El homenaje de La Puerta de Segura a don Santiago Ramón y Cajal

Con ocasión de la concesión del Premio Nobel a don Santiago Ramón y Cajal, en 1925, unos ilustrados de La Puerta de Segura (Jaén), le rindieron homenaje enviándole un telegrama y costeando una placa para colocarla en una calle del pueblo.

El telegrama

El telegrama

Ramón y Cajal contestó, naturalmente, muy afectuoso y agradecido.

Primera carta de Cajal

Primera carta de Cajal

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2ª carta de Cajal

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Azorín y Zunzunegui

Tirar de diccionario con Azorín y Zunzunegui

 

Dice hoy Javier Marías en El País, que en España no se puede hablar mal de los escritores vivos. Bueno, se puede uno callar y si no se tiene nada bueno que decir, no decir nada.

En esta especie de recuperación de escritores olvidados de La pluma del cormorán, ave bastante solitaria y pensativa, como Samain o Deledda, o de otros injustamente preteridos, como el portugués, bien actual, Almeida Faria, querría recordar dos escritores, que tenían treinta años de diferencia, ambos con nombre con la importante Z, y que parecen estar pasados de moda. La intelectualidad bienpensante los ha relegado al museo. Los editores, más pendientes de las modas que del valor, los evitan. Sus libros apenas se encuentran en los libreros de lance, y no todos ni en todos.

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Azorín

Y, sin embargo, leerlos es volver al castellano, descubrir palabras y giros abandonados. Y contemplar como era nuestro país hace sesenta, cien años. Azorín lo veía todo inmóvil, mientras Zunzunegui nos describe vidas agitadas, atormentadas muchas veces, con finales algo trágicos. No pueden distar más el uno del otro, de Monóvar a Portugalete. Monovero y portugalujo son los gentilicios.

Su gusto por las letras fue tal que exhumaron vocablos olvidados, algunos tan pertinentes como helgadura, hueco entre los dientes por pérdida de uno. O tartalear, ese andar dubitativo de los ancianos a pasitos cortos e inseguros; aloques, esos rojos claros, otoñales, de los vinos; desmarrido, flojo, desmadejado. No todas las palabras que redescubrieron, ni todas las que inventó Zunzunegui, gran neologista, están en nuestro diccionario, y eso que ambos fueron académicos. Ni en el tan aclamado, pero no tan extenso, al fin y al cabo, de María Moliner. Es que Zunzunegui creaba neologismos o los sacaba de su margen izquierda de la ría del Nervión, fértil en decires, cantares y vocablos.

 Ninguno de los dos son rebuscados, simplemente utilizan el castellano que leyeron y oyeron, antes de la masiva nivelación por lo bajo iniciada por la televisión y continuada impunemente por las nuevas tecnologías de la información.

Mientras en Azorín predomina la mesura, la contención, un cierto minimalismo que deja soñar al lector, Juan Antonio de Zunzunegui gusta de lo desmesurado y del detalle trivial; sus libros a veces son demasiado largos, demasiada palabra para acciones o sucesos que se pueden contar con menos capítulos (como en Una ricahembra).

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Juan Antonio Zunzunegui

Azorín habla de una España intemporal, Zunzunegui de una muy concreta, la del nuevo rico, la del dinero fácil, la de los viejos salaces y las mujeres de envergadura, de la decadencia vital. En La vida como es, la descripción de los tipos de la pequeña hampa rateril del Lavapiés de antes de la guerra, no ha sido superada. No en vano Zunzunegui dedica su discurso de ingreso en la Academia a Pío Baroja. Azorín lo dedica a la vida en un pueblecito castellano entre 1560 y 1590, Una hora de España.

Algunos giros y frases de Zunzunegui:

  • corazón moceril
  • rafagueo de temporales en la costa cantábrica
  • sahumadores de su vida
  • la mollez verde-azul del mar
  • traspasada de vaticinos
  • almenarle el rostro (al subirse las solapas del abrigo)
  • tristeza cenizosa
  • la potente y densa fluvialidad de sus muslos
  • la portalada del verano
  • se miraron frugales y zaragateros
  • su masturbadora soledad devorante
  • la línea jarifa de su cuerpo
  • se sentía endichecido (feliz)
  • flojuras desfallecientes, socarradísimas

 

Grazia Deledda, una mujer en el paisaje sardo (1875-1936)

Grazia Deledda, nacida en el pueblo de Nuoro, en Cerdeña, en 1875, escribió siempre sobre la vida de los campesinos y de las clases medias, sus contrastes, sus problemas, todo ello con el fondo del paisaje sardo que describe con detalle y con lirismo.

No es, empero, una escritora localista pues sus temas sobrepasan la tierra para hablarnos de la fuerza del destino, las culpas –hasta las ajenas-, la tradición y, sobre todo, la condición de la mujer, siempre sometida a los padres, al marido, a los matrimonios de conveniencia y arreglados, a la vida resignada, pero también con carácter.

 Grazia_Deledda_1926En ello, es una feminista avant la lettre, una Elena Ferrante que no tuvo esa publicidad de la que disfruta hoy la napolitana. Incluso ese aspecto dialectal, ya lo tenía Deledda, que escribiría en italiano casi como si fuese una lengua extranjera (el toscano fue impuesto tras la unificación italiana en 1870, como la sola lengua oficial y su lengua materna era el sardo logudorese).

 Desgraciadamente, ganó el Premio Nobel de Literatura en 1926 y eso, paradójicamente la excluyó quizá de ser apreciada debidamente por la crítica intelectual bienpensante. Anatole France, Pearl S. Buck o Erik Axel Karlfeldt (que tiene además el baldón español de haberse, al parecer, opuesto a que le concedieran el premio a Galdós), seguirían ese mismo camino de desprecio e ignorancia.

He descubierto a Deledda gracias un amigo norteamericano, Michael, que vive en Córcega, gran lector, que ha sido subyugado por esas historias de familia con fondo rural y agreste. En España la editó Aguilar, cuando Aguilar era aquel imperio de buen gusto y buena edición. Sus Obras selectas están en dos volúmenes verde oscuro en 1958, y Cósima, casi autobiográfica, en la colección Austral; y nada más.

 En la prestigiosa Paris Review publicaron un artículo sobre ella hace solamente dos años, en octubre de 2013, With profound admiration: Grazia Deledda, Nobel Laureate, por Alexis Coe (www.theparisreview.org).

 Como en este mundo digital y acelerado se nos olvida todo, también pasan desapercibidos autores y libros que merecen ser leidos. Encontraremos un mundo quizá desaparecido en el fragor de la postmodernidad, pero las mismas tensiones humanas, la misma ensoñación, sobre todo de esas mujeres prisioneras de su destino.

 Pienso en los lectores de pueblos de las sierras andaluzas, como la de Segura, en Jaén, a los que les resultará familiar esa vegetación de olivos, lentiscos, encinas y carrascas, con el pastoreo, aquellos rebaños parados en las laderas cuando hay buena hierba, que obedecen a los silbidos especiales de su pastor, las antiguas cabañas, los cazadores, los majanos (montones de piedras colocadas para dejar que crezca el pasto), las majadas y las teinadas. El atavismo, las costumbres ancestrales, la forma de cocinar, la fuerza de la estirpe y de la raza, son descritos por Deledda de forma natural pero sin acritud, como cuenta la vida en aquellas aldeas y pueblos hace cien años, que sin duda también podemos evocar en España.

La muerte del Land Rover y otros coches rurales.-

Hace unos días encargué un mueble en la tienda del pueblo, La Puerta de Segura, provincia de Jaén. Además de ser puntuales la sorpresa fue el auto en que lo traían, un furgoneta Citroën Dyane, impecable, de 1980. Cons sus treinta y conco años, sigue siendo una herramienta en muchas zonas rurales, como los son los Renault 4 L, los “cuatro latas”, o los Renault 6, y no digamos, el legendario Land Rover, el único de los veteranos que siguen en producción, por lo menos hasta diciembre, en que la empresa Tata, propietaria de Jaguar y Land Rover, lo dé de baja.

Dyane 6

Dyane 6

¿Qué interés mueve a las empresas acabar con sus buenos productos, con coches casi inmortales que han pasado a ser parte del paisaje?

También desapareció el Volkswagen escarabajo (ver mi libro La búsqueda del coche perdido, en e book, o en www.laplumadelcormoran.me), como va a desaparecer el Ambassador, ese sucedáneo indio del Morris, que tiene los mismos años que la India, desde 1948.

 Por ejemplo, y sirve paralos otros pasados de moda, el Renault 6 es un coche indigno, dirán los lectores más exquisitos, de figurar en estas páginas consagradas a viejas glorias. Pero no, el Renault 6, feo, diseñado como a trompicones de aerógrafo, merece estar aquí porque debería tener un premio a la resistencia y a la fidelidad que le veneran los agricultores. El lector habrá observado que en todos los pueblos de España hay viejos R-6,

Renault 4 L, Cuatro latas.

Renault 4 L, el  Cuatro latas.

tambaleándose y pululando por carriles y sembrados. Es indestructible, sirve para todo y casi se diría que cría gasolina, de lo poco que gasta. Barato, duro y sin problemas. Con su cambio de palanca en el salpicadero, al igual que sus rivales Citroën Dyane y 2CV, son coches que no necesitan pasarela y subsisten con cuatro pesetas, o sea poco más de dos céntimos de euro.

Land Rover Santana

Land Rover Santana

Tata Ambassador

El indio Tata Ambassador

Sus orígenes los encontramos en la inveterada tradición proletaria de la Renault, desde el Juvaquatre hasta la Dauphinoise, el Juva de la posguerra que perduró hasta ser cambiado, como de golpe, en 1960, por el 4-L, nuestro entrañable Cuatro Latas. Los Juvaquatre y las Dauphinoise, escasísimos en España (contemporáneos de nuestra guerra y de nuestra larga y pobre posguerra), eran coches que olían a camembert y tenían regusto de épicier de provincias. Aún se descubren muchos en el fondo de los graneros y en los talleres de los pueblos franceses. 

Renault 6

Renault 6

Haga el lector viajero la prueba y cuente cuántos R-6 ve en un viaje por Cuenca, por Ciudad Real. Allí siguen, sirviendo humildemente a sus dueños como esos perros un poco feos, sin raza conocida, pero más listos que el hambre. Sí, el R-6 huele a queso manchego y a bota, a azada húmeda y a perro mojado.