Al cementerio de La Puerta de Segura (Jaén)

Hace más de sesenta años, una vista de La Puerta de Segura con el cementerio arriba a la izquierda; aún no tenía cipreses altos. Muchos de ellos, ya crecidos, han sido cortados hace un par de años para pavimentar y construir nuevos nichos en el centro del cementerio, en vez de ampliarlo. Además, un repetidor para telefonía se alza ahora junto a las tapias de la parte alta.


En la alta cima, es el techo

con sólo el cielo por encima,

del pueblo a sus pies tendido,

el quieto y silencioso cementerio.

Un edil arboricida y mentecato

mandó talar cipreses verdinegros,

alicatar tumbas y nichos,

el camposanto afear y estropear,

y una torre telefónica instalar.

Nuestros muertos ya no sueñan

bajo las sombras

ni tampoco los móviles usan ellos.

Pero no se quejan ni protestan del

mal gusto de esos vivos que

con saña arrasan la belleza.

¿Y así tratáis a nuestros muertos?

¡a Dios no aplacaréis con azulejos

ni con horrendas metálicas antenas!

Romeros y tomillos,

del campo florecillas,

que lápidas alegren

salvarán del olvido

los eternos dormidos.

Anuncio publicitario

Cumbres borrascosas: una Jefa de Recursos Humanos

Abanicándose sin pausa ni compasión, acalorada con su probable, bastante visible menopausia, se dirigía a su enmoquetado despacho de jerarca todopoderosa dando órdenes a gritos según avanzaba por el pasillo ante las atemorizadas secretarias de los servicios.


No podía refrescarse abriendo las ventanas, inmensas, enmarcadas de aluminio y con una vista horrorosa a un patio de hormigón gris, porque se trataba de un inmueble apabullante,una especie de búnker, de un edificio inteligente, probablemente igual de inteligente que los arquitectos que lo perpetraron tras demoler un antiguo convento de monjas con sus viejos jardines que había hecho –decían- de hospital durante la guerra (tras el previo y necesario asesinato de las religiosas, “que algo habrían hecho”). El inmenso ecomonstruo, mastodonte de acero y cemento, era uno más en ese Madrid decapitado y torturado que padeció la rapacidad especuladora. Ella hacía juego con el edificio.


El denuesto, los gestos de desprecio, como descartando papeles y personas, eran la parte más visible de su personalidad. Inteligente y culta, dentro de la media de altos funcionarios, se podía hablar con ella cuando las aguas estaban calmas, a veces, sólo a veces. Pero era un castigo viviente, una tortura móvil de subordinados, ganapanes y pedigüeños. En unos caso hacía justicia, en otros cometía tropelías con su precipitación y sus manías.


Su juventud, años de pandillas universitarias y de mucha sierra de Madrid, había sido bastante vociferante y caótica, pero no vulgar. Conocía a media ciudad, por lo menos de esa media ciudad que cuenta y que probablemente no es ni el 1% de la población total, pero un nutrido carnet d’adresses en Madrid es fundamental.


Como esos profesores de Instituto y maestros que tienen sus enchufados y sus pacientes e indefensos esclavos, así ella. Tenía bastante buen ojo para seleccionar el personal, siempre que hicieran luego lo que ella quisiera, sin rechistar. Pero sus enchufados no le llegaban a la altura, de puro rastreros. En el fondo, creo que hasta los despreciaba.


En su despacho siempre había una enorme y fresca botella de agua mineral para aliviar sus calenturas. Pero también se supo después que escondía algún alcohol para de vez en cuando, en el tedio de las tardes de la empresa, cuando no pasaba nada y sólo había que cumplir el horario, darle un tiento.


Con mis escasos conocimientos de psicología, creo poder afirmar sin embargo que debía acarrear algún complejo desde niña que la hacía casi varonil, rotunda y visceral, cuando no iracunda. Temerosa de sus superiores, descargaba su impotencia, no sin cierto empuje torero –y hasta cierto estilo, aunque fuera lamentable-, sobre los subordinados. Pero como era de filias y fobias, de repente cambiaba el rumbo de su admiración o su desprecio y el despreciado era encumbrado y el alabado caía en las tinieblas exteriores. El que caía, era para siempre. Sus odios personales eran inconmensurables, perdurables, eternos y rabiosos. Recuerdo el vilipendio y la persecución a que sometió a una empleada que tuvo la desgracia de hablar el inglés mejor que ella (quien no lo hablaba nada mal, dicho sea en honor a la verdad, pero su subordinada lo hablaba mejor, qué se le va a hacer). Hasta que no la dejó muerta o moribunda en la cuneta no paró. Años después, seguía insultándola y despreciándola, aunque como empleada ya estaba muerta (sin enterrar).

Conocía la empresa de abajo arriba, lo que la hubiera convertido en una excelente directora de recursos humanos, RRHH, como se dice ahora. Pero como era atrabiliaria, despilfarraba sus iras y no conseguía unión, tan sólo temor y adulación creó. A este respecto, he de decir que todos, desde los sindicalistas más duros hasta los cuadros medios, se postraban ante ella y doblaban el espinazo cuando pasaba como un vendaval (acompañada del vendaval de su abanico). Luego, a la hora del café la maldecían, cotilleaban, en fin, lo habitual también.


Me parece que es un tipo que prevalece en las empresas. Polaca o española, qué más da; tiranuelas de verbena de carnaval, carnaval que ya ha pasado para ellas, afortunadamente jubiladas, retiradas. No en vano, más de la mitad de las consultas a psicólogos en España resultan de problemas de acoso laboral, autoritarismo, satrapía de los jefes, etcétera. Eso, sí, los “máster” de dirección de empresas son muy rentables (no sé si entre las herramientas les dan a los graduados o masterizados un látigo, además de los manuales de Human Resources, esos tostones que dan tanto prestigio). Me pregunto, tras años de trabajo en empresas públicas y privadas, es decir, inútiles e útiles, por qué no simplifican de una vez estos falsos “másters” de Recursos Humanos, que no son más que el eufemismo para designar el poder puro y simple de una persona sobre todos sus subordinados, incluído el capricho, la tortura psicológica, la abocación a la depresión y al suicidio (algunas empresas francesas son excelentes en este sistema de eliminar empleados, como fue Orange –ex France Telecom- bajo la férula de Didier Lombard hace diez años: 19 suicidios y 12 tentativas).


Ser jefe de personal o de RRHH no es más que el ejercicio del poder puro, desnudo, enmascarado, eso sí, bajo reglas, protocolos y documentos internos impublicados y normalmente impublicables. Que incluyen el moral harassment o acoso laboral como principal herramienta o potro de tortura para empleados díscolos o que tengan la insolencia de tener sus propias ideas.


La llamada ‘jefa del abanico’ fue, para concluir, una perfecta jefa de personal, en su ejercicio más absoluto del poder. Desgraciadamente, el Estado español –de tan grande hemorragia legislativa- aun no ha creado la Medalla al Acoso Laboral, pero pronto lo hará. Centenares de jefes aspiran a ser condecorados y son acreedores de tan alta distinción. Espero que se la concedan a título póstumo.

Jorge de Sena (1919-1978), poeta portugués

El desequilibrio de la Balanza comercial hispano portuguesa es revelador. Portugal compra a España el doble de lo que le vende[1].

Del mismo modo, en la misma o mayor proporción, hay un enorme déficit cultural así como un gran desequilibrio editorial. Los periódicos y los libros españoles están por doquier en librerías y quioscos en Lisboa y Oporto. Intenten encontrar un diario o un libro portugués en Madrid, ¡buena suerte! En materia de poesía es aún más evidente; e injustificado, pues el lector español atento podría leer el portugués sin casi precisar de traducción, porque se pueden apreciar perfectamente, el ritmo, el acento, la sonoridad de la poesía portuguesa.

Así sucede con el poeta, escritor y ensayista Jorge de Sena, una persona independiente, libre y, como tal, inconfortable, poco conocido en España.

¿Cómo apreciamos hoy a Jorge de Sena? De un lado, resaltemos una serie de paralelismos históricos con nuestro país. El fue un exiliado voluntario la dictadura salazarista. Tras el 25 de abril de 1974 ya no volvería, falleciendo en los Estados Unidos.

Hay dos Senas, el de consumo inmediato con sus poemas de intervención o imprecación, de proclamas, y el poema sereno, lento, más duradero.

Su poesía civil, escrita en un contexto político internacional de hace más de cuarenta años, podría ser considerada por algunos algo pasada, pero nos sirve para descubrir mejor su personalidad como alguien políticamente comprometido y siempre independiente de capillas y partidos.

Para tener una visión completa de Sena hay que leer su poesía completa, que es como leer su autobiografía. Incluso con ese tremendo, amargo, Epitafio, escrito –muy prematuramente- en 1953, que termina:

Por eso fui amado con lágrimas y llantos

del mucho amor que a la nada se dedica.

Nada fui, de mí no queda nada.

Y lo que no merezco es lo que me queda.

Si en mis lugares, no obstante, me buscáseis

la nada que encontraréis

soy yo y mi vida.

En España es sólo conocido, significativamente, por su novela Señales del fuego, un relato de su educación sentimental y política con el trasfondo de la guerra civil española, que tanto interés –algo morboso, me parece- sigue suscitando en Portugal. Personalmente, pienso que no es su mejor novela y prefiero sus ensayos y su poesía[2].

¿Cuál es el propósito de Sena? El mismo nos lo dijo en un prefacio de 1960: expresarnos responsablemente, prestar testimonio del mundo que nos rodea, “sacrifiqué alabanzas, posición y algo más (…) por la dignidad de nuestra época”.

Enlaza con Camões, de quien fue no sólo admirador, sino un gran experto, entre muchos en su poema sobre Mozambique, así como en sus sonetos (por ejemplo, en As evidências.

La dimensión musical y la temática musical son un pretexto para su poesía de comunicación, que es también a la vez, de conocimiento. El sostuvo más la poesía como medio de conocimiento que como medio de representación. Así, America, America, I love you, o Ray Charles. Sus poemas sobre música unen el sentido y el sonido, como el magnífico Water music de Händel, que hay que leer en voz alta para apreciarlo en toda su dimensión lírica. Hay también en su poesía un ancho espacio para el erotismo, el deseo, adolescencia (Sinais de Fogo), como en sus Sete sonetos da visão perpétua, o los Post Metamorfose, Variação I e II; o en Pan-Eros.

Sena, gran cosmopolita, como tantos compatriotas suyos, vivió en varios países, sobre todo en Brasil y en Estados Unidos. Conocedor a fondo de la literatura anglo-sajona, también conocía muy bien Francia y la cultura francesa, como demuestra su admiración por Péguy y Paul Fort, por René Char, Valéry y muchos otros. Su familiaridad con la poesía francesa se evidencia en muchos poemas, por ejemplo en Chartres ou a pazes com a Europa. Pero también poseyó una gran cultura española –esa que tantos portugueses poseen frente a la poca cultura portuguesa de los españoles-, que se desvela en poemas sobre Goya o la Mezquita de Córdoba.

Gran versificador, maestro de la sonoridad y el ritmo incluso en sus versos libres, hay que leer y releer para mejor apreciar lo que está detrás de sus versos y estrofas. Pero sin anatomizar sus poemas ni diseccionarlos, que es algo parecido a una autopsia, esas “glosas escolásticas” que tapan más que iluminan.

Un cierto amargor se cuela a veces en sus poemas porque se sintió, con razón, algo relegado, como leemos en Exorcismos, 1972, Aviso de porta de livraria, o el tremendo O desejado túmulo, de 1971.

Es preciso que en España ahondemos en la literatura portuguesa más allá del tándem Pessoa-Saramago, esa hegemonía avasalladora que nubla a todos los demás poetas y escritores. Pessoa, incluso, para nuestra desgracia, se ha convertido en un reclamo turístico algo patético, con merchandising, objetos, camisetas e incluso una estatua en el Chiado de Lisboa que sirve para que se hagan fotos risueños turistas que no saben ni quién era. Algo parecido a esos ayuntamientos manchegos que se reclaman de Don Quijote, se inventan letreros y gastronomía, aunque se cuenten con los dedos de la mano los que han leído la novela.

No se trata de Jorge de Sena solamente, sino que hay muchos poetas portugueses prácticamente desconocidos en España, como Ruy Belo –que vivió en Madrid y escribió muchos poemas sobre esta ciudad-, e incluso Sophia de Mello Breyner, Ruy Cinatti, Herberto Hélder o Eugenio de Andrade, o el mismo Fernando Assis Pacheco, que conocía España su cultura, sus ciudades, sus vinos y comidas mejor que muchos de nosotros y no ha merecido apenas alguna reseña en nuestro país. Y también escritores, como Rodrigues Miguéis o Almeida Faria, el primero totalmente inédito y el segundo con muy pocas obras traducidas al español.

Queda en el tintero otro artículo sobre este desconocimiento primario de las literaturas de expresión portuguesa de que adolecemos en España, como sucede también con la brasileña, en parte porque fue excluída de nuestro “boom sudamericano” de hace medio siglo, que solamente se centró en los que escribían en español.


[1] Portugal vendió a España en 2017, por valor de 12.200 mil millones de euros y compró por valor de 24.200 mil millones de euros. Hay un déficit comercial muy elevado, y más si tenemos en cuenta que España es el primer proveedor (32% de la importaciones portuguesas vienen de España, frente al 14% de Alemania y 7,8% de Francia).

[2] La única Antología de poemas de Jorge de Sena publicada es de Martín López Vega, en Pre Textos, 180 páginas, 2013, y representa solamente el 10% de la obra poética del autor y, como todas las antologías, es necesariamente limitada y subjetiva.

La isla del último hombre, de Bruno de Cessole, un perturbador thriller sobre el terrorismo islámico


Reseñar un libro aún no publicado en España es posible en este blog particular, exento de todo compromiso editorial y sólo guiado por el gusto de la lectura.


El yihadismo de los musulmanes europeos es pasado a la lupa en esta novela sobre las investigaciones de un periodista francés experto en islamismo, y sus problemas subsiguientes con los servicios de seguridad francés y británico y con los terroristas.

Poner en evidencia la amenaza del islamismo radical parece que incomoda a muchos, como les incomoda que se denuncie el machismo, discriminación y desprecio de la mujer cuando los autores son musulmanes. Los mismos que denuncian con rapidez los crímenes machistas callan, disimulan o pasan un tupido velo (¡nunca mejor dicho!) cuando los autores son musulmanes. Y se obvia mucho la opresión legal, diaria, y mortal a veces, de la mujer en el mundo musulmán, resaltando sólo la que sufre en las sociedades occidentales, que no tiene comparación. Todos los días vemos también en los medios esa tendencia solapada a ocultar, escamotear o disimular la autoría de crímenes por motivos yihadistas. La última ha sido la del asesinato de cuatro policías franceses que los medios se apresuraron a calificaro de acto aislado de un “alucinado”. La investigación ha demostrado que era un acto de terrorismo islamista bien premeditado. O como se cubren los atentados en Alemania o Francia contra judíos, sinagogas y cementerios obra en su mayoría de radicales islamistas pero llamados con el genérico ‘acto antisemita’.


Pues bien, Bruno de Cessole (https://fr.wikipedia.org/wiki/Bruno_de_Cessole), periodista y escritor francés, pone en esta novela los datos reales en relieve. Como él nos dice, la trama y los personajes son ficción, pero los hechos, los datos sobre las barriadas donde prolifera el yihadismo, sus mensajes, son estrictamente reales, producto de una larga investigación.


El libro es muy perturbador y el lector se pregunta al final si este terrorismo tendrá fin algún día; entre otras razones por la inepcia y cobardía de los gobiernos europeos a enfrentarlo en todos sus campos: en el reclutamiento, en las mezquitas de los barrios, en las escuelas, en el rap, en el mundo de la inmigración musulmana donde el vacío de los valores republicanos y democráticos se hace sentir, como una isla enorme en medio de la democracia occidental.


El islamismo radical es un enemigo interno de la democracia y de la libertad por dos razones principales: primero, por lo que significa en sí mismo, su negación de los valores liberales, de separación entre política yreligión, de igualdad y tolerancia, segundo, por lo que provoca en la reacción xenófoba y populista europeas. Pero la lucha contra este cáncer en las sociedades occidentales debe ser protagonizada y dirigida por los demócratas, no por los populistas tipo Orban, Salvini o Vox.


El reclutamiento ideológico entre los inmigrantes de religión musulmana es particularmente grave pero los gobiernos miran para otro lado para no ser acusados de antiislamismo. Sería necesario que esta lucha fuera contemplada como un esfuerzo por consolidar la democracia y reprimir a cuantos la ponen en peligro, sean fascistas, sean islamistas. Pero los políticamente correctos sólo ponen el acento en la lucha contra los fascistas y dejan en sordina la amenaza islamista que se impone, por acción u omisión, a la mayoría de la inmigración musulmana en Europa.


Ésta es diseccionada en este libro: los llamados chibanis son aquellos primeros inmigrantes de los años 1945 al 1975, que se integraron bastante bien por el trabajo, hoy jubilados, pero muchos de cuyos nietos, nacidos en Francia, son los partidarios de la yihad. Los terroristas franceses de Trappes que van a partir a Siria lo dicen con mucha claridad:


“Hubieran querido integrarse, nuestros padres, hicieron todo lo posible, pero los franchutes sólo les han dado los trabajos peores, los que ellos no querían hacer. ¡Sólo buenos para la porquería y las basuras! ¡La libertad es para vosotros, no para nosotros, la igualdad, entre vosotros, los franchutes! Por eso nosotros pasamos de Francia, de la república y sus proclamaciones de mierda, somos nosotros los que no queremos nada de vosotros. ¡Tú no estás aquí en tu casa, estás en Argelia, en Marruecos, en Túnez, en Turquía, en Mauritania, en Libia, en Mali, en Burkina, pero no estás en tu Francia!”


En otro momento, estos yihadistas, crudamente le dicen al periodista:


“Te equivocas, chaval, dijo Sufian, con una siniestra sonrisa (…) todos los años yo degüello corderos para el Aid, tengo mano, degollar un infiel no es más difícil y no me plantea ningún problema, con la ayuda de Alá”.


El resumen y pronóstico del periodista Saint-Réal sobre el empuje salafista en Europa en el seno de la inmigración musulmana es muy pesimista:


“Sabía que las mayorías son pasivas y fácilmente manipulables. Y se daba cuenta de que los musulmanes más pasivos aceptarían, de mejor o peor gana, la ley del más fuerte si los salafistas alcanzaban su objetivo, si no en el conjunto del país, al menos en ciertos territorios. Entre su lealtad a las leyes de la República y la solidaridad islámica, no dudarían por mucho tiempo”.
Nada es casual ni fortuito en esta novela, ni siquiera el cinismo con que los servicios MI6 (seguridad exterior británica) ni la DGSI francesa tratan del asunto, no dudando en sacrificar o quemar agentes, expulsarlos o maltratarlos, como sucede con la agente británica Deborah McRuari, la otra protagonista de esta novela.


Las descripciones de las banlieues, de los personajes, de las ciudades como Aleppo –hace unos meses, en manos del ISIS- o Beirut son exactas y completamente actuales. El personaje del periodista Saint-Reál, stendhaliano (de temperamento conservador e ideas progresistas), algo ambiguo –simpatizante casi de la causa islámica- y al final demasiado ingenuo, responde a ese particular carácter que encontramos en la literatura francesa, culto, desencantado y cosmopolita. Las escenas de caza en la remota isla escocesa de Jura –donde se refugió George Orwell unos meses para escribir- son nítidas y bellas. No en vano, De Cessole ha sido también cazador y conoce bien de lo que escribe. El recurso a la remota Escocia ya ha sido explotado en la literatura negra, desde el mítico 39 escalones de John Buchan, y muchas otras novelas de espionaje inglesas.


No puede ser más oportuno este libro tan revelador cuando estamos viendo ahora en las pantallas una especie de compasión por los yihadistas del ISIS y sus familias que están prisioneros en campos de detención. Como si sus esposas fueran unas inocentes que “no sabían nada” de las actividades de sus “benditos” esposos. El sentimiento de culpa occidental y una cierta cobardía racional y de actos para enfrentarse con claridad al mensaje retrógrado de una parte del Islam, proliferan en nuestras acomplejadas sociedades.

Este libro entiendo que podrá molestar a los servicios oficiales, dejados al desnudo en su oportunismo y su rivalidad. Daría también para un guión cinematográfico.


Ha sido presentado en París hace unas semanas y esperemos que lo sea pronto en España y que sea traducido con prontitud, pues aún estamos bastante en la inopia, con un cierto buenismo y ese miedo cerval a ser considerados racistas o de Vox, en lo que se refiere a la comprensión del peligro del islamismo radical y el salafismo.


L’île du dernier homme, de Bruno de Cessole, 424 págs., Éditions Albin Michel, 2019. ISBN 978-2-22644196-6