La salamandra, mito, ciencia y símbolo.

«Si el tiro viera y la víbora oyera no hubiera hombre que al campo saliera».

Refrán popular

Los ‘tiros’, es decir, las salamandras, han tenido siempre un injustificada mala fama. Este refrán supersticioso es una buena muestra. Si el campesino veía un ‘tiro’, lo aplastaba, sin más. Le atribuían males en la piel, veneno, algo así como al sapo o ‘escuerzo’. Los pesticidas, herbicidas y el desorden climático son hoy sus peores enemigos.

Tras muchos años, en la mañana húmeda de un 9 de mayo, tras la lluvia, ha aparecido esta salamandra pequeña en La Loma del Perro, Sierra de Segura, provincia de Jaén.

Según el diccionario Larousse de 1909 es ‘del género de los batracios urodelos, que se creía que podía atravesar las llamas sin quemarse’.

El Dictionnaire Général de Biographie et d’Histoire de Dezobry et Bachelet (Paris, 1889) lo define como un ‘ser fantástico, con la forma de un lagarto que se representaba como viviendo entre las llamas, ejerciendo sobre el fuego un imperio soberano, pudiéndolo extinguir. El rey François premier lo adoptó como símbolo’, con la divisa «J’y vis et je l’éteins».

Y según el Diccionario Español-Portugués de Manuel do Canto e Castro Mascarenhas Valdez (Lisboa, en la Imprenta Nacional, 1866), ‘la salamandra o salamanteiga es un género de reptil anfibio de la familia de los salamándridos, que vive en los lugares oscuros o en las aguas tranquilas de Europa, Asia y América’.

La Encyclopedia Britannica dedica mucho espacio a la salamandra y al orden de los urodelos, suborden de los salamandroides, familia de las salamándridas. Curiosamente, parecen ya en el alto Cretáceo. Además de sus particularidades, son muy útiles para los experimentos en embriología.

En la iconografía cristiana medieval, es el Justo que no pierde la paz de su alma en medio de sus tribulaciones..

La salamandra es un símbolo de la naturaleza amenazada, antigua, bella pero inerme, frágil, a nuestra merced. Sólo ocultándose del hombre en su refugio oscuro, alejado, secreto, es capaz de sobrevivir, pero a duras penas.

Nuestro modelo de ‘progreso’ en el que conviven las sociedades más higienizadas y preocupadas por sí mismas (con esa egolatría y narcisismo de masas desatado) con las ciudades millonarias de chabolas, favelas, bidonvilles, de bloques de ladrillo, con el desperdicio y las montañas de basura que depositamos en países de África y Asia o tiramos al mar, se enfrenta a la salamandra que, quizás fuera verdad, es capaz de dominar las llamas, de resistir.

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