Misión en Angola. Episodio 27. Los sospechosos -para la PIDE- conocimientos del barón Von Stapel.

El barón sabía muchos de los dialectos indígenas, lo que a finales de los sesenta había parecido a la PIDE una señal inequívoca de sus contactos con la guerrilla.

El gabinete de curiosidades de Von Stapel hacía las delicias de los celosos e ineptos pides -a la par que iletrados- que habían leído precipitadamente, para superar las oposiciones de ascenso, los viejos manuales de espionaje. El barón era un coleccionista empedernido; iba clasificando hojas de plantas imposibles que, debidamente prensadas durante semanas, engrosaban sus cuidados cuadernos. Las nervaduras, las manchas de las hojas, eran a los ojos de los probos funcionarios de la policía, otros tantos planos de los campamentos del ejército portugués en el sur con sus casamatas, blocaos, arsenales, caminos y, para colmo, cuando el tenaz barón había guardado varias hojas de un mismo árbol, eran las formas de defensa, las estrategias de ataque, los puntos vulnerables lo que los calenturientos pides creían leer en las inocentes hojas, a veces de una inmensidad casi cartográfica, que el barón guardaba entre cartones, con breves anotaciones en alemán. Además, Von Stapel, ameno científico, apuntaba la fecha y el lugar donde había recogido la muestra, lo que permitía a la policía seguir un itinerario paralelo al de alguna reciente y no comprobada incursión de bandoleros. Avidos de éxitos que vender a los exigentes jefes, inventaban cualquier superchería para cubrirse sus holgazanas espaldas, aunque para ello tuvieran que ensuciar la reputación de un sabio honesto .

Para terminar de colmar de satisfacción al inefable inspector Rosa, allá en la lejana Luanda, ansioso de por una vez aportar alguna luz intelectual a las pesquisas normalmente brutales y basadas en confidentes zafios, borrachos o tahúres, también encontraron en el revoltijo general de su casa perdida en las inmediaciones de la hacienda del conde multitud de objetos altamente sospechosos como piedras pintadas, maderas talladas y, misterio profundo, ciertas clases de mariposas cuyas extrañas alas a veces parecían coincidir en las turbias mentes pidescas, tras muchas copas de ginginhas y cachazas, en noches de calor e insomnio, con los presuntos planos de la disposición defensiva de los comandos. La PIDE logró interceptar envíos de lepidópteros, cartones con hojarasca varia y demás pruebas de la taimada y artera tarea científica del inocente y despistado barón. Se contaba después del 25 de abril, con cierta rechifla, que uno de los militares que tomaron la sede de la PIDE, despchó con unos cuantos manotazos todas aquellas pruebas acumuladas que dormían en combados y sucios estantes esperando el descifrador que nunca llegó. Por la Feria de Ladra, el Rastro de Lisboa, por detrás de São Vicente de Fora, terminarían vendiéndose meses después las cajas de mariposas, minerales y los libros de botánica que cuidadosamente había ido ordenando mi estimado barón.

Cuando por fin fue asignado a residencia en la polvorienta y desolada Moçamedes, ciudad de arena y salmuera, los pides le intervinieron además todos sus trabajos sobre la lengua bosquimana, que ya se sabe se expresa con chasquidos y que Von Stapel no había encontrado otro modo de codificarla más que a base de números y letras peligrosamente parecidos a los códigos navales y militares. El barón tenía además un profundo respeto por la población de aquellas zonas del sur, pues pertenecían a la etnia de los hereros, de cuya práctica extinción en el Sudoeste africano se sentía solidariamente culpable como alemán. Para los pides, los negros eran simplemente salvajes, caníbales, y no les entraba en sus acorchadas cabezas que un científico alemán pudiera interesarse por su forma de hablar. “Son macacos, no interesa. Eso es otra cosa”, y se llevaron fichas y cuadernos, dibujos y viejos mapas, todo lo cual desaparecería en alguno de sus edificios.

En 1970 abandonaría Moçamedes por el vecino Porto Alexandre, la vieja ciudad de salazones y ballenas -a Von Stapel le gustaba decir que salió de lo que consideraba su patria, Angola, que era una ballena varada, desorientada en una playa desolada del Atlántico- donde se había retirado después de que el FNLA le quemase su modesta hacienda. Allí, en la antigua ciudad sobre el desierto, moriría su mujer. Solo, pobre, sin más bagajes que sus libros, partiría hacia el Brasil para retornar en 1978 a Lisboa donde nunca se le hizo justicia, quizás por ser un testigo molesto para viejos y nuevos dirigentes.

El fue, junto con Von Bodenberg, quien se movilizaría cerca de los oficiales menos conservadores para sacarme de las garras de la policía política con el tesón y valentía que sólo dos activos resistentes al nazismo como ellos eran capaces de mostrar sin temor a los peligros ni arredrarse a las amenazas de la energuménica PIDE.

Según tengo entendido, todos aquellos libros y carpetas duermen bajo el polvo en la Sociedade de Geographia de Portas de Santo Antão, esperando que se levante ese embargo bienpensante que ha caído sobre nuestra presencia en Angola. El barón, limitado por el uso del portugués, una lengua que no era la suya, y sin encontrar jamás un editor alemán que se interesase en sus trabajos, había publicado apenas dos pequeñas separatas, que una amable estudiante suya había puesto en portugués correcto. Hoy, esos estudios singulares sobre dos casos de tribus o sub tribus ya extinguidas, son inencontrables. El resto de sus papeles, por un azar de la historia, han terminado, algo más de un siglo después que se fundasen tan polvorientos archivos, en la que fuera institución pionera en el fomento de nuestra colonia, bajo el visionario mandato del maestro Luciano Cordeiro y del egregio marqués Sá da Bandeira, cuyo llevaba el nombre la otrora bella, hoy revolucionaria -y destruida- ciudad de Lubango, sita en una alta montaña.

Despacio, subí la calle vacía de Domingos Sequeira, pasé por el cinema París y me instalé en A Tentadora, en la esquina de Saraiva de Carvalho; donde, al sonido familiar y triste de la campanilla de algún tranvía reluciente bajo el agua que caía como lágrimas, de camino al cementerio de los Prazeres (nombre que viene de placeres acuíferos, no de placeres sensibles, lo que explico para mis lectores), tomaría un último café en honor de mi dilecto barón. Mi último testigo de la Operación Feijoada se había despedido.

Pero yo tenía aún una especial tarea para cerrar aquella operación. Aunque hubieran pasado más de treinta y cinco años y aunque en su día no hubiera evitado ni la PIDE, ni la CIA, ni los intelectuales herbáceos de Luanda, ni el servicio de información militar y, mucho menos la seducción -de la femme fatale Lilo- que me desvió de mi objetivo y me echó de bruces en manos de los pides;  siempre he sostenido y defendido que logré mantenerme frío y distante de las seductoras bailarinas andaluzas y brasileñas de las boîtes de Luanda.

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El pintor Andrew Wyeth en la Thyssen, una conmoción

Andrew Wyeth era un perfecto desconocido en España y en Europa. Su obra apenas salió del país, siendo solamente Tokio uno de los lugares donde periódicamente se exhibían sus obras. Una vez fue algún cuadro suyo a Berlín, a una exposición colectiva, en 1951, y en Londres y en la galería Claude Bernard de París en 1980. Y poco más.

La elección de este norteamericano es, pues, un gran acierto y una novedad en el Viejo Continente. En España, con la escasez de pintura norteamericana en las colecciones públicas y privadas, es doblemente bienvenido.

También en los Estados Unidos fue bastante ignorado por la crítica artísticamente correcta. Los críticos –que viven casi todos en Manhattan, como es sabido- se centraban en los expresionistas abstractos (Pollock, De Kooning, Kline, etc) mientras que casi pensaban que Wyeth era una especie de pintor rural. El pintó como quiso, lo que quiso, de forma muy subjetiva, y apartado de las corrientes de moda. Fue conservador y algunos le acusaron de representar el puritanismo.

Nacido en Pennsylvania en 1917, falleció en 2009 mientras dormía, en donde nació, Chadds Ford. Pasó la vida pintando, usando sobre todo tempera sobre tabla (tempera: pigmento, agua destilada y yema de huevo) y la acuarela. Ambas técnicas requieren un minucioso estudio previo y el temple, una paciencia en las capas sucesivas, hasta encontrar la luminosidad requerida. El temple o tempera se presta a pintar estados de ánimo en lo que en principio es algo inanimado, como una granja o un almacén (barn).

Andrew Wyeth 1972Además de su oficio (su padre, Newell Convers Wyeth, pintor e ilustrador, le enseñó a dibujar y pintar), sorprende la calidad humana de su pintura. La América profunda, rural (tan opuesto a Warhol, el artista de la ciudad por antonomasia, cuyos retratos por el hijo, Jamie Wyeth, se exponen en el Thyssen) las personas que le rodeaban, trabajadores, granjeros, niños, desde un mendigo, Tom Clark, hasta un indio, Nogeeshik, pasando por el viejo soldado alemán.

No hay improvisación en su arte, sino que, como él decía, algunas imágenes iban madurando lentamente, semanas, meses, hasta que algo las precipitaba. Visité su casa en Maine cuando él aun vivía. La guía nos contaba que a veces, se levantaba repentinamente del almuerzo para ir al estudio a dar las pinceladas que iban fermentando en su interior. Trabajó toda su vida en el arte, lo que le hizo vivir largos años, 91 (murió mientras dormía). Para él, pintar era una necesidad, era su forma de expresarse.

El decía que pretendía siempre mostrar la verdad que hay debajo de los hechos, de los meros datos físicos. Desde la ternura en los retratos de Christina Olson, la inválida de polio que fuera su modelo y amiga durante décadas, o el de su hijo Jamie, Lejanía, o Faraway (1952), que ilustra el folleto de la exposición, hasta los retratos inquietantes de Karl Kuerner y su extraña mujer, o la sensualidad de sus desnudos, tanto de Siri como de Helga o de Eric. Los animales fueron también parte de su interés, pues los amaba como hombre del campo; así como los paisajes de Pennsylvania y Maine, invernales, a menudo solitarios y siempre evocadores de algo indefinible, que deja soñar al contemplador.

Wyeth 1983., por Bruce Weber

Wyeth, 1983, por Bruce Webwe

Efectivamente, hay una poesía, una cierta magia que prevalece en sus pinturas, en las que el espectador está fuera pues Wyeth lo coloca en un ángulo extraño, casi irreal a pesar del realismo de lo pintado. Hay siempre un cierto misterio, una tensión no explicable en los retratos y en los paisajes, en los que nos transmite su sentimiento y una gran fuerza dramática. Por eso sería erróneo considerarlo un nostálgico de la América preindustrial o un pintor realista.

Se perciben paralelismos con los paisajes de Patinir –a través de las ventanas abiertas a la lejanía- o los interiores de Vermeer, así como con los grabados de Durero.

Y no dejen, en fin, de apreciar también muchos de los marcos, perfectos para los motivos y escogidos para que haya una cierta continuidad entre la pintura y su borde. Muchos de ellos, por su madera, parecen haber salido de los mismos árboles que pintaba.

La exposición, muy bien presentada por la Fundación y con unos textos adecuados, sin aplastar bajo el saber, continúa hasta el 19 de junio.http://www.museothyssen.org

 

Iñárritu o la trivialización de Tarkovski

 La película El Renacido, The revenant, es una especie de pantomima de las grandes películas de Andrei Tarkovski. Hay escenas y temas que parecen –mal- imitados de La infancia de Iván (1962) o de Andrei Rublev (1967), como las aguas, los ríos, el fuego, dejar comida a una india superviviente, el camino por los bosques, el silencio, la lluvia y la nieve; hasta las tomas y puestas en escena parecen calcadas de estas dos películas.

Anatoli Solonitsin, un actor ruso favorito de Tarkovski

Anatoli Solonitsin, un actor ruso favorito de Tarkovski

 Decía el director ruso que él quería evitar sobre todo las películas como mero espectáculo, como entretenimiento, y la de Iñárritu tiene todos esos defectos del cine taquillero. Pretende ser algo profundo y al final es una película de aventuras, con todos los trucos para hacerla comercial y vendible (lo que es comprensible dada la enorme inversión financiera en el producto que debe ser rentable, ante todo).

Un crítico ruso dio el alerta sobre estas “curiosas” casualidades que casi bordean el plagio. Como decía un tweet, a Tarkovski no le hubiera gustado. Pero Iñárritu, se ha rendido al público, que al fin y al cabo es quien manda.

 El lado poético, la carga humana de las películas de Tarkovski en las que El Renacido se inspira, han sido sacrificadas a la escenografía, al efectismo. Iñárritu ha conseguido hacer un blockbuster rentable.

 

Lecturas sugeridas:

Vida y obra de Andrei Tarkovski, por Rafael Llano, nunca reeditada por la Generalitat Valenciana, desgraciadamente.

Esculpir en el tiempo, de Andrei Tarkovski, Ediciones Rialp, 1991 (reeditado junio 2015)

Blog:@luisbond009

Una mujer: la poeta rusa Anna Ajmátova (Odesa, 1899- Moscú, 5 de marzo de 1966)

Si te hubieran dicho, a tí la que tanto reías,

a tí, la favorita de todos tus amigos,

a tí, la alegre pecadora de la ciudad,

lo que iba a ser tu vida:

con tu talego, tú eres la trescientas,

esperas a la sombra de las Cruces[i]

y las lágrimas te queman,

atraviesan el hielo del día de Año Nuevo.

Se ve oscilar el chopo de la prisión.

ni un ruido… más allá, han dado fin

a cuántas vidas inocentes…

1938

 

Pregúntale a las mujeres de mi tiempo,

presas, las quinientas[ii], prisioneras,

y te contaremos todo:

que el miedo nos embrutecía,

que criábamos hijos,

para la cárcel, la tortura y la muerte.

5 de enero de 1941

En la Fontanka y en Tashkent, y aún después 

 

En los años terribles de la tiranía de Yejov[iii], he pasado diecisiete meses haciendo la cola ante la prisión de Leningrado. Una vez, alguien me ha reconocido. Entonces, la mujer con los labios azulados que estaba detrás de mí –que evidentemente no había oido nunca mi nombre- ha despertado del sopor que todas teníamos y me ha preguntado al oído (allí todo el mundo hablaba susurrando):

-Y ésto, ¿ lo podrá describir?

Y le he dicho:

-Puedo.

Entonces algo como una sonrisa ha pasado por lo que una vez fue su rostro.

 

1º abril de 1957

Leningrado

[i] Prisión de Las Cruces, donde estaba su hijo, Lev Gumiliov, cuyo padre había sido acusado en 1921, de complot monárquico y fusilado.

[ii] Las “quinientas”, porque el código penal soviético permitía encarcelar a cónyuges y madres de los “culpables”.

[iii] Yéjov, director de la NKVD, Comisariado Popular para Asuntos Internos, luego GPU.

 

Más información:

https://musicaypoesiadotwordpressdotcom2.wordpress.com/2012/12/03/vida-y-cinco-poemas-de-anna-ajmatova/