La pena de Rusia, la mal hallada

La fascinación por Rusia se me ha terminado. Adiós Dostoievski, adiós Chéjov (a su ciudad, Taganrog, deportan hoy a ucranianos), adiós a la Gran guerra patriótica, como llamaban a la guerra contra los nazis. Adiós a todos mis libros sobre Rusia, sobre su arte, su historia. Ya nada me atraerá. El baile de Natacha que describe Tolstoi en Guerra y paz, ese libro que tengo casi de cabecera, ya no me entusiasmará más. Los decembristas de que habla Tolstoi fueron la excepción: el despotismo es la regla, la historia de Rusia. Bezukov y el príncipe André Bolkonski son la excepción también.

La Rusia de Ajmátova, de Eugenio Oneguin, de Ossip Mandelstam y tantos otros, está en vía de extinción.

Hoy, los rusos, la mayoría cómplices o defensores de Putin, de la invasión de Ucrania y de las masacres de ucranianos, están cayendo en la maldición que acompañó a tantos alemanes que aún sienten culpa de lo que perpetraron los nazis (y se han enfrentado a su pasado, han tenido el valor y dignidad de encarar su memoria. Algún día, los rusos tendrán que hacer un examen de conciencia, revisar su historia. O quizá no, pues el paneslavismo y el euroasianismo prevalecen.

Pasarán generaciones para que podamos perdonar a los rusos, para que perdonemos su indiferencia o su apoyo a la masacre. Y para que ellos despierten, si alguna vez lo hacen.

Los que de alguna manera podíamos llamarnos rusófilos ya no existimos. Ya no iré a San Petersburgo, ni a Yasnaia Poliana. No llegaré a ver una Rusia resucitada de las cenizas que ella misma se ha echado encima. Lo mismo que las personas, hay naciones que desean suicidarse, incluso llevándose por delante a quienes les rodean. Rusia es hoy Ana Karenina tirándose a las vías del tren.

Pensábamos que Rusia era europea, que poco a poco iría evolucionando hacia los valores humanos, liberales, ilustrados. Hoy vemos que no es así ni lo va a ser en nuestro tiempo de vida, que faltan decenios, como poco, para que esto se realice.

Razón de más para leer el complicado libro Los endemoniados, o Los poseídos, de Dostoievski. Nunca sabremos bien qué encarna el demoníaco Stavroguin, pero hoy sabemos que ésta, como otras novelas de ese autor, es profética. La Rusia del caballero Muichkin, el príncipe, El Idiota quijotesco, no existe, existe solamente la del caballero de la araña, Stavroguin. El nihilismo, el asesinato, la pulsión casi religiosa ya está ahí. Y curiosamente, Stavrguin se confiesa con el obispo Tijón. Todo encaja con la Rusia de hoy. Entender ese libro sirve para entender a la Rusia eterna.

“…yo que conozco la pobre Rusia como mi bolsillo y que he dado toda mi vida por el pueblo ruso, os puedo asegurar que él no conoce al pueblo ruso y, además, …

-Yo tampoco conozco al pueblo ruso…, sin tiempo de estudiarlo…”

(capítulo III, 4)

Anuncio publicitario

‘Imprevisible, el apocalipsis’, poema de Nuno Júdice

Nuno Júdice, poeta portugués comprometido con su tiempo, que tiene una obra considerable trabajada desde hace medio siglo, no sólo de poesía sino de ficción y ensayos, ha contribuido en el diario Syndic Literary Journal, http://www.syndicjournal.us con un poema contra la invasión, devastación y masacre que está perpetrando el ejército de Putin en Ucrania.

Amablemente, con su habitual generosidad (pues participa a menudo en lecturas en colegios, asociaciones y reuniones), nos ha permitido publicar este reciente poema y que lo traduzcamos. (Nuno Júdice, en España, es Premio Reina Sofía de Poesía y Premio Rosalía de Castro)

IMPREVISIBLE, EL APOCALIPSIS

En una ciudad de muros azules, las tejas cuando caen

rayan de rojo el azul. Por el suelo,

al que las personas se tiran para que el azul

y el rojo caigan sobre ellas, los perros

rebuscan los cuerpos de los pájaros y los tiran

al río, provocando uma riada

de pájaros muertos y los peces les arrancan

las alas para volar sobre las aguas. “Y nada

de ésto tiene lógica alguna”, dicen los dioses, sentados

bajo los árboles para que no les

caiga nada encima.

IMPREVISÍVEL, O APOCALIPSE

Numa cidade de paredes azuis, as telhas

riscam o azul de vermelho quando caem. No chão,

onde as pessoas se deitam para que o azul

e o vermelho caiam sobre elas, os cães

procuram os corpos dos pássaros e levam-nos

para o rio, provocando uma corrente

de pássaros mortos a que os peixes roubam

as asas para voarem sobre as águas. «E nada

disto tem lógica», dizem os deuses, sentados

debaixo das árvores para que nada lhes

caia em cima.

Nuno Júdice, 21 de marzo de 2022

4ª semana de la invasión rusa de Ucrania.

De la nomenklatura a los oligarcas: la continuidad rusa

Rusia era el país más impensable para una revolución socialista. Del zarismo se pasó a la Revolución de Octubre y a la toma del poder por Lenin y los bolcheviques, con una breve transición fallida tras la deposición del zar en febrero de 1917. Gramsci dijo que la revolución bolchevique, en cierto modo, desmentía a Marx. En efecto, Rusia era un país casi feudal donde la burguesía no había logrado imponerse, como hizo en Inglaterra, Francia o incluso en Alemania.

Lo que siguió también fue el desmentido más absoluto de una dictadura del proletariado. Se desvió hacia una dictadura del partido, y éste a su vez sería suplantado por sus dirigentes burócratas; así se llegó al estalinismo. La nueva clase de los ‘administradores’, la nomenklatura, fue tomando el poder, liquidó a los primeros bolcheviques en los procesos de Moscú de 1937, en la llamada yezhovina (por el gran verdugo, Nikolai Yezhov) y estos administradores se instalaron en el poder hasta la disolución de la URSS.

Tras la glasnost no se consiguió establecer una verdadera democracia burguesa ni una economía de mercado en el sentido de Adam Smith. Las privatizaciones vendieron al mejor postor los recursos industriales y mineros del país. Los descendientes y herederos de la nomenklatura se hicieron con el poder económico y han constituido la actual oligarquía. Occidente no ayudó en nada a la frustrada transición rusa, al contrario, parecía como si hubiera vencido, contentándose con ver pasar el cadáver de su enemigo. De ahí proviene parte del resentimiento ruso contra Occidente (ver https://laplumadelcormoran.me/2022/03/13/humillacion-y-resentimiento-claves-de-las-guerras/).

El poder no ha cambiado de naturaleza en Rusia. Se ha producido una continuidad perfecta, tiene un hilo conductor muy visible. El pueblo ruso, como siempre, ha estado ausente, amordazado, deportado, reprimido y con el cerebro lavado. De ahí, esa frustración, esa vuelta a las ‘raíces nacionales’. Hoy es el euroasianismo la ideología dominante, en la que participan incluso los herederos del nacionalismo más reaccionario, como los nacional-bolcheviques tipo Limónov. La Iglesia también ha aportado su ideología para completar el corsé.

El poder, en Rusia como en la URSS, ha precisado siempre de un enorme aparato represivo y de un gran aparato propagandístico. En los tiempos soviéticos, la terminología marxista sirvió de coartada pero no tenía nada que ver con lo que Marx y Engels pensaron que podía ser una transición al socialismo, aunque se aprovecharon de su terminología. El poder ruso se apoya en el trípode de los antiguos del KGB, de los militares y de los oligarcas, ayudados lateralmente por la Iglesia, como respaldo de ese asiento. La hegemonía de este cuadrúpedo es prácticamente invencible.

Por eso no es de extrañar que el ejército soviético, de obediencia ciega, sea inútil militarmente, pues ha sido formado como pilar del poder, para represión interna. En Afganistán fracasó, en Siria masacró. Sólo haciendo uso de los misiles de larguísimo alcance, de manera cobarde, es capaz de hacer algo, es decir, de matar indiscriminadamente, destruir hospitales, teatros, escuelas, casas. Ni honor militar, ni valentía ni gallardía. Bucha y fosas comunes, esa es su enseña y su huella.

Todo en Rusia sigue una lógica histórica perfecta, coherente. Nunca hubo revolución democrática, burguesa, los pocos pensadores rusos liberales -pienso en Herzen, en Plejánov, marxista, por ejemplo- fueron relegados al olvido. El marxismo fue utilizado como arma propagandística pero la realidad fue la masacre de los marinos comunistas de Kronstadt a manos de los bolcheviques y el Holodomor ucraniano organizado por Stalin, con millones de muertos de hambre. La revolución fue traicionada, dijo Trotski (aunque él apoyó la represión de Kronstadt). Victor Serge, otro trotskista, lo dejó muy claro en sus memorias. Rusia no ha sido ni será una democracia por mucho tiempo porque el espesor propagandístico, el control policial y militar son marmóreos, imposibles de erosionar. Los rusos obedecen, están acostumbrados a siglos de opresión. Y los oligarcas lo sostienen económicamente.

Un libro explica muy bien el origen del poder ruso actual. La Nomenklatura, los privilegiados en la URSS, de Michael Voslensky[1], fue publicado en 1981, en España con prólogo del comunista Fernando Claudín. Ha sido olvidado por la izquierda oficial y nunca reeditado. En él se describen con pormenor todos los entresijos del verdadero poder soviético, que no estaba ni en el proletariado industrial, ni en el pueblo, sino en esos ‘administradores’, antecesores de lo que hoy es el círculo de Putin, sus militares y sus oligarcas.

En este contexto de falta de espíritu crítico, ausente un pensamiento de izquierda de tipo gramsciano, no es de extrañar el desconcierto y desorientación de la izquierda que, con un reflejo pauloviano, siguen defendiendo, justificando o excusando a Putin y, de esa manera, apoyando la masacre en Ucrania. Nunca se ha visto mejor esa doble moral que hoy exhibe en España el Bloque Nacionalista Galego, la CUP, muchos de Podemos y millares de izquierdistas españoles a los que “les cae mal Zelensky”, o “les caen mal los ucranianos”. En Portugal, el Partido Comunista se ha opuesto incluso a que Zelensky hable al Parlamento y no han aprobado la declaración contra la guerra. Para todos estos, la OTAN es tanto o más culpable.

Parte de la izquierda, y la extrema izquierda europea, no están interesadas en pensar sino en mimetizarse con la idealizada herencia soviética, salvadora de los pueblos. Lo que, en cierto modo, se extiende también a la izquierda socialdemócrata, muy pusilánime en este caso, más preocupada con el precio de la energía y la inflación -que le pueden hacer perder las elecciones- que con Ucrania, sin darse cuenta que Ucrania es nuestro rompeolas de libertad. El egoísmo consumista de los europeos es paradigmático: la gasolina y la electricidad a precios confortables son más importantes que Mariúpol.

Como mucho, les mandamos unas cuantas armas y bloqueamos los yates y cuentas de unos ricachos que han hecho negocios muy discutibles, tolerados y aplaudidos en la UE. Ni siquiera hubiera sido necesario aplicarles sanciones, bastaba utilizar la legislación fiscal vigente. Además, ningún régimen ha caído nunca por sanciones económicas, ni el franquista, ni el castrista, ni la junta birmana.


[1] Michael Voslensky nació junto al Mar Negro, en Berdyansk, Ucrania, en 1920, fue dirigente del PCUS y formó parte de esa nomenklatura. Asqueado y decepcionado, pasó a Alemania, donde falleció, en Bonn, en 1997.

La compasión selectiva

Sed nullis ille movetur fletibus

Eneida, IV, 438

Nada les mueve a compasión. Ni a Putin, ni a todos sus servidores, ni a la mayoría de los rusos (que no quieren saber nada), pero tampoco a Mélenchon (tan sensible y favorable al separatismo catalán), ni a Le Pen, ni a los del Bloque Nacionalista Galego, ni a los de la CUP, ni a los del Partido Comunista Portugués, ni a Trump ni a muchos más, a un largo etcétera.

Una de las amargas sorpresas de esta guerra de hoy es cómo la sensibilidad y la compasión tiene fronteras en la ideología: las víctimas son compadecidas según de dónde sean, según de qué país o religión. Eso lo vemos todos los días en la prensa española, por ejemplo cuando un muerto palestino “es asesinado”, mientras un israelí solamente “ha muerto” (véase La Vanguardia del 7 de abril pasado, por ejemplo). Me recuerda a la prensa franquista cuando decía policías “gravemente heridos” y había habido tres obreros muertos (manifestación en julio de 1970 en Valladolid), “levemente muertos”.

Nuestra compasión está reglada, filtrada, condicionada. Las grandes izquierdas se manifiestan con gusto, premura, solicitud, si son los EEUU quienes atacan: Si es Rusia, cunde un inmenso silencio, una abstención total.

Al final, no se sabe qué es peor, si ver los destrozos y las masacres perpetradas por el ejército ruso, o si contemplar la pasividad, la indiferencia, el silencio de tantos personajes -ese mundo intelectual tan propenso a dar lecciones y a la ‘moralina’- que alzan la voz siempre, bien alto. Hoy, callan.

En fin, estoy esperando a ver si los humanistas de verdad, como António Guterres o como el Papa Francisco, van a Kiev (¡o a Mariúpol!), o si la FAO -que se supone trata de la alimentación, hace algo cuando el granero ucraniano, arrasado por el ejército de Putin, lleve a la carencia en tantos países africanos. La inutilidad de la ONU y todas sus agencias es pasmosa.

Pero, nada, como el agresor no es americano ni israelí, da igual todo.

Mirar para otro lado

La Historia truena, rueda

a nuestro lado, ciegos

nosotros no la vemos.

Seguimos nuestros juegos,

las conversaciones de rutina,

los deportes, los libros, los museos.

Así siempre ha sido:

durante la ocupación alemana,

intelectuales parisinos presumían

en los salones y brillaban

con bellas frases deslumbrantes.

No existían deportados ni campos,

ni crematorios, todo eso era mentira.

Cuando se quisieron dar cuenta

ya era tarde.

Hoy tampoco existen Irpin ni Mariúpol,

ni cadáveres maniatados en Bucha,

ni las fosas comunes en Mariúpol,

propaganda de la OTAN y Zelensky,

dicen nuestros infames

que sufrimos y aguantamos.

Es más serio y preocupante

el precio del combustible,

las baldas de los supermercados,

y el coste del pescado.

Adormecidos con las pantallas,

con el fútbol, parlamentos

y congresos de partidos,

con tertulias de los expertos,

y con la alta cultura (esa que

siempre se ha desentendido),

vivimos confiados en ciudades

donde el metro funciona,

los cines abiertos,

y las terrazas

resplandecen de cerveza.

La Historia, como siempre,

pasa a nuestro lado

y no la vemos ni interesa.

Mucho después,

escribiremos, sabihondos y graves,

sobre ella.

El gran pueblo ruso, instruido, pero ignorante

Todos los rusos saben leer y escribir, aprecian la música clásica, tienen una gran tradición cultural. Es un gran pueblo formado, pero no informado.

La inmensa mayoría (entre 70-80%) de los rusos ignoran o han decidido desconocer lo que pasa en Ucrania, la masacre indiscriminada, la destrucción total de sus ciudades.

Los rusos no están utilizando sus conocimientos, su cultura, sino sus creencias. Y han decidido creerse la propaganda y la infoxicación. Se está produciendo en la gran Rusia, ese país que muchos admiramos por su historia, su cultura, su sufrido y valeroso pueblo, un fenómeno de ignorancia colectiva. Se niegan a saber o les da igual o desean la masacre de los ucranianos. Cualquiera de las tres posibilidades es siniestra y no es digna del pueblo ruso.

Así sucedió en Alemania entre 1933 y 1945, cuando, tras la guerra muchos decían “que no sabían”.

Este fenómeno se llama disonancia cognitiva, me dice mi amigo Agustín Galán, que ha estudiado a fondo el problema de la ignorancia (ver Agnotología, sociología de la ignorancia, ignorancia de la sociología, 2020). Consiste en una ignorancia consciente, una decisión de negarse a conocer.

Por reflejo, una gran parte de los habitualmente tan sensibles cuando se trata de los EEUU o de Israel, permanecen muy callados en España, cuando no confiesan que, en el fondo, están con Putin para “desnazificar” Ucrania. El silencio de una inmensa mayoría de intelectuales de izquierda en España es apabullante, por no hablar de Podemos y otras formaciones que condenan, con la boca pequeña, a Putin, para inmediatamente decir ‘y la OTAN también’. No es sorprendente, ya nos tienen acostumbrados a esa hemiplejía moral. Un ejemplo triste y paradigmático es el del Partido Comunista portugués, ese que aprobó también la invasión soviética de Checoslovaquia, que el PCE y el PCI denunciaron, que hasta Dolores Ibárruri condenó.

Un ejemplo es la plataforma de denuncia Avaaz que algunos la utilizan pidiendo firmar: “Vamos todos a firmar y a compartir ya – cuando se haga enorme, harán sonar nuestras voces por la paz ante líderes clave de la Federación Rusa, la OTAN y medios de comunicación:…”. Mensaje de una ambigüedad tremenda que quiere mantenerse equidistante, falsamente imparcial, pero mete a la OTAN en el saco, como si ésta fuese una amenaza. Así, una gran parte de la izquierda hispana, hoy tan remisa, tan callada ante la agresión de Putin y sus adláteres.