Pero la vida ocurre sólo en el presente
en el fluido veloz de la insignificancia
Felipe Benítez Reyes
Es una impertinencia, es casi insolente querer comentar en cuatro párrafos un libro que tardó diez años en escribirse. Y menos hacer una crítica literaria como si fuese un cirujano de las letras.
Aún así, deseo comentar El azar y viceversa , obra deslumbrante, un libro largo que entronca con la novela picaresca, que relata las venturas y desventuras de un personaje de Rota en los pasados años sesenta y setenta. Está compuesto por esos retales de gentes de nuestro país de hace medio siglo, lleno de hallazgos verbales, desparpajo y con ese humor que Benítez Reyes sabe administrar. El es un pince-sans-rire, como llaman los franceses a quien hace reir como sin querer, sin hacer el ademán del gracioso.
La primera parte, más que la crónica agridulce de una época de Rota, es la elegía de Rota, de esa Baja Andalucía tan personal, tan diferente (no en vano en la Constitución Federal de la Primera República se decía que “componen la Nación española, los Estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja, etcétera”). De unos años lejanos, los últimos del franquismo en que la sociedad se salía por las costuras de la gazmoñería reinante. Rota, situada estratégicamente en la entrada de la Bahía de Cádiz, parece que hubiera atraído, como un cruce de civilizaciones –que siempre fue aquella esquina de la península-, no sólo los navíos de guerra norteamericanos, sino los tipos más singulares y estrafalarios que en la pluma de FBR cobran relieve. Son los tiempos de Emerson, Lake & Palmer, de los bakuninistas y de los colgados, entre toda esa turbamulta que frecuenta bares como el Hades.
La segunda parte de la vida de Antonio Jesús Escribano Rangel se desarrolla en Cádiz en un ambiente entre estudiantil y de los bajos fondos de chamarileros y tratantes de antigüedades y otras cosas. Sin olvidar la sardónica mirada hacia algunos poetastros.
La tercera es Sevilla, donde el protagonista trabajará para El Tunecino, comerciante de trastos viejos, rico y humano. Una Sevilla cervantina aún, de Rinconete y Cortadillo, Mercedes Benz negro y un diputado autonómico, una prefiguración o premonición de lo que luego hemos visto que ha transitado por la política andaluza.

La librería de lance, óleo sobre tela, 40×30
Hay humanidad y cierto afecto en las descripciones hasta de los más negativos personajes, por ejemplo, Cupido, salvo en la de Fantomas, el padrastro, y el estúpido y aprovechado diputado autonómico. Pero también hay momentos de gravedad, pues Antonio, el protagonista, cuyo nombre aparece sólo una vez, el pelirrojo, oculta bajo su humor despegado bastante dolor. A lo largo de su historia van apareciendo todas las emociones del personaje, desde el cinismo y la desvergüenza más simpática, hasta el amor, el dolor, la amistad, la perplejidad, la inocencia, hasta hacérnoslo tan real como descubrimos al final. Si de los cuatro humores debiera escoger, pienso que el personaje es entre flemático y melancólico.

La misteriosa portada del libro
Sin elogiarlo a expensas de otros coetáneos que también escriben en buen español, encuentro en FPB descripciones sin palabras superfluas, sin asomo de retórica, con personajes inefables –que darían para varias novelas por sí solos-, el ritmo de la vida del pícaro que disfraza su dolor del huérfano, de la madre maltratada por el padrastro, bajo un distante y cariñoso humor, con esas frases finales, cortas, sin moralizar, desdramatizando, que sintetizan y rematan decenas de líneas. Sólo podría decir, para que esta reseña voluntaria, no encargada, sea sincera, que a veces hay como un exceso de celo en la redacción que alarga ciertas descripciones, ciertos personajes. Pero, en todo caso, como decía Navarrete de Cervantes, está “escrita con lozanía, ligereza y las gracias y sales cómicas”, que precisa toda obra de pícaros, sin que sea ésta una obra jocosa.
Pues apresurado es calificarla de picaresca. Termino su lectura con un nudo en la garganta. El libro es una épica, la historia de una vida en medio de los altibajos de aquella España donde la lucha de clases parecía haber sido sustituida por un sálvese quien pueda, a través de bares, alcohol, trapicheo y choriceo. Las múltiples voces de la novela son una novedad en el panorama de los argumentos al uso en la mayoría de las novelas españolas actuales, poblados de intelectuales, burgueses afligidos, clases altas desorientadas. Aquí son los borrachines, los laissés pour compte, los desharrapados, peristas, chamarileros, gitanos, guiris, aprovechados, escritores sin lectores, toda esa gente que no suele ser protagonista de nada, salvo de las páginas de sucesos.
El libro, desde lo particular, con los detalles tan bien contados de esas vidas medio rotas, de fracasados, vividores y supervivientes, llega a lo universal. La incertidumbre, el hombre frente a su destino, el amor y la muerte, es decir, el argumento de todas las vidas. Es un libro para guardar, releer, volver a reir o disfrutar con algunas de las peripecias del protagonista. Un libro que no acepta ser resumido, que hay que descubrir.
Llegar tarde, pero aún a tiempo, a un poeta, a un escritor, encierra dos sentimientos, uno de regret, de no haberlo disfrutado antes, otro, más positivo, del placer de descubrir algo que nos conmueva.
He conocido a Felipe Benítez Reyes por casualidad y buena suerte hace un par de meses. En Lisboa compartimos almuerzo en el sosegado Círculo Eça de Queiroz circuloecadequeiroz.com junto con su mujer, Silvia. Me sonaba su nombre de frecuentar librerías, pero le confesé que no había leído nada suyo. Hizo un pequeño gesto amable de no darle importancia (recuerdo una vez, contrariamente, que un escritor francés al que le habían concedido el Premio Cervantes, casi me recriminó, ofendido, porque yo no estaba al corriente de tamaño honor).
Mi ignorancia la he solucionado tras pasar por la librería Visor, en el barrio de Argüelles de Madrid, esa librería en la que desde hace cincuenta años se encuentra todo lo interesante, donde te buscan todo, entienden de libros y donde se puede uno estar horas, demorarse en hojear volúmenes, en descubrir ediciones desconocidas. Las mesas ofrecen las novedades inteligentes, no las del mero mercado, no lo banal y consabido. Los anaqueles siempre tienen sorpresas. Y la colección Visor de poesía –la decana- siempre nos sorprende y se adelanta a nuestros gustos y búsquedas, como si los intuyera. Que Visor esté casi siempre vacía en un barrio universitario, lleno de bares, dice poco bien del espíritu universitario actual.
Felipe Benítez Reyes ha tenido el buen sentido de permanecer en Rota, su lugar de nacimiento, desmintiendo con su extensa y muy contemporánea –y cultivada, sin atisbo de pedantería- obra el mito de la centralidad, de los salones literarios del cotilleo y las familias intelectuales. Y Rota y Cádiz forman parte de su universo literario sin caer en los costumbrismos. Una tierra que evocan siempre sus relatos. Tierra que me es remotamente familiar pues pasé tres veranos de mi infancia no muy lejos, en aquella Chipiona de villas, casas con jardines de buganvillas y camaleones, aun no masacrada y achabacanada por el hormigón, en el pequeño Hotel Sur de Paco Cotro, frente a la capilla de Regla, o en Villa Mercedes. Chipiona era entonces una reserva de vida, peces extraños, rayas, restos de barcos semihundidos, todo estaba todavía virgen. El viaje desde la estación de Jerez lo hacíamos en un imponente Mercedes 190, ‘colas’, atravesando viñedos y pequeñas aldeas con molinos de agua cuyas paletas giraban lentamente en el cielo cremoso de la calima.
La ventaja de leer poesía y novelas sin pasar por el filtro previo, por el pre-juicio, de los críticos, es la que experimento con Felipe Benítez Reyes, la sorpresa ante lo desconocido. Así que seguimos:
Los doce relatos de un almanaque en Cada cual y lo extraño contienen las mejores descripciones de los turistas, de los viajeros perdidos en terminales inhóspitas de aeropuertos (¿las hay que no lo sean?), los adolescentes, los dramas de parejas, el pequeñoburgués, los viejos (“Mi padre prosiguió, en fin, con su rutina de limbo, estando sin estar, dentro de sí para no estar dentro de nada”). A pesar de los dramas reales que cuenta, su escritura viene teñida siempre con ese humor, esa distancia que siempre ha sido natural en la mejor literatura hispana. Sobre ese escenario moderno, de la ‘vida notarial’, como él dice, van apareciendo los personajes humanos, contradictorios y, al fin, sensibles, tratados con afecto.
En su poesía, Felipe Benítez Reyes, con la misma personalidad, querencias y preocupaciones que afloran en su prosa, se mantiene más escueto, con la economía de la palabra. Nada interfiere en la claridad, no hay retórica ni palabras rebuscadas. No hay conmiseración, lamento ni esa especie de sentimentalismo, jeremiada o de sentirse sorry for himself que aflora desgraciadamente en tantos poetas. Sólo lucidez y sensibilidad, con la palabra exacta.
En la colección publicada bajo el título Libros de poemas (Visor, Madrid, 2009) el protagonista es el tiempo, con minúscula y con mayúscula, esa indagación que es de todos nosotros, aunque a veces pretendamos esquinarla, mirar para otro lado.. En La misma luna es el tema central -pero quizá lo sea en todos sus poemas-, que enlaza con los materiales más frecuentes, pero siempre nuevos, contados de otra manera, de Benítez Reyes. En estos poemas, si tuviéramos que escoger cuatro palabras que siempre retornan, serían: tiempo, niebla, memoria y espejismo. El tiempo incesante, fugaz, vacío, el Tiempo que Benítez Reyes disecciona y cataloga en todas sus formas, como en
el presente, ese urgente espejismo que aún no es tiempo,
o “la corrupción del tiempo”, “el tiempo que llama a la puerta”, “el tiempo circular”. Todo va unido, entrelazado, en una especie de búsqueda de qué es el tiempo, es decir, qué es la vida.
Tiempo que destruiste
las cosas más pequeñas
con el mismo rencor
que a los imperios
Los enlaces o engarces entre los temas, entre las estrofas, esa línea que nos lleva hasta el final, sea culminación o desolación, en cada uno de sus poemas, es lo que hace singular su poesía, poesía que, como todo canto, debe ser leída en voz alta con su ritmo de versos libres de ataduras formales.
De los 276 poemas se puede elegir cualquiera, todo es subjetivo. Para resumir el arduo trabajo de todo poeta con las palabras, yo escojo En torno a las palabras,
Estamos condenados a ese pacto:
Expresar cada cosa
Para que cada cosa exista en este caos
Como una sombra armónica
…
Para resumir, no resisto citar unos versos de Antonio Machado que resumen lo que se puede decir de la poesía de Felipe Benítez Reyes,
En su claro verso se canta y medita sin grito ni ceño
Para terminar, según me informa mi amigo Ángel Vivas, crítico literario, Benítez Reyes también toca muy bien la guitarra, ah, y el curioso también descubre, subrepticiamente, que el collage que ilustra la cubierta de este poemario es de un tal FBR (pintar quizá sea su pequeño violín de Ingres).