(Artículo publicado en Estrella Digital en agosto de 2016, trágicamente de actualidad, una vez más, por el desastre de Pedrogão Grande).
En Galicia y en Portugal lo que está ardiendo como la yesca son los montes replantados con eucaliptos para alimentar el negocio de las empresas de celulosa. Los robles o carballos, los pocos hayedos relictos, los castañares, arden menos y se regeneran antes, en caso de arder. Los desastres ecológicos vienen de políticas erradas, muchas de ellas iniciadas a mediados del siglo XIX.
El eucalipto, ese árbol de las antípodas de farmacéutico nombre, despeluchado, desgalichado y triste, huele bien, pero nada más. Que haya alguno suelto, no estorba. Crece en tierras pobres, a las que empobrece aún más, las arrasa, literalmente, en zonas donde no hay heladas. De color grisáceo o azulado, nada tiene que ver con los paisajes célticos de Galicia y de Portugal. Ojalá se acabaran todos y alguien, con arrestos, tuviera valor de prohibir que se volvieran a plantar y se devolviera a las esencias naturales lo que era de ellas. Galicia aprobó una ley algo restrictiva hace años, pero nada se ha conseguido, el eucalipto reina. Lenguaje vano, sin efectos. En Portugal se ha seguido fomentando, por ley, la plantación de eucaliptos. Y eso aunque las circunstancias climáticas han cambiado desde cuando empezó la fiebre eucaliptal, cuando la forma de fabricar papel y reciclarlo es muy diferente. Pero los derechos «adquiridos» de las papeleras y sus grupos de presión van a continuar y, por tanto, los fuegos.
Se decidió destruir los bosques autóctonos, los de Valle Inclán y Camilo Castelo Branco, para sustituirlos por montes abúlicos y feos de hojarasca y ramas secas. Casi el 30% de la superficie forestal gallega está dedicada al eucalipto, unas 400.000 hectáreas. En Portugal, el 26%.
Esto no hay quien lo resuelva, aunque tuviéramos la flota de aviones más grande del mundo. Aldeas y pueblos que antes estaban rodeados de bosques caducifolios, ricos en términos de paisaje, belleza y, sobre todo, sostenibles, son hoy pasto de fuegos incontrolables. Así vamos desertizando zonas que eran húmedas, expulsando ganaderos, pastores y leñadores. Y luego nos sorprendemos de esas hecatombes.
Como siempre, la extinción la pagamos todos los contribuyentes, no las empresas de celulosa. Beneficios privados y costes públicos.
El fuego en los montes así «repoblados» (sería más apropiado decir desfigurados) es el símbolo de nuestro desprecio por la naturaleza y el paisaje. La consideramos explotable, la podemos aniquilar, destruir impune y vorazmente. Declaramos unos cuantos espacios parques naturales para la imagen y el resto queda a merced de los depredadores. Las detenciones y condenas a los pirómanos son una mera anécdota. Los verdaderos pirómanos están en otros sitios, lejos de los montes.
Propongo, primero, que las celulosas paguen la extinción y la repoblación de las superficies quemadas con especies autóctonas. Y, segundo, que se declaren los montes de eucaliptos a extinguir, como si fuesen de mano muerta, e ir sustituyéndolos por arbolado propio del país.
No sé por qué se trajeron eucaliptos a España, si fue para erradicar humedales o para fabricar papel. Como nota positiva se plantaron en ciertos sitios para desecar humedales (había por ejemplo muchas albuferas en el Mediterráneo que ya no existen) con el fin de eliminar el anopheles, el mosquito vector del paludismo, enfermedad terrible hasta los años cuarenta en nuestra tierra y en España en general. Por lo demás es una vergüenza ver los eucaliptales de Galicia (en especial en el norte de Lugo) y en la provincia de Huelva; ambos alimentan las papeleras de Pontevedra y Huelva. El eucalipto es una árbol que necesita quemarse para reproducirse y al arder, sus semillas son proyectadas lejos (con los piñones de los pinos pasa igual). A veces sus aceites esenciales se evaporan y forman nubes azules de gran belleza, como en la Blue Mountains al oeste de Sydney (Australia).
Nota: Celebro que haya usted reanudado este blog. Gracias.
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Desde luego, triste actualidad ésta del artículo sobre los eucaliptos. Si hay algún consuelo -que no servirá para los más de 60 fallecidos- es para mí saber que no son pinos y encinas, ni robles ni castaños, lo que está ardiendo, y seguirá, por lo que oigo, gracias a la sequía y a las altísimas temperaturas. Maldito verano.
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