de …, hasta que caímos en la cuenta que hablaba del antiguo embajador, el hermano de Franco, todo ello para impresionarnos. Bueno, el caso es que parece que conoce al senhor doutor y tiene cierto enchufe. Quiere escribir un libro sobre el Padre Vieira, supongo que para deleitarse en el anticastellanismo de Vieira, y necesita ver los originales… Le hemos facilitado lo imprescindible para que no dé mucho la lata y aquí lo tenemos todas las tardes (por las mañanas debe dormir), tomando notas y fumando unos apestosos cigarros. Por cierto que tiene el bigotillo marrón de la nicotina. Cuando se va, ventilo la biblioteca, pero cada vez huele más y por las mañanas al llegar, se nota el olor a castellano.

 

Mi olvidadizo Rui,

El clima tropical no debe ser muy propicio para la escritura porque llevo ya tres semanas sin tener noticias tuyas. Sigo enviando las cartas al hotel Globo pero no sé si sigues ahí, si te has ido al interior…(entonces estaba yo en pleno periplo alemán, ya muy bien acompañado…).

Hoy he estado toda la tarde con la tía Fernanda. Ha hecho servir el té al antiguo estilo inglés que aprendió con su efímero marido, el rico señor Dawson. Me ha preguntado por tí y ha movido la cabeza con desaprobación cuando le he dicho que estabas en Luanda. Pero como es tan discreta no ha dicho nada. Se ha pasado el tiempo hablando de cómo se van perdiendo las buenas costumbres y el respeto, recordando a su marido y sus gloriosos días en Tánger cuando él presidía el Rotary y se dedicaba a la construcción de carreteras en la zona internacional.

            La madre ya sabes que dice que tía Fernanda, que ella todavía llama Fernandinha porque le lleva un par de años, me nombrará heredera. No sé cuánto puede tener, pero vive muy bien. Su piso de la rua Castilho está amueblado suntuosamente y está lleno de bibelots caros de los años veinte, de cuando acostumbraba a ir con su marido dos veces al año a Bruselas y a París. Te confieso, y me da vergüenza decirlo y aún pensarlo, que a veces pienso en esa casa como nuestra futura casa.

 

            O Rui,

            ¿Qué te pasa? Por tío Francisco sé que estuviste casi diez días en Luanda y que luego te fuiste con tus clientes al interior, a sus haciendas del planalto. Pero él decía que te esperaba de vuelta en un par de semanas. Ya sé que es difícil escribir desde o mato, pero también se que nuestros correos, sin ser los de su Majestad, no son tan malos. hasta la portera recibe carta de su hijo que está haciendo el servicio en Vila Henrique de Carvalho, en los últimos confines de la provincia. Por cierto, que me ha dicho que la gente se va de las haciendas, que los negros atacan desde el Congo Belga, bueno, ex Belga. Ella tiene mucho miedo y tiene la radio siempre puesta, unas palometas al Espíritu Santo y hace varias visitas a San Mamede. Dice que este mes de mayo va a ir a Fátima descalza, para que su João vuelva sano de la guerra. Yo le advierto que no vaya diciendo guerra por ahí, a ver si la policía la va a fichar como traidora. No hay guerra ni nada, ¿no es verdad, querido Rui?

            Yo ya no volveré a repetir la experiencia. Sé que a tí te molestan esas supersticiones, como tú las llamas. Pero para mí lo peor de Fátima fueron las Hermanas Dominicanas y su residencia, con esa especie de ardor y entusiasmo que me parecían como postizos. Lo mejor, Aljustrel y la casa de Lucía. La gente allí sí que tenía devoción y no los padres que merodeaban, melifluos y arrobados, por entre los árboles y por las callejuelas de la aldea. Se empeñaban en que todos fuéramos a Cabeço a ver donde decían que se había aparecido el ángel. En eso tienes razón, hay un negocio por detrás. Pero no me negarás que todo aquel paraje tiene algo de mágico. Mira, ateo mío, cómo Vila Nova de Ourem ya fue elegida por los Templarios, la cantidad de restos arqueológicos, de menhires, de cromlech, que hay por todos aquellos montes. Ah, y no me negarás que la procesión de las velas no te impresionó un poco, aunque tú decías, mi masón, que olía a pies y a sobaco. A tí, recuerdo, lo que más te gustó es que parásemos a comer en Nazaré, en la casa de comidas de Adrião Batalha, y la posta de bacalao y los carapaucinhos. Allí me terminé de dar cuenta que habrá que conquistarte por el estómago, que eras un burgués.

            Bueno, y después de este repaso turístico, a ver si no dejas de ir a misa, aunque sea de tarde en tarde. Alguna capilla habrá entre los salvajes (bueno ya se que no te gusta que les llame así, pero con las noticias que llegan aquí…). Beijinhos.

Caro Rui,

Como me dijiste que fuera buscando un piso para cuando nos casemos porque no quieres saber nada de herencias improbables ni de tia Fernandinha, te doy cuenta de mis indagaciones.

He visto unos muy espaciosos por la avenida Roma, en un nuevo barrio que se llama Alvalade. No son tan grandes como el de mi madre, pero hay jardincillos frente a las casas, van a hacer escuelas y vive gente como nosotros…

 

Caro Rui,

Ayer de visita en casa de las Tavora Pedroso, que todavía hablan, en cuanto tienen ocasión, de esplendores pasados, de tristezas y de títulos perdidos. Tienen un piso atestado de adornos, tapicerías y fotografías, en la rua da Madalena, justo frente al Largo Amaro da Costa. Luego me ha dicho la tía Bernarda que se las ve por el mercado escogiendo la fruta que casi está para tirar y los puerros y nabos que casi regalan antes de levantar los puestos, las cuitadas.

[1] La Fundación Gulbenkian empezaría a construirse por aquellas fechas cerca de la Plaza de España, en los Jardines de Santa Gertrudis, donde antaño estuvo la Colonia Balnearia Infantil.

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