La pluma del cormorán

Sobre, libros, escritores, la Sierra de Segura (Jaén) y comentarios de actualidad por Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

La pluma del cormorán

Felipe Benítez Reyes, novelas y poemas.

Pero la vida ocurre sólo en el presente
en el fluido veloz de la insignificancia

Felipe Benítez Reyes

Es una impertinencia, es casi insolente querer comentar en cuatro párrafos un libro que tardó diez años en escribirse. Y menos hacer una crítica literaria como si fuese un cirujano de las letras.

Aún así, deseo comentar El azar y viceversa , obra deslumbrante, un libro largo que entronca con la novela picaresca, que relata las venturas y desventuras de un personaje de Rota en los pasados años sesenta y setenta. Está compuesto por esos retales de gentes de nuestro país de hace medio siglo, lleno de hallazgos verbales, desparpajo y con ese humor que Benítez Reyes sabe administrar. El es un pince-sans-rire, como llaman los franceses a quien hace reir como sin querer, sin hacer el ademán del gracioso.

download-2La primera parte, más que la crónica agridulce de una época de Rota, es la elegía de Rota, de esa Baja Andalucía tan personal, tan diferente (no en vano en la Constitución Federal de la Primera República se decía que “componen la Nación española, los Estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja, etcétera”). De unos años lejanos, los últimos del franquismo en que la sociedad se salía por las costuras de la gazmoñería reinante. Rota, situada estratégicamente en la entrada de la Bahía de Cádiz, parece que hubiera atraído, como un cruce de civilizaciones –que siempre fue aquella esquina de la península-, no sólo los navíos de guerra norteamericanos, sino los tipos más singulares y estrafalarios que en la pluma de FBR cobran relieve. Son los tiempos de Emerson, Lake & Palmer, de los bakuninistas y de los colgados, entre toda esa turbamulta que frecuenta bares como el Hades.

La segunda parte de la vida de Antonio Jesús Escribano Rangel se desarrolla en Cádiz en un ambiente entre estudiantil y de los bajos fondos de chamarileros y tratantes de antigüedades y otras cosas. Sin olvidar la sardónica mirada hacia algunos poetastros.

La tercera es Sevilla, donde el protagonista trabajará para El Tunecino, comerciante de trastos viejos, rico y humano. Una Sevilla cervantina aún, de Rinconete y Cortadillo, Mercedes Benz negro y un diputado autonómico, una prefiguración o premonición de lo que luego hemos visto que ha transitado por la política andaluza.

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La librería de lance, óleo sobre tela, 40×30

Hay humanidad y cierto afecto en las descripciones hasta de los más negativos personajes, por ejemplo, Cupido, salvo en la de Fantomas, el padrastro, y el estúpido y aprovechado diputado autonómico. Pero también hay momentos de gravedad, pues Antonio, el protagonista, cuyo nombre aparece sólo una vez, el pelirrojo, oculta bajo su humor despegado bastante dolor. A lo largo de su historia van apareciendo todas las emociones del personaje, desde el cinismo y la desvergüenza más simpática, hasta el amor, el dolor, la amistad, la perplejidad, la inocencia, hasta hacérnoslo tan real como descubrimos al final. Si de los cuatro humores debiera escoger, pienso que el personaje es entre flemático y melancólico.

Azar

La misteriosa portada del libro

Sin elogiarlo a expensas de otros coetáneos que también escriben en buen español, encuentro en FPB descripciones sin palabras superfluas, sin asomo de retórica, con personajes inefables –que darían para varias novelas por sí solos-, el ritmo de la vida del pícaro que disfraza su dolor del huérfano, de la madre maltratada por el padrastro, bajo un distante y cariñoso humor, con esas frases finales, cortas, sin moralizar, desdramatizando, que sintetizan y rematan decenas de líneas. Sólo podría decir, para que esta reseña voluntaria, no encargada, sea sincera, que a veces hay como un exceso de celo en la redacción que alarga ciertas descripciones, ciertos personajes. Pero, en todo caso, como decía Navarrete de Cervantes, está “escrita con lozanía, ligereza y las gracias y sales cómicas”, que precisa toda obra de pícaros, sin que sea ésta una obra jocosa.

Pues apresurado es calificarla de picaresca. Termino su lectura con un nudo en la garganta. El libro es una épica, la historia de una vida en medio de los altibajos de aquella España donde la lucha de clases parecía haber sido sustituida por un sálvese quien pueda, a través de bares, alcohol, trapicheo y choriceo. Las múltiples voces de la novela son una novedad en el panorama de los argumentos al uso en la mayoría de las novelas españolas actuales, poblados de intelectuales, burgueses afligidos, clases altas desorientadas. Aquí son los borrachines, los laissés pour compte, los desharrapados, peristas, chamarileros, gitanos, guiris, aprovechados, escritores sin lectores, toda esa gente que no suele ser protagonista de nada, salvo de las páginas de sucesos.

El libro, desde lo particular, con los detalles tan bien contados de esas vidas medio rotas, de fracasados, vividores y supervivientes, llega a lo universal. La incertidumbre, el hombre frente a su destino, el amor y la muerte, es decir, el argumento de todas las vidas. Es un libro para guardar, releer, volver a reir o disfrutar con algunas de las peripecias del protagonista. Un libro que no acepta ser resumido, que hay que descubrir.

Llegar tarde, pero aún a tiempo, a un poeta, a un escritor, encierra dos sentimientos, uno de regret, de no haberlo disfrutado antes, otro, más positivo, del placer de descubrir algo que nos conmueva.

He conocido a Felipe Benítez Reyes por casualidad y buena suerte hace un par de meses. En Lisboa compartimos almuerzo en el sosegado Círculo Eça de Queiroz circuloecadequeiroz.com junto con su mujer, Silvia. Me sonaba su nombre de frecuentar librerías, pero le confesé que no había leído nada suyo. Hizo un pequeño gesto amable de no darle importancia (recuerdo una vez, contrariamente, que un escritor francés al que le habían concedido el Premio Cervantes, casi me recriminó, ofendido, porque yo no estaba al corriente de tamaño honor).

Mi ignorancia la he solucionado tras pasar por la librería Visor, en el barrio de Argüelles de Madrid, esa librería en la que desde hace cincuenta años se encuentra todo lo interesante, donde te buscan todo, entienden de libros y donde se puede uno estar horas, demorarse en hojear volúmenes, en descubrir ediciones desconocidas. Las mesas ofrecen las novedades inteligentes, no las del mero mercado, no lo banal y consabido. Los anaqueles siempre tienen sorpresas. Y la colección Visor de poesía –la decana- siempre nos sorprende y se adelanta a nuestros gustos y búsquedas, como si los intuyera. Que Visor esté casi siempre vacía en un barrio universitario, lleno de bares, dice poco bien del espíritu universitario actual.

Felipe Benítez Reyes ha tenido el buen sentido de permanecer en Rota, su lugar de nacimiento, desmintiendo con su extensa y muy contemporánea –y cultivada, sin atisbo de pedantería- obra el mito de la centralidad, de los salones literarios del cotilleo y las familias intelectuales. Y Rota y Cádiz forman parte de su universo literario sin caer en los costumbrismos. Una tierra que evocan siempre sus relatos. Tierra que me es remotamente familiar pues pasé tres veranos de mi infancia no muy lejos, en aquella Chipiona de villas, casas con jardines de buganvillas y camaleones, aun no masacrada y achabacanada por el hormigón, en el pequeño Hotel Sur de Paco Cotro, frente a la capilla de Regla, o en Villa Mercedes. Chipiona era entonces una reserva de vida, peces extraños, rayas, restos de barcos semihundidos, todo estaba todavía virgen. El viaje desde la estación de Jerez lo hacíamos en un imponente Mercedes 190, ‘colas’, atravesando viñedos y pequeñas aldeas con molinos de agua cuyas paletas giraban lentamente en el cielo cremoso de la calima.

La ventaja de leer poesía y novelas sin pasar por el filtro previo, por el pre-juicio, de los críticos, es la que experimento con Felipe Benítez Reyes, la sorpresa ante lo desconocido. Así que seguimos:

imagesLos doce relatos de un almanaque en Cada cual y lo extraño contienen las mejores descripciones de los turistas, de los viajeros perdidos en terminales inhóspitas de aeropuertos (¿las hay que no lo sean?), los adolescentes, los dramas de parejas, el pequeñoburgués, los viejos (“Mi padre prosiguió, en fin, con su rutina de limbo, estando sin estar, dentro de sí para no estar dentro de nada”). A pesar de los dramas reales que cuenta, su escritura viene teñida siempre con ese humor, esa distancia que siempre ha sido natural en la mejor literatura hispana. Sobre ese escenario moderno, de la ‘vida notarial’, como él dice, van apareciendo los personajes humanos, contradictorios y, al fin, sensibles, tratados con afecto.

En su poesía, Felipe Benítez Reyes, con la misma personalidad, querencias y preocupaciones que afloran en su prosa, se mantiene más escueto, con la economía de la palabra. Nada interfiere en la claridad, no hay retórica ni palabras rebuscadas. No hay conmiseración, lamento ni esa especie de sentimentalismo, jeremiada o de sentirse sorry for himself que aflora desgraciadamente en tantos poetas. Sólo lucidez y sensibilidad, con la palabra exacta.

En la colección publicada bajo el título Libros de poemas (Visor, Madrid, 2009) el protagonista es el tiempo, con minúscula y con mayúscula, esa indagación que es de todos nosotros, aunque a veces pretendamos esquinarla, mirar para otro lado.. En La misma luna es el tema central -pero quizá lo sea en todos sus poemas-, que enlaza con los materiales más frecuentes, pero siempre nuevos, contados de otra manera, de Benítez Reyes. En estos poemas, si tuviéramos que escoger cuatro palabras que siempre retornan, serían: tiempo, niebla, memoria y espejismo. El tiempo incesante, fugaz, vacío, el Tiempo que Benítez Reyes disecciona y cataloga en todas sus formas, como en

            el presente, ese urgente espejismo que aún no es tiempo,

o “la corrupción del tiempo”, “el tiempo que llama a la puerta”, “el tiempo circular”. Todo va unido, entrelazado, en una especie de búsqueda de qué es el tiempo, es decir, qué es la vida.

                                    Tiempo que destruiste

                                   las cosas más pequeñas

                                    con el mismo rencor

                                    que a los imperios

Los enlaces o engarces entre los temas, entre las estrofas, esa línea que nos lleva hasta el final, sea culminación o desolación, en cada uno de sus poemas, es lo que hace singular su poesía, poesía que, como todo canto, debe ser leída en voz alta con su ritmo de versos libres de ataduras formales.

De los 276 poemas se puede elegir cualquiera, todo es subjetivo. Para resumir el arduo trabajo de todo poeta con las palabras, yo escojo En torno a las palabras,

                        Estamos condenados a ese pacto:

                        Expresar cada cosa

                        Para que cada cosa exista en este caos

                        Como una sombra armónica

                        …

Para resumir, no resisto citar unos versos de Antonio Machado que resumen lo que se puede decir de la poesía de Felipe Benítez Reyes,

En su claro verso se canta y medita sin grito ni ceño

Para terminar, según me informa mi amigo Ángel Vivas, crítico literario, Benítez Reyes también toca muy bien la guitarra, ah, y el curioso también descubre, subrepticiamente, que el collage que ilustra la cubierta de este poemario es de un tal FBR (pintar quizá sea su pequeño violín de Ingres).

 

 

 

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El cortijo de la Inquisición y el soldado francés perdido

El cortijo de la Inquisición duerme bajo sus ruinas no muy lejos del pueblo andaluz de Villacarrillo, provincia de Jaén, en un altozano rodeado de rastrojos. En una loma amarillenta en medio de los olivares, se yerguen aun los muros decrépitos de lo que fue, según, los viejos, un lugar de mazmorra, tormento y muerte.

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Gran cruz bermeja

Se pueden ver todavía los restos de un horno, sus ventanas grandes, demasiado suntuosas para una vivienda normal. En el muro del norte hay, algo borrada por el tiempo, una misteriosa gran cruz pintada con sangre de toro o en almagre, como en las viejas iglesias, y otra más pequeña, con un INRI marcado muy fino y dos números 17… Quizá fuera en el siglo XVIII cuando fue prisión tenebrosa por última vez. O no, según la historia que he oído después. Hay quien dice que hasta hace poco se podía entrar en las mazmorras, donde había ganchos de hierro en las paredes y una viga que se usaba como cadalso.

Villacarrillo era a principios del siglo XIX la cabeza del Partido Judicial de la parte oriental del entonces Reino de Jaén, con siete villas bajo su jurisdicción y nueve ayuntamientos. Parece lógico que una especie de delegación de la Inquisición tuviera allí también su sede.

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Una cruz dibujada, con INRI y parte de una fecha.

No había muchos judíos conversos por aquellos pueblos a quien perseguir. Más probablemente serían sus víctimas mujeres acusadas de brujerías, como las que se reunían a hacer conjuros y adorar la Luna, dicen, en las inmediaciones de la torre mora de Los Lagartos. Esta todavía se alza en el camino de La Puerta a Siles. La torre (cuya etimología, como la del Cardete viene de lacerti, lugar defendido y fuerte) es muy anterior a los musulmanes, probablemente de la época de las guerras púnicas, como las otras tres que se alzan aún entre Orcera y Segura.IMG_4747

El interior del cortijo es hoy inaccesible al haber colocado los propietarios actuales, una empresa aceitera cordobesa, unas alambradas que protegen de los derrumbamientos pero ocultan para siempre la historia de esa aislada, enorme y singular edificación. Se pueden apreciar tres cuerpos diferentes, con sillares y mampostería diferentes. Un ave rapaz sobrevuela las ruinas en la mañana de julio aún no arrebatada por el calor.

La historia, o la leyenda, mejor, se complica porque tuve una borrosa noticia de un caso extraño ocurrido durante la Guerra de la Independencia. Al parecer, encontraron allí, hacia 1810, el cadáver desfigurado de un soldado francés. Es sabido que el IV Cuerpo de Ejército, al mando de Sebastiani, entra en Andalucía desde Villanueva de los Infantes por Montizón, aunque sufren bajas en una emboscada en las inmediaciones. En Montizón fue deshecho por los franceses el pequeño cuerpo de ejército mandado por Gaspar Vigodet, en enero de 1810.

Pero este francés, probablemente extraviado, errante tras la escaramuza de Montizón, no fue apresado por las tropas regulares, ni siquiera por la guerrilla que capitaneaba Antonio Calvache -que en octubre de 1810 fue apresado y ejecutado por los franceses-. Fue entregado por unos pastores que habían descubierto entre sus papeles lo que decían ser ‘cartas de moros’. Un cura desmintió esa tontería, propia de analfabetos, diciendo que era una libreta, o un libro pequeño, en hebreo, lo que hizo considerar que el soldado, de apellido Furtado o Hurtado, que hablaba algo de nuestra lengua, era en realidad un judío español, es decir, culpable de judaizar bajo el uniforme francés. Con ésas, fue entregado a lo que quedaba del Santo Oficio, que había ejercido su jurisdicción en ese lugar. Allí ya había pocos oficiantes pues la supresión oficial de la Inquisición por Napoleón la había debilitado mucho. No obstante, no habían sido obligados a abandonar ese cortijo, donde se agazaparon como aves de presa, casi clandestinos, al acecho de los imprudentes que por allí se aventurasen. No se hizo autopsia del cuerpo, pero las notas de un albéitar –no hubo juez ni médico por medio-llamado Pulido dan cuenta de señales de atroces tormentos practicados en el infeliz soldado. Era la venganza de los decaídos inquisidores contra un francés y, encima, judío. (La Inquisición sería reestablecida por Fernando VII y subsistió hasta 1834, en que fue abolida definitivamente por la reina María Cristina de Borbón, el mismo año del Estatuto Real).

Indagando sobre los Furtado, descubrí que eran oriundos de Bayona, en el ahora País Vasco francés. En 1789, año de la Revolución francesa, residían entre la frontera española y Burdeos hasta cinco mil descendientes de los judíos españoles y portugueses. En una Francia con veinticuatro millones de habitantes, sólo había unos 40.000 judíos y todos fueron hechos ciudadanos por la Convención. Los jóvenes judíos, liberados de su consideración segundona, se alistarían voluntarios en las tropas napoleónicas que para ellos eran el símbolo de la igualdad y equiparación con el resto de los franceses. Podían ser ya reclutas de la Nación. Iban, como iría Furtado, convencidos, no de que invadían un país, sino de que llevarían la civilización, el Código Civil y los derechos del hombre, la igualdad y la libertad, que lo liberaban del oscurantismo, e irónicamente, de su manifestación más siniestra, la Inquisición.

Furtado

Fragmento del libro que llevaba Isaac Furtado entre sus pertenencias

Pude averiguar que de la familia Furtado (que había adoptado la grafía portuguesa de su original apellido, Hurtado), en Bayona mismo, entre los chocolateros y los vendedores de tejidos, muchos de los cuales aun conservan sus comercios, salieron varios reclutas, uno de los cuales había desaparecido en la guerra peninsular, llamado Isaac. También llegué a saber que el librillo en hebreo que llevaba, y que le condujo a la muerte que le dieron los últimos celosos inquisidores, no era una biblia sino una obra de su ilustre tío, Abraham Furtado, miembro del Sanedrín y de la Asamblea de Notables convocada por Napoleón para organizar el judaísmo francés dentro del marco constitucional.

Curiosamente, he sabido también que en Úbeda hubo antes de 1492 una familia hebrea, los Hurtado, probablemente la misma, que huyeron a Portugal y probablemente son los mismos que en el siglo XVIII se asentarían en la Aquitania. El joven recluta había ido a morir, por azar o por el destino, tres siglos después, como un paria, muy cerca de la cuna de sus ancestros.

Tras este macabro hallazgo, que podría haber ilustrado uno de los ‘desastres de la guerra’ de Goya, el cortijo quedó maldito entre las gentes de la comarca y ni siquiera tras la Desamortización hubo muchos pastores, muleros o aparceros que quisieran habitarlo. Como mucho, fue utilizado su patio como pequeña tinada temporal, y para guardar cereal en trojes. En la primera mitad del siglo XIX el término se dedicaba a los cereales, casi veinte mil fanegas, mientras el olivar sólo ocupaba dos mil, y los viñedos, setecientas.

Los franceses seguramente lo tomarían y lo usarían para encerrar prisioneros a los levantiscos pastores de la sierra de Cazorla, abandonándolo después.

Esta es la historia que me ha contado un erudito local, bibliotecario jubilado, que vive entre sus papeles viejos, revistas del Instituto de Estudios Giennenses, sin que nadie le haga caso, en una cortijada medio abandonada, con unos añosos pinos, un parral, un pozo casi seco –aunque las lluvias de este año lo han rellenado- y unos patios destejados.

 

‘Marx, grandeza e ilusión’, la biografía escrita por Gareth Stedman Jones

La crisis económica y financiera iniciada en 2008, de la que aun no hemos salido y cuyas consecuencias políticas se siguen notando, entre otras, por el auge de los populismos, por la sensación de inseguridad, han vuelto a poner el pensamiento de Marx en el candelero. No es ajeno a ello, también, el centenario de la revolución soviética este año.

Pero, por lo menos, el fin de la guerra fría ha permitido que podamos leer a Marx y su pensamiento de una manera menos militante, más objetiva, sin ideas tan preconcebidas, que nos separemos de las interpretaciones mediatizadas por el dogmatismo o la ortodoxia. Karl Marx ha sido, en efecto, uno de los pensadores más mal interpretados. Pero si su pensamiento sigue interesando es porque muchos de sus análisis siguen siendo válidos, certeros, aunque sus previsiones no se hayan cumplido. Al igual que los análisis de Adam Smith o de Malthus siguen siendo útiles, aunque no haya que seguirlos al pie de la letra.

Karl Marx, como persona, como pensador y como revolucionario ha ejercido desde hace más de un siglo una fascinación que no se apaga. Ya no estamos en la lucha de las ideologías ni en la Guerra fría y, sin embargo, el personaje y sus ideas no cesan de interesarnos.

Marx ha sido objeto de numerosas biografías de todo tipo, desde aquella de Franz Mehring o la casi canónica de Isaiah Berlin, hasta la de Jonathan Sperber, o la de Mary Gabriel, ésta más sobre la intimidad de los Marx, por citar las más recientes. No es ajena a esta densidad biográfica la eterna duda de por qué el marxismo llegó a producir monstruos, un poco como el sueño de la razón de Goya. Seguimos intentando entender por qué en nombre de Marx se han perpetrado dictaduras, gulags, guerras, algo tan ajeno a él mismo, un pensador que aun en los momentos más álgidos se comportó sin aventurerismo y se opuso a las soluciones violentas que otros defendían, como Blanqui o Bakunin.

Hoy, Gareth Stedman Jones, profesor de Cambridge y Londres, nos aporta otra biografía, muy completa pero que ha sido recibida de manera diferente por los distintos estudiosos. Para algunos, Jones es un cripto fabiano revisionista que no hace justicia a Marx, para otros su libro es fundamental para entender mejor el marxismo.

La obra de Jones tiene tres enfoques entrelazados, que no tres partes: la persona de Marx, a quien llama, para simplificar, Karl, su pensamiento y su actividad política. El propósito declarado de Jones es situarle en el contexto del pensamiento alemán y europeo del siglo XIX y entender qué ha sucedido con las distorsiones, dogmatismo y malas interpretaciones que le han seguido.

El personaje

Marx nace en Renania, territorio que había formado parte del Imperio napoleónico y que tras 1815 era parte de Prusia. Un país por tanto sometido a diversas influencias, en el cruce de todas las tendencias políticas y filosóficas, incluidas las revolucionarias francesas, en la que había unas clases alta y media cultivadas, donde proliferaban las instituciones académicas y unas publicaciones y prensa de alto nivel.

Jones profundiza bastante en la personalidad de Karl, en su impaciencia e intolerancia con sus oponentes, su actitud a veces inmisericorde frente a los detractores y críticos. Y también en su relativo hermetismo sentimental que Jones escarba y desmitifica, pues la relación que tuvo con su mujer y con sus hijas, sobre todo, distaba mucho de ser fría. Marx fue un esposo amoroso -con sus deslices- y un padre acogedor; sin entrar en cotilleos, nos describe muy bien al Karl padre, amigo, sus eternos agobios económicos, sus furias y su humor. Recuerda Jones lo que ya se ha señalado hasta la saciedad, como eran sus agobios económicos, su despreocupación “aristocrática” -como lamentaba su padre, Heinrich Marx- por el dinero. Las cartas que recoge Hans Magnus Enzensberger en ‘Conversaciones con Marx y Engels’ (Anagrama, 2009) son una buena muestra de su personalidad compleja, amable, y a veces también furibunda. Marx conservó muchos amigos toda su vida y mucha gente le apreciaba, a pesar de su intransigencia.

La cultura de Marx encuentra su raíz en los últimos destellos de la Ilustración, de la Revolución francesa (nace tres años después de la batalla de Waterloo), en la tradición filosófica alemana y en un gran conocimiento de la literatura clásica, del derecho y de la historia. Es, además, un representante de lo que se ha dado en llamar el ‘genio germano’, en ese incomparable contexto filosófico y cultural de Alemania en el siglo XIX.

También destaca su capacidad de liderazgo, su firmeza y tenacidad intelectual – a veces rayana en la arrogancia y la soberbia- incluso en los momentos en que más dudas había de que sus previsiones se cumpliesen, como las revoluciones frustradas de 1848, o el desastroso final de la Comuna de París. Pero, como nos dice su biógrafo, Marx tenía claridad incluso cuando se equivocaba.

Su pensamiento y su actividad política

El problema con los intérpretes de Karl Marx ha sido siempre el de distinguir entre lo que dijo, lo que quería decir y lo que sus seguidores querían que hubiera dicho.

Esta es la parte más interesante, profunda, y complicada, de la biografía de Jones.

Marx va a Berlín con diecinueve años, ciudad que era un hervidero de filosofía y pensamiento jurídico aun cuando era la capital de una Prusia donde no había parlamento ni jueces independientes. Estudia a fondo la jurisprudencia y las tesis de Savigny y de Gans sobre el derecho romano y el germánico.

Desgraciadamente, a pesar de su gran conocimiento del Derecho, nunca llegó a emprender lo que sería la cuarta parte del Capital o la Crítica de la Economía Política que quería dedicarlo al análisis del Estado moderno y de la burocracia. A ésta la considera como la encarnación institucionalizada de la alienación política, basándose en la realidad de todos los Estados alemanes, donde ejercía un papel retrógrado, un bloqueo de la sociedad. Pocos marxistas siguieron esta sugestión lo que explica la derivación fatal de la experiencia soviética y de los otros ensayos, hacia el totalitarismo y el Estado burocrático, lo que denunciaría Trotsky. El propio historiador soviético Pashukanis ya advirtió que toda ley se transforma en administración llegando a confirmar, por otra vía, el aserto de Hayek, el pensador liberal, de que el Estado no es sino una carga para la energía y creatividad de la sociedad.

Jones nos describe el contexto del pensamiento alemán en el que Marx se forma, en la tradición kantiana y de Fichte y, por supuesto, en la de Hegel. La dialéctica hegeliana será la herramienta preferida de Marx, aunque no siga el pensamiento conservador de Hegel. No es por azar que Marx dedique su tesis doctoral a Epicuro, al que considera el precursor de la libertad de conciencia y de la libertad individual, un tema que enredó los debates filosóficos alemanes durante décadas, en plena Ilustración.

Jones se detiene largamente en sus estudios y sus debates sobre el cristianismo, quizá porque la oposición en Renania entre católicos y el protestantismo prusiano corría paralela a los primeros planteamientos radicales y socialistas y condujo a los primeros revuelos después de las revoluciones de 1830. En efecto, la crítica de la religión fue una de las preocupaciones principales de Marx, en la estela de Strauss y de Feuerbach, sobre todo.

Muchas de estas ideas las plasmaba entonces en sus artículos en la Gaceta del Rhin, Rheinische Zeitung, junto con Bruno Bauer, que acabará siendo clausurada y prohibida 1843. Marx, sin trabajo ni ingreso alguno, con las Universidades que le cierran sus puertas, debe abandonar Alemania y se va a París, que es donde iniciará su amistad con Engels, al que ya había encontrado brevemente en la Gaceta.

A partir de entonces se distancia de los jóvenes hegelianos, de Bauer y Rüge, y deviene ‘comunista’. Es por esa época en la que se empieza a interesar por la economía política. Se convence de que la emancipación del hombre no se ha producido ni con el judaísmo ni con el cristianismo ni con el hegelianismo. La crítica teórica no ha sido suficiente, el fin de la alienación del hombre, sea por la religión o por el dinero, es históricamente necesaria.

Expulsado de Francia, su estancia en Bruselas marca el inicio de su critica de la economía política que Jones atribuye al pensamiento crítico francés, relativizando la supuesta originalidad de Marx en su descripción de la alienación del trabajo, en la acumulación primitiva de capital y el empobrecimiento y miseria de los trabajadores, los que serán los puntos más debatidos sobre el análisis marxista durante el siguiente siglo XX.

Marx es quien acaba con la Filosofía idealista alemana, sobre todo con Hegel. Sigue a Bruno Bauer y a Feuerbach, profundizando en el paralelismo de la alienación del trabajo y de la alienación en la religión, pero se separa de ellos porque, en su famosa frase, ya está bien de interpretar el mundo, “hay que cambiarlo”. Es el socialismo científico que rompe con el idealismo especulativo, con los socialistas utópicos, como él dice.

El concepto de alienación es esencial en su análisis de la economía política, para liberarse de la cual es preciso acabar con tres cosas: el patriarcado, la religión y la propiedad privada. El comunismo no será sino el retorno del hombre hacia sí mismo. En ese sentido, abre la vía a la interpretación humanista del marxismo que algunos autores cristianos exploraron después a fondo, como Yves Calvez. Recordemos que Marx sostenía que el hombre no era un ‘ser natural’, sino un ‘ser humano natural’ cuyo origen estaba en la historia, no meramente en la naturaleza. Era un ser histórico cuya salida del Paraíso consistía en haber adquirido la libertad de decisión, el famoso libre arbitrio, que le sería cercenada después por el poder, la propiedad y la religión. Aquí Marx entronca con la tradición idealista, a la que añade el materialismo como método de análisis, pero sin renunciar, al contrario, a la libertad del hombre, esencial para él.

El cambio histórico es sin embargo analizado por Marx de una manera bastante rígida (era un gran admirador de Darwin), con una carga de inevitabilidad y determinismo, el llamado socialismo científico, que dañará y perjudicará el marxismo en el futuro.

‘El Capital’ es una descripción sobre todo del capitalismo inglés tal como lo conocían Marx y Engels. Los postmarxistas lo han considerado a menudo como un dogma, cuando el propio Marx revisaba una y otra vez sus escritos y sus análisis. Por ejemplo, cuando se simplifica el pensamiento de Marx considerando que él afirmaba que la existencia determina la conciencia, de manera causalista y mecanicista. Su planteamiento era mucho más complejo y matizado: era el ser social del hombre lo que determinaba su conciencia.

Teoría y práctica

La Primera Guerra mundial se llevó por delante muchas de sus teorías, al igual que esta hecatombe causaría en el campo del arte, la literatura o la psicología. Las ‘tormentas de acero’ que admiraba Ernst Jünger, acabaron con muchas ideas recibidas. Cuando los socialistas alemanes defienden la guerra, cuando Jaurès es asesinado, podemos decir que acaba el marxismo tal y como lo propusiera Karl Marx. Diríamos que el marxismo sucumbe a la primera Guerra mundial, cuando el militarismo y el nacionalismo toman la delantera del internacionalismo proletario que la Segunda Internacional intentaba defender mal que bien.

Jones, como muchos otros biógrafos, intenta separar el marxismo de Karl de la aplicación que de él se haría en el siglo XX, el llamado materialismo mecanicista. En ese sentido, es cierto que Lenin, las tesis del socialismo en un solo país y, por supuesto, Stalin, enterraron todo el pensamiento de Marx.

Posteriormente la NEP, nueva política económica y socialismo en un solo país acabarán de dar al traste con la originales ideas marxistas. Además, en la historia del siglo XIX se estudia poco no ya la lucha de clases, sino las contradicciones en el seno de las propias clases burguesas, entre sectores republicanos y monárquicos o dinásticos. Algo que hasta observamos claramente en obras literarias como la novela ‘Lucien Leuwen’, de Stendhal.

Las ideas de Marx chocarían abruptamente con la realidad, principalmente porque la primera revolución que se hace en su nombre o supuestamente inspirada en su pensamiento y obra, acontece en el país menos previsible, en Rusia. Esto condicionará toda la visión que del marxismo tiene gran parte del mundo. Que haya habido dos revoluciones inspiradas en el marxismo en China y en Cuba, dos países “no industriales”, tampoco ha ayudado a depurar el pensamiento marxista de adherencias y confusiones originadas por otros pasados históricos, no contemplados o previstos por Marx.

Además, en cierto modo la “marca” marxismo fue expropiada, usurpada, por los socialdemócratas, de un lado, y por los totalitarios, de otro. Se apropian del término y en nombre del marxismo, que muchos consideraron una especie de profecía, y así se cometen inmensos errores de apreciación y de puesta en práctica de las ideas.

El biógrafo dedica una parte de su estudio al impacto que los movimientos revolucionarios alemanes y franceses tuvieron en la actividad intelectual de Marx. Más de cien páginas en las que pone de manifiesto que Marx desconcertó a menudo tanto a sus compañeros cómo a sus adversarios, pues los movimientos populares no ‘encajaban’ en sus premisas teóricas . A partir de 1870, el movimiento obrero seguirá unos pasos que Marx no había previsto exactamente y sus teorías se verán relativamente marginadas. Pero también es cierto que Marx menospreció la tradición liberal inglesa, la de Charles I, Charles II y James II, a pesar de que ésta era precisamente todo lo contrario del proceso político de Napoleón y de Prusia. Tampoco tuvo en cuenta el gran impacto que tendría la reforma electoral inglesa de 1867, que ampliaba el sufragio y abriría el paso a la futura socialdemocracia.

Jones señala tres cosas que Marx no tuvo en cuenta:

  • el republicanismo transnacional,
  • la abolición de la esclavitud y los cambios que operó en el mercado de trabajo en Norteamérica y en Inglaterra, principalmente, y
  • el enorme auge e importancia de los sindicatos (lo que Bakunin sí comprendería inmediatamente).

Hubiera sido necesario también que Jones se hubiera detenido en otra ausencia, la del pensamiento marxista sobre la naturaleza, asignatura pendiente que ha gravado el desarrollo económico de los países considerados socialistas con un desprecio casi total por el medio ambiente.

No es casual, como indica Jones, que la censura soviética ejerciera su papel cuidadosamente para expurgar las publicaciones, las de la Editorial Progreso, de todo atisbo de escritos de Marx que pusieran en tela de juicio la política de los dirigentes soviéticos. David Riazanov, uno de los mejores intérpretes de Marx, quien se encargó de archivar la documentación sobre el marxismo en el Instituto Marx-Engels que creó en Moscú, sería mandado ejecutar por Stalin en 1938. Todo un símbolo.

Marx, centrándose en los motivos económicos últimos de la evolución histórica, el materialismo histórico, no prestó demasiada atención al campesinado, al militarismo y al nacionalismo, y precisamente el nacionalsocialismo y el fascismo italiano triunfarían donde se creía imposible, siendo movimientos que eran percibidos por una gran parte de la clase obrera como los que “iban a mejorar el orden social”. Pero, curiosamente, Jones nos da cuenta del interés de Marx, en sus últimos años, por el supuesto comunismo de las antiguas tribus sajonas e incluso por el de las comunidades campesinas rusas, que era más bien servidumbre, y que desmontó Fustel de Coulanges. Marx, anteriormente siempre lo había considerado como un típico mito reaccionario y paneslavista que sostenía Herzen.

En conclusión, el libro de Jones es serio, documentado y muy analítico pero sobre todo académico, aunque tampoco encuentro que añada mucho a las biografías más importantes, ya citadas, ni a los análisis de su obra.

El lector verá frustrado su deseo de comprender qué es lo que ha sucedido con el marxismo después de Marx, que en la obra de Gareth Stedman Jones sólo se atisba. Tras la creación de la Segunda Internacional en 1883, poco tienen que ver el pensamiento y las teorías de Marx con lo que interpretaron o deformaron sus seguidores. Hubiera sido interesante que el autor hubiera explorado, al menos de forma orientativa, qué aportó Gramsci o la interpretación de Lenin, que cristalizó un tipo de dogma marxista que tendría funestas consecuencias. Esto completaría y daría sentido al título de la biografía, ‘Grandeza e Ilusión’.

De todas maneras, Jones nos deja un resquicio importante y es explicar, documentadamente, que Marx, si bien desatendió aspectos importantes de la democracia formal, no era partidario del totalitarismo ni de la violencia, sino que su visión revolucionaria era mucho más matizada. No convalidó, por ejemplo, el Terror de los Jacobinos, que para él era más una expresión de debilidad. Esto, en tiempos en que el autoritarismo parece que se enseñorea incluso de las democracias más asentadas, es importante recordarlo.

En cuanto a la política, si Marx no era un liberal en el sentido tradicional de la palabra, tampoco era un defensor de la dictadura pues apreciaba la cultura, las letras, la libertad de pensamiento y de expresión, cuyos límites y cortapisas experimentó repetidamente en su vida. De ahí su amor por Londres, que sus hijas y su mujer compartían, una ciudad donde, a pesar de todas sus vicisitudes, pudo investigar, expresarse y escribir con una libertad que no tuvo en Alemania, París y Bruselas. No desdeñaba la democracia, simplemente afirmaba que ésta no era suficiente para liberar al hombre de la alienación, de la explotación, de la desigualdad creciente.

Pero esto, como otros aspectos que se subrayan en esta nueva biografía, ya lo han dicho antes otros analistas muy claramente. Ya señaló Galbraith que Marx construyó el socialismo en la senda indicada por David Ricardo, sólo que orientándolo a la izquierda, sobre todo en el concepto de la desigualdad creciente entre la renta de los trabajadores y las ganancias acumulativas del capital, el inevitable empobrecimiento de las masas trabajadoras y la concentración progresiva del capital en cada vez menos manos. Pero mientras Malthus y Ricardo lo señalaron, Marx proponía cambiarlo, romper esa ‘ley del bronce’ de los salarios.

Al final de toda la lectura, debo confesar que la pequeña obra de teatro del norteamericano Howard Zinn, Marx en el Soho, con humor, conocimiento y fidelidad histórica, resume perfectamente los avatares del marxismo y de su posterior aplicación -distorsión- a manos de los dirigentes soviéticos (Editorial Hiru, 2002, ISBN 84-95786-24-9).

En tiempos de ansiedad, cuando las élites políticas se han distanciado de las necesidades cotidianas del pueblo (lo que los populistas recogen con fruición, como son la preocupación por la seguridad, las pérdidas de empleos, la disolución de los lazos sociales, etcétera), no estaría de más volver a la metodología marxista para analizar qué es lo que está sucediendo.

Marx, greatness and illusion (Marx, grandeza e ilusión).
Gareth Stedman Jones
Harvard University Press, 730 págs.
2016

El hombre de las checas, libro de Susana Frouchtmann

checas

[Reseña publicada por http://www.entreletras.eu]

La barcelonesa Susana Frouchtmann decidió un día escudriñar el pasado algo extraño de la fraulein, o institutriz, que se ocupaba de sus hermanas desde finales de los años cincuenta. Se encontró con una siniestra sorpresa. La señora Preschern era la viuda de un personaje extraño, que luego resultó ser el hombre perverso, cruel y cínico (todo cínico suele ser cruel) que había diseñado dos de las checas más mortíferas e inhumanas de la Barcelona de la guerra civil.

Se trata de un ejercicio de memoria histórica necesario, aunque haya muchos libros sobre las checas, porque ahonda en el detalle, en un personaje real, mientras muchos recuentos de la época hablan de los lugares, pero sin nombre ni apellidos. Porque las checas era diseñadas, construidas y mantenidas en funcionamiento por tipos normalmente adscritos a alguna organización de izquierda. Recuerdo, a este respecto, en la cárcel de Carabanchel en 1973, cuando al preguntarle yo ,–también preso por actividades antifranquistas- a un preso político que había vivido la guerra por las checas, me dio un corte diciendo que no habían existido, ‘que nunca había oído hablar de ellas’.

Esta obra es un antídoto contra el maniqueísmo pues sitúa las atrocidades en áreas de las que no se ha querido hablar demasiado, esas zonas de sombra del lado republicano. Probablemente alentadas por algunos comisarios soviéticos para erradicar la quinta columna y también a sus adversarios de izquierda, como se hizo con el POUM y con Andreu Nin, por ejemplo, funcionaron durante casi toda la guerra civil. El poder constituido no fue capaz o no tuvo voluntad de erradicarlas, de abolirlas, aunque constituían, además de una violación de todo derecho humano, una ilegalidad republicana injustificable hasta en tiempos de guerra.

En vez de luchar contra la llamada Quinta columna fueron de hecho la más eficaz Quinta Columna. Porque una gran parte de la responsabilidad del hundimiento de la República, de la enajenación de sus aliados naturales, liberales, burgueses antifascistas, etcétera, fue ese terror desmedido, desatinado y vandálico que ejercieron muchos de los que decían defenderla. La quema de iglesias y conventos, las masacres indiscriminadas de religiosos, los paseos, le alienaron a la República muchos apoyos, tanto internos como externos. Fue su peor propaganda. La desmedida represión franquista de la postguerra no justifica ni quita responsabilidad a los que organizaron y manejaron las checas.

Susana Frouchtmann ha ido indagando por archivos, por páginas de internet (esos nuevos archivos), por las calles y casas de Barcelona, los antecedentes e historia de ese personaje que fue Alfonso Laurencic. Curiosamente, se pone en evidencia la escasa documentación que hay sobre la guerra, su dispersión y, en general, el discutible cuidado que se tiene en España con los archivos históricos, culturales o eclesiásticos. Las dificultades de la autora para descubrir algo tan público y notorio como los datos de un fusilado tras un Consejo de Guerra franquista son incontables y sólo su tenacidad y curiosidad (no exenta de una dosis de paciencia y buen humor), logran penetrar en parte los secretos del autor de las celdas de tortura.

A veces, al leerla, me ha parecido resonar algún libro de Patrick Modiano, en esos paseos por barrios antiguos en los que apenas queda la huella de la guerra y de los tiempos de la República, aunque los edificios, los portales, las escaleras (incluso los locales donde estuvieron las checas), a veces parezcan conservar ese aire de los años treinta.

Ese es precisamente uno de los encantos de esa Barcelona cosmopolita, de amplios barrios y avenidas, que Frouchtmann sabe recoger en su búsqueda del escurridizo personaje. Paseos que entrelaza con el asesinato de un tío suyo en la guerra, celosamente escamoteado por la familia.

La descripción de Laurencic me recuerda lo que Hannah Arendt llama la banalidad del mal (Eichmann en Jerusalén). Cómo un tipo tan polifacético, tan carente de ideales si no era vivir lo mejor posible, se entrega al mal deliberadamente, sin ningún escrúpulo.

Frouchtmann, para intentar comprender, se remonta al pasado familiar del personaje, a un padre que era editor de éxito, lo que le permite navegar un poco por aquellas legendarias revistas del cambio de siglo, aquella ilustración sobre viajes y países que hoy solo encontramos en los libreros de lance. No es baladí hacer esa incursión en el pasado porque, como se sabe, las constelaciones familiares pueden explicar algo. Aunque en este caso, parece que la gratuidad del mal que Alfonso Laurencic ejerció sin pena ni culpa, no tiene explicación psicológica.

Este libro, impecablemente editado, con fotografías y datos complementarios, remueve las memorias acomodaticias y, como un meticuloso escalpelo, nos introduce en la mentalidad y vida, ambigua y oportunista, de uno de esos artífices del horror que poblaron nuestra guerra civil.

 

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