Para el Estado, Jaén no existe, y la Sierra de Segura, menos (y para la Junta de Andalucía tampoco cuentan mucho).

Esta tierra es mía, ocupación de los montes y baldíos del Norte de Segura en el siglo XIX, es un libro interesante pero triste. Habla de esta Jaén vacía, vaciada. Y vaciada desde hace siglos, desde que fue reconquistada en el siglo XIII. David Avilés Pascual, su autor, fue alcalde de Puente de Génave, noreste de la provincia, ha sido maestro, y ha nacido en una de esas aldeas vaciadas, Berjaga.

El libro va describiendo, con archivos registrales al apoyo, el proceso de ocupación de las tierras en esa zona de la provincia, los efectos de las tres desamortizaciones, la menos conocida de Carlos IV, de 1798 (de Obras Pías y Patronatos de Legos), y las de Mendizábal y Madoz, con la posterior despoblación causada por la forma de esquilmar las sierras y montes, por el abandono de las míseras aldeas por todos los poderes públicos de los últimos ciento cincuenta años. Recordemos la tremenda descripción del atraso de estos parajes en el libro dedicado a la sierra por Luis Bello en su Viaje por las escuelas de España. Fue considerada en el primer tercio del siglo XX como otras Hurdes.

Es sabido que esta parte de la provincia, la Sierra de Segura, fue repoblada por la Orden de Santiago, que colaboró con Fernando III en la reconquista de estas tierras. El libro de Manuel López Fernández, Pelay Pérez Correa: historia y leyenda de un maestre santiaguista (Diputación de Badajoz, 2010), describe el itinerario posible, y plausible, de la incursión santiaguista en 1242, viniendo por el Este, por Hellín, Socovos, hacia Nerpio y de ahí a Segura. Es decir, la reconquista viene de la zona de Albacete y Murcia, mientras el rey Fernando se ocupa del valle del Guadalquivir. “El Infante don Alfonso -el futuro Alfonso X el Sabio-, en vez de continuar hacia la frontera andaluza, se dirige a Murcia. Su paso hacia Alcaraz se hizo por tierras santiaguistas”. Don Alfonso entra en Murcia en mayo de 1243. Los Fueros de la Sierra de Segura son los de Cuenca, ya concedidos a Montiel y Alhambra, siempre zonas del Este. Alcaraz, nos señala Manuel López Fernández, ya los disfrutaba desde 1213.

Los fueros constituían una forma de fomentar la repoblación, que en esta sierra fue trabajosa y difícil ya que no presentaba un gran interés agrícola, sino forestal y ganadero. La Provincia Marítima después constituida, recordemos, tenía su capital en Cartagena.

Y si nos remontamos a los tiempos prerromanos, a la época de Aníbal y Asdrúbal, también esta zona está orientada, vertida, como el río Segura, hacia el Mediterráneo.

En cuanto a los estudios, además de los de Juan de la Cruz Martínez, Genaro Navarro, Emilio de la Cruz Aguilar y David Avilés, sobre todo, poca cosa existe en comparación con los dedicados a las tierras más andaluzas. El Instituto de Estudios Jiennenses tampoco abunda en sus publicaciones sobre estas comarcas del noreste. No deja de ser significativo que un erudito como Francisco Rodríguez Marín no haya dedicado una sola línea a estos confines de Andalucía. Pero recordemos que Quevedo sí lo hizo y habló del Yelmo, que se puede ver desde La Torre de Juan Abad, y de Segura de la Sierra.

Todo esto para subrayar cómo estas tierras segureñas, desde siglos, están más vinculadas a Murcia y Albacete que a Andalucía. Recuerdo hace un par de años, por El Patronato, término de Santiago de la Espada, un hombre para hablarme de su hijo que había ido a trabajar fuera, me decía “se ha ido a Andalucía”.

No es casualidad pues que Jaén esté abandonada. La provincia votó contra el Estatuto de Autonomía, como hizo Almería. El sentimiento andaluz es menos fuerte, la identidad es casi más murciana. Y manchega. Uno no puede por menos que coincidir con el columnista José Calabrús Lara, que preguntaba hace unos días desde el diario Jaén, ¿Se equivocó Javier de Burgos? (diario Jaén, 24, de febrero de 2021). Ya sabemos que Burgos fue quien estableció en 1833 la división provincial actual, desgajando esta parte de Andalucía, el reino de Jaén, de su zona natural, que era Murcia. Desde luego, a esta provincia, y mucho menos a la comarca de la Sierra de Segura, con sus doce pueblos, no le ha ido muy bien en Andalucía, y la Junta de Andalucía tampoco ha hecho gran cosa. Véase Linares, con el desastre del desmantelamiento de Santana, véase la carencia de transporte por ferrocarril en toda la provincia, la infame carretera N 322 de nunca acabar, y un largo etcétera que ya he expresado en otros artículos de este blog.

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El Purim y el rey Dom Sebastião

Pon en mis labios palabras armoniosas
cuando esté en presencia del león;
vuelve el odio de su corazón
contra el que nos combate

(Est. 4, 17)

Este jueves y viernes, 25 y 26 de febrero, se celebra la fiesta del Purim. He caído en la cuenta por casualidad, leyendo el libro de Ester, uno de los libros más optimistas de la Biblia, donde relata la liberación de los judíos gracias a la intervención de la reina judía Ester, que estaban amenazados de exterminio por Haman, visir del rey persa Assuero (Jerjes I).

Este libro es uno de los últimos de la Biblia hebrea y data del siglo II a.C. Está considerado como ficción, pero tiene unos rasgos singulares, como es la alusión a la historia, además de sus alegorías, propias de todas las Escrituras, que han abierto siempre el campo a la interpretación, a los comentarios, la indagación.

“…no pudiendo el rey conciliar el sueño, mandó que trajeran y leyeran en su presencia el libro de las Memorias, o Crónica”.

Se menciona curiosamente un libro secular, no un libro sagrado, y la fiesta que lo celebra es alegre, de comida y bebida, como la de los candelabros, Hannuká, otra de las festividades menores del judaísmo. También ha sido considerado por alguna feminista ilustrada como un símbolo del feminismo, tanto personalizado en la primera reina, Vasti, como en Ester.

En Ester, relato romántico, muchos pintores se han inspirado y se han hecho varias películas, quizás la más clásica sea la de Raoul Walsh, de 1960, con Joan Collins, como otra dirigida por Amos Gitai (1986).

El Purim, como fiesta de las Suertes, fue trasladado por los comentaristas rabínicos a otros acontecimientos de liberación del pueblo judío. La más cercana a nosotros es la leyenda del Purim del rey portugués Don Sebastián. Cuando se dirige a dar la batalla de Alcázarquivir (1578), dos judíos expulsados de Portugal advirtieron a los judíos que vivían en Marruecos que el rey portugués se proponía, si resultaba victorioso, bautizarlos a todos, como habían ordenado en Portugal en 1497. Cuando fue derrotado en la Batalla de los Tres reyes, para celebrarlo los judíos instituyeron el segundo Purim, llamado Purim Sebastiano o Purim de los Cristianos, en recuerdo del de Ester y Mardoqueo (Mordecai). Hubo otros purim, como el de Egipto (celebrando la liberación en 1524 de los judíos gracias a Soleimán el Magnífico).

Curiosamente, el desastre de Alcázarquivir y la desaparición de don Sebastián, llevaría a Felipe II a ocupar, por razones dinásticas, como tío del portugués, el trono de Portugal, durando la época filipina hasta 1640. Época que los portugueses detestan, por cierto.

Nuestra responsabilidad ante la naturaleza

La responsabilidad ante la naturaleza ha tenido históricamente en España pocos adalides. Quizás porque el español ha sido siempre más metafísico que físico. Pero podríamos señalar tres pensadores de distintos siglos que han alertado sobre la naturaleza, el paisaje, el equilibrio medioambiental. Jovellanos es quizás el más conspicuo y un precursor. Sus diarios, sus estudios, incluso el Informe sobre la Ley Agraria, pueden considerarse un avance para su época. Su preocupación por la plantación de árboles, la mejora de los campos, poner coto a la Mesta, son casi insólitos en su época. Pocos le siguieron, aunque podemos rastrear esta preocupación en un escritor como Miguel Delibes y hoy, en Eduardo Martínez de Pisón que además de ser profesor es alpinista, paisajista y escritor.

No deja de ser curioso que un pensador como Ortega y Gasset prácticamente no dedique ninguna reflexión a la naturaleza, aunque amaba el paisaje y había recorrido el país, de cuyos rincones nos ha dejado algunas líneas, pero no una profundización sobre la naturaleza como un todo. En su Teoría de Andalucía (1927), decía que el andaluz “se siente mero usufructuario de esa delicia terrena” (Andalucía). Si Ortega viera hoy en qué se han convertido muchas de sus costas… Quizás Unamuno pueda ser otra excepción, sobre todo en cuanto al paisaje, aunque no entraba nunca en las amenazas a la naturaleza.

Uno de los primeros en expresar la responsabilidad ante la naturaleza fue el filósofo alemán Hans Jonas, contemporáneo de Hannah Arendt aunque no compartiese todas sus teorías (a pesar de que él, como judío, había sufrido también la persecución nazi). Para Jonas (El principio de la responsabilidad, editorial Herder), la protección de la naturaleza es un principio ético porque nos plantea por lo pronto tres dilemas éticos.

El primero, si es necesario y lícito preservar la naturaleza, limitando los derechos de la población a instalarse donde y como quiera. El segundo, si es lícito incluir en nuestra apuesta de futuro los intereses de otros, o de los que aún no existen. Dicho de otra manera, ¿se puede limitar un tipo de crecimiento económico presente en aras del crecimiento en el futuro? Es el conflicto entre los derechos actuales y los derechos futuros; subrayaba que la responsabilidad del político, del encargado de la polis, no es simplemente contractual, sino que es parte de la negotiorum gestio e incluye la prevención, la ordenación y reparación, es decir, incluye el futuro. Para Jonas la responsabilidad política abarca un espacio de tiempo mayor, hacia el pasado y hacia el futuro, en correspondencia con la comunidad histórica. Por ejemplo, nadie pone en duda que el Estado debe velar por la identidad y continuidad de la patria, por la formación de las generaciones futuras y por elementos más intangibles como la lengua, la cultura, etc. Es decir, debe proteger los bienes más frágiles y necesitados de protección puesto que no entran en la contabilidad anual. Los valores de la naturaleza a menudo son intangibles, son la memoria histórica, la identidad, la armonía del país, no reducibles a un precio. En algunos países el paisaje es incluso considerado como el emblema de la identidad nacional, un bien necesitado de protección, por ejemplo la Constitución italiana consagra “la tutela del paisaje y del patrimonio histórico y artístico de la nación” como uno de los principios fundamentales de la república. El tercer interrogante es si nos pertenece la Naturaleza, el planeta, si somos sus dueños absolutos. No nos pertenece a quienes hoy vivimos sobre la Tierra ni podemos usarla con absoluta libertad para nuestros propósitos inmediatos, explotándola hasta su total agotamiento, como si de un pozo de petróleo se tratase. Únicamente somos sus depositarios y usufructuarios siendo nuestro deber mejorarla para las generaciones venideras.

El marxismo, o más bien, el marxismo leninismo, ha sido acusado de considerar la naturaleza como enteramente dominable, explotable. Los resultados de esa depredación se pueden comprobar en desastres naturales (o, mejor, artificiales) como la desecación del Mar de Aral, por poner sólo un ejemplo muy conocido. Sabemos que un científico de renombre internacional como Nicolai Vavilov (El origen de las plantas cultivadas, Editorial Labor) murió, por orden de Stalin, en 1940 en un campo de concentración. El estalinismo no amaba la naturaleza sino para explotarla hasta sus últimas consecuencias. El tristemente famoso caso Lysenko fue una patética muestra de ese dogmatismo.

Pero las obras de Marx y Engels deben ser mejor analizadas en este aspecto. Aunque el hombre se hace hombre en su oposición a la naturaleza, en su dominio de ésta mediante el trabajo, Engels, en su libro no concluido Dialéctica de la naturaleza (1875-76), ya advertía:

“Si embargo, no nos contentemos demasiado de nuestras victorias sobre la naturaleza. Ella se venga en nosotros de cada una de ellas (…) los pueblos que en Mesopotamia, en Grecia, en Asia Menor y otros lugares arrancaban los bosques para ganar tierra arable no se imaginaban que sentaban la base de la desolación actual de esos países”.

“Todos los modos de producción del pasado no han apuntado sino a conseguir el efecto más inmediato del trabajo. Se dejaban totalmente de lado las consecuencias lejanas, las que no intervenían sino mucho después (…) por el excedente de suelo disponible que dejaba un cierto margen para remediar las nefastas consecuencias de esa economía totalmente primitiva”.

Pone, desgraciadamente, entre otros, un ejemplo español:

“A los plantadores españoles en Cuba que incendiaron los bosques en las pendientes y encontraron en sus cenizas el abono necesario para una generación de árboles de café muy rentables ¿qué les importaba que, como consecuencia, los aguaceros tropicales se llevasen la capa superficial de tierra no protegida, no dejando tras de ellos más que rocas desnudas?”

Y afirma Engels, “de cara a la naturaleza como a la sociedad, principalmente en el modo de producción actual no se considera más que el resultado más inmediato, más tangible; y luego se extrañan de que las consecuencias lejanas de estas acciones sean todo lo contrario de lo deseado”. Estas líneas podrían ser muy bien aplicables, por ejemplo, al modelo de desarrollo turístico español así como al agrobusiness que fomenta la PAC (ver el artículo “La agricultura contra la naturaleza”, www.laplumadelcormoran.me, de 8 de enero de 2021).

Si el español es más metafísico que físico, los políticos son aún peor. En los programas de los partidos el tema de la naturaleza, en este país casi en vía de desertización, es un pequeño adorno secundario, con palabras hueras sobre la tan manoseada sostenibilidad. Para muestra, en aras de esa ‘sostenibilidad’, el alcalde socialista de Vigo, Abel Caballero, ha mandado cortar árboles centenarios.

El término ‘sostenibilidad’ se ha convertido en un comodín casi vacío de contenido, y concita adhesiones a menudo meramente propagandísticas para cubrir el expediente, mientras que la verdadera sostenibilidad es ya incluso un concepto obsoleto en muchos lugares del planeta pues, como ha señalado James Lovelock (La venganza de la Tierra, Planeta, 2007, The revenge of Gaia), “es como si un enfermo terminal de cáncer de pulmón dejase de fumar”.