En esta incultura en la que estoy sumergido y de la que intento salir dando boqueadas de vez en cuando, acudo a las librerías de viejo de Lisboa, los alfarrabistas, y me encuentro con pequeños arrecifes donde descanso en mi largo bucear hacia la costa de la ilustración.
Así, en la rua Anchieta, donde cada sábado hay un mercadillo de libros viejos siempre encuentro tentaciones para añadir a las estanterías que tengo que tener en el sótano por falta de espacio.
Acabo de hacerme por módico precio, ¡siempre módico precio, ese es el truco del comprador!, con tres libros absolutamente inesperados. Suelo decir que esto de ir de alfarrabistas es como ir de caza, donde menos se espera vuela la perdiz. Hay días que volvemos con el zurrón vacío (y no me puedo resistir a informar que zurrón tiene en francés la traducción de baudrier, que se pronuncia prácticamente como mi segundo apellido, Baudrihaye –de rancia estirpe walona), pero otros conseguimos volver muy contentos.
Hoy tengo que inmortalizar tres libros bien hallados:
- Chronologie universelle, suivie de la liste des grands états anciens et modernes, des dynasties puissantes et des princes souverains de premier ordre, avec les Tableaux Généalogiques des familles royales de France et des principales maisons régnantes d’Europe, par Ch. Dreyss, professeur d’histoire du Lycée Napoléon, docteur ès lettres. (Paris, Librairie de L. Hachette et Cie, boulevard Saint-Germain, nº 77. 1864).
- El viaje a Pantaélica, de Francisco Nieva, Seix Barral, 1994.
- Rizal, por Ernesto Giménez Caballero, Publicaciones Españolas, avenida del Generalísimo, 39, Madrid, 1971.
El primero, la Cronología, es un pozo con fondo, pero muy profundo, que ayudará a este escritor o escribano a inventarse historias. Por ejemplo, descubro que en en 1156, “Waldemar I, hijo póstumo de San Canuto –Knut-, que había heredado de su padre, asesinado en 1131, el Ducado de Slesvig y el Reino de los Obotritas, habiendo sido atacado por el rey de Dinamarca, toma él mismo el título de rey”. O que en ese mismo año “el rey de Castilla funda la Orden militar de San Julián, luego llamada de Alcántara”. El libro lleva un sello de Quinta das Lagrimas, de Coimbra, a nombre de M. Osorio.
Entre las casas reinantes de la época encontramos las de Lorena-Austria, con sus dos ramas, de Módena y Toscana, la familia Bonaparte, las ramas de todos los Borbones (Ducal o primitiva, la Marche, Montpensier, Vendôme, Cerenci, Condé, Conti, La Roche sur Yon, Soissons), Savoya y Savoya-Carignan, y muchos más, en fin, los contemporáneos de Stendhal. Estos datos, quizás irrelevantes para muchos, están llenos de significado para curiosos, ratones de biblioteca y otros lectores invadidos por el saludable tedio de esas inacabables y vacías tardes de domingo.

El segundo, del dramaturgo y pintor de Valdepeñas, es un hallazgo muy considerable. Es más que una novela, una especie de viaje iniciático, repleto de aciertos gramaticales y de humor de lo más cervantinos, un libro que, parafraseando a su autor, es de una “frondosidad intrincada”. El libro fue comprado en la librería Buchholz de Lisboa en aquel año, como indica la etiqueta y un señala páginas olvidado. Está nuevo. Son esos libros que –casi- nadie lee y que pasan desapercibidos pero constituyen un solaz magnífico para los que estamos saturados de facebook, periódicos y guasaps. Y así aprendemos y mejoramos nuestro castellano. Aprovechando la ocasión, no deje el lector, si es viajero, de parar en Valdepeñas y visitar tres museos: el municipal, donde hay unos soberbios cuadros de Francisco Nieva, que pintaba –la portada del libro es un dibujo suyo- además de ser un destacado dramaturgo. El de Gregorio Prieto, Fundación siempre creativa a cuya consolidación contribuyó mi amigo Antonio Sánchez Ruiz, ya fallecido, ilustrado, funcionario probo y muy cumplidor y excelente persona. Y el de los Molinos. Valdepeñas, como diría la guía Michelin, ‘mérite le détour’.
El tercero es una especie de fascículo, obra del inefable Ernesto Giménez Caballero sobre el héroe filipino, José Rizal, que tuvimos a mal de ejecutar en 1896 cuando era más patriota español que muchos españoles lo son hoy. Un texto, como casi todos los de Giménez Caballero, bastante disparatado pero genial. Era de la estirpe de un José Martí, o de un Egmont. Pero es que los castellanos nos hemos pasado de rigor en nuestra procelosa historia. Rizal, además, no se hubiera dejado arrebatar la independencia de Filipinas por los norteamericanos. Evoca también este librito uno de esos cafés desaparecidos de Madrid, el Café de Levante, en la Puerta del Sol, donde era tertuliano nuestro filipino. En Gante hay una placa en honor de Rizal, dicho sea de paso al haber citado a Egmont, ejecutado por el Duque de Alba en Bruselas. Sólo que Rizal no ha tenido un Beethoven para hacerle una ópera con su obertura.
¿Cómo puedes decir que estás sumergido en la incultura?
Cristina Camino a Casa https://www.facebook.com/cristina.ruizbaudrihaye
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