(Para Angel e Irene, por la memoria conservada)

La casa matriarcal, el gran cortijo centenario,
cuartos frescos, blanqueados,
limpios suelos de baldosas dibujadas,
jofainas, lebrillos, espejos,
camas de blancas sábanas y colchas pulcras,
techos altos y ventanas veladas por postigos verdes, entreabiertos.
Afuera, el jardín y el casinillo
donde el escritor callado llevaba el libro, su bastón y su sombrero,
a la sombra de los pinos y cipreses.
Abajo, más allá de la acequia, tras el júpiter,
cantan las mozas en el fresco lavadero.