¿Lo han arreglado ya, un año después? El río Guadalimar, contaminado

 (Artículo publicado por Estrella Digital, http://www.estrelladigital.es, en julio de 2016)

[Hace casi un año se denunció el desastre, pero no sabemos si se ha arreglado. Parece que no, que hay en camino una jugosa subvención. Es decir, como siempre, obra nueva para solaz de contratistas y de intermediarios, en vez de mantenimiento que es más barato, útil y rápido]

A su paso por La Puerta de Segura, en la sierra del mismo nombre, en la provincia de Jaén, las cloacas de todo un valle están rotas desde hace tres años y se vierte al río Guadalimar gran parte de lo que se ha recogido en aldeas y cortijadas. Se hicieron hace varios años unas obras de saneamiento que nunca fueron terminadas con la necesaria estación depuradora que rematase la inversión, por lo que todas las aguas residuales terminan al final, otra vez, unos kilómetros abajo, en el río. La obra fue financiada por la Unión Europea, se llevó a cabo por una contratista de Almería que presume de ambiental, con poco respeto por árboles y veredas, como lo demuestran todas sus víctimas, pinos y encinas centenarios arrancados sin compasión y cortados para cavar las zanjas y poner las tuberías por donde más barato le saliese a la susodicha y malhadada empresa.

Además de la incuria y mala administración que demuestra esta obra sin terminar y encima rota, sorprende la pasividad de los ayuntamientos -el de La Puerta en especial- ante este desaguisado que es Imagenfuente de polución y de nauseabundos olores. Y eso que es territorio electoral favorito de la Junta de Andalucía y de la Diputación provincial. No es sólo un problema de La Puerta sino de todos los pueblos de río abajo.

El río Guadalimar, el río Colorado, que es su etimología y como se le llama todavía por Villanueva del Arzobispo, nace en la Sierra de Alcaraz, en Albacete y da en el Guadalquivir en Mengíbar. Río romano, que regaba huertas y olivares por debajo de la Loma de Úbeda, por él bajaban las maderas de la Sierra de Segura hacia Sevilla, en una epopeya parecida a la de los gancheros que describió José Luis Sampedro en su novela El río que nos lleva (ésta, por el Tajo). El Guadalimar baja bastante limpio hasta que se topa con esa rotura en La Puerta. La Puerta de Segura, que también podría llamarse Puerta del Guadalimar, para honrarlo. 

Se manifiesta aquí algo demasiado generalizado en España por las administraciones municipales como es el menosprecio de los ríos, de los paisajes, de las aguas, sean interiores o marítimas. Los ríos se han considerado solamente como medio para regar, como vías de comunicación o como cloacas, y esta mentalidad perdura.

En materia de medio ambiente y de protección de la naturaleza y de las aguas, en gran parte de España, y en Andalucía en particular, existe una tremenda disparidad entre los discursos oficiales y la realidad.  Sería necesario que la Unión Europea controlase y auditase, para ver en qué dan y han dado sus fondos estructurales, más allá de los maquillados informes oficiales. Hay un cúmulo de autoridades y administraciones superpuestas, rivales, laberínticas, municipales, provinciales, regionales, estatales y hasta las Confederaciones Hidrográficas y, sin embargo, no acertamos con la buena administración del agua.

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Los eucaliptales de Galicia y Portugal, augurio de fuegos

(Artículo publicado en Estrella Digital en agosto de 2016, trágicamente de actualidad, una vez más, por el desastre de Pedrogão Grande).

 

En Galicia y en Portugal lo que está ardiendo como la yesca son los montes replantados con eucaliptos para alimentar el negocio de las empresas de celulosa. Los robles o carballos, los pocos hayedos relictos, los castañares, arden menos y se regeneran antes, en caso de arder. Los desastres ecológicos vienen de políticas erradas, muchas de ellas iniciadas a mediados del siglo XIX.

El eucalipto, ese árbol de las antípodas de farmacéutico nombre, despeluchado, desgalichado y triste, huele bien, pero nada más. Que haya alguno suelto, no estorba. Crece en tierras pobres, a las que empobrece aún más, las arrasa, literalmente, en zonas donde no hay heladas. De color grisáceo o azulado, nada tiene que ver con los paisajes célticos de Galicia y de Portugal. Ojalá se acabaran todos y alguien, con arrestos, tuviera valor de prohibir que se volvieran a plantar y se devolviera a las esencias naturales lo que era de ellas. Galicia aprobó una ley algo restrictiva hace años, pero nada se ha conseguido, el eucalipto reina. Lenguaje vano, sin efectos. En Portugal se ha seguido fomentando, por ley, la plantación de eucaliptos. Y eso aunque las circunstancias climáticas han cambiado desde cuando empezó la fiebre eucaliptal, cuando la forma de fabricar papel y reciclarlo es muy diferente. Pero los derechos «adquiridos» de las papeleras y sus grupos de presión van a continuar y, por tanto, los fuegos.

Se decidió destruir los bosques autóctonos, los de Valle Inclán y Camilo Castelo Branco, para sustituirlos por montes abúlicos y feos de hojarasca y ramas secas. Casi el 30% de la superficie forestal gallega está dedicada al eucalipto, unas 400.000 hectáreas. En Portugal, el 26%.

Esto no hay quien lo resuelva, aunque tuviéramos la flota de aviones más grande del mundo. Aldeas y pueblos que antes estaban rodeados de bosques caducifolios, ricos en términos de paisaje, belleza y, sobre todo, sostenibles, son hoy pasto de fuegos incontrolables. Así vamos desertizando zonas que eran húmedas, expulsando ganaderos, pastores y leñadores. Y luego nos sorprendemos de esas hecatombes.

Como siempre, la extinción la pagamos todos los contribuyentes, no las empresas de celulosa. Beneficios privados y costes públicos.

El fuego en los montes así «repoblados» (sería más apropiado decir desfigurados) es el símbolo de nuestro desprecio por la naturaleza y el paisaje. La consideramos explotable, la podemos aniquilar, destruir impune y vorazmente. Declaramos unos cuantos espacios parques naturales para la imagen y el resto queda a merced de los depredadores. Las detenciones y condenas a los pirómanos son una mera anécdota. Los verdaderos pirómanos están en otros sitios, lejos de los montes.

 Propongo, primero, que las celulosas paguen la extinción y la repoblación de las superficies quemadas con especies autóctonas. Y, segundo, que se declaren los montes de eucaliptos a extinguir, como si fuesen de mano muerta, e ir sustituyéndolos por arbolado propio del país.