Jaén, entre el fatalismo y la resignación, ¿o en pública subasta?

…»que te traigan aceite puro de olivas machacadas, para el alumbrado, para hacer arder continuamente las lámparas».
(Éxodo, 27, 20)

Desde hace tres mil años al menos, el aceite de oliva es parte de nuestra cultura. Y quizás sea precisamente eso, una maldición pues en España el olivo ocupa el 55% del área cultivada, con cerca de 2.700.000 de árboles.

En mi vida adulta, en Jaén he visto una evolución sólo cuantitativa: más caminos forestales asfaltados, más construcción -no siempre bonita-, adornos en los pueblos, instalación de algunos servicios esenciales; pero aún todavía faltan muchos, entre ellos conexiones de internet fiables, ambulatorios, residencias para ancianos, etcétera.

Pero no he visto muchos cambios cualitativos. La mentalidad en general, con honrosas excepciones, sigue siendo la misma y el Estado sigue ignorando esta provincia.

Puede ser que la raíz de todos los problemas de esta provincia sea el olivar; problemas en plural, pues los hay medioambientales y económicos, por el exceso de plantaciones, por el regadío que agota las capas freáticas, por la distorsión del mercado, de la oferta y la demanda que han creado las subvenciones, el APROL, la PAC.

En algunos pueblos con menos de 1.500 habitantes hay dos o más cooperativas y almazaras privadas. Una oferta dividida y fragmentada frente a poderosos distribuidores y comercializadores.

Yo no sé si los gobernantes tienen algún plan, primero, para facilitar la concentración de la oferta y, segundo, para modernizar y adaptar el proceso de toma de decisiones en las cooperativas para hacerlo más ágil y mejorar su eficiencia. Por ahora, las cooperativas arrastran un modelo jurídico anticuado que no está a la altura del que poseen los grandes distribuidores. Hay una asimetría enorme entre el inmenso poder de los distribuidores y comercializadores y los productores. De tal modo que en las negociaciones y contratos, éstos llevan, naturalmente, las de perder. El aceite de oliva se convierte así en una mera commodity, a pesar de los esfuerzos de muchas almazaras que producen un aceite cada vez con más calidad.

Sería bueno también que hubiera una transparencia de precios en el mercado garantizada por el Estado que sirva de orientación a los productores, que los verdaderos costes de producción se hagan obligatorios, para no vender a la baja y que el Estado, o la Junta de Andalucía, establezcan la figura del mediador para resolver litigios en los contratos abusivos u opacos. El papel de las cajas y bancos en el pago se subvenciones podría ser también objeto de mayor claridad.

Transparencia, agilidad, menos burocracia y más mercado abierto pueden defender mejor a los productores, que deberían unirse y no ir cada uno por su cuenta. La ecuanimidad en los procedimientos, el equilibrio en el sistema de contratación y resolución de litigios entre productores y distribuidores son condiciones necesarias, aunque no suficientes, para permitir una justa retribución de los productores.

La amenaza y la destrucción de olivares por la bacteria xilella fastidiosa puede forzar, o ya lo está haciendo, a los italianos a comprar más aceite español para venderlo con otras marcas. Las transacciones deberían ser más protegidas por la legislación para que los distribuidores nacionales y extranjeros no expriman más a los productores.

Pero, en fin, estos son deseos píos. Seguirán hablando del oro líquido y gastando dinero en publicidad, como hasta ahora. O habrá tractoradas que apenas resuenan en los medios de comunicación nacionales, que se quedan en la provincia como noticia local. Que haya un 35% de paro en la provincia (aunque haya que contratar inmigrantes como temporeros) parece que ya está asumido como normal, nos hemos acostumbrado y encogido de hombros. Que la Junta haya literalmente hundido Santana no es ya ni tema de conversación. Parece que da todo igual. Es el Destino, con mayúscula.

La consecuencia de esta situación entre los jiennenses es que hay mucho fatalismo (“todos los políticos son iguales”) y mucha resignación (“no contamos nada para nadie”). Parece como si se uniesen el fatalismo musulmán (¿nuestro “legado andalusí”?) y la resignación cristiana.

El Estado, ausente, la Junta de Andalucía en sus soliloquios burocráticos y su retórica del oro verde y del oro líquido. Una administración disuasoria de toda innovación, con demasiados trámites, con funcionarios por doquier. Los dirigentes políticos jiennenses parecen no tener influencia al norte de Despeñaperros ni al sur de Andújar.

Y la estrepitosa ausencia del Estado, encerrado en sus querellas dentro de unos pocos metros cuadrados en Moncloa. ¿Alguien tiene noticia de cuál ha sido el último ministro de Agricultura que ha pisado la provincia, sus campos, andado por sus pueblos y hablado con los agricultores? Yo no lo recuerdo.

En el siglo XVIII tuvimos que vender La Florida (Carlos III) y La Luisiana (Carlos IV). No es la primera vez que un país vende pedazos para quitarse deudas de guerras, de pandemias, o simplemente para quitarse un peso de encima. Porque Jaén parece que para el gobierno español es un incordio, una carga. A lo mejor alguien está pensando en vender la provincia, porque lo parece a tenor del poco caso que hacen de ella. Si llega el día, que organicen bien la subasta.

Mientras, nos consolaremos paseando por las calles los pueblos de la provincia, que, amables, limpios, algunos más bellos que otros, dormitan. Pasearemos por Lopera, Porcuna, Orcera, por La Puerta de Segura, donde nació y reposa mi padre, y contemplaremos La Loma de Úbeda y al fondo el Guadalquivir, la azulada sierra Mágina en la lejanía, y evocaremos esta espléndida y gran provincia que fue ibera, cartaginesa, romana, visigoda, musulmana, que guarda en su seno capas de cultura y de historia que hoy se menosprecian.

Como empezamos, terminamos con la Biblia, que no es solamente un libro para creyentes: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol” (Eclesiastés, 1, 20).

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