Jaén, entre el fatalismo y la resignación, ¿o en pública subasta?

…»que te traigan aceite puro de olivas machacadas, para el alumbrado, para hacer arder continuamente las lámparas».
(Éxodo, 27, 20)

Desde hace tres mil años al menos, el aceite de oliva es parte de nuestra cultura. Y quizás sea precisamente eso, una maldición pues en España el olivo ocupa el 55% del área cultivada, con cerca de 2.700.000 de árboles.

En mi vida adulta, en Jaén he visto una evolución sólo cuantitativa: más caminos forestales asfaltados, más construcción -no siempre bonita-, adornos en los pueblos, instalación de algunos servicios esenciales; pero aún todavía faltan muchos, entre ellos conexiones de internet fiables, ambulatorios, residencias para ancianos, etcétera.

Pero no he visto muchos cambios cualitativos. La mentalidad en general, con honrosas excepciones, sigue siendo la misma y el Estado sigue ignorando esta provincia.

Puede ser que la raíz de todos los problemas de esta provincia sea el olivar; problemas en plural, pues los hay medioambientales y económicos, por el exceso de plantaciones, por el regadío que agota las capas freáticas, por la distorsión del mercado, de la oferta y la demanda que han creado las subvenciones, el APROL, la PAC.

En algunos pueblos con menos de 1.500 habitantes hay dos o más cooperativas y almazaras privadas. Una oferta dividida y fragmentada frente a poderosos distribuidores y comercializadores.

Yo no sé si los gobernantes tienen algún plan, primero, para facilitar la concentración de la oferta y, segundo, para modernizar y adaptar el proceso de toma de decisiones en las cooperativas para hacerlo más ágil y mejorar su eficiencia. Por ahora, las cooperativas arrastran un modelo jurídico anticuado que no está a la altura del que poseen los grandes distribuidores. Hay una asimetría enorme entre el inmenso poder de los distribuidores y comercializadores y los productores. De tal modo que en las negociaciones y contratos, éstos llevan, naturalmente, las de perder. El aceite de oliva se convierte así en una mera commodity, a pesar de los esfuerzos de muchas almazaras que producen un aceite cada vez con más calidad.

Sería bueno también que hubiera una transparencia de precios en el mercado garantizada por el Estado que sirva de orientación a los productores, que los verdaderos costes de producción se hagan obligatorios, para no vender a la baja y que el Estado, o la Junta de Andalucía, establezcan la figura del mediador para resolver litigios en los contratos abusivos u opacos. El papel de las cajas y bancos en el pago se subvenciones podría ser también objeto de mayor claridad.

Transparencia, agilidad, menos burocracia y más mercado abierto pueden defender mejor a los productores, que deberían unirse y no ir cada uno por su cuenta. La ecuanimidad en los procedimientos, el equilibrio en el sistema de contratación y resolución de litigios entre productores y distribuidores son condiciones necesarias, aunque no suficientes, para permitir una justa retribución de los productores.

La amenaza y la destrucción de olivares por la bacteria xilella fastidiosa puede forzar, o ya lo está haciendo, a los italianos a comprar más aceite español para venderlo con otras marcas. Las transacciones deberían ser más protegidas por la legislación para que los distribuidores nacionales y extranjeros no expriman más a los productores.

Pero, en fin, estos son deseos píos. Seguirán hablando del oro líquido y gastando dinero en publicidad, como hasta ahora. O habrá tractoradas que apenas resuenan en los medios de comunicación nacionales, que se quedan en la provincia como noticia local. Que haya un 35% de paro en la provincia (aunque haya que contratar inmigrantes como temporeros) parece que ya está asumido como normal, nos hemos acostumbrado y encogido de hombros. Que la Junta haya literalmente hundido Santana no es ya ni tema de conversación. Parece que da todo igual. Es el Destino, con mayúscula.

La consecuencia de esta situación entre los jiennenses es que hay mucho fatalismo (“todos los políticos son iguales”) y mucha resignación (“no contamos nada para nadie”). Parece como si se uniesen el fatalismo musulmán (¿nuestro “legado andalusí”?) y la resignación cristiana.

El Estado, ausente, la Junta de Andalucía en sus soliloquios burocráticos y su retórica del oro verde y del oro líquido. Una administración disuasoria de toda innovación, con demasiados trámites, con funcionarios por doquier. Los dirigentes políticos jiennenses parecen no tener influencia al norte de Despeñaperros ni al sur de Andújar.

Y la estrepitosa ausencia del Estado, encerrado en sus querellas dentro de unos pocos metros cuadrados en Moncloa. ¿Alguien tiene noticia de cuál ha sido el último ministro de Agricultura que ha pisado la provincia, sus campos, andado por sus pueblos y hablado con los agricultores? Yo no lo recuerdo.

En el siglo XVIII tuvimos que vender La Florida (Carlos III) y La Luisiana (Carlos IV). No es la primera vez que un país vende pedazos para quitarse deudas de guerras, de pandemias, o simplemente para quitarse un peso de encima. Porque Jaén parece que para el gobierno español es un incordio, una carga. A lo mejor alguien está pensando en vender la provincia, porque lo parece a tenor del poco caso que hacen de ella. Si llega el día, que organicen bien la subasta.

Mientras, nos consolaremos paseando por las calles los pueblos de la provincia, que, amables, limpios, algunos más bellos que otros, dormitan. Pasearemos por Lopera, Porcuna, Orcera, por La Puerta de Segura, donde nació y reposa mi padre, y contemplaremos La Loma de Úbeda y al fondo el Guadalquivir, la azulada sierra Mágina en la lejanía, y evocaremos esta espléndida y gran provincia que fue ibera, cartaginesa, romana, visigoda, musulmana, que guarda en su seno capas de cultura y de historia que hoy se menosprecian.

Como empezamos, terminamos con la Biblia, que no es solamente un libro para creyentes: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol” (Eclesiastés, 1, 20).

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Las empresas que prosperan durante la pandemia

Hace un par de meses, el Financial Times publicó una lista de las cien empresas mundiales que han tenido éxito en el año de la pandemia. Casi la mitad son del área tecnológica, seguidas de la industria y de las empresas relacionadas con la salud, farmacéuticas, principalmente. Pero todas funcionan, incluso las financieras, de comercio o de entretenimiento, con bases de tecnologías de la información y comunicación. Significativamente, la número tres es Zoom Video, norteamericana. La novena, Pinterest.

Por países,
26 son de China,
25, de EEUU,
15, de la Unión Europea,
7, de Asia.

De España figura EDP Renovables, Electricidade de Portugal, que tiene como socios mayoritarios a Total, Natixis, Mirova y Endesa.

Esta lista dice mucho de por dónde va la economía. Es el comercio electrónico, la industria y la energía, siempre apoyados en las tecnologías de la información y comunicación. Es una buena guía para orientar los estímulos financieros que ha aprobado la Unión Europea.

La manufactura industrial en Europa, según el PMI, Purchase Management Index, ha subido en el primer trimestre de 2021 gracias sobre todo a Alemania y Francia. Por su parte, la OCDE presenta pronósticos de crecimiento. No todos los datos son, pues, tan negativos.

Pero en España, que depende absurdamente del turismo en un 14%, las noticias no son tan optimistas. Las empresas de alta tecnología e industriales no están sufriendo como la hostelería y viajes, aunque éstas no sean noticia pues los medios, sobre todo la televisión que sólo parece usar la vara de medir de las terrazas y los bares (a donde van los ninis y los funcionarios, sobre todo). Los trabajadores de la hostelería, los menos formados y peor pagados, con un alto porcentaje de inmigrantes que los empresarios han explotado y explotan a placer, son los que más sufren. Para estos trabajadores, lo que diga la OCDE no les afecta, desgraciadamente. Otro tanto pasa con la construcción y la agricultura, que se basan también en trabajadores mal pagados y poco formados, y miles de inmigrantes.

La situación se ha enrarecido tanto en España que ahora hasta las empresas hoteleras están pidiendo ayuda, tras años de excesos, de precios altos y no siempre con transparencia fiscal ni datos correctos de ocupación, que rebajaban sistemáticamente. Recordemos que este sector se opuso a la ley del tabaco, a las normas para proteger los derechos de autor en bares y hoteles (música, sobre todo), que ha disfrutado siempre de un IVA mucho más bajo que sus competidores europeos, incluso los portugueses. Ahora, se quejan.

El gobierno (o los gobiernos de las CCAA) tendrán que elegir con mucho rigor a dónde van a dirigir las ayudas europeas y procurar no caer en manos del electoralismo, como han hecho casi siempre, sobre todo los alcaldes. Pero el jaleo, el oportunismo, aventurerismo y polarización en la arena política española no pronostican nada bueno.

Prefiero la palabra ‘estímulo’, más que subsidio o subvención. Y, menos aún, ayuda. Se estimula lo que está vivo, lo que ya apunta, como se estimula un músculo o una tendencia creativa en un niño. No se estimula lo que ya está muerto o moribundo. Subsidio a veces suena a clientelismo del capitalismo de amiguetes o a sostener lo insostenible, como hemos visto en muchas Comunidades Autónomas. Muchos subsidios no son más que inyecciones para mantener en vida artificial muchas empresas sin futuro. Una especie de UCIs sin porvenir.

Por eso, los parches para el sector de la hostelería serían meros salvavidas pues muchas empresas ya no tienen razón de ser, por ser demasiado numerosas, con muy poco valor añadido, y con empleos poco formados. La reconversión del sector turístico se impone, como ya propuse en Crónica Popular de 14 de junio de 2020 https://www.cronicapopular.es/2020/06/por-un-plan-de-reconversion-turistica/,

Ya sé que los alcaldes quieren resucitar los bares y las terrazas como si fuera de ellos no hubiera salvación para sus calles, pero parece más inteligente invertir en las empresas que innovan, que utilizan nuevas tecnologías o que contribuyen a paliar los efectos negativos del desorden climático.

Europa y el Estado deberían invertir y estimular los sectores más prometedores y con capacidad de crear una estela virtuosa. La economista Mariana Mazzucato ha demostrado en sus libros y artículos cómo las inversiones estatales, públicas, en sectores tecnológicos, internet, incluso en el programa Apollo. En su último libro, Mission Economy, confirma cómo el Estado ha sido la palanca para el desarrollo de industrias poderosas. Mazzucato desmiente así la idea de que la inversión privada es la única innovadora. El Estado tiene un papel importante, crucial, a condición de que decida bien en qué sectores invertir y no en que potenciales votantes gastar.

Otro economista, Matt Ridley, en su libro aparecido en 2020, How innovation works (no hay traducción, que yo sepa, en español), describe las condiciones necesarias para la innovación. En castellano hay un buen resumen en esta página https://thetowerofscience.com/espanol/resumen-del-libro-como-funciona-la-innovacion-y-porque-florece-con-la-libertad-por-matt-ridley-how-innovation-works-and-why-it-flourishes-in-freedom/:

Los fondos europeos, aunque a veces parezca que vienen de cielo, vienen del dinero de los contribuyentes europeos, incluidos nosotros, algo que es bueno que recuerden los que van a distribuirlos y disponer de ellos.

Los sectores prioritarios podrían ser las tecnologías de la salud (incluida la investigación), el cuidado y atención a las personas mayores dado el cambio demográfico (que va desde las residencias a los sistemas de transporte), las empresas que trabajan a favor del medio ambiente y la formación profesional seria y adaptada a las necesidades sociales, incluyendo la formación de los inmigrantes para que no sean mano de obra semiesclava, sin derechos, sin vivienda, sin sanidad (como vemos en el chabolismo de inmigrantes en zonas de Huelva y Almería).

Pasaportes turísticos, más control y más desigualdad

Históricamente las fronteras eran un medio de protección. Hoy han vuelto esas fronteras ya casi pasadas de moda y se han limitado el libre comercio y la libertad de movimientos. La función separadora ha reaparecido incluso dentro de la Unión Europea, uno de cuyos mayores éxitos era esa libertad.

Pero ahora quieren reabrirlas sólo para algunos. El turismo representa un porcentaje enorme, excesivo, de las economías de ciertos países y ciudades, como es el caso de España, Portugal o Grecia, un peso desproporcionado que les ha hecho demasiado vulnerables ante la pandemia. Desesperados por ese desequilibrio económico, se intenta implantar un salvoconducto que palíe los efectos negativos en la economía.

Pero por mucho que lo empuje el primer ministro griego, Mitsotakis, esto es ilusorio porque a finales del primer trimestre no está vacunado ni el 5% de la población europea. Ese salvoconducto es ilusorio y es una entelequia (que precisamente viene de la palabra griega entelécheia, estado de perfección al que aspira un ser).

En la diminuta y remota Islandia parece que van a implantar ese pasaporte para entrar, pero estamos hablando de un país que sólo recibía dos millones de turistas y, además, de gran poder adquisitivo, tanto de los visitantes como de los receptores. Nada que ver con España, con 60 millones de turistas ni con los otros países mediterráneos.

La Unión Europea baraja, o casi ha decidido, implantar este pasaporte sanitario; es algo que ya existía para ir a determinados países, para los que se exigían vacunas previas. Nada nuevo bajo el sol, solamente que ahora se aplicaría a países europeos.

Este tipo de pasaporte plantea por lo menos cinco problemas: de libertad individual, de igualdad entre personas y entre países, de tecnología, de eficacia sanitaria y de logística de transportes.

  1. El primero, de seguridad personal ante el Estado y de competencias administrativas: de quién y cómo se expide ese pasaporte, los Ministerios de Interior, los de Sanidad? ¿para todas las vacunas o sólo para las aprobadas por la EMA? El poder que se le dará a la Administración ha de ser limitado y bien controlado porque dar o no ese pasaporte es un poder coactivo del Estado;
  2. segundo, la discriminación de los ‘autorizados’, es decir los vacunados tendrán prioridad, algo que depende del sistema sanitario, de quiénes pueden ser vacunados primero, los mayores antes que los jóvenes, los ricos antes que los pobres; puede haber también una discriminación según el país de procedencia.
  3. tercero, la solvencia del sistema informático que permita la veracidad -y privacidad- de los datos y evite las falsificaciones o el tráfico fraudulento de documentos;
  4. cuarto, la misma eficacia de las vacunas, pues aun no sabemos hasta cuánto garantizan la inmunidad, para cuánta población y si es eficaz contra todas las posibles mutaciones del virus.
  5. quinto, cómo se puede canalizar el flujo de viajeros de forma que no se creen tapones y haya un caos en aeropuertos y fronteras.

En definitiva, al difícil equilibrio tradicional del binomio seguridad/libertad, se le añade otro parámetro: salud. El trinomio sería entonces libertad-seguridad-sanidad. Pero aún se complica más si se añade el cuarto factor: la economía, pues muchos países deberán escoger entre la salud total -imposible de garantizar al 100%- y su deficiente economía.

Aquí hay una clara contraposición entre los intereses de la industria de viajes y turismo y la libertad, igualdad y salud de los ciudadanos.

Los políticos, ansiosos por obtener la legitimación de sus votantes y de los ciudadanos, quieren dar la sensación de que lo saben todo y de que velan por nuestro bienestar, y su prisa en decidir puede llevar a decisiones erróneas y perjudiciales.

Los grandes emisores turísticos, que son también los que controlan la industria de viajes y turismo, quieren liberar los viajes como fuente lucrativa, importándoles mucho menos la salud en los países que son destinos turísticos de sus ciudadanos.

En definitiva, este invento de los pasaportes sanitario-turísticos, además de no ser una plena garantía sanitaria, plantea problemas de seguridad, de libertad ciudadana y de igualdad entre personas y países. Cuantos más papeles necesite un ciudadano para moverse, más espacio habrá para la arbitrariedad, para la trampa y para el trato desigual.

La dependencia excesiva del turismo, de la hostelería, es económicamente insostenible (igual que depender de un monocultivo, como Jaén del olivo o Cuba del azúcar) y el nerviosismo puede llevar a establecer medidas muy discutibles. Pero el miedo de los políticos le puede llevar a precipitarse y sobre todo en la Comisión Europea donde parece que no aciertan con la política comunitaria sobre la pandemia.

Algunas técnicas para no pensar

Ahorrar pensamiento es uno de los ahorros más comunes. Es mucho más frecuente que las cartillas, los fondos de pensiones, o las huchas (que, al fin y al cabo, precisan de dinero). Ahorrar pensamiento es gratis y está alcance de cualquiera, da tranquilidad, se va sobre seguro y no hay nada que nos altere. La economía del pensamiento o la comodidad de no tener que pensar o la ley del mínimo esfuerzo cerebral es una ley eterna, perdurable, inmóvil. La ponemos en práctica todos. Aquí indico unas cuantas técnicas para no pensar:

  1. No escuchar y hablar mucho.

Es relativamente fácil y practicada por la mayoría de nosotros. Viene de antiguo, “les dirás mis palabras, te escuchen o no te escuchen, pues son casa de rebeldía” (Ezequiel 2,7). Ya los judíos no escuchaban ni a su Dios, aunque Él insistía en que había que hablarles, aunque no escuchasen.

En España se nos da bastante bien porque, sobre todo, lo que hacemos es hablar y opinar de todo lo divino y lo humano. En las encuestas deberíamos añadir, en vez del n.s/n.c, un n.s/c, es decir, no sabe, pero contesta.

  1. Una ideología sólida, pétrea, marmórea.

Pertenecer a un partido político es una de las mejores vacunas contra el vicio de pensar. Aceptar consignas a ciegas, repetir slógans, votarles siempre aunque nos pidan tirarnos por la ventana. Olvidémonos de aquello que decía Antonio Gramsci de que el partido debía ser un intelectual orgánico. Ahora, los partidos no son intelectuales ni orgánicos

No siempre ha sido así. En nuestros tiempos en que ejercíamos de rebeldes, aunque pertenecíamos al PCE, discutíamos mucho, hasta la saciedad, cualquier cosa, desde una película como ‘Muerte en Venecia’ o ‘Novecento’, la situación de Cuba o la invasión soviética de Checoslovaquia, incluso A la busca del tiempo perdido, de Proust. No nos callábamos y discutíamos, disentíamos, nos enfrentábamos dialécticamente (para eso estaba la dialéctica materialista, para no comulgar con ruedas de molino) lo que era muy saludable.

Hoy parece que pertenecer a un partido excusa completamente el pensamiento: el PSOE y el PP son ejemplos claros de esa vaciedad intelectual. Nadie parece pensar en esos partidos, sólo seguir consignas. Así les va. Zapatero practicó la tierra quemada con los disidentes, como hizo también Izquierda Unida; y ahora vemos los resultados, partidos de voto automático, diputados que invariablemente votan lo que diga la jefatura.

  1. Los estereotipos.

Esto es tremendamente útil para desactivar el pensamiento. Suelen ser epítetos o muletillas: los machistas, las feministas, los fascistas, los comunistas, los musulmanes, etc. Pronunciado el epíteto, quedamos a salvo de controversia y de la indagación. También se utiliza mucho en la literatura, con los catálogos y las ‘escuelas’ o ‘generaciones’. Despachamos a un autor diciendo que es surrealista, o modernista, y así nos ahorramos profundizar en su pensamiento o su obra. Lo encasillamos.

  1. Los chivos expiatorios.

También es una técnica muy socorrida. Hace poco ya mencionaba el antiamericanismo primario, otras, ese antisemitismo que se disfraza de antiimperialismo. Trump, Netanyahu, Putin, son recursos excelentes para no pensar. Hacemos en el fondo lo mismo que los yihadistas con su lectura tonta y estúpida de un texto como el Corán, de tanta enjundia y belleza. A Rusia la despachamos con Putin, aunque no sepamos nada del país, de su cultura, de su historia ni de por dónde va el Volga.

  1. Los rituales, la repetición y la rutina mental.

La rutina nos ayuda en la vida cotidiana pues dejamos las llaves en el mismo sitio, el desodorante o la ropa interior. Hay un cierto orden que nos facilita las maniobras domésticas.

Lo mejor para no pensar son los rituales mentales, leer solamente los periódicos con los que estamos de acuerdo, los novelistas que confirman nuestras ideas, así no corremos el riesgo terrible, estremecedor de salirnos de la casilla. Lo más confortable es congratularnos con nosotros mismos. Aprendamos de los diputados enfervorecidos que aplauden a su líder cuando acaba de decir unas cuantas obviedades en el Congreso o despreciado al oponente.

A modo de conclusión y por si no basta con estas cinco propuestas para no pensar, siempre nos quedarán la fe, la superstición y las teorías conspirativas.

Ella, Judas, y una reflexión sobre la traición.

me entregará, el que come conmigo…(Mc, 14, 18)

Entre todos los pequeños episodios que nos iban sucediendo durante la lucha contra la dictadura franquista, había muchos esperpénticos, otros más duros, otros, casi misteriosos. Uno en particular lo recuerdo siempre con intriga, con dudas y con sospecha.

Ella era una buena estudiante, siempre iba con su novio o compañero formando una pareja perfecta aunque algo aséptica, sin pasión (este detalle, la asepsia, es importante en esta historia). Pelirroja de ojos verdes deslumbrantes, destacaba entre las chicas del entorno progresista por su belleza algo extravagante, casi exótica, de fuera.

Buena estudiante, aplicada, también era buena lectora, especialmente de marxismo y dialéctica; siempre con un libro interesante a mano. Sus preguntas eran certeras, inteligentes.

Mi vanidad masculina, añadida a la vanidad de ser miembro del PCE -que era para mí timbre de honor-, se veían satisfechas por esa atracción que yo creía ejercer sobre la bella joven de los ojos verdes. En la Facultad de Derecho me seguía, me acompañaba, estaba a mi lado en las asambleas siempre ilegales, en los paseos por la calle Princesa a la espera de saltar y cortar la calle. La única sombra es que tenía aquella especie de novio, aplicado, aunque él parecía dejarla en libertad para aquella especie de coqueteo político alrededor de los inquietos, pero sobre todo conmigo. Pero recuerdo que eran más bien merodeadores y que, como por casualidad, cuando llegaba el momento de la acción, se esfumaban misteriosamente.

Pero no fue en la Facultad, que yo sepa, sino al año siguiente, cuando ya me había licenciado y trabajaba en un despacho laboralista del Partido en la calle de la Cruz 16, en el centro de Madrid. Se presentó en el despacho al caer la tarde. Venía con un libro y algunas preguntas, más políticas que jurídicas. Yo seguía teniendo la esperanza de hacer proselitismo con ella y que ingresase en el Partido. Su visita, cuando ya estaba yo solo en el despacho, era casi una tentación, una invitación, pensaba yo con una imaginación excesiva. Salir con ella, siempre aséptica aunque atractiva, como siempre había sido, creaba una ambigüedad en su aproximación, esa especie de confidencia o confianza, que vienen a ser lo mismo.

Salimos, tranquilamente bajamos hacia Sevilla juntos, quizás para encontrar un bar y yo con la oculta doble intención de la seducción personal -inconsciente- y de la política, del proselitismo -consciente, militante-.

Pero casi enseguida, en el cruce con la calle de la Victoria, esa calle de bares, de venta de entradas para los toros y loterías, una calle que podía ser el ejemplo de la España de charanga y pandereta, dos tipos, en vaqueros, con cazadora, me abordaron, me mostraron sus placas policiales y me hicieron acompañarles, educados pero inflexibles, a la cercana Dirección General de Seguridad, en Sol, detenido aunque no esposado. Ella se quedó atrás, quieta, en la esquina. No había dicho una palabra.

Tuve esa vez el especial honor de no ser llevado a los calabozos, que ya conocía sobradamente, sino que me llevaron directamente al despacho de Delso, aquel policía de temible fama, uno de los más conocidos de la Brigada Político Social, uno de esos mediocres infatigables -como Eichmann, un hombre gris- que persiguieron con saña a todos los que luchaban por la libertad. En su despacho, habló él sobre todo, con cierta condescendencia, sintiéndose superior, como lo era, y hasta me ofreció un Winston o un Marlboro (yo no fumaba y además el Partido nos había advertido de nunca aceptar nada que pudiera suponer establecer un lazo, una corriente con los interrogadores, ni tutearlos, ni aceptar agua, no tener conversaciones laterales, sólo responder negativamente o eludir las preguntas).

No recuerdo todo lo que me preguntó con su voz grave de fumador y unas maneras de cierta cortesía algo impostada. Las preguntas o, mejor, sus afirmaciones, eran sobre los despachos laboralistas, sobre mi -reciente- condición de abogado, sobre tareas en Alcobendas, no recuerdo. Fue fácil sortear todas aquellas preguntas que eran sobre todo pequeñas amenazas solapadas para demostrarme que sabían todo lo que hacíamos. Al final habló casi sólo él, como declinando la necesidad de hacer preguntas. Era para hacerme saber, como una advertencia para amedrentar. Aquello, en el enorme despacho con paneles de madera, un despacho que nada tenía que ver con los habituales de los interrogatorios, de mesas metálicas y máquinas de escribir, debió durar una hora y media.

Cuando salí de la DGS, sin cargo alguno, por la puerta principal, allí estaba ella esperando, curiosamente, como si supiera cuándo y por dónde iba a salir. Me preguntó, con una especie de alarma algo teatral, como si se preocupase por mi integridad, qué había pasado, qué me habían preguntado. Respondí con unas cuantas evasivas, vagas; ya no fuimos a tomar nada -aunque aún había luz- ni mis deseos de doble proselitismo o doble seducción seguían vivos. Nos despedimos.

Nunca más la volví a ver. Afortunadamente no recuerdo su nombre.

¿Qué es la traición? Es entregar algo o alguien para que lo utilice contra la persona, ejército, empresa a la que le ha sustraído; hay un acto de dar, sea un documento, un mapa, una información, una persona. Como en toda dación, hay un intercambio. El traicionado confía, a veces por ignorancia, otras por vanidad o porque se siente superior.

¿Qué es un traidor? ¿Quién lo es? “El que come conmigo”, dice Marcos, “el que ha mojado conmigo la mano en el plato”, dice Mateo; es decir, alguien cercano, amigo, compañero. El enemigo no traiciona, el lejano, el indiferente no traicionan. En el fondo, la traición honra al traicionado pues si lo ha sido es porque había algo en él digno de ser admirado o detestado, es decir, no era indiferente, había inicialmente amistad y cercanía, cierta afinidad, “porque él era uno de los nuestros” (Hch, 1, 17). La retribución al traidor es lo de menos, pues Judas devuelve las monedas, aunque otras fuentes cuentan que se compra un campo pero en él perece (Hch, 1, 18).

En el traidor se conjugan la atracción y la repulsión pues si sólo hay repulsión es un enemigo visible y declarado, y por ello menos temible, pues se conoce, mientras que al traidor sólo se le conoce a posteriori, por sus hechos. La sospecha, que se basa en la deducción, la conjetura y la intuición, no es suficiente, se necesita la confirmación material.

El espía, el confidente, el soplón son traidores pero la esencia de la traición y su motivación son muy diversas, como son los distintos estados psicológicos de la persona. Además, la traición se desencadena, se ejecuta en un tiempo determinado, mientras el traidor es todavía miembro activo de la organización traicionada, o próximo, amigo, camarada, de la persona traicionada. Incluso se da el caso de que haya sido un sincero amigo hasta que el vínculo se rompe, por diversas razones (celos, envidia, resentimiento) motivando la traición.

Los motivos son varios. Hay traidores altruistas, por defender una causa, unos valores, los hay meramente dinerarios, los hay guiados por el odio, incluso por el miedo (denunciar para no caer, como los que en los campos de exterminio colaboraban con los nazis, pensando así librarse de las cámaras de gas, los kapos, «policías-camaradas», kameradschaftspolizei). El traidor cambia de campo sin avisar, sin ser notado -si es bueno y eficiente- hasta que el hecho está consumado , pocas veces, descubierto antes de cometerse el acto concreto. La traición ha sido profusamente tratada en la literatura, pero aprovecho para recomendar una de las obras de teatro más interesantes de Harold Pinter, Betrayal, Traición, aunque en este caso es una traición conyugal y de amistad. Seguro que cualquier lector de este blog o bitácora puede aportar otros títulos literarios sobre este estigma.

Un día tendríamos que investigar el papel de la traición, de los confidentes, infiltrados en el PCE y otras organizaciones antifranquistas. Nos llevaríamos sorpresas conociendo quiénes fueron y sus motivos.