[Este artículo ha sido publicado el 18 de enero de 2018 en Crónica Popular ]
La vida en Andalucía transcurre dulce. Sus ciudades y pueblos son agradables y suelen estar llenos de historia, arte y cultura. Los turistas se maravillan ante ese gusto por la vida, esa sensación de farniente.
Pero el problema es precisamente ese, el farniente. Se vive mejor que se trabaja.
En gran parte de Andalucía hay muchos que ya ni se molestan en buscar trabajo. Viven de las ayudas sociales, del desempleo y, en los campos, del Plan de Empleo Rural, que dicen acoge a cerca de 150.000 personas. La paradoja es el panorama invernal, con los caminos y pueblos llenos de trabajadores africanos, marroquíes y suramericanos en la recogida de la aceituna. Es el gran misterio no desvelado en zonas donde, oficialmente, el paro alcanza al 35% de la población. El PER, que se ideó para evitar el éxodo rural, ha servido de «moral hazard» para que muchos ni se molesten en buscar trabajo, para apagar las ambiciones legítimas a mejorar de vida. El coste humano de este modelo se va a notar en los próximos años.

Por otro lado, con la misma Administración desde hace cuarenta años, el enchufismo y el nepotismo proliferan, lo que tiene varias consecuencias. La primera, de orden moral, de la moral del trabajo. El trabajo, el mérito o la formación no son considerados por muchos como la forma normal de ganarse la vida y prosperar. Muchos jóvenes, desmoralizados por la falta de empleos decentes, por el enchufismo generalizado, prefieren los trabajillos temporales, las fiestas efímeras, el alcohol e incluso las drogas, como forma de pasar la vida, de ir tirando.
Pero, atención, porque esta situación tendrá una dura consecuencia política y es que va a provocar que Andalucía bascule de ser un feudo del PSOE a votar a los conservadores. Ya se está viendo en las ciudades y en muchos pueblos.
J. D. Vance ha contado en Hillbilly elegy, (traducción española en la editorial Planeta como Hillbilly, una elegía rural) cómo en muchos estados norteamericanos, los votantes cambiaron su voto casi histórico demócrata, al voto republicano. Estaban hartos de tantos subsidios y ayudas a los que no hacían nada mientras los verdaderos obreros se iban empobreciendo. Este libro describe muy bien esa América profunda que ha pasado de votar a la izquierda y ha votado a Trump. Sería bueno que los responsables de la Junta de Andalucía leyesen este libro.
Porque en Andalucía va a terminar pasando lo mismo. El clientelismo del PSOE se va agotando y muchos trabajadores, agricultores, empleados, están hartos de ver a muchos de sus vecinos no dar ni golpe ni querer darlo, cobrando todos los meses mientras muchos trabajadores, los autónomos, los pequeños propietarios agrícolas, se las ven negras para pagar impuestos, la seguridad social y otras cargas.
La consecuencia de esta espiral de falta de incentivos para invertir y para trabajar, es que en muchas zonas de Andalucía es difícil encontrar trabajadores bien formados, oficiales para la industria, para los servicios tecnológicos, para los empleos con más valor añadido. El modelo parece que se va marroquinizando, con multitud de tiendas y bares, como casi único tipo de empresas, en vez de profesiones. Los empresarios invierten lo mínimo, optando más por la economía de rentas, pisos, e inmobiliario en general, ayudados entusiásticamente por los alcaldes que cifran casi todo en la construcción y especulación del suelo. Los que se arriesgan a crear estructuras más complejas, empresas o simplemente un hotel rural, se topan con una Administración autonómica quisquillosa, lenta y que tiene más afán en obstaculizar que en favorecer la inversión. Que aplica la normativa de la UE pero no desmonta la excesiva burocracia.
Alguien con coraje (lo que parece ser una «contradictio in terminis» con la personalidad de muchos políticos) tendrá que reconocer que el PER es un modelo gastado. Lo que sirvió de parachoques ahora sirve de fármaco acomodaticio, una especie de adormecedor, un placebo. No es casual que en 2016 sólo el 2’5% de la inversión extranjera en España fuera en Andalucía. El desastre de Linares, por ejemplo, es paradigmático de una política errónea. Andalucía sigue siendo el furgón de cola en casi todo en España, y sus dirigentes, la Junta, sigue mirando para otro lado o culpando a otros. Nadie se considera responsable de este fracaso histórico, cuando ha sido la primera vez que ha habido democracia y encima ha gobernado, casi con absolutismo, en esa región una formación de supuesta izquierda.
El pasado del franquismo -esa gran coartada para justificar todos los males-, el abandono, del subdesarrollo, solamente lo han paliado, pero la desigualdad continúa, el bajo nivel educativo y, sobre todo, el empeoramiento de la situación si se compara con otras Comunidades Autónomas. No es el mezzogiorno italiano, porque nunca lo fue, pero no ha superado los males endémicos. El caciquismo antiguo ha sido sustituido por un nuevo tipo de caciquismo de partido. Pero Andalucía, con el monocultivo del aceite y del turismo, corre el riesgo, una vez más, de quedar al margen.
La gravedad del problema, lo que lo hace más profundo, es que el modelo andaluz no ha sido ni es siquiera socialdemócrata. Su crisis no va a ser del mismo orden que la del SPD alemán o de los socialistas franceses, sino de mayor calado y mayor duración. Los socialistas andaluces se han ido enajenando a gran parte de las clases profesionales, medias, más formadas, y a los pequeños y medianos empresarios, para acurrucarse en segmentos menos formados, más dependientes. Han creado una clase política clientelar, de muy cortas perspectivas, digámoslo sin ambigüedad, muy provincianas. Es exactamente el modelo que ha implantado Gaspar Zarrías. El resultado es que les crece la extrema izquierda y muchos de sus votantes emigran a Ciudadanos.
Pero la posición del PP respecto a los problemas sociales no augura nada bueno, pues carece de sensibilidad y en donde gobiernan, el modelo es prácticamente el mismo, amiguismo y clientelismo. Por eso, a pesar de los defectos de los socialistas, no consiguen ganar unas elecciones de manera clara. Son demasiado, digamos, arcaicos, y en los pueblos, muchos son puros tardofranquistas.
Lo que subyace en la sociedad andaluza es un exceso de politización en todas las esferas del poder, sea autonómico, provincial (con las discutibles Diputaciones) y municipal. La debilidad de la sociedad civil hace que el vacío lo ocupen los partidos. Y esto será parecido si otros sustituyen al PSOE, tras más de cuatro décadas de poder casi omnímodo.
Los socialistas, que aun tienen el control de la Administración andaluza y de muchos municipios, deberían ser los primeros en corregir o incluso cambiar el sistema, antes de que lo hagan otros de manera mucho peor y más drástica. Citando al ya muy antiguo Auguste Comte, pero aun actual, se necesita más moral y menos política, es decir, mas sociedad civil y menos partitocracia.
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