Dos nuevos libros para entender algo más del Oriente Medio e Israel

Kibbutz. La primera vez que oí esa palabra fue cuando mi padre que me hablaba de esas granjas colectivas, prácticamente comunistas. Mi padre había reconstruido su vida en España como Agente de Extensión Agraria, tras unos años en Francia y Bélgica, y los kibbutzs eran para él un modelo en la lucha contra la desertización, algo que en España también era y es necesario, urgente.

La segunda vez fue en 1967, cuando la guerra de los Seis días, que salvó a Israel de la desaparición tras el ataque combinado de Siria, Egipto y Jordania. Moshe Dayan se convirtió en mi héroe. Pero descubrí para mi asombro que en España todos estaban contra Israel, desde el diario ‘Ya’ que dirigía el bienpensante Luis Apostua, pasando por toda la prensa amordazada por el franquismo que, en su “tradicional amistad con los países árabes” -con las satrapías árabes, más bien- denostaba al que llamaban y todavía llaman así muchos medios el ‘Estado judío’. Hoy, todavía, una gran parte de la izquierda niega incluso su derecho a existir y ridiculiza el Holocausto.

Desde entonces he podido comprobar el odio ideológico (teñido del antisemitismo ancestral) hacia Israel que latía y late en España. Mi posición de izquierda, incluso en el clandestino Partido Comunista de España (desde 1970 a 1977) parecía casi incompatible con la defensa a la existencia del Estado de Israel. Afortunadamente, en esa época, los comunistas ejercíamos el libre examen y la libre conciencia, sin tantas trabas como ahora, había más libertad de pensamiento y no éramos políticamente correctos, como he expuesto en mi libro Comunistas y pilaristas (2017, versión Kindle).

Viajando, comprobé que la izquierda europea no era en absoluto así, que Israel tenía derecho a existir y era respetado. En España, sólo se reconoció Israel y se establecieron relaciones diplomáticas con el gobierno de Felipe González (Shimon Peres era una figura importante de la Internacional Socialista). Fue el último país europeo en hacerlo.

Hoy, setenta años después de su fundación, siguen circulando los mismos estereotipos sobre el “sionismo como arma del imperialismo norteamericano”, etcétera, etcétera. No es necesario extenderse en ello, por tan sabido, reiterado y repetido. Ni merece la pena discutirlo pues las ideas están inmóviles, petrificadas (probablemente desde 1492).

Sin embargo, para el que quiera entender, hay centenares de libros para conocer mejor la realidad de Oriente próximo o medio; apunto dos más recientes:

Christopher Simon Sykes, ha escrito ‘The man who created the Middle East’ (William Collins, London, 2017) sobre su abuelo Mark Sykes, que ingenió la división y reparto del Imperio Otomano, que daría lugar a Palestina, Siria, y los demás países, y derivadamente, Israel, más tarde. Trata de levantar la condena que pesa sobre este militar, político, escritor y viajero -le fascinó la España de 1908- que pergeñó el denostado tratado Sykes-Picot. Era un personaje típicamente edwardian, de los tiempos optimistas de Eduardo VII, que precedieron a la Gran Guerra. Conocía quizá como nadie el Imperio Otomano, que había recorrido en múltiples viajes a lomos de caballería, y sobre el que dejó varios  libros.

La inestabilidad de Oriente Medio viene de lejos, dada la multitud de tribus, etnias y religiones que convivían en los territorios que van por el Eúfrates abajo, la Mesopotamia. El Tratado Sykes-Picot de 3 de enero de 1916 se sirvió de la hostilidad de los árabes, los beduinos, los drusos y muchos más, hacia los turcos, para fomentar una revuelta árabe contra los otomanos en lo que hoy es Siria y Jordania y en el norte de Mesopotamia, que no llegó a cuajar por sus rivalidades intestinas.

El Imperio Otomano llegaba hasta las fronteras de Túnez antes de 1912, cuando Libia, la Tripolitania y Cirenaica, le es arrebatada por Italia, y en los Balcanes pierden Tracia, Macedonia y Albania. Por el sur  llegaba hasta el Golfo Pérsico y ocupaba gran parte de lo que es hoy Arabia Saudita. El Tratado creaba el dominio francés -Siria y Líbano- y el británico (Palestina, Transjordania e Irak) con el beneplácito de Rusia, frustrando las aspiraciones de los árabes que buscaban la independencia y que les apoyaron contra los turcos y alemanes (estamos en la época de Lawrence de Arabia y del exterminio de los armenios por los turcos). Al igual que el Tratado de Versalles respecto a Alemania, se habían  sembrado las semillas de nuevos conflictos.

La segregación de un pedazo de Palestina-Jordania para crear Israel es quizá el último capítulo y consecuencia de aquel tratado, también, en la visión de Sykes, para ganar el apoyo de los judíos a la Entente. El libro explica con detalle la oposición de muchos franceses a ese plan de un país para los judíos, tanto desde los católicos, como de los capitalistas que querían Siria entera para sus negocios. En noviembre de 1917, la Declaración Balfour confirmaba la promesa de un país para los judíos, con gran oposición y frustración de los cristianos  y musulmanes de esos territorios bajo dominio ya británico. La invasión inglesa de la Palestina turca comenzaría poco después, ocupando Jerusalén en diciembre. El Imperio otomano iba perdiendo territorio. El libro termina describiendo la ocupación de Raqqa en 2014 por el Estado Islámico o ISIS, quereivindicaba así la anulación del Tratado Sykes-Picot.

En otro tipo de relato, o registro, hay que destacar el libro de Elias Khoury, el conocido escritor libanés, que nos entrega ‘Les enfants du ghetto. Je m’appelle Adam’. (Actes Sud, 2018). Khoury relata el desastre de la Naqba, es decir la emigración masiva de palestinos en 1948 tras la creación de Israel. Pero lo hace contemplando las tres facetas del problema: judía, musulmana y cristiana, mostrando el contexto histórico y político, tratando de comprender todas las posiciones.

Es sabido que tras la declaración del Estado de Israel por las Naciones Unidas (con la dirección escrupulosa y legal del diplomático brasileño Oswaldo Aranha), los vecinos árabes atacaron simultáneamente al pequeño Estado, que sólo se libró de un segundo holocausto por el coraje y determinación de aquellos pioneros que no tenían nada que perder (ya habían perdido seis millones recientemente). Fue una guerra sin cuartel, atroz para ambos lados. La Naqba, el desastre, para los palestinos fue tremendo, aunque las responsabilidades recaen en gran parte en esos países árabes que atacaron con muchos más medios militares, aunque fueron derrotados .

La fundación del Estado vino tras el convencimiento, comprobado por la historia de los diez años anteriores, de que el pueblo judío sin Estado no sería nunca defendido ni por las democracias ni por ningún país. No era un regalo para compensar las cámaras de gas, sino una consecuencia más de las dos guerras mundiales y la reordenación de Oriente próximo.

Tras 1948, los países árabes y musulmanes, en represalia, iniciaron una política de expulsión de la población judía, que a veces llevaba allí desde antes del Islam, como en Irán, Irak (otro Estado creado exnovo de los despojos de los otomanos), o incluso Argelia y Marruecos. Más de setecientos mil judíos sefardíes tuvieron que emigrar a Israel, que era prácticamente el único lugar donde los acogían (Francia, Canadá y Brasil fueron otros destinos de acogida).

No se habla de esa nueva diáspora judía, ni del más de millón de griegos expulsados de Turquía (empezando con la destrucción de Esmirna) y Egipto entre 1918 1960 -en Alejandría, tierra de Kavafis, muchos llevaban más de dos mil años-, de los millones de cristianos, antiguos, ancestrales, que han tenido que emigrar y siguen emigrando, de los países árabes, ni siquiera de los italianos expulsados de Istria y Dalmacia tras la Segunda guerra.

El sionismo, de inspiración socialista, centroeuropea, heredero del Bund y de las organizaciones comunistas y socialistas judías que participarían en las revoluciones rusas de 1905 y 1917 y en la alemana, quiso hacer de Israel un país abierto, socialista, colectivista. De ahí, los kibbutzs.

Pero el sueño se fue desvaneciendo. Todo ello iría declinando por la presión exterior, por los ataques, por la eclosión del capitalismo ultra liberal. Israel fue ensimismándose, haciéndose más conservador. Los escasos kibbutzs son ya monumentos del pasado, casi atracciones turísticas. No es ajeno a ello, quizás, que la gran masa de inmigrantes, las segundas y terceras oleadas, vinieran de países no democráticos, como los árabes y Rusia. El legado de izquierda ilustrada, ese que encarnan aún personas como Amos Oz o David Grossman, van difuminándose, se pierden. Los territorios ocupados lo son por zelotes, colonos sin el más mínimo interés en la democracia. La perversa política de Israel, Netanyahu, la derecha radical israelí, así como terrorismo de Hamás y Hezbollah no ayudan precisamente a encontrar un camino hacia los dos Estados.

 

 

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Una víctima de ETA, olvidada y anónima, en Siles (Jaén)

Hace unos tres años, en verano, estaba yo comprando el periódico en Siles, un pueblo ordenado, limpio, cuidado y bonito en los confines de la Sierra de Segura. Por la calle blanca venía un hombre gritando, moviéndose con dificultad, tambaleándose.

Lo primero que pensé es que era un borracho tempranero y pensando que llevaba ya la cogorza encima, así lo dije en la tienda, con cierta sorna.

Con gravedad, serio y entristecido, el vendedor de prensa me sacó del error.

-No es un borracho, es un antiguo Guardia Civil. Le pusieron una bomba en el coche que destrozó a sus compañeros y él quedó gravemente herido, en la cabeza, por todo el cuerpo. Así va por las calles todos los días, inofensivo, hecho un desgraciado.

La gente del pueblo le saludaba con pena, y le dejaba seguir andando, mientras iba vociferando sin peligro,  para siempre.

Una víctima más de ETA, cuyo nombre no sé, una de esas personas por la que los desalmados no han pedido ni cínicamente excusas, pues como era Guardia Civil, aun lo consideran un objetivo legítimo de sus crímenes.

 

‘Bajo la tormenta’, de Seydou Badian

Seydou Badian, escritor de Mali nacido en Bamako en 1928, tiene actualmente noventa años.

Hace unos días, el pasado domingo 15 de abril, por casualidad, al borde del mar, en la route des Almadies, en Dakar, encuentro un chaval que vende libros, llevándolos en la mano. En vez de vender recuerdos turísticos, vende libros. Entre ellos, Sous l’orage (Kany), Bajo la tormenta, un libro escrito por Badian en 1954 que se ha convertido en un clásico de la literatura africana.

Es una novela que trata principalmente del encuentro entre la tradición africana, con sus costumbres, su respeto a la familia y a los mayores, sus pequeños ritos, y la necesidad de progreso. Algunos jóvenes rechazan las costumbres de sus mayores, se dejan deslumbrar por la civilización de los Blancos (con mayúscula en la novela). El título, Bajo la tormenta, es una metáfora del derrumbamiento de la sociedad tradicional a causa del colonialismo.

Seydou Badian, sabio, pensador, no pretende imponer la tradición, simplemente nos recuerda que ésta debería ser respetada, que no es necesariamente incompatible con el progreso.

Kany es una joven que quiere estudiar enfermería, que ya ha pasado unos años en la escuela de los Blancos, y “sabe leer lo que escribe la máquina”. No quiere casarse con Famagan, de la que sería una esposa más “relegada en el fondo de la cabaña”, sino con Samou, al que ama, y que no es polígamo. La madre respeta su decisión mientras el padre la desprecia y está en contra, furioso. La familia, los vecinos, la excluirán, pero ellos seguirán la vía de la libertad.

Toda esta historia es el pretexto para explicar los cambios profundos que introdujeron los colonizadores en las viejas sociedades africanas. Algunos para mal, otros para bien, como defienden muchos jóvenes (sanidad, educación, libertad –“todos seremos iguales”, “al mismo trabajo igual salario”, etc-).

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En Noflaye, route des Almadies, donde me encontré al vendedor de libros ambulante.

Pero el padre Djigui (‘padre’ es cómo designan al hombre mayor, una especie de patriarca) le advierte a la joven Kany:  “Los Blancos se pelean siempre porque se han equivocado de camino, se han enfrentado a los dioses y han perdido; deshacer lo que han hecho los dioses y sustituirlo por lo que desean los hombres, es lo que sueñan hacer audazmente los Blancos, he ahí el origen de sus guerras”.

Y cuando Kany insiste en que quieren tener esas casas, automóviles, como los Blancos, le responde el padre Djigui: «Sigue el progreso, las querellas te seguirán y esas casas, esos autos, esas máquinas te aplastarán un día y echarás de menos la aldea y la fatiga de los campos, los cantos de los piragüistas, el ir y venir de los tejedores. Porque el hombre debe poder dominar sus criaturas. Si, mediante el progreso suprimís el esfuerzo de los trabajadores, tendréis nuevas cargas y os sentiréis peor a la llegada que a la salida. Con el progreso creéis dominar la naturaleza pero quedáis prisioneros de vuestras propias criaturas”.

Los mayores se sienten postergados, sus creencias ya no son tan respetadas, “los Europeos han roto todo en nosotros; sí, todos los valores que hubieran podido hacer de nosotros los continuadores de nuestros padres y al mismo tiempo los pioneros de una Africa que, sin renegar de sí misma, asimilaría la enseñanza europea”.IMG_20180418_111242

Pero no es un libro de tesis pues Badian evoca con lirismo la luz, la oscuridad, los crepúsculos en el campo, las fieras, la caza, los animales domésticos, “el cielo estaba igual de azul que el río en el crepúsculo (es el Níger). La Luna infatigable huía de las nubes”, los espíritus benignos y malignos, la mezcla del antiguo fetichismo con el más reciente Islam. Nos describe un mundo en desaparición, sin nostalgia pero con el desencanto de la pérdida de una forma de sociedad, imperfecta, pero que tenía unas reglas nobles, ancestrales.

 

 

 

António Nobre y Jaime Gil de Biedma, poemas sobre la felicidad

Los dos poetas cantan la vida feliz, sin prisas, sin preocupaciones económicas, sin ansias intelectuales, en una casa sencilla (blanqueada, frente al mar) aunque el portugués añade que añora una mujer que le dé una hija.

 

Canto da felicidade (Ideal dum parisiense)

Por António Nobre (Oporto, 1867-1900)

 

Felicidade! Felicidade!

Ai quem me dera na minha mão

não passar nunca desta mesma idade,

Dos 25, do quarteirão.

 

Morar, mui simples, nalguma casa

Toda caiada, defronte o Mar;

No lume, ao menos ter uma brasa

E uma sardinha para nela assar…

 

Não ter fortuna, não ter dinheiro,

Papéis no Banco, nada a render.

Guardar, podendo, num mealheiro

Economía pró que vier.

 

Ir, pelas tardes, até à fonte

Ver as pequenas a encher e a rir,

E ver entre elas o Zé da Ponte

Um pouco torto, quase a cair.

 

Não ter quimeras, não ter cuidados

E contentar-se com o que é seu,

Não ter torturas, não ter pecados,

Que, em se morrendo, vai-se pró Céu!

 

Não ter talento: suficiente

Para na vida saber andar,

E quanto a estudos saber somente

(mas ai somente) ler e contar.

 

Mulher e filhos! A mulhercinha

Tão loira e alegre, Jesús, Jesús!

E, em nove meses, vê-la choquinha

Como uma pomba, dar outra à luz.

 

Oh! Grande vida, valha a verdade!

Oh! Grande vida, mas que ilusão!

Felicidade! Felicidade!

Ai quem me dera na minha mão!

 

 

De vita beata

Por Jaime Gil de Biedma (Barcelona, 1929-1990)

 

En un viejo país ineficiente,

algo así como España entre dos guerras

civiles, en un pueblo junto al mar,

poseer una casa y poca hacienda

y memoria ninguna. No leer,

no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,

y vivir como un noble arruinado

entre las ruinas de mi inteligencia.

 

 

 

 

Llerena, el sosiego

Hay pueblos a los que solamente se puede llegar por carretera, sin ferrocarril ni autovía. Eso les ha podido hundir, o quizás, mejor, salvar. Así es Llerena, la antigua Allaria o Ellerina, al sur de la inmensa provincia de Badajoz. Calles blancas, prístinas, limpias. Las paredes refulgen en el sol de la tarde. Todas las puertas y ventanas están pintadas de marrón oscuro, no sé si por orden municipal o por el austero y sobrio buen gusto de los moradores. Rejas negras, rectas, sin florituras estériles, puertas bien pintadas, de marrón oscuro, algunas entreabiertas como es costumbre en el sur, invitando al paseante a entrar hasta la cancela, como indicando hospitalidad y que la casa está habitada.

image-e1522952358777.jpegLas calles de Llerena, al iniciarse la primavera, están muy tranquilas. Son calles solitarias, con algunos portales que declaran su pasado mudéjar, como las torres de sus iglesias y antiguos conventos, en especial la parroquial de Nuestra Señora de la Granada. Ha de tenerse en cuenta que en el siglo XVIII Llerena llegó a tener el diez por ciento de su población religiosa. Rodea el pueblo una extensa campiña, sembrada de cereales, tierras que ya fueron puestas en cultivo por los romanos.

Se venden muchas casas, los letreros cuelgan de los balcones. No sabe el viajero si Llerena es un pueblo con mucha actividad económica, si da de comer y trabajar a sus jóvenes. Pero es un pueblo bello, un pueblo que merece tener más actividad, que se organicen más reuniones, conciertos, que tenga más vida. Aquí vivió y trabajó algún tiempo Zurbarán, aquí nacieron el descubridor del Cañón del Colorado, la actriz Catalina Clara, entre muchas personas que dieron renombre al lugar y al país. El museo histórico, antiguo palacio episcopal, es nuevo, es digno de una visita sobre todo por la obra en sí.

Desayunamos en la plaza, en La Casineta, bar y café popular donde los llerenenses se encuentran y charlan. Atienden rápido y con simpatía, pan tostado con aceite y tomate o manteca colorá, suave o picante, ese desayuno ancestral andaluz. Es uno de los bares de los soportales de la plaza, plaza mudéjar y blanca, impoluta y civilizada. Un hombre se queja de que no ha podido plantar a tiempo las patatas porque ha llovido mucho, lo que nos recuerda que estamos en una comarca agrícola por excelencia, en la que todo gira en torno al campo, como desde la época romana, aunque tiene un pasado de fábricas textiles y minero.

imageLuego nos vamos a ocho kilómetros de allí, hacia el este, a Las Casas de la Reina, donde hay un teatro romano bien restaurado, con vista al norte sobre todo el horizonte de la campiñ. Era la ciudad de Regina, una población de paso y parada obligada entre Emérita Augusta y Córdoba, al pie de una alcazaba. Algo más lejos, están las milenarias minas de hierro de La Jayona, que cerraron en 1921.

Pero no encontramos libros sobre la rica historia de Llerena, historia de la Orden de Santiago, de la Inquisición, que allí tuvo sede durante tres siglos, ni de los alumbrados, esa secta pseudo mística que fue perseguida en los tiempos de Felipe II. Hay dos pequeñas papelerías donde venden prensa y pocos libros. El remedio, para el viajero con más tiempo, es acudir a la biblioteca municipal, bien surtida. Tampoco encontraremos muchos libros en la cercana Zafra que, esa sí, tiene unas cuantas librerías, como la simpática Atenea. Bastantes cosas de la guerra civil, pero nada del pasado romano, medieval o renacentista. También se pueden encontrar algunos estudios en la red, dispersos y de desigual calidad.

Para más información de visitas y alojamiento, consultar http://www.llerena.org, y, para los curiosos sobre Extremadura, se pueden buscar los libros de la Biblioteca Popular Extremeña, donde se cuenta mucho de esta región, desde los tiempos romanos hasta la guerra civil del siglo pasado.