El color del tedio

O tédio é fraca compensação dos compromisos
(El tedio es una pobre compensación de los compromisos)

Nuno Júdice

Un tédio a tudo amolece-me. Sinto-me expulso da minha alma
(Un tedio a todo me reblandece. Me siento expulsado de mi propia alma)

Fernando Pessoa

No tenía noción del tiempo, sino del tedio

(Anónimo)

La poesía de Nuno Júdice (Algarve, 1949) siempre tiene algo de filosófica, como toda la buena poesía, y es oscura y lejana, como él mismo dice en un poema. Pero no sé si estoy de acuerdo con ese verso, salvo que quiera decir que nuestros compromisos, nuestra responsabilidad como personas, como ciudadanos, cuando no es atendida ni sirve para nada, da en el tedio, en una cierta desgana.

Fernando Pessoa ha expresado todas las variantes y todos los síntomas del tedio. El Livro do desassossego que, como he dicho en alguna parte, no entendí bien hasta que vine a vivir a Lisboa por primera vez, en el lluvioso otoño de 1989, es una de las más consistentes obras sobre el tedio.

Para Pessoa, el tedio es apartarse (o ser apartado), es magno, inerte, es cansancio del alma, incluso “el tedio de lo constantemente nuevo, el tedio de descubrir, bajo la falsa diferencia de las cosas e de las ideas, la perenne identidad de todo”. Puede ser también “estancamiento de pensar y de sentir”. Es “esa trabajosa inutilidad de todos los días iguales”.

Pessoa habla del color sin color del tedio, aunque principalmente lo asocia al gris. Otro portugués (realmente es éste un país de saudade y de las mejores experiencias del tedio, Fidelino de Figueiredo, escribió la novela filosófica Sob a cinza do tédio (Bajo la ceniza del tedio). Este olvidado ensayista portugués (1889-1967) parece querer decir que el tedio es gris. No estoy seguro. El tedio es incoloro, como la lluvia, ni siquiera es sombra (que suele ser azul).

Pero el tedio puede ser creativo, no estéril. También dice Pessoa que “en la putrefacción hay fermentación”. Viene el tedio de una cierta saturación: saturación cultural, mental, informativa. Pero es quizá un descanso necesario de la mente, del ánimo. Después de horas o días de tedio puede surgir esa idea que dormitaba y que no podía salir, oculta por la vida cotidiana, debido a la domesticidad.

“Sabio, sigue afirmando Pessoa, es quien monotoniza la existencia, pues así cada pequeño incidente tiene el privilegio de la maravilla”. “Monotonizar la existencia para que ella no sea monótona”.

El tedio es una contraposición subjetiva con la realidad, que es activa, cambiante, viva. Es un ensimismamiento necesario previo a la acción, como la concentración del jugador de ajedrez antes de mover la ficha. Ese sería el ensimismamiento positivo, productivo, el que precede a la acción.

¿Qué se puede hacer no para vencer, pues es invencible, sino para esquivar o engañar el tedio? Tenemos siempre, como dice Pessoa, “los artificios de la imaginación”.

El tedio no es el aburrimiento, ese feliz acontecimiento de los niños ahítos de los juguetes y del recreo, que felices, descubren de pronto que ‘se aburren’. El tedio es una pequeña muestra de la muerte, del final inerte, del apagar de las pasiones, intereses, motivos. Ya han acabado los artificios con que nos engañábamos. No es el ensimismamiento creador que mencionaba arriba, que puede ser germinal, fértil. Es un no-salir, es decir, un no existir. Se deja de hablar, ya no hay nada que decir, el tedio es mudo.

Aquel artificio que era el trabajo, la ocupación, ese gran subterfugio para tapar la inanidad de la existencia bajo la apariencia de producir algo, deja de ser un remedio. Trabajo, horarios, órdenes que dar y que cumplir para encontrar un sentido a la vida. El tedio aparece cuando uno se da cuenta de que todo era pura vanidad, puro artificio.

El tedio es interno, es suspender la existencia, el desinterés y la desgana de los que hablaba en esta páginas hace unas semanas ( https://laplumadelcormoran.me/2021/06/25/desgana-y-pesimismo/ ). Ya no hay intención, ya no hay esfuerzo. Suele coincidir con una pérdida de energía, como puede ser la progresiva pérdida de la virilidad o la menopausia. Ya no hay afán realizador tan propio del hombre, del que hablaba el filósofo orteguiano Manuel Granell.

Pero ante el tedio hay que resistirse, no dejar entrar al viejo, como ha dicho Clint Eastwood (“don’t let the Old man in”, es su fórmula mágica para seguir siendo activo y con ilusiones y proyectos a sus 90 años).

Siempre queda, en el tedio improductivo, el remedio pasivo, indoloro e incoloro, de contemplar el fuego en la chimenea o ver caer la nieve, sin pretender sacar ninguna conclusión, simplemente contemplar. Como me decía mi amigo Abud, “ser uno más es lo más difícil”. A veces, nos gustaría ser como esos ancianos que descansan en la tarde contemplando su huerta, nada más, esos que he visto la semana pasada en Alfarim, en esa hondonada llena de lujuriantes huertas silenciosas, umbrías, fértiles. O como esos viejos que dibujan con la punta de su garrota líneas en los paseos enarenados del parque provinciano.

Necesitaría un viento que barriese ese tedio apabullante que crece con la edad, y ese viento sólo puede salir de nosotros mismos. No esperemos nada de fuera.

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