En días de aflicción, con los ucranianos siendo masacrados por Rusia, quizás haya que volver por un momento a la poesía.
Don Paterson (nacido en 1963) es un escritor y poeta escocés que ha traducido y adaptado a Antonio Machado (The Eyes), a quien dedica este poema (incluido en su libro Rain):
The wind
after Antonio Machado
The wind pulled up and spoke to me one day.
The jasmine on his breath took mine away.
‘This perfume can be yours too, if you want:
just let me carry off your roses scent’.
‘My roses? But I have no left’, I said.
‘The flowers in my garden are all dead’.
He sighed. ‘Give me the fallen petals, then.
The leaves that rattle in the empty fountain’.
With that, he left me. And I fell to weeping
for the garden that they gave into my keeping.
El viento
(según Antonio Machado)
El viento se levantó y me habló un día.
El jazmín con su aliento me quitó el mío.
“Este aroma puede ser tuyo también, si quieres:
pero déjame llevarme el perfume de tus rosas”.
“¿Mis rosas?, si ya no tengo”, le dije.
“Las flores de mi jardín están todas muertas”.
Suspiró. “Dame entonces los pétalos caídos.
Las hojas secas que barren sonoras la fuente vacía”.
Arthur Koestler, el famoso autor de El cero y el infinito, donde denunció los procesos estalinistas de Moscú, fue mal considerado por sus antiguos camaradas comunistas. No le perdonaron que levantase el velo sobre el terror estalinista, sobre el Pacto Germano-Soviético ni sobre las purgas en el Este de Europa incluso después de que Kruschev hubiera denunciado el culto a la personalidad y la dictadura soviética.
Algunos de los libros de Koestler eran de mi padre, que los leyó en francés cuando, tras salir de España en 1948, descubrió lo que había sido el nazismo, el comunismo de Stalin, el Holocausto. Entre ellos, Les hommes ont soif y La lie de la terre (La hez de la tierra).
Tras la segunda guerra mundial, la URSS había pasado de aliada a enemiga y la guerra fría era una realidad que atemorizaba a Occidente. La guerra de Corea, el proceso Slansky, la represión en Berlín Este, el aplastamiento de la rebelión húngara en 1956 (Koestler era un húngaro judío, comunista, periodista en la guerra de España, donde estuvo a punto de ser fusilado por Luis Bolín en la Málaga recuperada por los ‘nacionales’ (ver El testamento español). Luis Bolín sería después uno de los mandamases del Turismo de España). En fin, los años cincuenta se presentaban amenazadores. Después comenzarían las guerras de independencia de antiguas colonias, algunas extremadamente crueles, como la de Argelia, con masacres de los dos lados (de los dos, no sólo del lado francés, hay que subrayar).
En 1953, Koestler escribió La época del anhelo, que ha pasado desapercibido en los medios de izquierda, y con razón, pues denuncia el papanatismo de los intelectuales sedicentes progresistas que defendían el estalinismo, como Sartre o Merleau-Ponty, de los movimientos ‘pacifistas’ en Occidente orquestados por los soviéticos, etcétera. Koestler fue arrojado a los infiernos por los comunistas y también por gran parte de la izquierda políticamente correcta europea. Era considerado, sin paliativos, un traidor. Y encima muchos le acusaron de sionista, el mayor insulto que la izquierda utilizaba y todavía utiliza (Jeremy Corbin fue un ejemplo, como muchos de Podemos). En efecto, Koestler tuvo la osadía de escribir un libro sobre los pioneros judíos en Palestina, La torre de Ezra, lo que es imperdonable para la izquierda bien instalada en sus prejuicios.
El libro La época del anhelo, cuyo original en inglés es The age of longing y en francés, Les hommes ont soif, no existe en España (en Chile, sí). Y, sin embargo, en este momento de crisis, de desinformación constante por parte rusa (y también norteamericana), su lectura sería muy útil hoy. Es como una premonición.
El argumento principal es que La Confederación Libre quiere engullir el pequeño Estado ‘lapin’ (=conejo). Estados Unidos y Europa quieren hacer frente a la amenaza pero “América ya no estaba en condiciones de defender a esa Europa, esa que no había podido defender Polonia en 1939”.
Pero, exultan los de París,
Se había evitado la invasión y “el gobierno provisional de la República (lapin=conejo) había aceptado la propuesta de la Confederación (URSS) de suprimir las dos partes de las fortificaciones defensivas a lo largo de su frontera común…”
Otras circunstancias turbadoras coinciden en la novela:
“El tiempo era anormal para la estación. (…) los boletines meteorológicos mencionaban ‘el 11 de septiembre más caluroso desde 1885’ … ‘la tempestad atlántica más violenta de. los últimos veintisiete años’…”
“Se trataba de un virus vuelto loco por la invención de nuevos antibióticos y los esfuerzos necesarios para combatirlo generaban nuevas variedades invulnerables…”
En la novela, los representantes de La Confederación Libre -como designa irónicamente a la URSS-, juegan un papel ridículo de propaganda y desinformación en el París de principios de los años cincuenta, especialmente el protagonista Fedia Nikitin. Se celebra el 14 de julio, con los bailes en las plazas y constantes alusiones a la Bastilla, a los Borbones, a la comparación con el 1 de mayo, París es una fiesta.
Esta novela es un mosaico de la historia europea, incluido el genocidio de los armenios, pues Koestler conocía muy bien el Cáucaso y Armenia, donde había viajado invitado por el Komintern. Fedia Nikitin, nacido en Bakú, desciende de un abuelo armenio y es salvado por los rusos durante la guerra civil que siguió a la revolución de octubre.
Irónicamente, dice un personaje, los descendientes de quienes tomaron la Bastilla, los burgueses, “la honesta clase media”, escribe odas a la Cheka y se manifiesta “por La paz y el progreso”. Alude, en el capítulo El sabbat de los brujos, aun tal Lord Edwards, un aristócrata de izquierda, físico, militante por la paz, que no deja de recordar a Bertrand Russell. Aparece también una Mademoiselle Tissier, autora de La Confederación de los Pueblos Libres, libro elogioso de la (URSS), tras su viaje organizado por los ‘servicios’. Toda la novela es pues como un roman à clé, novela en clave, donde Koestler ajusta cuentas con los antiguos ‘compañeros de viaje’.
Pero el libro no es una oda a la reacción conservadora, sino el relato del desencanto, del anhelo. “Mi generación se tragaba Marx como quien traga caramelos de menta, para luchar contra la náusea”, dice uno de los desencantados, antiguo combatiente francés con los republicanos españoles en Teruel. Se habla de Jung y de la “canonización de Sigmund Freud”. El libro está trufado de referencias irónicas a lo políticamente correcto y a la inocencia (naïveté) de los progresistas europeos.
Los capítulos van alternando entre la vida de una joven norteamericana inquieta, Heydie, y la de Nikitin, educado en Moscú para integrar el ‘servicio’. Describe muy bien esos años de la revolución soviética, los usos y costumbres, cómo le van adiestrando. Su encuentro con Heydie es un constante diálogo entre ironía y atracción.
“-¡Ah, sí, la atmósfera! La atmósfera de la pobreza, la atmósfera de los simplones, de los pequeño-burgueses. Usted pertenece a la alta burguesía y le divierte jugar a Harun- al-Raschid, usted va al bistrot como los turistas van a China “- le espeta Nikitin a Heydie, en uno de sus encuentros en los que hay referencias a la cultura, a la política, a la revolución.
Los capítulos sobre el escenario de París son muy evocadores de esa ciudad que tanto ha cambiado, de ser aquel núcleo de cultura y arte, a ser hoy un mero parque temático. Al final Heydie y Nikitin son amantes, revelando todas las contradicciones y paradojas de la vida de un ‘agente’.
“¿Crees que todo un continente puede de alguna manera perder su voluntad de vivir?”, pregunta otro personaje, pensando en esa Europa decadente.
En el capítulo Los ángeles caídos menciona la aniquilación de los viejos bolcheviques por Stalin, ese tema que a Koestler y a muchos comunistas les perturbaría y amargaría toda la vida.
El libro se termina con un epílogo de excusa sobre ese libro ‘apócrifo’, y por las ideas trasnochadas que, dice, responden a la ley de Boeckstein sobre la inercia de la imaginación: “el pensamiento resiste a toda extrapolación lógica hacia el porvenir, de las penosas tendencias del presente”.
Como explicó Koestler, “cuando escribo estas líneas otro Estado lapin (conejo) se va a hacer destripar por buitres con aspecto de palomas”.
El tiempo pasará y partiremos para siempre, nos olvidarán, olvidarán nuestros rostros, nuestras voces…
Anton Chéjov (Las tres hermanas)
Jean Rodolphe Rahn vivió en Madrid en los años treinta del pasado siglo, en la calle Viriato, 67, y después en Lisboa, desde enero de 1938, en la rua São Bento, 193, en un primer piso. Este edificio, prédio, como dicen en portugués, ya no existe, estaba frente a la Asamblea de la República, el Parlamento.
Probablemente tuvieron que salir de España por la guerra y frecuentó la École Française de Lisboa (alumno nº 122) tras haber estado en la de París, con el número de alumno E 90- 623429. Hablaba, como buen suizo, el francés y el alemán, y también el portugués y el español. En Lisboa, a 1600 kms de Berna, vivió aquellos años treinta. Tuvo amigas portuguesas, como Alda Monteiro de Barros y J. Calleça, hija de un olvidado crítico que estudió el teatro de Corneille, así como amigos portugueses del Lyceu Pedro Nunes, en la avenida Alvares Cabral, junto al Jardim de Estrela, no muy lejos de su casa. L’École Française, precursora del Liceo Francés, fue fundada en 1907 y cuando la frecuentaba Rahn estaba en el Palacio Braamcamp, junto al Príncipe Real. También cita a un enigmático español, don Eloy, que vivía en Lisboa en plena guerra civil y cuya familia frecuentaba.
Cuenta que le gustaba ir a pescar a Paço de Arcos donde, entre otras capturas, señala, dos peixesdo diabo, un saco de cangrejos y otro de mejillones; se bañaba en alguna de las tres playas de entonces, la que va desde Geribita hasta el Fuerte de São João das Maias o a Praia Antiga y Praia Nova. Como indica, solía quemarse por el sol. Paço de Arcos todavía era un pueblo de pescadores, aunque los veraneantes ya lo frecuentaban, teniendo como patrón a Nosso Senhor Jesus dos Navegantes.
Como lector, no parece muy avanzado, lee, por ejemplo, Ces dames auxchapeaux verts, de Germaine Acremant.
Jean Rodolphe Rahn se llamaba igual que su ilustre antepasado y tenía incluso algún pariente portugués, Leandro Mário Rahn, y otros suizos, como los Gossweiler y los Köttel. Jean Rodolphe Rahn, el Viejo, también llamado Johann Rudolf Rahn fue un conocido historiador del arte suizo (Zurich, 1841-1912). Pero hubo otro Hans Rudolph Rahn (1805-1868), dibujante, y un Hans Rudolf Rahn, de 1889, así como él mismo, de 1921. Es curioso cómo va variando el nombre familiar según los tiempos: Hans Rudolph, Johann Rudolf, Jean Rodolphe. Provenían del cantón de Schwyz, cuyo blasón en gules muestra una pequeña cruz blanca en el ángulo superior derecho, que es el origen de la bandera suiza.
Lo que resulta interesante es cómo el joven lisboeta de adopción Rahn, con diecisiete o dieciocho años, observa los navíos de guerra franceses que atracan en Lisboa. Así, los cruceros (panzerschiff) Béarn (portaaviones con 17 aeroplanos), Provence (el buque insignia), Lorraine, y los torpederos como el Tornade, L’Alcyon o Le Foudroyant. Los que avituallan los submarinos son también cuidadosamente anotados, en una mezcla de francés y alemán, como el Jules Verne que, anota, lleva cuatro cañones antiaéreos, seis ametralladoras antiaéreas y varios talleres de reparación, así como un aviso, el Snippe. Llega incluso a nombrar a los capitanes (del Jules Verne, Cayol; de los torpederos, Bison y Brohan). También anota la llegada de la English Fleet Home (sic), en la que hay cinco destructores (1 de febrero de 1938). También apunta un desfile en la Baixa lisboeta de tropas y de la Legião. En todo caso, Paço de Arcos, a donde tantas veces iba, era un buen punto de observación.
Paço de Arcos, hace muchos años
No sé si serían unas notas de espionaje o si era una mera afición naviera. Lo que sí sabemos es que era un admirador del pedagogo de Zurich, como él, Johann Heinrich Pestalozzi, que insistió en la necesidad de observar. Rahn observaba muy bien las dársenas de Lisboa, no se sabe por qué.
De Suiza desconocemos todo. Sólo sé mencionar Max Frisch, todos cuyos libros leí ávidamente hace cuarenta o más años. Tras encontrar su agenda, recordamos hoy a este otro suizo, Rahn, que pasó una parte de su juventud en Lisboa, que quizás frecuentase la iglesia helvética de la rua do Patrocínio, y que ya ha sido olvidado.
Gracias a Olivier Rolin he podido descubrir cómo ha cambiado Bakú desde mi lejana estancia en la capital del Azerbaiyán, cuando tenía diecinueve años, era militante del PCE y estaba deslumbrado por lo que creía (creíamos) el progreso interminable, inalcanzable, inmarcesible, de la Unión Soviética (véase mi otro artículo https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.me/3355). Teníamos una religión.
Aun quedan -nos cuenta Rolin- restos de la época de los zares y de la Unión Soviética, entre ellas las mujeres que no están sometidas al velo y están en igualdad de condiciones (legales y educativas, la sumisión familiar y conyugal es otra cosa y algo ha empeorado con la resurgencia religiosa).
Olivier Rolin
El libro del escritor francés, que data de hace una década, Bakou, derniers jours, es muy gráfico y está escrito con desenfado. De este autor, escasamente conocido en España -pues parece que los editores no se arriesgan con los franceses-, leí el mejor recorrido por el periférico de París (una especie de M 30 pero estrecha, fea y encajonada, permanentemente atascada por la que se tarda en llegar a Orly más que se tarda en volar de París a Madrid, además del sofoco y la irritación). Era Tigre en papier, una alusión a los tigres de papel que Mao decía eran las potencias imperialistas. Como yo, Rolin también fue marxista leninista en su juventud (Ara que tinc vint anys) pero luego se le pasó.
Lo que no nos contaban hace medio siglo los del Intourist es que la isla de Nargin, que se vislumbra en el horizonte, era una inmensa prisión para los disidentes (incluidos muchos antiguos bolcheviques).
El libro sobre Bakú, como tantos libros franceses, parece casi una guía literaria pues Rolin va haciendo alusiones a escritores y evocando libros, incluso los suyos. A los pedantes nos gusta ese tipo de libros, trufados de referencias históricas y culturales. No es un libro de viajes ni un relato, ni un diario. Además, con un humor raro, Rolin va hilando su deambular en la idea de que iba a morir en Bakú y eso no ha sucedido.
Bakú ya no es lo que era, como no lo es ninguna ciudad del mundo de las que guardamos postales marchitas. Como París ya no es la París de mi padre, allá por 1948, ni siquiera la mía de 1981; ahora es una mezcla de museo y de centro comercial poblado de gente cada día más insufrible que está harta de turistas, extranjeros y de ser piezas de museo y centro comercial. O como Bruselas que dejó de bruseler -que cantó Brel- hace décadas, antes de ser dinamitada por ellos mismos para preparar la Expo del 58. Lisboa va por el camino de Barcelona, de ser un puerto de cruceros gigantes y de barrios para turistas de los que previamente se ha expulsado a los lisboetas. Bakú ahora está en manos de los nuevos ricos de Mercedes negros, rutilantes y temibles (por favor ¿quién diseña estos Mercedes de ahora? Son mamotretos que imprimen -mal- carácter), de corrupción y de una oligarquía que ha sustituido (¿o es la misma?) a la Nomenklatura.
Bakú siempre llamó la atención (rusa desde 1806), fue desde 1820 una de las ciudades soviéticas más importantes dada su riqueza petrolera. En el siglo XIX recordemos a Alexandre Dumas, en su Voyage auCaucase y en el XX a Banine, la amiga de Ernst Jünger, o a la familia Gulbenkian.
En su viaje al Turkmenistán evoca también al para nosotros desconocido RonaldSinclair, oficial británico y viajero muerto con cien años en 1989. Este escribió su Adventures in Persia al final de su vida, rememorando su viaje en un Ford A en 1926. Sergei Essenin (el Rimbaud ruso, dice), Lev Nussinbaum (que escribió bajo el seudónimo Kurban Said), el capitán inglés Teague-Jones, y el mismo Koestler. Y, por supuesto, a Koba, Stalin, que por aquellas tierras hizo sus primeras acciones delictivas, unas, revolucionarias, otras.
El Azerbaiyán ha pertenecido a Roma, a Persia, a los Árabes, a los Mongoles y a los turcos seljúcidas. Terminço siendo anexionada por los rusos entre 1804 y 1828, tras las guerras ruso-persas. Hoy ha pasado, tras la desmembración de la URSS (automoribundia) por guerras crueles contra los armenios (Nagorno-Karabaj y hasta contra los georgianos, además de contra los rusos), no ha establecido una democracia sino una especie de satrapía más o menos tolerante en función de los precios del petróleo, una economía meramente extractiva y usuraria y un modelo de régimen acorde con todo ello. Una maravilla.
Rolin nos habla de las personas que va encontrando, algunas ya como barcos varados, desvencijados, restos de la URSS como el pintor Tahir Shalakhov (Chalajov) que del neorrealismo se recicla en el kitsch azerbaiyano, y otros, muy jóvenes que no han conocido aquellos tiempos y cuya ilusión es ser o parecer lo más occidentales posible.
Atraviesa también el Caspio en unos barcos de la época soviética que son pura chatarra y se adentra en la vecina Turkmenistán, otra satrapía donde perduran las ruinas de grandes ciudades milenarias, como Erk Kala, Merv o Marguch (arrasada en el siglo XIII por los mongoles), todas perdidas ya en la estepa. Evoca a Omar Khayam, a las mil y unas noches y todas esas civilizaciones desaparecidas.
No es, pues, un mero relato de viaje, sino un retrato de la ciudad, de sus habitantes, con sus referencias históricas y culturales. Rolin es un escritor que viaja. Además, carece por completo de ese espíritu de superioridad, de ironía o de desprecio encubierto de folklorismo que se percibe en tantos escritores de viajes. Me hace recordar las descripciones del país, y los encuentros con jóvenes koljozianos y komsommolianos, del entonces muy comunista Arthur Koestler, cuando viajó al Cáucaso en los años treinta (The invisiblewriting, en francés, Hiéroglyphes). Koestler no oculta su decepción por lo que va viendo de las consecuencias de la revolución.
Hoy, los edificios en Bakú han cambiado: la arquitecto Zaha Hadid ha diseñado el Centro Heydar Aliyev, padre del presidente, antiguo miembro del KGB y del Politburó del PCUS y un dictador total. Las tres Flame Towers, de 30 pisos (en Madrid tenemos cuatro de ese estilo, igual de arrogantes), evocan la religión de Zoroastro, y centenas de bloques y edificios singulares ocupan la capital azerbaiyana, así como las más lujosas cadenas hoteleras. Menos mal que el Bakú clásico, con los edificios de Nobel y Rothschild, y otros imitación del Moscú de 1930, con bulevares y bloques ampulosos, han sido preservados.
La retórica antioccidental sigue su curso, a pesar de las petroleras occidentales instaladas en el país, gracias a Aliyev hijo y su mujer, que es la Vicepresidente (algo parecido a Nicaragua). Y el número de presos por razones (más o menos) políticas sigue siendo desconocido. Como no volveré a Bakú, si es que alguna vez fui, este libro de Rolin me hace evocar otros tiempos.
Hemos roto nuestra antigua alianza con los árboles
Anton Chéjov
De cada diez pinos dejaban uno sin cortar. Normalmente se dejan un centenar de plantas por hectárea para la repoblación o, como dicen con una expresión poética, el ajuar del bosque.
La tala del bosque
Carlo Cassola
España tiene una riqueza que todos conocemos y casi nadie aprecia: las encinas. Los quercus, en sus diversas variedades, robles, carballos, encinas, chaparras, carrascas, alcornoques, han creado el suelo de la península desde hace miles de años y aún hoy lo protegen y enriquecen. Son árboles duros, duraderos y los más sostenibles de nuestras tierras. Absorben carbono, nutren abejas, alimentan y albergan pájaros y otros animales, conservan la humedad del subsuelo y, asociados con microorganismos, lo enriquecen. Gracias a ellos, la península tiene tierras fértiles. Aunque España, con una superficie poco menor que Francia, tiene la mitad de tierras cultivables, en cambio tiene mucha más superficie de monte, arbusto y matorral, esenciales en la absorción del dióxido de carbono.
veía las viejas encinas negras, ya lejanas en el valle, todas doradas por las hojas nuevas, y las oscuras rocas de granito de los montes cubiertas por la roja flor del musgo.
Grazia Deledda, El incendio del olivar.
No sé hasta qué punto esa capacidad de absorción de carbono entra en las cuentas del Estado, pero ya se ha venido repitiendo el aporte a la baja de emisiones de la provincia de Jaén, en su PIB provincial, por ejemplo, aunque el Estado no lo tenga en cuenta.
Nuestra mirada de los árboles tiene bastantes ángulos ciegos. Los árboles significan, sirven y son mucho más de lo que creemos. No es solamente aprovechamiento de madera, como en la cita de Carlo Cassola (en 1949 en Italia parece que entonces se permitían talas de esa envergadura). Los bosques, los árboles, son mucho más importantes y necesarios de lo que se piensa. Desde el pasado mítico y religioso de los árboles y los bosques, hasta la lucha actual contra la desertificación y la absorción de dióxido de carbono, los árboles han acompañado el destino de la humanidad.
De la tierra habitable, en todo el planeta, los bosques representan el 37%, las zonas de arbusto y matorral, el 11%, la agricultura, el 50%, urbes y zonas construidas, el 1% y otro 1%, las aguas dulces.
En su libro Los árboles, entre lo visible y lo invisible, ErnstZürcher, ingeniero forestal, apoyado en su experiencia e investigaciones, nos da una visión de los árboles más allá de la masa verde y explotable (como madera o como atracción turística). Una aproximación que no es solamente botánica sino ecológica, humana y científica. Tenía que ser un suizo, de ese país eminentemente forestal que, al ser pequeño, ha de ser extremadamente cuidadoso con su naturaleza, amenazada por la riqueza y el turismo, quien nos diera esta otra visión de los árboles, de respeto, admiración y significado especial para nuestras vidas. Es interesante que sus teorías se aproximan al llamado monismo que defendió Ernst Haeckel, el discípulo y admirador de Alexander von Humboldt y propagador de las teorías de Darwin. El monismo iba más allá, hasta defender la unidad de lo orgánico y lo inorgánico, la unidad del alma, el cuerpo y la naturaleza.
Zürcher se apoya en la astro-geofísica, defendida por Gerhard Dorda y Klaus von Klitzing (Premio Nobel). Si las mareas son producidas por la Luna, algo que todos sabemos, también el crecimiento de las plantas viene influido por las fases lunares, como sabían los que plantaban sus huertos o sembraban hace cien años. Es lo que llaman mareas gravimétricas. Y no sólo es la influencia de nuestro satélite, sino del Sol y otros planetas. Los ciclos solares, los períodos de siembra y de tala, ya eran mencionados por Hesíodo y por Teofrasto. Lo que puede llamarse Cronobiología ha sido experimentado por el hombre desde hace miles de años
Otoño. Cuando cesa la fuerza del agudo sol, calor ardiente que provoca sudor (…) cuando el astro Sirio sobre la cabeza de los mortales alimentados para el infortunio camina un poco durante el día, y en su mayor parte retorna durante la noche; entonces la madera cortada por el hacha está muy libre de carcoma…
Primavera. …entonces el astro Arturo, tras abandonar la sagrada corriente del océano, mostrándose por primera vez al anochecer se eleva (…) cuando comienza de nuevo la primavera para los hombres; anticípate a ésta y poda las viñas…
Verano. …cuando por primera vez se muestre la fuerza de Orión… (para almacenar los cereales).
Y cuando se oculten Pléyades, Híades y la fuerza de Orión, entonces, después de recordar la labor propia de la estación, sumerge tú el grano en la tierra.
No es casual que muchos árboles tuvieran en la mitología celta y griega un carácter sagrado. Particularmente interesante es el capítulo que dedica al tejo (taxusbaccata), el if (en francés) o yew en inglés, o de cuyo nombre Zürcher deriva una serie de topónimos, como Yberdon, York o hasta su hipótesis sobre nombre de Iberia.
La polaridad y la espiral están presentes en los árboles, desde la copa a la raíz, raíces que a veces penetran hasta 68 metros, como las del bosciaalbitrunca, en el Kalahari. También las raíces del roble penetran muy profundamente, y sirven de lo que llaman “ascensores hidráulicos” entre la copa y las raíces. Además, dice Zürcher, existe una especie de solidaridad subterránea en el sistema radicular, algo que ha sido comprobado científicamente entre árboles de la misma especie, pero también entre diversos, como el arce, el abedul y los olmos. Esto ya lo expuso también Peter Wohlleben en La vida secreta de los árboles (2015).
La estructura de los bosques es también importante, con los más altos que sirven de protección a otros limitando la insolación y evaporación y facilitando lo que se ha llamado transpiración de los árboles. Una tala a ras, como las que se practican en muchos lugares de pinares y eucaliptos, es más que discutible (véase la protesta actual en Ovar, Portugal, contra las papeleras que talan así por zonas, por parcelas). Así me lo dijo hace años un maderista de Siles (Jaén), gran conocedor del monte.
No es solamente la conocida absorción de dióxido de carbono, hay múltiples usos del monte o del bosque:
Sustancias
Esencias
Uso
Fibras
Liber, tilos
Cuerdas, alpargatas
Aceites
Hojas, árbol del té
Dermatología
Gomas
Liber, hevea
Caucho
Resinas
Pinos
Terebentina, trementina
Saponificación
Sapindus
Lejía natural, no química
Colorantes
Campeche
Verdes, azules, rojos, etc
Perfumes
Agar
Bastoncillos de fumigación
Medicamentos
Corteza de la quinquina
Tratamiento de la malaria
Insecticidas
Margosa
Protección de cultivos
Fungicidas
Corteza del tali
Conservación de maderas
Taninos
Roble
Curtidos
Precisamente, entre los perfumes, ese ‘olor a monte’, con propiedades antidepresivas (caminar en un monte libera el espíritu de preocupaciones) no es debido solamente a la belleza, el silencio y el aire más puro sino, entre otras, a la mycrobacteriumvaccae, como se ha comprobado en experimentos por inhalación.
En el Señorío de Bértiz, en Navarra, la llamada madera ‘muerta’ enriquece los suelos con la ayuda de los microorganismos y de muchos insectos. Pone también el ejemplo de un experimento en Galicia, donde un sistema silvo-pastoral con Pinusradiata consigue ‘enterrar’ carbono (79% hasta 25 cms de profundidad, 13% entre 25 y 50 cms y 8% hasta un metro de profundidad. La biomasa absorbe gran cantidad de carbono: 10 metros cúbicos de biomasa leñosa por hectárea y año absorben una tonelada de dióxido de carbono o, lo que es lo mismo, 300 kgs de carbono.
BértizEn el Señorío de Bértiz
Hay otros datos interesantes en el libro como el de que, mientras un caballo requiere una hectárea y media de terreno, un tractor -en su equivalencia de consumo de energía- requiere 5 hectáreas. Para que lo sepan quienes piensan que mecanizar es la mejor solución.
Zürcher defiende lo que llama la explotación agroforestal, es decir, la conjunción del monte con la agricultura. Es optimista en cuanto a la mejora de la acción del hombre sobre la naturaleza, que puede mejorarla, por ejemplo, con la construcción de taludes y terrazas, y los surcos y prominencias que se hacen en las laderas para frenar la erosión y retener el agua. Esto, que ya se practicaba en muchos campos españoles, ha caído en desuso y la erosión de terrenos que se dejan sin labrar ni crear surcos o taludes de retención es muy grave.
España, con grandes zonas forestales, arbustivas y de matorral, el país que recibió la visita de Alexander von Humboldt y después la de Ernst Haeckel en 1866 en Tenerife, debería prestar mucha más atención a la arboricultura e intentar limitar los daños del agrobusiness que prevalece en el olivar y otros cultivos, sobre todo en lo que respecta a limitar o prohibir el uso de los productos fitosanitarios que arrasan flora, microorganismos, abejas, reptiles, etcétera. El monte es el gran protector.
Algunos botanistas han querido ridiculizar las teorías de Zürcher sobre la influencia de los planetas, del mismo modo a cómo se intentó en su tiempo ridiculizar a Kepler con el calificativo de ‘ocultista’. Nos hace comprender la vida y comportamiento de los árboles en relación con el hombre, con el entorno humano, forestal e incluso urbano. También muchos conservacionistas fueron tachados de reaccionarios, como John Muir (el inspirador de los grandes parques norteamericanos, al que apoyó el presidente Theodore Roosevelt) o Thoreau, porque los consideraban opuestos al progreso industrial.
Sólo resta desear que este libro, editado por Actes Sud, esa gran editorial de Arles creada por Hubert Nyssen, sea traducido al español.