Los jardines de Teodor Ceric

Es verano y la sombra de los jardines y parques es el refugio afortunado, como la de esos frescos patios andaluces (tan romanos), o de los huertos con higueras umbrosas y olorosas que van quedando en las aldeas, regados y cuidados ya sólo por los últimos viejos del lugar; es tiempo para sentir mejor los jardines.

El poeta croata Teodor Ceric, en Jardines en tiempo de guerra, encuentra en los jardines la metáfora de nuestra vida: la fuerza, la muerte, la locura, la inocencia, el abandono de uno mismo, y sobre todo el silencio y la paz. Joven que hubo de huir del Sarajevo bajo las bombas serbias, vagabundeó por Europa haciendo todo tipo de trabajos para subsistir. Casi diríamos que iba huyendo de la guerra y fueron los jardines ocultos, desconocidos, abandonados o anónimos, esos que no figuran en las guías, los que han sido su consuelo y su inspiración. La paz le guía.

No en los jardines imperiales, reales o del Patrimonio estatal, cuidados, tallados, pulidos y maquillados hasta la saciedad para solaz de los turistas y prestigio del lugar. Paisajismo, diseño, plantas exóticas, todo eso es dejado en segundo plano por Ceric. Aunque también lo conoce, pues ha trabajado en la Tullerías, en medio de otros que no amaban su trabajo, o en Painshill, en Surrey.

Desde el Hortus conclusus para herborizar de los monjes medievales o el de Erasmo en su casa de Anderlecht, en Bruselas, hasta los jardines de la Alhambra, de inspiración oriental e italiana, el jardín y el huerto han sido siempre el compañero necesario del hombre sensato. “Volver a la tierra, hacerse uno con ella, identificarse, y hablar por fin su lengua, no, ser su lengua”, es su propósito, la conclusión, aislado en su jardín en las inmediaciones de Sarajevo.

Ceric describe desde la naturaleza fortalecida y recuperada por las plantaciones de un antiguo pacifista griego, Anatolios Smith, quien fue autor de la canción Lonely soldier, hasta la desnudez del pálido y enteco jardín francés de Samuel Beckett. O el jardín que crease en 1738 el ilustrado y amable misántropo Charles Hamilton.

En los siete capítulos evoca la fuerza y la resistencia de la vida (el Prospect Cottage de Derek Jarman), la locura y la inocencia (Anatolios Smith en Creta), el abandono y la historia (Monte Caprino), el desierto biológico (ese nefasto agrobusiness, en Seine et Marne), la soledad (Painshill), el trabajo (Tullerías) y el encierro en uno mismo (Graz, el jardín enclaustrado).

Ceric nos hace ver lo que a menudo miramos pero no vemos, nos descubre aspectos del jardín, de sus autores, de las plantaciones a veces desordenadas, desde los enclaves de reposo y sosiego a los vestigios de jardines antiguos, como el de la Roca Tarpeia o Monte Caprino, en Roma.

Tras leer a este poeta ya no miraremos los jardines, las plazoletas ajardinadas (esas que tan bien evocaran Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado) de la misma forma, sino con más ternura y menos pompa. ¿Alguien ha visto esas modestas plazoletas solitarias de algunos pueblos, como Llerena o Villanueva de los Infantes, silenciosas, sobreviviendo en el duro clima? Son esos espacios donde podemos soñar, pensar, conversar. Nadie ha podido soñar o inspirarse en los perfectísimos jardines de Versalles, que exudan poder.

En Lisboa, por ejemplo, en todo Portugal, hay magníficos jardines ocultos, lujuriantes, que se atisban tras las tapias de viejos palacios; algunos, abocados a ser presa de la codiciosa especulación inmobiliaria que todos los ayuntamientos alimentan, digan lo que digan, proclamen lo que proclamen. Pero aún podemos contemplar restos de aquel buen gusto lusitano, tras altas tapias y portones pombalinos que hace muchos años se cerraron, las copas de oscurísimos cipreses, los ramos de buganvilias que caen como racimos. Incluso, hay jardines y parques deliciosamente medio abandonados -ese abandono que no es negligencia, tan portugués, que es más bien dejar estar a su suerte-, y precisamente por eso con más encanto, como el Botánico de Ajuda, o la Tapada das Necessidades. Me hubiera gustado que Teodor Ceric los viera, paseara, oliera, y, con su pluma -tan desnuda de falso lirismo-, nos hablase de ellos. Pero hace años que Ceric ha renunciado a escribir sobre jardines.

[Este libro de Teodor Ceric ha sido publicado hace dos años en España por la editorial Elba, cuya reseña hizo Marta Hormaechea, cómo no, en La Vanguardia, diario sensible]

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Un reciente poema de Nuno Júdice sobre la cuarentena

Nuno Júdice nos ofrece cada año un nuevo libro de poemas. Encuentro éste, al azar de un paseo por el Campo de Ourique -Lisboa-, en la veterana librería Ler, que fundó Luis Alves. Acaba de ser publicado por la Dom Quixote.

Con permiso del poeta, siempre generoso y de especial amabilidad, traduzco uno de los poemas (se deberían traducir ya todos, los 79 que componen el volumen, para los lectores españoles). El título, Regreso a un escenario campestre, es evocador, como son todos los poemas que componen el muy bien editado libro.

Instrucciones para sobrevivir a una cuarentena

Pon frente a ti un rostro posado en una almohada,
como si durmiese, pero con los ojos abiertos y un pendiente
que sobresalga entre el cabello.

Piensa en las palabras que le podrías decir, al oído,
con cuidado para que no se pierda sílaba alguna entre el pendiente
y el puro dibujo de su perfil.

No las digas todas de una vez, y guarda algo para
los días que faltan, como si tuvieras que multiplicar
por catorce días cada uno de los versos del soneto.

Siente aquellos labios como si tuvieran el sabor de una granada,
y no saborees todo porque, como los granos de la granada, también
la boca ha de ser probada paso a paso, con todo su jugo.

Acuérdate de la voz que entró en tus oídos y aún
hoy, cuando la angustia de un silencio te estremece, vuelve
a resonar con la dulce lentitud de su música.

No precisas de pensar en cosas urgentes, en ansiedades inútiles,
en un tiempo que parece no tener fin, y sostén en tus manos la forma
de las manos que por ellas pasaron, como si el tiempo no pasase.

Ahórrate lo que tenías que decir, ahora, y espera a que sus palabras
te enseñen a conocer la esperanza de un encuentro para que, entonces,
gastes todas las palabras que ahorraste.

Y no te olvides de pasar los dedos de la memoria por entre
esos cabellos, y respirar, de nuevo, el perfume de la vida
que brilla en el leve perfil de una sonrisa.

Nuno Júdice, mayo 2020

Instruções para sobreviver a uma quarentena

Põe à tua frente um rosto pousado numa almofada,
como se dormisse, mas com os olhos abertos e um brinco
que sobressai sobre os cabelos.

Pensa nas palavras que lhe poderias dizer, ao ouvido,
com cuidado para não perder nenhuma sílaba entre o brinco
e o puro desenho do seu perfil.

Não as digas todas de uma vez, e guarda uma parte para
os dias que ainda faltam, como se tivesses de multiplicar
por catorze dias cada um dos versos do soneto.

Sente aqueles lábios como se tivessem o sabor de uma romã,
e não saboreies tudo porque, tal como os bagos da romã, também
a boca tem de ser provada passo a passo, com todo o seu sumo.

Lembra-te da voz que entrou nos teus ouvidos e ainda
hoje, quando a angústia de um silêncio te percorre, volta
a soar com a doce lentidão da sua música.

Não precisas de pensar em urgencias, em inutéis ansiedades,
no tempo que parece não chegar ao fim, e segura nas tuas mãos a forma
das mãos que por elas passaram, como se o tempo não passasse.

Poupa o que tens de dizer, agora, e espera que as suas palavras
te ensinem a conhecer a expectativa de um encontro para que, então,
gastes todas as palavras que poupaste.

E não te esqueças de pasar os dedos da memória por dentro
daqueles cabelos, e respirar, de novo, o perfume da vida
que brilha no leve desenho de um sorriso.

Nuno Júdice, Maio 2020

Dos jóvenes trabajadores portugueses

João trabaja en el restaurante de la playa para pagarse su permiso de conducir. João, durante el curso, estudia, pinta acuarelas -así ha comenzado nuestra pequeña conversación, al verme pintar en el cuaderno de apuntes- y ayuda a su familia. Estamos en la costa alentejana, hay una brisa agradable y el mar cambia de color cada media hora, desde el verde al azul cobalto, pasando por todas gamas de azules. Las olas son suaves, el mar está en calma pero aún así se ven saltar por encima de los escollos del estuario, alzando una estela blanca de espuma.

João me explica a través de su mascarilla que a todos sus amigos la familia les paga las pruebas del examen de conducir, pero no su madre. Pero a fin de cuentas también coincide en que es quizás mejor porque se hace responsable de sus propias decisiones.

El restaurante está sobre las dunas y tiene un nombre evocador, no es antiguo, la placa dice 2005. Hoy quizás ya no podría construirse tan cerca de la arena. Es de madera, perfectamente organizado con esa cozyness que los portugueses saben darle a muchos cafés y casas de comidas. Entre muchas cosas, sirven una excelente ensalada de huevas de pescado, salada de ovas, las patatas fritas de la tortilla están perfectas y el servicio, incluido el de João, es impecable.

La covid ha traído aquí dos cosas positivas, dentro de la crisis: menos turistas, lo que es malo para muchos negocios pero bueno para aligerar de automóviles las calles del pueblo; y ha reforzado la simpatía, acogida, higiene y calidad de todos los establecimientos. Las mesas de restaurantes, casas de pasto y cafeterías son limpiadas prolijamente tras cada uso, están menos pegadas, hasta el café es aún mejor de lo acostumbrado, que ya es decir. La calidad general ha mejorado, aunque ya era buena como acostumbraba de siempre el turismo portugués.

Esperemos que ahora, con esta nueva realidad, los alcaldes se tienten la ropa antes de conceder más licencias de construcción que amalgaman los pueblos y las urbanizaciones; muchos solares quedarán vacíos, a merced de la vegetación litoral, o permitiendo que se plante algún parque y no solamente cemento; las amenazas al paisaje tenderán a disminuir. La codicia inmobiliaria se apaciguará, por un tiempo.

La inmensa mayoría de los jóvenes portugueses, como los españoles, tienen empleos precarios, cuando los tienen. Los empresarios aprietan pues no quieren perder beneficio, y a estos jóvenes no los defiende sindicato que valga. Como tampoco a los inmigrantes asiáticos que trabajan en los invernaderos de los alrededores. O lo toman o lo dejan. La covid trae más explotación de los trabajadores, de los obreros. Por eso, verlos sonreír y trabajar con amabilidad, con dedicación, es aún más reconfortante y casi sorprendente.

João es una buena muestra del espíritu portugués: trabajador, sufrido, sin arrogancia y con una especial simpatía que roza la modestia y la timidez.

Miguel, el otro chaval que me ha servido el café esta mañana, lleva trabajando sólo desde primeros de julio. Se equivoca, rectifica, tarda algo más que los veteranos y al venir a la mesa de la terraza del café se excusa con una sonrisa “es que soy nuevo”. Con su familia contribuye a remontar el pequeño negocio, ahora que los exámenes -virtuales, on line- han terminado. En septiembre, si la pandemia amaina, podrá volver al instituto.

En estos meses, cuando he ido preguntando a los comerciantes, a los trabajadores portugueses afectados por la crisis, la respuesta más frecuente ha sido, “es difícil, es duro, pero es así, tiene que ser, tem que ser”. No es resignación, es realismo sin quejas, sin agresión. A remangarse y al trabajo, a hacerlo mejor que antes y a resolver la situación. Los ciudadanos de esos países llamados “frugales”, Austria, Dinamarca, Suecia y Holanda -que es un medio paraíso fiscal hipócrita-, esos que vienen a la Península Ibérica en busca de alcohol barato, sol y servicios, incluidos los sanitarios, podrían observar cómo se trabaja en este Sur que tanto ignoran y menosprecian.

(Costa Vicentina, Portugal, julio 2020)

Máximo José Kahn, o Medina Azara

Rebuscando por la Feria da Ladra, en Lisboa, me he encontrado un par de Revistas de Occidente de 1930 y 1932 donde, bajo el seudónimo de Medina Azara, aparecen sendos artículos, El patriarca judío, y La vida poética de un judío toledano del siglo XII (Yehuda Haleví).

Esto me ha llevado a indagar sobre quién se escondería bajo ese seudónimo. Se trata de Máximo José Kahn, nacido en Frankfurt, exilado y muerto en Buenos Aires (¿o México?) en 1953. Escribió en español y en alemán, sobre todo en los años treinta del siglo pasado. En particular, en la Revista de Occidente.

Es difícil encontrar rastro de él, a pesar de que la revista Raíces le dedicó hace unos años un artículo. Rara avis, el escritor Kahn exploró y estudió el pasado de los judíos españoles. Tan rara, que si se busca en google, apenas hay alguna referencia (y la inmensa mayoría te llevan tontamente a Medina Azahara con ese automatismo de los servidores informáticos), y hasta muchos comentaristas califican a Kahn de sefardí, aunque era naturalmente askenazi; ignorancias que acarreamos sobre el judaísmo.

Kahn, Medina Azara, ha sido uno de los pocos puentes modernos que han existido en España entre el judaísmo y la tradición. Contrariamente a casi todos los países europeos y muchos suramericanos, casi no contamos, por razones obviamente demográficas, con escritores, artistas, actores, periodistas o científicos judíos. Y, por supuesto, n con políticos ni con servidores del Estado. Nosotros nunca hubiéramos tenido un caso Dreyfus porque no ha habido ningún militar judío, por ejemplo. Ni un primer ministro como Rathenau, ni un Mendès France, ni un Primo Levi, ni un Rothko, ni un Freud. Nuestro desierto hebreo -de judenraus. empezó en 1492. Max Aub –nacido en Francia de padres judíos- renunció expresamente a serlo, Leopoldo Azancot –ya fallecido- fue bastante ignorado, Cansinos Assens m¡no fue muy estimado, y Kahn ha sido completamente olvidado.

Menos mal que la Editorial Renacimiento ha publicado dos de sus obras fundamentales: La Contra-Inquisición y Arte y Torá, exterior e interior del judaísmo, preparadas por Leonardo Senkman y Mario Martín Gijón.

Luis Antonio de Villena trazó una semblanza de Kahn en el diario El Mundo, https://www.elmundo.es/cultura/2016/06/15/57605097468aeb1c638b4619.html
que nos permite recuperarlo, aunque no sé por qué lo opone a Arthur Koestler.

La editorial Renacimiento, desde su base en Valencina de la Concepción, a cinco kilómetros de Sevilla, tiene por misión recuperar textos importantes, textos perdidos, memorias y ensayos que son importantes en nuestra cultura y que han sido relegados al olvido. Recuerdo así, por ejemplo, las memorias de Mercedes Formica o los diarios de Matilde Ras. Pero también el libro de Benedetto Croce sobre el Nápoles español, y centenares de libros, sin olvidar, claro a Manuel Chaves Nogales, literalmente desenterrado por la editorial Renacimiento de Abelardo Linares hace veinticinco años.

Ah, y curiosamente, el puesto en donde encontré esas dos revistas, lo tiene un portugués judío, que acompaña discretamente sus libros con una menorah.

Hay más informacion en eSefarad, https://esefarad.com/?p=9117

El escritor Ralph Fox cae en Lopera (Jaén)

Hace unos meses, en uno de los puestos de libros viejos de la rua Anchieta, en Lisboa, me encontré el volumen The novel and the people, del escritor británico Ralph Fox. Es una edición neoyorquina de 1945. Intrigado, quiero saber más de este joven escritor muerto en España.

Ralph cayó en las lomas de olivares de Lopera cuando, integrado en la Brigada Walter formada en Albacete, en la Navidad de 1936 intentaban recuperar ese pueblo jiennense a los legionarios del ejercito franquista. Tenía treinta y siete años y era un auténtico oxonian, un licenciado de Oxford, con una amplia, especial cultura.

Murieron, nos dicen en Lopera, 145 soldados extranjeros, entre ellos Fox y otro poeta, Cornford. Fue un desastre. Otras fuentes hablan de trescientas bajas, sólo en el lado republicano. Jamás recuperaron el pueblo, aunque la Legión no pudo avanzar hasta la capital de la provincia, que permanecería republicana hasta el fin de la guerra. Da casi rabia pensar en lo mal organizado que estaba el ejército republicano, con demasiada indisciplina y mal equipado. Muchos brigadistas, como miles de soldados españoles, no hubieran muerto si hubieran estado mejor mandados. Sobró entusiasmo y faltó organización (además de la superioridad armamentística y aérea que Hitler y Mussolini facilitaron a Franco, de la traición de la Francia de Blum, la puñalada de Churchill y el desinterés de otros liberales por la República, con la funesta e hipócrita ‘no intervención’ -pero de esto sabe mucho más el historiador Angel Viñas, al que remito al lector-).

Contemplo Lopera en la lejanía desde otro pueblo histórico, Porcuna, la Obulco de la tribu ibérica de los túrdulos. Estas lomas de olivares, tierras feraces, fueron siempre codiciadas. Los iberos, los cartagineses, los romanos, árabes, todos fueron tentados por dominarlas y explotarlas, y lo consiguieron por un tiempo. El paisaje es inmóvil, eterno; el olivo no cambia de color durante las estaciones, sólo platea más o menos según la lluvia y el viento. Puedo imaginar un paisaje parecido hace dos mil años. Al ver esos cortijos en las lomas no podemos dejar de pensar que probablemente, en es mismo lugar, ya hubo una villa romana. Sólo los viejos olmos oscuros y los ailantos que hay en las curvas de las carreteras secundarias de la provincia, cambiarán de color y nos indicarán las estaciones. Porcuna tiene además para mí una pequeña connotación familiar, pues allí trabajó mi tío Ernesto en el Servicio Nacional del Trigo, antes de que construyeran el par de imponentes silos, y allí nació mi primo Ramón. Lopera fue pobre, en manos de los terratenientes latifundistas durante siglos. Me cuentan, incluso, que después de la guerra todavía había lepra, como en Mengíbar y como en Santiago de la Espada (el pueblo, precisamente, de mi abuelo).

El libro La novela y el pueblo es un ensayo literario de Fox desde una visión materialista histórica. Gran conocedor de la literatura europea, y de la española, Fox indaga sobre verdad y realidad, sobre la épica, el papel del héroe en la novela, cómo se puede describir al hombre común, vivo y con energía (y curiosamente, sorprendente y original Fox, pone de ejemplo a Balzac, a Flaubert, hasta a Proust, y incluso el Ulenspiegel del belga Charles de Coster, esa novela sobre los rebeldes flamencos contra la Inquisición y el Duque de Alba), los límites del realismo social y el peso de la herencia cultural. Su ensayo, de 128 páginas sin desperdicio, fue publicado después de su trágica muerte (sus restos, como los de su camarada John Cornford, jamás fueron encontrados, no tienen sepultura). En todas sus páginas, el lector, conforme o disconforme con Fox, hallará un estímulo a sus ideas preconcebidas sobre autores y libros. Comienza explicando al lector que sólo pretende examinar la situación actual de la novela inglesa y entender la crisis de ideas que ha destruido sus otrora seguros cimientos, y cuál pueda ser su futuro.

Por el momento en que fue escrito, aunque se extiende sobre Joyce, Huxley, Waugh o Malraux, era quizás pronto para que se pronunciase sobre la opinión que le merecía una de las divinidades literarias que todos adoran -menos yo-, Virginia Woolf. A lo mejor no la habría subido a tan alto pedestal (de Bloomsbury me quedo sobre todo con John Maynard Keynes).

Fox pertenecía al Partido Comunista de Gran Bretaña y escribió varios libros, uno sobre Genghis Khan -conocía Mongolia-, una biografía de Lenin, así como ensayos sobre Irlanda y sobre el Portugal salazarista. Era un gran conocedor de la literatura y no tenía en absoluto esos defectos de la hiper-ortodoxia marxista: la literatura era una pasión, no solamente un corpus a diseccionar bajo un estricto y frío escalpelo doctrinal y político. Por ejemplo, si bien criticaba el personaje Lawrence de Arabia, no por eso dejaba de encomiar su valor como escritor y su calidad epistolaria.

La tradición de armas y letras en la literatura inglesa es singular y destaca muy por encima de los escritores de otros países. Como pasó en la Primera Guerra mundial, muchos poetas británicos cayeron en combate. Fox lamenta que los ingleses que contribuyeron en la Península, en la guerra de la independencia, a luchar contra la tiranía del invasor francés (Albuera, Talavera, Vitoria, etc), ahora, en 1936, hayan renunciado a ayudar a los españoles a luchar contra el fascismo, por un “estrecho sentimiento de clase”.

Ralph Fox

La editorial International Publishers, fundada por radicales ricos, Heller y Tratchenberg -que siempre perdieron dinero en ella-, subsiste aún y está especializada en obras marxistas.

Lopera, un pueblo limpio, cuidado, ordenado, amable, ha rendido homenaje a los caídos en esa batalla. Lo visito en una siesta de verano. Entre el calor y el final del confinamiento no casi un alma en la calle. Alguna placa recuerda estos hechos de la lejana guerra, señala dónde están las viejas trincheras, pero no consigo encontrarlas (ya se sabe que la señalización no es el fuerte en España, al principio hay un cartel y luego nada). Lopera no queda lejos de la antigua carretera nacional IV, la carretera de Andalucía, camino obligado de Madrid para las tropas de Queipo de Llano.

La carretera serpentea entre olivares
milenios de olivas de Roma y de Cartago
en las cunetas, los olmos oscuros y los ailantos
-los únicos que muestran el otoño-
sobre el paisaje inmóvil, el pueblo.
Calles limpias, solitarias en la siesta del verano,
casas sólidas, virtuosas, acabadas.

Allí vivió mi tío antes de que alzaran los dos silos
desde lo alto, también entre lomas de olivos
Lopera, tumba de Fox y de Cornford, poetas ingleses
perdidos en los cerros en la navidad de 1936.

Paisaje construido y codiciado por el hombre,
perdido, inmóvil, siempre el mismo
viejas villas romanas convertidas en cortijos
rodeadas de árboles oscuros.
Allí vivieron razas, religiones, guerreros
peones, hidalgos y señores.

Tras la lluvia algún arado aún remueve los viejos
mosaicos ilustrados y enterrados.

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Guido da Verona

Las tardes de verano son largas y silenciosas. A la hora de la siesta, mientras afuera cruje el sol entre los árboles, en la vieja biblioteca, en el campo, siempre se encuentra alguna sorpresa, algún volumen que desempolvar, releer, apreciar. Ese libro que has ido cambiando de anaquel, postergado siempre, que nunca te has propuesto leer. Hasta que un día, lo hojeas por casualidad, descubres algunas páginas y te sumerges en su lectura.

Los novios, glosa de Manzoni, de Guido da Verona, lleva ahí casi un siglo en la balda. Alguien, algún tío abuelo mío, lo leyó alguna vez pues no está intonso. En esta biblioteca están los restos de libros de tres o cuatro generaciones. Ahí están Azorín y Miró, Papini, Hamsun, Maurice Baring, Madariaga, Marañón, Eugenio Noel, los Alvarez Quintero y hasta Julián Zugazagoitia y Manuel Ciges Aparicio. Son libros de editoriales y colecciones que hicieron su pequeña historia, como las Publicaciones Atenea, la Compañía Ibero Americana de Publicaciones (CIAP), Renacimiento, Mundo Latino, Calpe, Prometeo. Algunos los hemos conservado quizás por sus magníficas portadas. Afortunadamente, porque ahora los podemos leer, como éste de Da Verona.

Hace noventa años, sin televisión, con una radio que silbaba, crepitaba y se oía sólo de vez en cuando en estos cortijos -sin luz la mayoría, que ésta llegó sólo hacia 1960- y pueblos, una vez acabadas las pesadas sobremesas, las repetitivas tertulias y hechas las cuentas de la aceituna, de los ganados, de las talas, ya no había gran cosa que hacer. Los cortos días del invierno dejaban tiempo a la lectura, así como las largas siestas estivales a la espera de que cayese ‘la fresca’.

Guido da Verona fue un escritor de moda en Italia en la primera postguerra mundial. Sus libros alcanzaban tiradas de cientos de miles de ejemplares. Admirador de D’Annunzio, apoyó inicialmente el fascismo hasta que las leyes raciales lo discriminaron como judío, lo que le llevó al suicidio en 1939. Su literatura era kistch, con una especie de regusto erótico que seducía entonces. Era un dandy, un escritor comercial, un “escritor para modistillas” -decían los sabios y despreciativos analistas-. Y los que no lograban vender mucho le envidiaban y despreciaban, como sucede siempre en el mundo literario.

En 1929 se publica Los novios, en los que parodia a Alessandro Manzoni, al que no soportaba por su paternalismo y retórica. En una especie de anacronía la novela de Manzoni, que se sitúa en el siglo XVII, narra momentos actuales, el novelista la mezcla con la época del momento, con Richelieu y Primo de Rivera en la palestra, por ejemplo. Salen también a relucir Silvio Pellico (“que todas las noches estaba esperando a que entrasen los austríacos para detenerle y poder luego él escribir su famoso libro “Mis prisiones”), Bergson o Einstein.

Sobre pestes y pandemias tiene párrafos magníficos:

“El doctor Tadino trató, en vano, de sincerarse en su Memoria del origen y efectos diarios de la enorme peste española (…) registrada en la ciudad de Milán durante el año nefasto de 1648…
El doctor Tadino, ignorante como lo eran los médicos de su siglo, califica de peste a un sencillo contagio de influenza que se llamó española porque los españoles estaba sometido Milán; y tal nombre vino a aplicarse universalmente desde aquel tiempo a todas las afecciones del mismo género, cualquiera que sea la relación política a que un país zarandeado resulte sometido: excepto en España, donde los altivos hidalgos, por justo orgullo nacional, rehusan dar a una dolencia tan peligrosa…”

Mientras habla del Conde Duque de Olivares, que se opone a la sucesión en el Milanesado del duque de Nevers, termina :

“de todos modos circulaban rumores de que Primo de Rivera no veía con buenos ojos a nuestro don Gonzalo […] nuestro don. Gonzalo es sin duda un gobernador de mérito, pero su modo de llevar la circulación de los tranvías no agrada a la mayoría de la población.
-¿Viva mil años nuestro don Gonzalo, en el siglo don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, duque de Sanlúcar, gran favorito del rey don Felipe el Grande, nuestro señor!- exclamó el conde Atilio levantando su vaso.”

Toda la novela, en clave de humor, mezcla las épocas, en la que aparecen condes y capuchinos, dactilógrafas y cotizaciones del dólar, la peste de Milán de 1630 –“que daba dolor de cabeza”- y los terrenos en venta a dos mil liras por metro cuadrado.

“En ausencia del gobernador don Gonzalo [que es un retrato oculto de Mussolini], que había ido a Madrid para conferenciar con el Gobierno acerca de la conveniencia de dotar a la metrópoli lombarda de una estación de ferrocarril, y además para recibir instrucciones acerca del monumento a Napoleón III…”.

El gobernador don Gonzalo (Mussolini) es finalmente destituido por el “férreo Primo de Rivera”. En este libro se esconde, bastante evidente, una fina ironía del fascismo, los personajes de Manzoni, el poder y la Iglesia son objeto de una sátira encubierta los Pactos Lateranos entre Mussolini y Pio XI.

La parodia llega, curiosamente, hasta al lenguaje, cuando dice “los cuales y las cuales, deseosas y deseosos”, que parece premonitoria.

“Renzo alquiló un torpedo Chiribiri, el Rolls Royce italiano, y quiso ante todo dar una vuelta por Milán, que en 1600 desarrollaba su vida más intensa en el centro de la galería. Allí gritaba la multitud hasta desgañitarse:
-¡Panem et circenses!”

Como decía la canción, “ya sé que no se estila”, que Da Verona no será reeditado jamás en España porque el editor perdería dinero. Pero los confinamientos, los veranos largos y las siestas tranquilas en el frescor de la casa perdida en la Sierra de Segura, en la provincia de Jaén, dan para rebuscar, para leer libros y revistas viejas de hace noventa años (que eran muy parecidas de contenidos: editoriales edificantes y ponderadísimas, política de disputa, moda, viajes a rincones, sucesos y guerras, aunque no tanto fútbol), para darnos cuenta de que todo ha sido ya dicho hasta la saciedad, que lo que llamamos novedades, ideas novedosas, ya fueron dichas hace muchos años, que no hacemos más que repetir lo mismo. Que, al final, lo mismo se entretiene uno con un libro acabado de salir de la imprenta y que, como los soldados en campaña, en vez de vivre sur l’habitant, habrá que lire sur l’habitant, sacar de lo que ya tenemos acumulado y de lo que acumularon nuestros antepasados.

Se ha menospreciado a muchos escritores por mediocres; la crítica ha sido a menudo despiadada, implacable. Más vale no seguirla demasiado porque es capaz de destruir a un novel poeta, a un incipiente narrador. Sin tratar de resucitar fantasmas, pues los gustos culturales han ido cambiando, la valoración ecuánime es necesaria para no dejar a sus autores en las tinieblas exteriores porque no encajan en los cánones, a veces más de sacristías, amistades y suplementos literarios que de un objetivo examen. Muchos escritores relegados, olvidados, aun nos pueden dar unos ratos agradables, interesantes, estimulantes, de lectura.

  • [Nota: Antonio Piromalli, nos informa Wikipedia.it, ha publicado estudios sobre este escritor.
  • Otra estudiosa de Da Verona ha sido Maria Raffaella Cornaccha.]