Tanta España vacía y Jaén sin ferrocarril

Un paisaje sin ferrocarril termina siendo un paisaje sin literatura. Los rieles o raíles, los taludes y terraplenes, los túneles y los puentes, sin hablar de las estaciones, los andenes, los antiguos depósitos de agua, los jardinillos entecos de los guardabarreras eran parte del paisaje industrial. Y del humano: eran despedidas y recibimientos, llegaba y partía el correo y las valijas, los soldados que partían o volvían, los emigrantes, los estudiantes. Lágrimas y besos. El paisaje inerte, calmo, se animaba con el humo y el silbato lejanos que anunciaban la llegada. Tartanas, taxis, acémilas, campesinos, se acercaban a las estaciones y apeaderos.

Todos los grandes escritores del XIX y del XX han incluido el ferrocarril en sus novelas. Rusos y españoles, americanos y franceses, hindúes y argentinos. Tolstoi murió en una estación, en Astapovo, Faulkner los evoca, Santa Olaja de Acero es uno de los mejores relatos de Ignacio Aldecoa, los revolucionarios mexicanos (escuchen yo soy rielera por Lola Beltrán), Simenon y Agatha Christie, y así sucesivamente. También los poetas, desde Pierre Reverdy a Machado, en su vagón de tercera. Y precisamente, con Antonio Machado hemos topado.

Porque en la provincia de Jaén ni escritores ni poetas podrán ya mencionar el tren, pues casi no existe.

La provincia de Jaén carece de muchas cosas y sobre todo de un ferrocarril digno de tal nombre. La capital y casi todos sus pueblos. Hasta la línea de alta o media velocidad se ha construido evitando, rodeando la provincia. Para llegar a la capital en tren desde Madrid (no digamos desde otras ciudades, incluso andaluzas) tendrá el temerario viajero que hacer gala de una paciencia infinita. Los ferrocarriles y la España vacía están muy relacionados. Pero se habla de AVE, de autovías, y no de ferrocarriles normales.

En toda España, desde hace décadas RENFE se ha dedicado con entusiasmo y dedicación a desmantelar vías férreas consideradas no rentables. “Rentabilidad” que evidentemente no incluía en el haber el medioambiente ni la vertebración del país, claro está; sólo si el precio de los billetes sufragaba el personal, las estaciones, los vagones. ADIF ha rematado la faena, dejando centenares de pueblos y decenas de comarcas de España sin otra posibilidad de transporte que por carretera y, además, en coche privado. Porque al ahorro de ferrocarriles hemos de añadir la lamentable comunicación por autobús y las macilentas y cochambrosas estaciones de autobuses de los pueblos, si es que tienen.

Pero lo más simbólico es el desastre de la línea Baeza-Utiel, cuyos vestigios se aprecian por la Loma de Úbeda y el noreste de la provincia hacia Albacete, esa ruta que siguió Aníbal, que el imperio romano privilegió con la vía Augusta (antes Heraclea) de Cádiz a Roma y que luego los españoles abandonamos y estropeamos, hasta hoy (más adelante aludo al apabullante desastre de la N 322).


Las ruinas de las estaciones nunca estrenadas salpican el paisaje de olivares. En cambio, como única vía de comunicación padecemos el horror de la carretera N 322, que lleva treinta años en obras y que se ha desmoronado literalmente varias veces pues está construida sobre terrenos muy muebles. Eche paciencia el conductor si va de Úbeda a Alcaraz, por ejemplo, pues esos 140 kilómetros les costarán unas dos horas. Los que queremos ir de Jaén a La Puerta de Segura, tendremos que prepararnos para tardar dos horas.

Vean en Wikipedia los datos: iba a tener 366 kilómetros, hay 107 túneles y se proyectaban 25 viaductos. Muchos ya estaban hechos desde antes de la guerra pero Franco, tan interesado en los pantanos, la desdeñó como “el capricho del General Saro”. La línea hubiera enlazado Cádiz con Cataluña y aún con Francia, hubiera estructurado el territorio, hubiera dado cohesión al país y podría haber disminuido la grave desertización demográfica (y envejecimiento de la población) del noreste de Jaén. https://es.wikipedia.org/wiki/L%C3%ADnea_Baeza-Utiel

En mi opinión, esta carencia ferroviaria -pues hasta la llamada estación Linares-Baeza, ese lamentable ‘apeadero’, es peor que muchas estaciones de países africanos, – es atribuible a la carencia de políticos de envergadura de Jaén. En general, los dos partidos principales, desde la UCD (Landelino Lavilla), PSOE (Fernando Morán) han ido designando ‘cuneros’ para encabezar sus listas electorales. Y los alcaldes no dicen nada, se callan, esperando quizás las consignas de sus partidos (para los que Jaén no existe, sencillamente). Lo mismo que callan cuando carecemos de otros medios de transporte público de una mínima calidad, como serían los autobuses. La pasividad como forma política.

Y el magro consuelo que se les ocurre es una especie de proyecto de vía verde (para bicicletas, se supone), que iría sobre esa abandonada plataforma y que los pocos miles de habitantes que quedan por esas comarcas dudo que estén muy dispuestos a usar y amortizar y menos bajo el sol abrasador. Un disparate financiero con el maquillaje del ecologismo. Pero lucro para algunos, sospecho.

Los partidos políticos han olvidado que el ferrocarril ha sido históricamente un medio de comunicar y estructurar un país. Eso que entendieron los zares, Lincoln, Bismarck, el Imperio otomano, entre muchos. Habría que añadir que el transporte ferroviario es una de las mejores armas contra el cambio climático (que me temo, sólo le interesa a la ministra Teresa Ribera, sola ante el peligro, quizás la única ecologista con conocimiento científico del gobierno).

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Cuatro trabajadoras

Por las calles y campos de España, miles de trabajadoras pasan desapercibidas todos los días. Son las que, con pequeños salarios o con escuetas pensiones, nos hacen la vida más fácil, que con sus palabras, con su sonrisa (que se ve ahora en sus ojos, las bocas tapadas con mascarillas) o su gracia sencilla, nos dejan un buen recuerdo. Aquí hablo de algunas.

Madrid

Ojos negros, terciopelo,
lindas cejas naturales,
es Marina,
con nombre de la zarzuela
favorita de su padre,
del autor Emilio Arrieta.
Agradable y diligente,
de aromas, colonias,
y jabones
los detalles reconoce
la perfumera de Narváez.

Infantes

Es joven, de piel bien clara
no pálida,
cabello negro brillante,
recogido, tan sedoso,
bata blanca almidonada,
con cuidado y esmero despacha
-todo, impoluto, ordenado-
pan candeal hecho del trigo
de los campos aledaños,
quevedescos, cervantinos,
bien cocido en viejo horno
caldeado con sarmientos.
Por el pueblo, aire limpio y
transparente de La Mancha.

Mérida

De ojos azules y tan suaves,
sirve ella a parroquianos
café, churros, chocolate.
Invernal ha amanecido
en la plazuela
al final del decumano.
Modesta y delicada
te pregunta
si prefieres
los llamados ‘madrileños’.

Jaén

La abuela Magdalena
que reclama:
“¡si estamos más encerrados que los cochinos!”,
al preguntarle
cómo está con lo que pasa.

Ojos azules que chispean
tras gruesas lentes de antiparras,
más sabia y espabilada
que doctores
de títulos, papeles y diplomas.

En la Sierra de Segura,
de un monte umbrío en la ladera,
su aldea, su vida,
cuidar de faenas caseras
y de sus nietos.

Vespasianos, Clochemerle y el Manneken Pis

Pocos conocen el libro de Gabriel Chevallier (1895-1969) en el que relata con humor la mezquina discusión en un pueblo francés sobre la instalación de un vespasiano, un urinario público. Vespasiano, gran militar y el primer emperador de la dinastía Flavia, además de mandar construir el Coliseo de Roma, también se ocupó de esta aparente minucia, los urinarios para hombres.

En las ciudades y pueblos españoles, ni siquiera es objeto de debate, como en el imaginario Clochemerle. Aquí, el que necesite evacuar que vaya a un bar o que haga como el monicaco bruselés que hace pis, el Manneken Pis. Ningún ayuntamiento ha instalado urinarios gratuitos, que deberían ser un servicio público. En Portugal hay en casi todas las poblaciones (aunque ahora algunos hayan sido clausurados temporalmente por causa de la pandemia).

Algunos municipios, pocos, prefieren subcontratar estos servicios a la ubicua empresa francesa Decaux (repare el lector que es como el anagrama de cadeaux, regalos), que afea nuestras calles con paneles inútiles que tapan perspectivas y entorpecen el caminar de los paseantes. Decaux es un pingüe negocio para sí misma y para los ayuntamientos. Publicidad por doquier, mamotretos y armatostes en las aceras y plazas, en los aeropuertos y, a veces, algún urinario de pago, que suele estar estropeado.

J.C.Decaux, empresa multinacional francesa, ha instalado cerca de 140.000 marquesinas de paradas de autobús en el planeta, posee muchos negocios. Por doquier, incluido el sistema parisino de bicicletas, Velib, y tiene más de 10.000 empleados en el mundo. Con la pandemia, ha sufrido un poco en su cifra de negocios, un 10% solamente.

No sé si a algún preboste municipal se le ha ocurrido que ir al retrete es una necesidad humana primordial y, por tanto, los urinarios y evacuatorios deberían ser un servicio público y gratuito. Los urinarios son como las papeleras, necesarias, gratuitas. ¿Ninguno quiere emular al emperador Vespasiano?

¿La agricultura contra la naturaleza?

Dar testimonio
de la catástrofe inevitable
cuando aún era posible evitarla
.
Jorge Riechmann

La Política Agrícola Común de la Unión Europea, la PAC, ha producido y acelerado un tipo de negocio, el agrobusiness, que en España ha tenido dos consecuencias negativas: por un lado, el creciente monocultivo con daños medioambientales y, de otro, la España vacía. Parece que nadie repara en que la supresión de la diversidad, la homogeneización de las tierras, expulsa población cuando no hay alternativa ni un mínimo tejido industrial autónomo y complementario, como es el caso en la mayoría del territorio español.

La PAC representa 58.000 millones de euros anuales, que es el 39% del presupuesto de la UE. De éste, España recibe aproximadamente 7.514 millones € del FEAGA, más 1.300 millones € del FEADER . Francia recibe prácticamente el 50% de los subsidios de la PAC.

Con la política de subsidios a la producción se ha fomentado el cultivo intensivo y el monocultivo en grandes zonas de Europa. En Francia con la remolacha, en España con el olivo. Así también con empresas lecheras, cría de cerdos, pollos, etc. Se ha conseguido una autosuficiencia en materia de alimentos, que era lo que se perseguía, pero a costa de una sobreproducción devastadora, insolidaria con África y nociva para la naturaleza. Mientras muchos ecologistas, guiados sobre todo por su antiamericanismo primario han dirigido sus críticas a los transgénicos y la norteamericana Monsanto, se han olvidado de que la PAC no es precisamente un modelo de desarrollo agrícola sostenible sino que está en manos de los lobbies agroalimentarios, sobre todo franceses.

El crecimiento de la producción parece ser el único objetivo. Por ejemplo, las ayudas de pago único del FEAGA suponen que cuantos más olivos posea un agricultor, más subvención recibe. Eso está transformando extensas zonas de España en olivares, donde antes había cereales u otros cultivos. Al mismo tiempo, fomenta, en aras de más producción, el riego de olivares desecando capas freáticas, y el mayor uso de agrotóxicos. De ahí resulta una pérdida de la biodiversidad que es un pingüe negocio para las grandes productoras de aceite, para las distribuidoras y, por supuesto, para las industrias químicas. Pero lo mismo sucede con otras producciones agrícolas y ganaderas.

La concurrencia, la competitividad, obligada porque muchos otros países hacen lo mismo, lo que supone una huida hacia adelante, con más maquinaria, más productos y más agresión a la tierra y escasez de agua. En conclusión, la progresiva desertización ambiental (y social) del país.

Curiosa, esta bipolaridad -esquizofrenia- del Estado y de la Unión Europea. Por un lado dicen acatar los acuerdos internacionales en medio ambiente y por otro fomentan una agricultura medioambientalmente insostenible y perjudicial. Los subsidios de la UE para protección de la naturaleza no llegan a la décima parte de los dedicados al agrobusiness. Consciente de la amenaza a la biodiversidad, actualmente la UE establece que debe haber un 26% de la tierra protegido, con el propósito de elevar ese porcentaje al 30%.

Habría que dibujar una tabla de coste/beneficio, de puntos débiles y puntos fuertes de este modelo agrario impuesto por la UE y secundado alegremente e inconscientemente por los gobiernos nacionales. Uno de los costes es que se mantienen propiedades no rentables gracias a las subvenciones. Se dedican al cultivo y se riegan terrenos nada rentables, que volverían a ser monte si no fuera por los subsidios. Se distorsiona el mercado, se alzan barreras aduaneras contra la producción de países africanos, que son sometidos, más que nunca, al intercambio desigual (y después nos alarmamos de la inmigración en pateras y cayucos).

La relativamente nueva situación ha hecho cambiar las relaciones económicas y comerciales del agricultor, su vida y el paisaje. Hay que hacerse además tres preguntas: ¿quién manda en el campo? ¿vive mejor el agricultor?, ¿es más bello este campo de ahora?

En el campo, en la agricultura ya no mandan los agricultores. Mandan tres grupos: las empresas de distribución y comercialización, las empresas de productos químicos para el campo (insecticidas, fungicidas, herbicidas, fertilizantes) y la estructura burocrática de subsidios nacional y europea.

La pregunta más crucial es ¿vive el agricultor mejor? Materialmente, es posible, tiene auto, a veces calefacción, las casas son algo mejores (aunque más feas), entre otras cosas porque cada vez hay menos, tocan a más, por así decirlo. Pero está cada día más entrampado. Depende de los créditos para comprar maquinaria y sistemas de regadío cada vez más caros y sofisticados, depende de vehículos y de mano de obra inmigrante. No dejan de ser siniestras las ofertas y descuentos que hacen las empresas de fertilizantes, insecticidas y herbicidas: cuantos más sacos o contenedores se compran, más baja el precio por unidad, animando así al agricultor a usar en exceso (y de paso, dejan tirados los envases por los campos).

El agricultor no latifundista (pues hay ya muchas empresas que controlan, con nuevo estilo, la producción) se encuentra ante la misma tesitura que Marx enunciase: el precio de producción de la mercancía difiere del precio real o precio comercial. Este depende de la oferta y la demanda. La oferta es excesiva en muchos productos, lo que da lugar a esos precios ‘tirados’ de aceite, de leche, de carne, que ofrecen las grandes superficies, en manos de las colosales distribuidoras extranjeras o españolas. La plusvalía que generan los agricultores no es para ellos, es absorbida por los distribuidores, por el Estado vía impuestos, pues los subsidios de la UE están sometidos a impuestos, por los préstamos bancarios para adquirir productos fitosanitarios y maquinaria. El agricultor está preso en una espiral malévola, de más producción-más endeudamiento-más oferta-menos retribución: la huida hacia adelante mencionada.

El agricultor se ha hecho más dependiente del Estado, de las grandes empresas de distribución (que marcan los precios, a menudo por debajo de esos costes de producción como exige este agrobusiness. El conflicto no es social sino comercial, los chalecos amarillos se manifestaban no a favor de la naturaleza sino por la reducción de los subsidios al gasóleo. Lo que confirma que el ecologismo es de burgueses y de gente de las ciudades, a ser posible intelectuales. La protección del paisaje y de la naturaleza no está en el mapa de las reivindicaciones agrarias ni en las tractoradas.

El propio Marx podría haber llegado a la conclusión de que la mercancía -el producto agrícola- terminaría agrediendo a la naturaleza, destruyéndola o hiriéndola. En España, si algún político se molesta en visitarla a fondo, no para inaugurar nada, se ven cada vez más zonas de monocultivo, menos diversidad, menos humildes abejas, menos inocentes bichos y sabandijas.

La consecuencia más importante es que ha cambiado la vida social, laboral y económica de los agricultores y, por tanto, su conciencia, su mentalidad y forma de vida. “El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general”, dijeron claramente Marx y Engels. Esto se nota en la forma de vida de los pueblos y aldeas del país, en su ocio, en su cultura (o falta de ella, pues se ha perdido la tradicional sin ganar una nueva). De hecho, además de depender de esos tres poderes antes citados, el agricultor depende mucho del clientelismo político instalado en su municipio, provincia o comunidad autónoma. Es menos libre que nunca.

La Naturaleza no es divisible, no es parcelable: no se puede dividir la tierra en zonas protegidas y zonas donde todo vale, en parques naturales de un lado y tierras dejadas a la depredación intensiva, de otro. Así como la cultura nos va separando de nuestro propio ser, cuanto más sofisticada es una sociedad más se aleja de la naturaleza. Crear parques naturales puede estar bien para el turismo pero a menudo no es más que un subterfugio para calmar conciencias y maquillar de verde una política agrícola totalmente enfrentada a la naturaleza. Un ejemplo de esa ‘propaganda ambiental’ es la protección al lince ibérico en Andalucía, muy costosa, mientras se permite toda clase de tropelías en las costas (campos de golf con agua potable, playa de los Genoveses, Algarrobico, Barbate, negligencia culposa en la gestión de Doñana, y un largo etcétera).

Un pastor de la Sierra de Segura (Jaén) me ponía un claro ejemplo: “antes unas cuantas cabras me servían también para que rozasen naturalmente los civantos (taludes) de broza y zarzales, ahora necesito echar el round up (glifosato). Tener cabras está prohibido”.

Sólo la antigua Grecia, la Hélade, atribuyó ninfas y dríadas protectores a los ríos y fuentes, a los árboles, a los montes y los bosques. Cada vez nos hemos ido alejando más de la naturaleza, considerándola meramente como un botín para entrar a saco en ella. La que Cervantes cantaba de la edad dorada casi no existe,

Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas…

Don Quijote de la Mancha, 1ª parte, capº XI

La Unión Europea, con su PAC, conjuga lo peor de la Planificación y lo peor del Libre Mercado, generando además en toda la Unión y en España una exagerada, enrevesada y gravosa burocracia (véase APROL, como muestra, la ayuda al olivar).

En conclusión: más producción, menos diversidad, más daño ambiental, precios más bajos y endeudamiento creciente de los agricultores, beneficios para las empresas distribuidoras y agroquímicas y para la Banca, más funcionarios y una España más vacía.

Probablemente deberíamos cuidar de una agricultura en armonía con el paisaje y con la naturaleza, pero no sabemos si a los lobbies eso les interesa. Además, la práctica ausencia de los temas agrícolas en los grandes medios de comunicación no dan mucha esperanza a que este debate sobre la agricultura se generalice y profundice. El campo, cuanto más callado, mejor para los políticos, los bancos y todos esos que mandan en él.

Información en la guerra, información en la pandemia

De la guerra, de Karl Von Clausewitz (1780-1831), es un clásico, interesante de leer, con datos históricos y que no sólo sirve a los militares sino a los políticos y empresarios. Lenin se inspiró en él en los aspectos de ataque-defensa y en el papel del pueblo en la guerra (Libro VI, cap. 26). Liddell Hart lo criticó, achacándole los mismos errores -la guerra a ultranza- que llevarían a Napoleón a ser derrotado (aunque Clausewitz luchó precisamente contra el emperador francés). Clausewitz subrayó además la importancia de la moral, del patriotismo y del liderazgo.

Aunque la guerra del siglo XXI tiene ya unas características muy diferentes, muchas de las enseñanzas y reflexiones de Clausewitz son útiles hoy en día, y no sólo en al ámbito militar. Así, hoy releo en su capítulo VI del Libro I, Información en la guerra:

Gran parte de las noticias que se adquieren en la guerra son contradictorias, mayor número aún falsas, y la mayor parte afectadas por lo regular de incertidumbre. (…) Debe pretenderse del oficial una capacidad de distinguir que sólo proporcionan el juicio y el conocimiento de los hombres y de las cosas. Debe guiarle la ley de la probabilidad. Tal dificultad (…es) mucho peor para los inexpertos (…) las noticias se apoyan, confirman y aumentan recíprocamente (…) hasta que la necesidad, con su apresuramiento, nos impone una decisión que pronto reconocemos como una torpeza, así como que aquellas noticias no eran más que mentiras, exageraciones, errores, etc. En pocas palabras: la mayor parte de las noticias son falsas, y el temor de los hombres hace de la mentira y de la falsedad una nueva fuerza.
Generalmente nos inclinamos más a creer lo malo que lo bueno, a exagerarlo (…)
La dificultad de ver claramente, constituye una de las más potentes fricciones de la guerra (…)

No he podido por menos que ver en estas líneas una reflexión que es válida para estos tiempos de incertidumbre, de informaciones falsas y contradictorias, con teorías conspirativas, negacionistas, optimistas, tremendamente pesimistas y agoreras, o simplemente estúpidas. Algunos dirigentes políticos que no tenían previsto la pandemia ni tenían sus servicios de investigación, de información y sanitarios preparados para esta vicisitud se inclinan por el disparate. Simplemente, no conocen los hombres ni su país.

Von Clausewitz, como Humboldt en otro terreno, y otros contemporáneos, se dieron cuenta de que las estructuras estatales, los viejos ejércitos y las tácticas del siglo XVIII ya no servían.

Hoy, alguien tendrá que darse cuenta de que los sistemas sanitarios instalados para cuidar enfermedades individuales no sirven para casos de pandemias masivas. Sustituyamos guerra por pandemia y veremos que la percepción de Von Clausewitz sobre los defectos de la información de los dirigentes sigue siendo válida.