
En la alta cima, es el techo
con sólo el cielo por encima,
del pueblo a sus pies tendido,
el quieto y silencioso cementerio.
Un edil arboricida y mentecato
mandó talar cipreses verdinegros,
alicatar tumbas y nichos,
el camposanto afear y estropear,
y una torre telefónica instalar.
Nuestros muertos ya no sueñan
bajo las sombras
ni tampoco los móviles usan ellos.
Pero no se quejan ni protestan del
mal gusto de esos vivos que
con saña arrasan la belleza.
¿Y así tratáis a nuestros muertos?
¡a Dios no aplacaréis con azulejos
ni con horrendas metálicas antenas!
Romeros y tomillos,
del campo florecillas,
que lápidas alegren
salvarán del olvido
los eternos dormidos.
