Excuso contar todos aquellos interrogatorios, siempre de madrugada, en sótanos calientes y sin aire renovado desde hacía años, con la boca seca delante de los cafés que los pides saboreaban con fruición o la botella de zumo que alguno bebía ostensiblemente con deleite mientras me espiaba de reojo. En los cuartos que íbamos pasando, los policías con insomnio jugaban interminables, silenciosas y aburridas partidas de ajedrez, para avivar su mente y su improbable espíritu de deducción, con el incierto resultado de conseguir que excitasen su fanatismo viendo por todas partes peones subversivos que entorpecían la marcha del emperador o rey y de sus secuaces torres y caballos. De vez en cuando, en aquellas idas y venidas de calabozos y salas de interrogatorio, me cruzaba con algún detenido, conducido esposado y cabizbajo. Solían ser mestizos, los más claros modelos de assimilados, fruto de nuestra obra colonizadora pues, como siempre ha sido, los más espabilados eran los primeros en organizarse, emprendiendo el arduo camino de la subversión, aquél contra el que el señor Doutor había proclamado su famoso rápidamente y masivamente (es decir, rápida y masiva represión). No los encontraba dos veces, masivamente eran torturados y rápidamente desaparecidos, aunque entonces yo aún no fuera consciente de la dimensión de la acción policial, crédulo del proyecto afrobrasileño. Pero aún así, evitaba cruzar sus miradas por miedo a que los ajedrecistas dedujeran algún enlace oculto. Yo, privilegiado, sólo recibía algún bofetón puramente educativo, docente, de cuando en cuando. No en vano el ochenta por ciento de los pides alardeaban de tener estudios superiores. No eran de la turba soldadesca de las Beiras, lejos de tal.
Uno de los momentos más interesantes fue cuando el pide que respondía al nombre, probablemente de préstamo, Senac, me mostró un pequeño papel de fumar con unos números :
A J 5 4 Q 8 6 3 7 2 K 10 9
A K J 10 Q 8 4 7 6 5 3 2 9
3 A J 5 4 K 2 Q 10 9 8 7 6
Q 10 4 2 6 5 A J 7 3 K 9 8
Toca oeste, y debajo, N/S Vulnerable.
El tal Senac estaba encantado con su hallazgo, al parecer entre las páginas de un libro del padre Vieira que yo transportaba conmigo, sin haber conseguido leer una sola página en toda mi estadía. Para él, ahí estaba la clave de todo. No conseguí jamás convencerlo que era una fórmula del bridge, una partida que el conde, o el barón, o alguien, me había puesto una tarde como ejercicio. Muchos años después, aún me entretengo repasando todo el expediente, que me ha sido devuelto tras el 25 de abril y del que transcribo parte de los papeles y fórmulas mágicas que hicieron soñar a los pides con una gran conjura germano belga para entregar el sur de Angola a los nostálgicos de Windhoek.
Los esbirros de la PIDE tenían ese odio atávico al señorito de Estoril y Cascais, con quien identificaban el juego del bridge. El bridge que sin embargo no es un juego sino un deporte, como yo trataba de convencerlos, ni más ni menos que el fútbol, a bola, como decían ellos. Pero mi supina ignorancia del balompié y su resentimiento de clase fueron obstáculos insalvables para demostrarles que yo era inocente de toda conspiración.
Perdí la cuenta de los días y las noches que pasé en tan buena compañía, conté lo poco que sabía -ellos ya sabían aparentemente todo- y traté de no corroborar todo lo que ellos afirmaban. En fin, intenté sobreponerme al miedo y la desorientación, convencido de que el senhor Doutor, al fin y al cabo, me echaría un cable. Y como al único que podía denunciar era a él, estaba con el ánimo relativamente tranquilo. Hablé mucho de Couto, cuya frecuentación consideraba una buena coartada.
Se encasquillaron en varios papeles y misivas que los del hotel, horribles colaboracionistas, les debían haber pasado. Todavía recuerdo cómo insistían una y otra vez en un mensaje absurdo y absolutamente misterioso que decía:
La única defensa posible es alzarse con el trébol y así el Este podrá obtener dos ruffs.
También recuerdo su turbación y desconcierto generalizado cuando se me ocurrió soltar la palabra maniqueo en una de aquellas madrugadas húmedas y mareantes. Ellos creían que aludía a Pina Manique, ese histórico comisario de policía que aterrorizó a los liberales, para los pides un héroe, un precursor, lo que contribuyó aún más a hacerme más impopular si cabe entre aquellos energúmenos. Durante días estuvieron preguntándome qué quería exactamente decir con esa especie de insulto, tras haber escudriñado cuanto diccionario -que debería ser malísimo- pudieron encontrar en sus mugrientas oficinas. Lo hallaron de lo más sospechoso. Incluso creyeron que me refería a otro tal Manique, un oscuro subversivo que ellos habían hecho desaparecer hacía unos meses.
Creo que mi libertad sin cargos fue un alivio para sus tórridas y acorchadas mentes. Había uno especialmente, apodado ‘el Adobe’, que paseaba una panza tensa como un tambor y su aire gaseoso entre las mesas con una especie de rabia contenida porque « no entendía ». Era alentejano y mi heredad en Alcácer do Sal, en cuyas tierras había trabajado su padre, le mantenían en el dilema de la revancha popular y el respeto reverencial de generaciones con un analfabetismo sideral por cuyo perpetuación tanto nos habíamos esforzado las clases altas, incluso despidiendo al osado jornalero que enviase a su hijo a una escuela, práctica bastante habitual en nuestras quintas y haciendas.
La confusión general terminó de extenderse por los servicios cuando un avispado pide, ex seminarista, pálido, granujiento y probablemente onanista, cayó en la cuenta de que en el distrito norteño de Zaire existía el puente de M’Bridge, sin duda apto para que los terroristas que venían del ex Congo Belga introdujeran las armas por aquellos parajes. Que encima uno de los palos del juego sean los diamantes ya los terminaba de sacar totalmente de quicio. La conspiración iba tomando forma entre cafés, cigarros y vasos de cachaça. El ‘seminarista’, que respondía al nombre de Isaque, Isaque Salgadoera, el sedicente experto en cartografía.
Pero si el arte de la deducción y el análisis no eran lo suyo, eran excelentes en reclutar los más variopintos confidentes, soplones, infiltrados, provocadores y demás ralea con cuyos informes algo borrosos iban nuestros serviciales pides construyendo sus castillos de cartas, no de bridge, para, a su vez, tener entretenido al poder de la metrópoli. Por ejemplo, conocían todas mis andanzas con Lilo de primera mano. Ello hizo que aunque no hubiera estado enamorado, me acompañase una sensación de abandono cuando descubrí que aquel placer había traído esta desgracia, como la purga de mi pecado, lo que venía aconfirmar todas las crudas advertencias que nos hacían los Salesianos en los ejercicios espirituales sobre los vicios de la carne y el consiguiente castigo por pecar contra el único mandamiento que importaba, el sexto.
A pesar de que habrían pedido verificaciones a Lisboa y los informes sobre mi pasado no podían ser más que lo más apaciguado y mediocre que el objeto de sus pesquisas, los pides seguían enfrascados y absolutamente ofuscados por aquellas inocentes claves y muestras del bridge, embotado el entendimiento entre tabaco y cachaça, en un mareo total. Por fin, gracias al barón Von Ahlefeldt, al conde y a un par de militares con algo de sentido común (y a la longa manus de Marcello -Caetano-, sospecho hoy), una buena mañana quedé en libertad sin más explicaciones. El fanfarrón de A Alcatra, aquel militar que llamaban Dumba, y que yo al principio había calificado para mi uso personal como un militarón, estaba pacientemente esperándome en un UMM flamante con neumáticos blancos de la policía militar. Noté su mirada mezcla de reproche, simpatía y bienvenida.
Pasé tranquilamente un par de semanas en el fuerte de San Miguel, bajo plena jurisdicción militar y a los cuidados de Dumba. Las tardes somnolientas, regadas con whisky de importación y mucho naipe (no bridge, desgraciadamente) las aproveché para ordenar mis notas que remitiría, una vez llegado a Lisboa, al pequeño funcionario de San Bento. No eché en absoluto de menos el hotel Globo ; las piedras edificadas por nuestros ancestros en el sólido y eterno fuerte mantenían una temperatura mucho más llevadera en aquellas salas abovedadas por las que entraba el aire marino. Reconocí que había sido injusto con Dumba que unía, a su fiereza militar natural, un extraordinario sentido común y un desprecio por los malolientes pides que él consideraba militares frustrados y tan cobardes que se habían refugiado en la tortura, la delación y la molicie para eludir el servicio de las armas. « Sólo disparan contra la gente desarmada », escupía Dumba, haciendo un gesto de asco con la boca.
Dumba, desde nuestro encuentro en Lisboa, había estado instruyendo comandos sobre el terreno y unos pides borrachos de los que seguían a nuestros soldados para ir limpiando las zonas de simpatizantes de los terroristas, le habían hablado de Couto y de mí.
-Decían que trabajabas para los belgas y para la ONU.
-¿De dónde se sacaban esas historias ?
-Un tal Couto, ¿lo conoce ?
-Sí, claro, es el tío de mi novia.
-Un pájaro. Por lo visto les habló de sus andanzas por las haciendas alemanas, de sus contactos con un belga…
-¿Herrinkx ?. Ha muerto, lo mataron en el sur.
-Ellos decían que el belga transportaba armas para la guerrilla, aprovechándose de su trabajo de reclutamiento de trabajadores para la De Beers.
-Yo creo que no, parecía un personaje inofensivo y nada politizado. Y la De Beers le pagaría bien, no necesitaba…
-Bueno, nosotros hemos visto de todo, suecos, americanos, vendiendo armas, traficando con la guerrilla, hablando con nosotros para luego informar de nuestras posiciones al enemigo. Aquí en Africa con el mambo que hay montado todas las ideas que pudiéramos traer del país dejan de ser válidas en cuanto desembarcamos.
-Herrinkx era hombre de confianza de Von Bodenberg. Por eso participó en nuestras reuniones. Al revés, si lo mataron era porque era un tipo cabal.
-A alguien le estorbaba, afirmó rotundo Dumba, aspirando el humo de un cigarrillo más. Y no a los guerrilleros, ésos no saben nada de ésto. Lo matarían los negros, pero la orden salió de otro lado. De aquí cerca.
-¿Couto ?
-¿Sabe usted que llenaron el camión de cajas de fusiles checos ? ¿que hicieron fotografías de todo antes de levantar el cadáver del que, curiosamente, no hay ni una sola fotografía ?
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