Josep Pla en Portugal

Este artículo ha sido publicado en portugués por el Diário de Notícias el pasado día 8 de octubre, https://dn.pt/opiniao/opiniao-dn/convidados/josep-pla-em-portugal-12897786.html

Uno de los primeros autores españoles a quien recurrí para tener una idea de Portugal fue Josep Pla, cuya Direcció Lisboa es una recopilación de artículos dedicados a este país.

Josep Pla necesita una presentación para el lector portugués. El escritor de Palafrugell (1897-1981), además de manejar la lengua catalana como nadie, tenía humor, ese humor socarrón y rural de su Ampurdán. Su prosa es límpida, con adjetivos singulares, nuevos, plásticos, inimitables.

Mantuvo un equilibrio político saludable, que los catalanistas más dogmáticos siempre le reprocharon porque en vez de leerlo prefirieron hacerle la autopsia. Dada su imagen política controvertida y aunque fue muy galardonado, nunca recibiría el Premio de Honor de las Lenguas Catalanas, el máximo premio literario de Cataluña. Francesc Cambó, el prócer catalán de la Lliga Regionalista, millonario y político liberal conservador muerto en el exilio, será uno de sus apoyos más conspicuos. Su biografía escrita por Pla es un libro indispensable para entender el nacionalismo catalán y sus vicisitudes.

Su escritura se despliega deslumbrante en sus dietarios, como el Quadern gris, en sus semblanzas de personajes, Els homenots, en sus crónicas de viajes que hizo por todo el planeta. Nunca se propuso, decía, más que dar una imagen del mundo que vivió, constatar un hecho, “que forman unas vastas memorias, una sucesión de reflejos de mi insignificante pero auténtica existencia”. Curiosamente, gran parte de su obra no ha sido aun traducida al castellano y Direcció Lisboa sólo está en catalán, en el volumen 28 de sus obras completas de Edicions Destino.

Era demasiado escéptico e independiente y libre para ser absorbido por los vencedores de la guerra civil (había salido huyendo de la Cataluña republicana en un barco francés porque no se encontraba seguro en medio del “desorden anarquista”, viviría en Francia y en Roma y entró por Irún en octubre de 1938 en la zona nacional o franquista). Pero no era de la confianza de los nuevos amos y nunca llegaría a ser director de ese magnífico diario que es y ha sido siempre La Vanguardia, buque insignia de la prensa catalana y española.

Fue también un cronista político de envergadura y sus páginas sobre la proclamación de la República en Madrid son memorables. Con su humor, afirma que Madrid “huele a café con leche” y “los madrileños contemplan cómo arden los conventos mientras comen churros”. Sus crónicas parlamentarias de la época son demoledoras, de una objetividad tremenda, que deja bastante mal a todos los charlatanes que proliferaban en las Cortes.

Sus primeros artículos sobre Portugal datan de 1921 y después escribiría regularmente pues lo visita muchas veces. Lo recorre de norte a sur, se detiene en el Ribatejo (Santarém, dice, mordaz, recibe menos visitantes desde que tiene ferrocarril). Se extasía ante los colores de Corot del Estuario del Tajo, con todos los tonos de blancos –“he pasado muchas horas contemplando el inmenso estuario”; ya menciona los riesgos de salinización-

Destaca su admiración por la arquitectura y las artes, se detiene con fruición ante los Paneles de San Vicente y el pintor Nuno Gonçalves. Setúbal le merece unas líneas muy amables: “ciudad tranquila, limpia y de calles anchas, llena de color, de una arquitectura barroca ligera y ponderada. Los colores rosa y los aéreos verdes posados sobre una arquitectura tan razonable son una delicia”. En Abrantes “no ha pasado nada, que yo sepa, desde Wellington”, dice en 1953. “Cascais es un pueblecillo blanco, pescador, de un barroco de buena confitería popular que en verano es invadido por una muchedumbre turística insoportable”. Sus juicios, subjetivos, sinceros, son a menudo muy certeros.

Quizás el mejor escritor paisajista (“la patria es un paisaje”), la botánica, los cultivos son algunos de sus temas favoritos. En Portugal destaca cuatro árboles, el alcornoque, el pino, el eucaliptus y el olivo, “de todos los países del sur de Europa, Portugal es el más rico de botánica”, “de una riqueza arbórea considerable”. Los alcornoques le llaman mucho la atención porque son árboles también de Cataluña y de su Ampurdán (“la sierra de Caldeirão me ha hecho sentir la ilusión de no haber salido de casa”).

Los paisajes agrícolas portugueses le encantan aunque opina que la dictadura de Salazar ha hecho muy poco por el campo, y en cuanto “a la alimentación, ha mostrado una enorme parsimonia”. Sin embargo, cree que en materia de viñedos y corcho Portugal está muy por delante de España. En cambio, los paisajes más agrestes le dejan más indiferente y la Sierra de Estrela le parece “excesiva y puramente geológica”.

Interesante para los nostálgicos serán sus artículos sobre Salazar, Cómo piensa Oliveira Salazar (45 páginas), “uno de los hombres importantes más anti-exhibicionista que ha producido esta época”, escribe en julio de 1953. “Al slogan de Nietzsche, ‘vive peligrosamente’…, Salazar le ha contrapuesto ‘vive habitualmente’”. Pla usa los recuerdos y entrevistas de mademoiselle Garnier para su semblanza del dictador (“Portugal es una república dictatorial”), aunque reconoce sus méritos económicos y monetarios. Buen pagès, agricultor, un ‘falso pobre’, le da siempre mucha importancia al dinero. Pla, como me recuerda mi amigo Joan Mundet, muere rico y su principal preocupación era la estabilidad monetaria.

Respecto a las colonias dice en 1963, “el sistema colonial portugués ha sido, durante muchos años, una especie de anarquía larvada y carente, absolutamente aceptada, en la cual la explotación, si la ha habido, ha sido insustancial. Ahora comienza otra etapa”.

Pla se extiende sobre el fado y Amalia Rodrigues (irá a la Adega Machado del Bairro Alto), el barroco, los vinos, que aprecia mucho aunque no le gustan los verdes, demasiado ácidos para él, y la cocina y repostería portuguesas, ésta última que considera bastante afrancesada. Su artículo La cabeza, transportadora de mercancías lo dedica a las varinas, esas pescaderas descalzas que le fascinan y atraen como mujeres “que tienen fama de ser muy desenvueltas y de hablar un lenguaje muy directo y claro”.

Nadie piense en encontrar en Josep Pla los lugares comunes de las guías al uso ni los comentarios solamente elogiosos pues no se deja deslumbrar por las primeras impresiones y puede ser demoledor. “Portugal es un país en el que las cosas superfluas son muy buenas, y las indispensables, puede que no tanto”. Escapa de los lugares comunes y afirma también, sin reparo alguno, que “las puestas de sol en el Atlántico, incluso en los días de bonanza, suelen terminarse con una lividez inhóspita, agobiante y triste”. ‘Horripilante’, concluye. Obviamente, su mar preferido fue siempre el Mediterráneo, al que dedicó numerosas páginas de lo que él llamaba ‘literatura narrativa’, en particular a los marineros, contrabandistas, pescadores de la costa ampurdanesa y a muchos pueblos de la costa catalana cuando todavía eran genuinos.

Para el lector portugués sería muy importante que aquí se tradujera más a este, para mí y para muchos, mejor escritor catalán del siglo XX y uno de los mejores de España; no sólo por sus sabrosas páginas sobre Portugal sino porque creo que entendería mejor Cataluña y los catalanes.

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