Por las calles y campos de España, miles de trabajadoras pasan desapercibidas todos los días. Son las que, con pequeños salarios o con escuetas pensiones, nos hacen la vida más fácil, que con sus palabras, con su sonrisa (que se ve ahora en sus ojos, las bocas tapadas con mascarillas) o su gracia sencilla, nos dejan un buen recuerdo. Aquí hablo de algunas.
Madrid
Ojos negros, terciopelo,
lindas cejas naturales,
es Marina,
con nombre de la zarzuela
favorita de su padre,
del autor Emilio Arrieta.
Agradable y diligente,
de aromas, colonias,
y jabones
los detalles reconoce
la perfumera de Narváez.
Infantes
Es joven, de piel bien clara
no pálida,
cabello negro brillante,
recogido, tan sedoso,
bata blanca almidonada,
con cuidado y esmero despacha
-todo, impoluto, ordenado-
pan candeal hecho del trigo
de los campos aledaños,
quevedescos, cervantinos,
bien cocido en viejo horno
caldeado con sarmientos.
Por el pueblo, aire limpio y
transparente de La Mancha.
Mérida
De ojos azules y tan suaves,
sirve ella a parroquianos
café, churros, chocolate.
Invernal ha amanecido
en la plazuela
al final del decumano.
Modesta y delicada
te pregunta
si prefieres
los llamados ‘madrileños’.
Jaén
La abuela Magdalena
que reclama:
“¡si estamos más encerrados que los cochinos!”,
al preguntarle
cómo está con lo que pasa.
Ojos azules que chispean
tras gruesas lentes de antiparras,
más sabia y espabilada
que doctores
de títulos, papeles y diplomas.
En la Sierra de Segura,
de un monte umbrío en la ladera,
su aldea, su vida,
cuidar de faenas caseras
y de sus nietos.