Desgana y pesimismo

Decía Baroja, inveterado pesimista, que lo que se consideraba sabiduría y ponderación de los viejos no era en realidad sino la desgana, el cansancio y la desilusión. Esto les hacía más remisos a opinar o sostener las ideas y, en cierto modo, no eran más tolerantes sino más desinteresados. Los viejos van creyendo menos en las ideologías, son menos contundentes en sus creencias, se van despegando de lo inmediato. Y, además, piensan que no sirve nada para nada.

Puede haber otros motivos, pero entre los libros procedentes de la biblioteca de don Ramón Martínez Ruiz, hermano de Azorín, que ejerció como médico en La Puerta de Segura (Jaén), he encontrado Essais optimistes, de Élie (Ilya) Metchnikoff. En el campo se suele poner uno a leer esos libros que llevan años como esperándote. Su lectura me ha hecho pensar sobre las razones del, de mi pesimismo. Pesimismo que se acentúa al leer la prensa española y contemplar la situación de España (“cuando me paro a contemplar su estado”, parafraseando al poeta…).

Metchnikoff, (Ivanovka 1845-Paris, 1916), fisiólogo, obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1908. Además de la flora intestinal, la fagocitosis y los problemas de la biología del intestino, estudió la vejez, la longevidad, la muerte, introduciendo el término gerontología. Cuando habla de pesimismo sabe bien de lo que habla pues se había intentado suicidarse dos veces. Afirma que el optimismo se adquiere a la edad madura, cuando se entiende el sentido de la vida, mientras que el pesimismo pertenece sobre todo a la juventud. Hombre de gran cultura, mencionó entre los pesimistas más conspicuos a Leopardi, Byron y Lermontov. Metchnikoff estudia el Fausto de Goethe como uno de los libros en los que luchan el pesimismo y el optimismo.

En España, el pesimismo ha sido siempre una constante. Jaime Gil de Biedma ya lo decía, “en un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles…”, o aquel otro poema, “De todas las historias de la Historia, sin duda la más triste es la de España, porque termina mal”. Parece que la realidad confirma esa propensión al pesimismo. Un pesimismo que en España que va de Larra a Unamuno, de Jorge Manrique a Goya.

El nacionalismo periférico, en el fondo, no es más que un recurso contra ese pesimismo. Piensan los secesionistas que, refugiándose en su región, en su lengua exclusiva y excluyente, separándose, podrán quitarse el peso opresor de la España negra que imaginan y tanto denuestan. El separatismo catalán y vasco, en el fondo, no son más que deseos de salir de la realidad pues no creen en España. O sí creen, para odiarla.

Pero la impresión que da nuestro país al visitante parece la contraria: un país siempre alegre. Risas, risotadas, griterío, juerga, la España de charanga y pandereta que decía otro escéptico, don Antonio Machado. España, país de turismo y de bares, de fiesta, de jarana: es sólo apariencia. En el fondo, seguimos teniendo “el espíritu burlón y el alma quieta”. Los alardes de ruido y alegría son apariencias. El español siempre ha sabido buscar remedios contra esa tristeza, ese pesimismo: la intoxicación externa con la bebida y el tabaco -que en España son los más baratos de Europa-, las adicciones (es uno de los países donde se consume y trafica más droga). No es casual que la comida, el “comidismo”, triunfe en España; es otro recurso para inventarse una felicidad.

“Antes de nada, quiero ponerte en compañía de gentes alegres para que veas lo fácil que es la vida. Para el pueblo aquí reunido, todos los días son fiesta. Con poco talento y mucho placer, todos giran danzando en estrechos círculos, como gatitos persiguiendo su cola. Mientras que no se quejen de dolor de cabeza, el tabernero les sigue fiando y están satisfechos y despreocupados”. (Mefistófeles, Fausto I)

Tras 1812, el 98, y después 1939, tres motivos para nuestro pesimismo histórico. El 39 ha sido, por ahora, el último desastre para las ideas, el pensamiento y el optimismo. Hoy, con el panorama político desierto de ideas, ayuno de entusiasmo y generosidad, nos acercamos otra vez a ese abismo al que siempre hemos conseguido precipitarnos, en una especie de suicidio colectivo. El fin de la última guerra civil, la cuarta en dos siglos, en el fondo fue como suicidarse como país, una vez derrotados, vencidos, exiliados y fusilados los que estorbaban. Pero, en fin, no toquemos la historia porque cuanta más historia sepamos, más pesimistas nos haremos.

El 98 fue quizás la plasmación más creativa, más conocida, de ese pesimismo histórico que siempre ha latido en los españoles. Pero nuestro pesimismo nunca ha sido agresivo ni odioso, como lo han sido el de Louis Ferdinand Céline, Marcel Jouhandeau, François Mauriac y tantos otros franceses, el del austríaco Thomas Bernhard o el de Peter Handke.

¿Cuáles son los remedios parciales contra el pesimismo que nos invade? Vivir al día, pensar poco, estimularse o evadirse con fiestas, fútbol, bares. Otro, más sofisticado, es el nuevo narcisismo apoyado en la espléndida forma física, los gimnasios, el deporte y la comida ‘bio’. Es el mito de la eterna juventud que Metchnikoff ya analizó hace más de un siglo.

Pero hay otros remedios paliativos contra este mal: ser más introvertidos, desentenderse, irse al campo (“lo cierto es que la vida recoleta y apartada entraña una serie de grandes ventajas”, Fontane), encerrarse a leer libros, a ser posible antiguos, que nos saquen de la realidad. Lo mismo que las clínicas del dolor, hemos de inventar las clínicas del dolor anímico.

Y, sin embargo, nuestro pesimismo respecto a España no se sostiene en los hechos. Si viajamos por el país notaremos que se vive bastante bien en todas las provincias, los pueblos están tranquilos, los servicios públicos funcionan razonablemente bien. Probablemente nunca se ha vivido tan bien como ahora, aunque haya mucho que mejorar pasando por más calidad que cantidad, por más estética y menos lucros. La vida política, ramplona y zafia, no representa la realidad del país.

El español, como es un pueblo antiguo con mezcla de latinos, celtas, bereberes y judíos, tiene cierta sabiduría antigua; ha criado una coraza para ser inmune a los políticos que le engañan, a los capitalistas que le explotan, a los alcaldes que los ignoran y no sirven para nada. La inmensa mayoría de los españoles vive y deja vivir, ama a los niños, es bastante compasiva, dona órganos, respeta a los viejos, acepta a los inmigrantes. Los españoles somos, eso sí, más incívicos en el ruido, griterío y otros detalles, a menudo desabridos o puramente maleducados, pero en general mucho más amables que muchos de nuestros amigos europeos.

Bueno, yo, para intentar desatrancar este pesimismo he encontrado de momento un remedio: leer a Theodor Fontane, concretamente El Stechlin -otro libro que llevaba esperando unos años en la estantería-, que es un retrato amable de la aristocracia de la Marca de Brandenburgo venida a menos en el último tercio del XIX. (“No parece estar triste, o quejoso con la patria, ¿verdad?»). Thomas Mann, que le admiraba (también le gustaba a Walter Benjamin, que encontraba su lectura ‘confortable’, puede que se inspirara en él para escribir esa otra novela alemana que deja poso, Los Buddenbrook. Remedios temporales contra el pesimismo y la desgana. Pero hay muchos más libros.

Anuncio publicitario

Los indultos por delitos comunes cometidos por políticos

(Este articulo ha sido publicado el sábado 19 de junio en portugués en el Diário de Noticias https://www.dn.pt/opiniao/os-indultos-por-delitos-comuns-cometidos-por-politicos-13851560.html)

El Derecho penal siempre ha sido muy polémico dentro de la dogmática jurídica porque afecta a la libertad física de las personas, a la presunción de inocencia y al poder del Estado como represor. Pero si es un Derecho eminentemente represivo, el Derecho penal es también una herramienta para garantizar la libertad del individuo en el sentido en que lo veía el jurista español Luis Jiménez de Asúa, con la tipificación rigurosa del delito, del dolo y del delincuente, como barrera contra los abusos del poder.

Jiménez de Asúa fue uno de los redactores de la Constitución republicana de 1931; “la Constitución es la vestidura jurídico-política de un pueblo”, sostenía. Catedrático, escritor, socialista, ha sido quizá uno de los mejores juristas españoles del siglo XX. Hubo de exilarse en 1939, siguió impartiendo clases en universidades sudamericanas y ejerció el cargo de Presidente de la República española en el exilio. Murió en Buenos Aires.

Cuando está en juego la integridad y garantía del orden constitucional español echamos de menos a pensadores como Jiménez de Asúa. En efecto, la Constitución española de 1978 y el propio Estatuto de Autonomía de Cataluña fueron consciente y deliberadamente vulnerados, violados, por unos políticos catalanes hoy propuestos por el gobierno español para ser indultados. En los delitos por los que han sido condenados, la intención y el dolo han sido fundamentales para tipificarlos, aunque el resultado fuera frustrado (la intención de secesión de una parte del país). Incluso algunos juristas sostienen que la calificación de sedición (artº 544 del Código Penal) fue inadecuada, pues se trataba claramente de rebelión (artº 472.5).

En este sentido, es necesario subrayar que los delitos de sedición y de rebelión no son delitos políticos aunque sean cometidos por políticos. En la democracia no existe el delito político, y la sedición por la que han sido condenados Oriol Junqueras y otros, es un grave delito de derecho común.

Recordemos que el indulto, al contrario de la amnistía, perdona al delincuente pero no borra el delito. Es un residuo pietista y anacrónico del antiguo derecho de gracia que ejercían los monarcas por la gracia de Dios. Nada que ver con la amnistía que, con los cambios políticos, abole las tipificaciones delictivas de actos políticos.

Científicamente, el indulto es una aberración pues no garantiza que el indultado no vuelva a cometer el delito. La intención restauradora del Derecho se ve frustrada con el indulto. Efectivamente, algunos de los independentistas condenados, insolentemente, ya han dicho que lo volverán a hacer, que reincidirán. Si, además, esta ‘gracia’ se concede colectivamente, el ordenamiento jurídico se resquebraja todavía más.

Con estos indultos el actual gobierno español pretende sostenerse durante la legislatura con una especie de pacto de no agresión con Esquerra Republicana de Cataluña, que dispone de sus trece escaños para vender al mejor postor. Esta formación no cree ni acata la Constitución ni tiene ningún interés por España sino todo lo contrario. En realidad, será un pacto contra natura porque es un pacto con los que niegan la legitimidad del Estado español. Estos indultos sólo tienen una finalidad de táctica política, no hay ninguna estrategia, es mero oportunismo. E irónicamente, serán firmados por el rey que aborrecen los indultados.

Habría otra fórmula posible, la libertad condicional. En todo caso, estos indultos serán una afrenta al ordenamiento jurídico pues hacen caso omiso de que los condenados lo han sido por delitos comunes claramente tipificados, tras un juicio complejo, justo y con todas las garantías.

Para terminar, habría que señalarle a tantos políticos y comentaristas portugueses que parecen defender la independencia de Cataluña (como una nostalgia de un nuevo 1640 para los ‘hermanos’ catalanes), que la secesión no es un derecho reconocido por la Unión Europea y, que yo sepa, por ninguna constitución de ningún país democrático, ni por la portuguesa, que en su artículo 3.1 establece que “a soberanía, uma e indivisível, reside no povo”. La constitución española también establece que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”.

Los españoles demócratas, algo lánguidos tras la larga pandemia, estamos muy desilusionados con los que dicen representarnos, pero terminaremos tragando con este engendro jurídico porque estamos deseando irnos de vacaciones. Muchos amigos míos de izquierda, me dicen con tristeza que es un mal menor aunque están en profundo desacuerdo con los independentistas; mis amigos de la derecha están indignados. Los que creemos en el Derecho, vemos con preocupación este pacto entre la socialdemocracia y su némesis, un nacionalismo reaccionario, excluyente y con tintes racistas y odio hacia el resto de los españoles. Es penoso sobre todo el silencio del PSOE, que parece que ha dejado de ser un partido que haga honor a sus siglas y ha dejado de ser una entidad pensante. No hay disidentes y los que hay son expulsados, marginados o condenados al ostracismo. Qué lejos está de aquel concepto de partido que Antonio Gramsci defendía como el ‘intelectual orgánico’.

En todo caso, parece que el Estado de Derecho se tira a la papelera. El socialista y gran jurista Jiménez de Asúa no estaría de acuerdo.

Tras una visita a Bilbao

La primera vez que llegué a Bilbao fue en auto stop y con mochila en el verano de 1970. Venía de ver el Árbol de Guernica. Bilbao estaba vacío, las calles grises y sus habitantes habían desertado la ciudad, quizás a las playas. A la mañana siguiente, tras dormir en una fonda en Indauchu me fui hacia Santander, huyendo de aquella desolación “del enorme hoyo que era la ciudad”, que dijo Zunzunegui en una novela.

Las cosas han cambiado muchísimo y hoy Bilbao es otro, ofrece otra cara, más amable, inclusiva, creativa. Hoy tenemos un Bilbao donde, además de la consabida gastronomía (y el txacolí de Gorka Izagirre o el vermut de Devin’s), hay unos excelentes servicios públicos, gran amabilidad y un cuidado y limpieza municipal impecables. Sin olvidar la antigua Alhóndiga, rehabilitada, un centro cultural espectacular dedicada a ese gran alcalde, que además de eficiente era simpático y un caballero, que fue don Iñaki Azkuna.

Hace más de un siglo la capital vizcaína tuvo una actividad cultural que, aunque poco conocida en Madrid, fue muy importante. El centralismo no sólo ha sido político sino que ha traspasado la frontera de la cultura, escamoteando muchos escritores, poetas, pintores y músicos del panorama peninsular. Esto sucede aún hoy. En el sur, en Levante, la cultura vasca es todavía prácticamente desconocida. La postguerra arrasó además con todo y, tras la democracia, durante muchos años, el protagonismo de las noticias del País Vasco lo tuvo el terrorismo y sus secuelas. El separatismo cultural ha funcionado en los dos sentidos. Tampoco el Eusko Jaularitza ha hecho mucho por difundir la cultura vasca actual al resto de España; han sido algo ombliguistas.

En Madrid, la cultura del País Vasco la despachábamos con Unamuno, Baroja -y los de izquierda también con Blas de Otero-. Y ahí nos quedábamos la mayoría. En concreto, un ejemplo de nuestro desconocimiento -o mal conocimiento- de Euskadi y su cultura es su pintura. Hoy, nos quedamos con el Guggenheim, pero hay mucho más. El Museo de Bellas Artes, reorganizado sabiamente, despliega sus colecciones no sólo vascas, sino internacionales.

Pocos son los españoles que saben quiénes fueron Adolfo Guiard, José y Ricardo Arrúe, los hermanos Zubiaurre y, cómo no, Aurelio Arteta, por citar solamente unos cuantos. La pintura vasca ha sido siempre de una excelencia considerable, aunque muy poco conocida pasado Pancorbo.

En mi visita a Bilbao de hace unos días he podido descubrir la pintura de Aurelio Arteta. Sólo los grandes conocedores saben que hay doce frescos suyos en la sede del Banco de Bilbao en Madrid, pintados en 1922 (que intentaré ver). En el Museo Reina Sofía sólo hay dos cuadros suyos, seis de los Zubiaurre, ninguno de los hermanos Arrúe ni tampoco de Adolfo Guiard.

Una colección de libros, Bilbainos recuperados, de la Fundación III Milenio, nos muestra la riqueza de tantos artistas, poetas e intelectuales que conformaron ese gran Bilbao que ahora podemos de nuevo admirar. La biografía de Arteta por José Fernández de la Sota ilustra bien ese ambiente cultural bilbaino cosmopolita y ancho de antes de la guerra. Era el Bilbao de la revista Hermes, de muchos escritores, poetas y pintores.

Por otro lado, los escritores vascos de derechas han sido sabiamente ocultados en Euskadi y el resto de España, como Ramón de Basterra, Pedro Mourlane Michelena, Sánchez Mazas (padre de Sánchez Ferlosio y personaje de ficción de Soldados de Salamina, de Cercas) o Zunzunegui. Borrados del mapa.

Hay que ir a Bilbao a reencontrar algunos de los pintores, los poetas y los libros, más allá del folklore y los lugares comunes que alguna vez proliferaron. Aún perdura bastante el exclusivismo de una cierta cultura abertzale como de combate. Lo he podido comprobar en la feria del Libro de Bilbao, en el Arenal, donde la mayoría de las obras presentadas eran muy locales (y bastantes del independentismo radical, como por ejemplo una increíble apología de Telesforo Monzón, dirigente de ETA, con un pasado luctuoso cuando fue Consejero de Interior del Gobierno Vasco en 1936. En fin, hay libertad de imprenta).

Podremos acercarnos a la magnífica biblioteca Bidebarrieta -que publica una revista homónima imprescindible para conocer la cultura vasca y en especial la vizcaína-, a dos pasos de la casa donde nació Miguel de Unamuno, a las librerías Elkar, que tienen mucha obra vasca y de toda España, además de una buena selección de música vasca (como las canciones de Benito Lertxundi), o incluso a la Librería Anticuaria Astarloa www.libreriastarloa.com, un pozo sin fondo donde pasar horas.

Bilbao es mucho más que el Guggenheim. Nos falta mucho por ver. Habrá que subir a Artxanda, husmear en otras librerías de nuevo y de viejo, comer en el batzoki de la calle Henao, probar los pintxos de otros bares de la Plaza Nueva, además del Víctor Montes de toda la vida, e ir a un concierto en el Teatro Arriaga. Hay que volver.

.