Del ecocidio

El delito contra la naturaleza, perseguible a escala internacional, está cada vez más cerca de ser tipificado. Philippe Sands (Londres, 1960), franco-británico, autor de Calle Este Oeste y Ruta de escape, ha sido uno de los juristas que más ha influido para que los crímenes contra la humanidad sean juzgados, está trabajando sobre el tipo penal del ecocidio para que éste sea objeto de persecución por el Tribunal Internacional de Justicia https://www.matrixlaw.co.uk/member/philippe-sands/).

Hace unas semanas Pilita Clark escribía en el Financial Times (25 de junio) que, de prosperar esta iniciativa legal internacional, podríamos imaginar en un futuro a Bolsonaro o al director ejecutivo de Exxon en el banquillo. Ya estamos atrasados pues la temperatura del planeta aumenta un 0,25º por década y los desastres climáticos se acumulan.

Sin esperar a esta casi utopía, en España hemos de ceñirnos a nuestro Código Penal, cuyo Título XVI trata de los delitos relativos a la ordenación del territorio y el urbanismo, la protección del patrimonio histórico y el medio ambiente, con dos capítulos importantes, el III, que trata de los delitos contra los recursos naturales y el medio ambiente, y el IV, sobre los delitos relativos a la protección de la flora, fauna y animales domésticos.

Aunque la Constitución consagra la protección del medio ambiente y permite las sanciones penales, la tipificación actual es insuficiente para lo que está en juego, la naturaleza (tierra, paisaje, agua, aire) amenazada. La causalidad subjetiva para poder incriminar a un autor, sea persona jurídica o física, requiere el dolo o la culpa. Como muchos son delitos de riesgo con un hipotético resultado dañoso resultan, por ello, difíciles de calificar judicialmente.

Además, tal y como están redactados, tiene que haber una conducta expresa contra una norma jurídica existente. Es decir, la omisión o la falta de cuidado no son contemplados. Además, son delitos en los que la causa-efecto, la prueba y, por tanto, la imputabilidad, son a menudo imposibles de llevar a cabo; piénsese en los incendios forestales provocados cuyos autores, por dolo o negligencia, nunca son encontrados, escapan de toda responsabilidad.

Incluir tipos penales a veces parece más un reclamo propagandista cuando no hay medios para hacer cumplir la ley o no se pone el esfuerzo debido por las administraciones locales ni autonómicas.

Localizar e identificar a los infractores, del proceso y las pruebas técnicas del dolo o culpa, la ejecución de la sentencia, suelen ser muy complejos. Los agravantes de ejercer un cargo público (alcaldes que permiten esos delitos), ingenieros o arquitectos que asesoran a las empresas que los cometen, son también de una gran complejidad, y la línea conductora entre el acto y el autor, difíciles de escudriñar. Si observamos la vida real, comprobamos que hay poco castigo efectivo para los delincuentes. Véase, si no, el maltrato de perros, que prácticamente queda siempre impune. Los ayuntamientos -aunque pletóricos de funcionarios fijos e interinos- no disponen de policía rural y todo se delega en el SEPRONA, la única institución seria en la materia. Falta, en general, más guardería rural y de aguas.

Además, tipificar un delito debe incluir la omisión, la carencia de acción o tolerancia con el que lo perpetra. Y en este campo, Ayuntamientos y Comunidades Autónomas tendrían mucho a lo que responder, sea por talas, por ocupación de dominio público, por edificaciones ilegales y atentatorias contra la naturaleza y el paisaje, etcétera. Lo vemos a diario en la prensa, con licencias de construcción en lugares protegidos, con ecomonstruos autorizados por los respectivos alcaldes (Algarrobico, Playa de los Genoveses, Moncofa, el engendro aberrante de Marina D’Or, por citar sólo cuatro entre los miles de ejemplos de la destrucción de las costas españolas a manos de alcaldes y constructores sin gusto ni sentido común).

La ejecución de las sentencias es muy problemática. Por eso, muchos constructores o infractores prefieren el hecho consumado a sabiendas que ningún alcalde ejecutará la decisión administrativa, sea contaminación, atentado al paisaje, construcción ilegal.

Los estudios de impacto teóricamente obligatorios de las obras que se acometen suelen ser una mera coartada pues se encargan a consultoras pagadas por la propia empresa actuante. En muchos casos, son de mero trámite, como en las talas. Como muestra, los destrozos causados en la A-317 de la Sierra de Segura, como muestran las fotografías, la segunda con la devastación masiva que ha provocado erosión y ha destruido el árbol que dejaron de muestra, un humilde chaparro, que ya se ha secado. Un ecocidio más.

España es uno de los países donde los ecocidios han sido y son perpetrados con la mayor impunidad, a pesar de ser precisamente uno de los países europeos más amenazado de desertización. Por eso, sorprende que las normas penales no sean más extensas y están mejor tipificadas. Y los estudios sobre erosión, pérdida de masa vegetal y daños en los acuíferos son inaccesibles y ocultos al gran público, o ni siquiera existen.

Hay una total asimetría entre la enorme capacidad de destruir y los mecanismos sociales, jurídicos y administrativos para evitar los atentados a la naturaleza, para castigarlos y repararlos, si es que pueden ser reversibles. En muchos casos son irreversibles como los daños en muchas costas, como los acuíferos agotados, la desertificación y muchos fuegos forestales donde apenas si se repuebla, como sucede en Andalucía).

Tres carencias mayores aparecen en esta materia:

  1. La información pública, computerizada, estadística, inteligible y fiable de los procesos naturales ya evocados con su complejidad y su interrelación, como los acuíferos, la masa vegetal, la calidad del aire, del mar, etcétera. En España se da la paradoja de que sabemos más de las encuestas del CIS sobre los partidos que sobre la situación de la naturaleza.
  2. La impotencia ciudadana ante la falta de medios eficaces, rápidos, claros y accesibles para denunciar y detener los atentados contra la naturaleza y el paisaje. Pública ha de ser la acción, sin más cortapisas que la veracidad y la buena fe, pues público es el daño que se causa con los atentados contra la naturaleza.
  3. La poca sensibilidad de los partidos políticos y las autoridades locales y autonómicas ante los riesgos de destrucción del medio natural, que sólo quedan en manos de las ONGs, habitualmente consideradas por las Administraciones de todos los partidos como los aguafiestas, como personas non gratas.

La sociedad civil, los ciudadanos, nos sentimos desorientados en cómo, ante quién denunciar. La acción civil es prácticamente nula tal y como está establecida y regulada en nuestro Derecho administrativo. A menudo, el posible denunciante tiene incluso miedo de las represalias de los autores, empresarios, constructores y de que, si no puede proveerse de pruebas técnicas, la autoridad administrativa y/o judicial pueda incluso actuar contra él.

Sufrimos de una gran impotencia ante los ecocidios y otros atentados contra el medio natural. Las ONG son un instrumento ciertamente útil y necesario que deberían ser. atendidos por los poderes públicos. Ni el Estado ni las Comunidades Autónomas hacen lo suficiente y menos aún los ayuntamientos. Lamentablemente, la autonomía local, desde 1978, en la que teníamos tantas esperanzas, no ha logrado, antes al contrario, frenar la especulación inmobiliaria y el mal gusto.

Conocemos la naturaleza y no hay excusa de ignorancia del daño perpetrado, de la injerencia dañosa de los humanos en el paisaje, el agua, el aire, los bosques, los mares. Es hora de pasar de las declaraciones y acuerdos que quedan mucho en el papel, actuar y por lo menos aplicar las normas existentes.

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El color del tedio

O tédio é fraca compensação dos compromisos
(El tedio es una pobre compensación de los compromisos)

Nuno Júdice

Un tédio a tudo amolece-me. Sinto-me expulso da minha alma
(Un tedio a todo me reblandece. Me siento expulsado de mi propia alma)

Fernando Pessoa

No tenía noción del tiempo, sino del tedio

(Anónimo)

La poesía de Nuno Júdice (Algarve, 1949) siempre tiene algo de filosófica, como toda la buena poesía, y es oscura y lejana, como él mismo dice en un poema. Pero no sé si estoy de acuerdo con ese verso, salvo que quiera decir que nuestros compromisos, nuestra responsabilidad como personas, como ciudadanos, cuando no es atendida ni sirve para nada, da en el tedio, en una cierta desgana.

Fernando Pessoa ha expresado todas las variantes y todos los síntomas del tedio. El Livro do desassossego que, como he dicho en alguna parte, no entendí bien hasta que vine a vivir a Lisboa por primera vez, en el lluvioso otoño de 1989, es una de las más consistentes obras sobre el tedio.

Para Pessoa, el tedio es apartarse (o ser apartado), es magno, inerte, es cansancio del alma, incluso “el tedio de lo constantemente nuevo, el tedio de descubrir, bajo la falsa diferencia de las cosas e de las ideas, la perenne identidad de todo”. Puede ser también “estancamiento de pensar y de sentir”. Es “esa trabajosa inutilidad de todos los días iguales”.

Pessoa habla del color sin color del tedio, aunque principalmente lo asocia al gris. Otro portugués (realmente es éste un país de saudade y de las mejores experiencias del tedio, Fidelino de Figueiredo, escribió la novela filosófica Sob a cinza do tédio (Bajo la ceniza del tedio). Este olvidado ensayista portugués (1889-1967) parece querer decir que el tedio es gris. No estoy seguro. El tedio es incoloro, como la lluvia, ni siquiera es sombra (que suele ser azul).

Pero el tedio puede ser creativo, no estéril. También dice Pessoa que “en la putrefacción hay fermentación”. Viene el tedio de una cierta saturación: saturación cultural, mental, informativa. Pero es quizá un descanso necesario de la mente, del ánimo. Después de horas o días de tedio puede surgir esa idea que dormitaba y que no podía salir, oculta por la vida cotidiana, debido a la domesticidad.

“Sabio, sigue afirmando Pessoa, es quien monotoniza la existencia, pues así cada pequeño incidente tiene el privilegio de la maravilla”. “Monotonizar la existencia para que ella no sea monótona”.

El tedio es una contraposición subjetiva con la realidad, que es activa, cambiante, viva. Es un ensimismamiento necesario previo a la acción, como la concentración del jugador de ajedrez antes de mover la ficha. Ese sería el ensimismamiento positivo, productivo, el que precede a la acción.

¿Qué se puede hacer no para vencer, pues es invencible, sino para esquivar o engañar el tedio? Tenemos siempre, como dice Pessoa, “los artificios de la imaginación”.

El tedio no es el aburrimiento, ese feliz acontecimiento de los niños ahítos de los juguetes y del recreo, que felices, descubren de pronto que ‘se aburren’. El tedio es una pequeña muestra de la muerte, del final inerte, del apagar de las pasiones, intereses, motivos. Ya han acabado los artificios con que nos engañábamos. No es el ensimismamiento creador que mencionaba arriba, que puede ser germinal, fértil. Es un no-salir, es decir, un no existir. Se deja de hablar, ya no hay nada que decir, el tedio es mudo.

Aquel artificio que era el trabajo, la ocupación, ese gran subterfugio para tapar la inanidad de la existencia bajo la apariencia de producir algo, deja de ser un remedio. Trabajo, horarios, órdenes que dar y que cumplir para encontrar un sentido a la vida. El tedio aparece cuando uno se da cuenta de que todo era pura vanidad, puro artificio.

El tedio es interno, es suspender la existencia, el desinterés y la desgana de los que hablaba en esta páginas hace unas semanas ( https://laplumadelcormoran.me/2021/06/25/desgana-y-pesimismo/ ). Ya no hay intención, ya no hay esfuerzo. Suele coincidir con una pérdida de energía, como puede ser la progresiva pérdida de la virilidad o la menopausia. Ya no hay afán realizador tan propio del hombre, del que hablaba el filósofo orteguiano Manuel Granell.

Pero ante el tedio hay que resistirse, no dejar entrar al viejo, como ha dicho Clint Eastwood (“don’t let the Old man in”, es su fórmula mágica para seguir siendo activo y con ilusiones y proyectos a sus 90 años).

Siempre queda, en el tedio improductivo, el remedio pasivo, indoloro e incoloro, de contemplar el fuego en la chimenea o ver caer la nieve, sin pretender sacar ninguna conclusión, simplemente contemplar. Como me decía mi amigo Abud, “ser uno más es lo más difícil”. A veces, nos gustaría ser como esos ancianos que descansan en la tarde contemplando su huerta, nada más, esos que he visto la semana pasada en Alfarim, en esa hondonada llena de lujuriantes huertas silenciosas, umbrías, fértiles. O como esos viejos que dibujan con la punta de su garrota líneas en los paseos enarenados del parque provinciano.

Necesitaría un viento que barriese ese tedio apabullante que crece con la edad, y ese viento sólo puede salir de nosotros mismos. No esperemos nada de fuera.

El Cabo Espichel

Vuelvo al cabo Espichel cuyo recuerdo neblinoso de soledades en el viento, de lugar fuera del mundo, siempre me ha atraído. Todo el misterio de un país está en forzarnos a re-conocerlo. A cincuenta kilómetros al sur de Lisboa, tendida sobre el océano, yace la eterna mole rocosa y plana del cabo.

Hoy, Espichel está igual -por ahora, como digo al final de este texto de urgencia-, las ruinas siguen siendo ruinas, la pequeña iglesia barroca solitaria, el horizonte, no han sido ni pueden ser modificado, afortunadamente. La magia de los acantilados y los finisterrae, el mito del fin de las tierras, el mar tenebroso, es algo muy portugués. Como Europa está orientada hacia occidente, todos los finisterres están sobre el Atlántico, ya sea en Escocia, en Bretaña, Galicia o Portugal.

El otro cabo simbólico está al norte de Tajo, por debajo de Sintra; es el Cabo da Roca, que Camões cita en Os Lusíadas y que es el punto más occidental del continente europeo. El Espichel es más desolado, más agreste y solitario. En los días claros, su perfil se divisa como una lejana y alargada placa desde Meco, desde Caparica.

Se llega por una estrecha y sinuosa carretera, más o menos conservada, lo que le preserva de las masas turísticas. La zona es azotada por los vientos y todo rezuma antigüedad: las huellas (pegadas) de los dinosaurios, las capillas abandonadas, el acueducto. El faro es lo más moderno y su fábrica inicial es del siglo XVIII. Hay que visitarlo un día de niebla o de temporal, donde cobra sentido lo desconocido. Nos recuerda que Portugal es un país mágico.

Los portugueses del siglo XV, que desafiaban su destino de pobres labradores, de siervos, echándose al mar ‘tenebroso’, a la aventura y ventura, construyeron una capilla para aplacar la desesperación del hombre frente a lo desconocido. Las capillas, las imágenes, les daban una certidumbre, una cierta paz ante el terror del mar tenebroso.

La sensación de vértigo ante el oleaje, espuma furiosa que tiembla en el abismo como un estertor del fondo del mar oscuro, es única, sobre todo por los alrededores del faro, donde no hay una sola barandilla ni quitamiedos. El vértigo es el precipicio, es la caída al abismo. Atisbando a prudente distancia estos acantilados se tiene peligrosamente esa sensación de rotación, de casi pérdida del equilibrio. Ese mismo temor que vencieron los navegantes portugueses adentrándose en el mar. Desde los altos acantilados se ven algunos barcos pesqueros como miniaturas.

El cabo Espichel le interesará a los historiadores, a los soñadores y a los geólogos. Y a los filósofos. La sensación de soledad frente a la inmensidad es única, ya casi desconocida en nuestra poblada Europa. El cabo Espichel es una metáfora. Mirando ese mar, el hombre se siente impotente, aun en esta época en que parecemos dominar todo. Se recobra la sensación, cuán perdida, de incapacidad. Se piensa en el destino, en lo desconocido. Lugar idóneo para la meditación. La iglesia de Nossa Senhora do Cabo, elevada en 1701 (ya existía otra antes), y las construcciones aledañas, con sus arcadas abandonadas, las antiguas hospederías (Casas do Cirio), nos incitan a soñar y a la forma que cada cual elija de espiritualidad.

También interesa el Cabo a los herboristas y botánicos, que allí encuentran restos de las antiguas colonias herbáceas y arbustivas a menudo arrasadas por la agricultura antiecológica.

Recordemos finalmente al poeta español Francisco de Aldana (que moriría en la batalla de Alcazarquivir, 1578, sirviendo al rey portugués Dom Sebastião),

ver aquel alto piélago de olvido,
aquel sin hacer pie luengo vacío,…

Yo sugeriría un viaje largo por el Portugal simbólico frente al Océano con la visita de varios cabos singulares, alejados, extremos, todos de una belleza sobrecogedora. Aquí quedan mencionados solamentedos, Roca y Espichel, pero el viajero deberá descubrir los otros posibles. Sin olvidar que Portugal, país de alto simbolismo, tiene otros muchos puntos y lugares especiales, como por ejemplo el triángulo Braga-Tomar-Alcobaça (Templarios) que enriquecerán la percepción del viajero; o la pervivencia del mito de la Atlántida, del que las Azores serían el recuerdo; o las antas o menhires que pueblan el Alentejo, colocadas de forma no casual.

Pero, la final, una mala noticia: el escritor y ecólogo portugués Viriato Soromenho-Marques nos alerta en O Jornal de Letras (de 14-27 de julio 2021), del proyecto de construir junto al área protegida del cabo Espichel 58 unidades de residencia, además de 1528 habitaciones en la zona de la Aldeia do Meco. Todo ello en un área que se supondría protegida por la Red Nacional de Áreas Protegidas. ¿Para qué sirven los alcaldes y estas pomposas redes que parecen estar sólo vigentes sobre el papel?

Nuestro bienestar desencantado

Francisco Nieva utilizó esta frase que describía y describe perfectamente un tono vital común, y continuado, en nuestra intelectualidad. Lo hacía en 1969 al comentar el montaje de Marsillach de la pieza Biografía, de Max Frisch. Francisco Nieva, que a su arte dramático y escenográfico unía la escritura y la pintura, nunca tuvo pelos en la lengua. Hablaba y escribía con una claridad cervantina (no en vano era de Valdepeñas, Ciudad Real), aunque también se recreó -y creó- en la serie que comienza con Viaje a Pantaélica, un disparate genial en tres volúmenes difíciles de encontrar (y de leer).

Nieva también habla en alguno de sus artículos (vean El Reino de Nadie, Espasa, 1996), pues era un articulista singular, especial (admirador de Larra), de los “contentitos”, esos que se acercan al Poder, sea el político, sea el del periódico y editoriales que marcan el canon literario y bien pensante en España (el lector avezado ya sabrá de qué periódico hablo). Los contentitos eran quizás esos que frecuentaban, encantados de la vida, ‘la Bodeguilla’ de Felipe González y los que hoy pululan en torno al gobierno y a su periódico oficial.

No es que yo haya estado nunca de lleno en el mundo de la cultura, pero lo observo un poco, desde fuera. Librerías, museos, academias de pintura, amigos metidos de lleno en presentaciones de libros, revistas y suplementos culturales de periódicos (para mí, los mejores el de La Vanguardia y del ABC).

Y mirando lo que hace el gobierno, los movimientos de alcaldes y otros altos representantes (sedicentes) de la Nación, me da la sensación de que la Cultura está muy lejos del Poder. No es malo eso porque así es más independiente, más ácrata, más fresca. Pero hay como un distanciamiento, una especie de alienación.

La mayoría de las gentes de la cultura se queda al margen. Podríamos decir, medio siglo después, que esa es una situación habitual en la burguesía pensante española y en la mayoría de los intelectuales. A pesar de que somos una democracia avanzada nunca ha estado la cultura, en el sentido más amplio de la palabra -músicos, bailarines, pintores, dramaturgos, escritores, poetas-, más alienada y marginada respecto a los centros de poder. La falta de apoyo y de interés por la cultura, cuando vemos lo que sucede en Francia o el Reino Unido, es lamentable.

Las librerías están hueras de políticos, directivos, empresarios. A las librerías van jóvenes, gente con espíritu inquieto (y nada menos inquieto mental que un empresario inmobiliario, un alcalde o un cargo político: están a otra cosa).

Lo que sí hay es el adorno cultural del Poder. Para no parecer del todo ignaros, las instancias del Poder, estatal, autonómico y local, deben hacer algunos ejercicios publicitarios. Inaugurar ARCO, ir a la Feria del Libro, en fin, lo que sale en la televisión. Cierto que hay muchos premios literarios y artísticos, que muchos bancos, para lavar sus culpas y sus inicuas prácticas usurarias, han creado fundaciones para darse cierto pisto, un barniz benefactor. Las eléctricas que afean el paisaje y las telefónicas que ensombrecen las fachadas de tantos pueblos de España con sus cables ¡resulta que tienen fundaciones culturales! También algún alto cargo y hasta algún ministro se deja ver, para que le vean, en alguno de esos festivales estivales de las Españas. Pero a pesar de ese espolvoreo de dinero, de ese mecenazgo condicionado y limitado, el mundo de la cultura está ajeno al poder. Más bien totalmente marginado. Al Poder, con mayúscula, no le interesa.

Veo al menos cuatro razones por las que al Poder (al político y al económico) no le interese la cultura.

  1. La primera es que como la política se ha convertido en espectáculo y publicidad, ¿para qué necesitan la cultura los políticos? No es para ellos una herramienta útil.
  2. La segunda razón del desinterés de los que mandan por la cultura con mayúscula es que la cultura es a largo plazo, incluso imperecedera, y los políticos, sobre todo estos de hoy, son efímeros, pasajeros.
  3. La tercera es que la cultura no da beneficios inmediatos, monetizables, no es un bitcoin. Que la cultura sea buena para la nación y para su prestigio e imagen, eso no les interesa. Tienen otras prioridades mucho más interesantes (de tipo de interés y de lucro).
  4. La cuarta es que no tienen tiempo para esas memeces de la cultura. Hay cosas más excitantes como tener poder, coche oficial, escolta, más dinero, más fusiones de bancos, telecomunicaciones, más urbanizaciones, más destrucción del paisaje, etc. Eso es más rentable.

Lo que no es necesariamente malo, pues puede dar más independencia a los que trabajan en al ámbito cultural. Pero no deja de ser triste, entristecedora, esa incultura que se nota en los políticos, en los directivos de empresas, esa insensibilidad (salvo para hacerse las fotos y hacerse publicidad de sí mismos) de lo que se supone sería la élite económica y decisoria del país.

Pero como el Poder siempre ha necesitado sus funcionarios culturales, sus escribanos, disponer de una prensa adicta, sigue habiendo intelectuales a sueldo de partidos, bancos y gobierno, más o menos indirectamente. Así lo vemos en los periódicos de Madrid, siempre sesgados hacia el PP o hacia el gobierno, periódicos que se leen sobre todo para confirmar creencias, para contribuir a la indignación mañanera, y menos para reflexionar o informarse objetivamente, como se ha visto recientemente con el problema de los indultos.

Por eso, además de que se compran menos periódicos -y no es sólo porque se lean en el ordenador sino porque a veces son tan sesgados y orientados ideológicamente que ya cansan-, muchas personas del mundo de la cultura, miles de profesionales, se sienten desposeídos, ignorados y, en definitiva, en ese bienestar desencantado que Nieva describiera tan bien.

Para que hubiera un fomento de la cultura desde el Poder, éste tendría que apostar por:

La anticipación, adelantándose a las tendencias, invirtiendo en los medios digitales, extendiendo la fibra óptica por toda España.

La Innovación, apostando por la juventud, por las lenguas de España y de Portugal, y no solamente por las tendencias políticamente correctas de obligado cumplimiento.

La Comunicación, facilitando la existencia de medios digitales e impresos que transmitan cultura, mejorando las TVs públicas, que son lastimosas en materia cultural, invirtiendo en la Radio Clásica, que en la mitad del territorio no se consigue captar bien, etc, etc.

Mientras, los cuatro ilusos seguiremos en nuestro bienestar desencantado.