Reservado el derecho de admisión

Hace pocos días, la vicepresidenta española, Nadia Calviño, expresó su enfado retirándose de una foto en un congreso organizado por el Madrid Leaders Forum en la cual ella iba a ser un mero florero. En efecto, no había mujeres en esa conferencia, preparada, organizada y protagonizada sólo por hombres, aunque hay muchas mujeres que podrían haber participado.

Pero más allá del machismo que implicaba, lo que ponía de manifiesto esa conferencia era la endogamia más absoluta que prevalece en muchas organizaciones en las que el derecho de admisión, como en los bares antiguos, está ‘reservado’ a los mandarines que deciden quién es o no digno de acceder al Sancta Sanctorum. Sólo participan en los paneles los que son del ‘grupo’, los ‘afectos’, no hay temor a disidencia, a que nadie desentone diciendo algo no deseado. Todos en paz. Por eso considero doblemente valiosa la actitud de la señora Calviño, porque era un encuentro que se puede llamar sin ser demagogo, machista, y porque además era una manifestación de la endogamia que subyace en tantos foros, encuentros de sabios (y alguna sabia), expertos y otros canónigos.

En efecto, bajo una apariencia de libertad, de democracia (esa palabra ya tan gastada y que a veces ha sido vaciada de contenido en la realidad), nuestras sociedades están perfectamente parceladas:

  1. los ricos tienen sus territorios, sus lugares de ocio, sus tiendas, sus barrios y comunidades de propietarios cerradas, las gated communities o condomínios fechados, en Portugal (Comporta, Troia, Vilamoura), sus circuitos y sus redes, a las que sólo se accede mediante el dinero;
  • los políticos tienen sus partidos a los que sólo se accede con obediencia plena -y ciega- y donde se puede estar a condición de respetar escrupulosamente las consignas (mucho más que el centralismo democrático que estableciera Lenin). No hay lugar para la disidencia. El que se mueve no entra en la lista electoral, diríamos, parafraseando a Alfonso Guerra.
  • Los sindicatos tienen sus cotos, sus protegidos, son prácticamente corporativos; los que no están sindicados no están tan bien -o nada- defendidos como es el caso, por ejemplo, si comparamos a los repartidores de comida o Ubereats con los maquinistas de la Renfe o del Metro.
  • los intelectuales tienen sus grupos, camarillas de influencia, sus suplementos culturales, sus editoriales, a las que sólo se accede mediante el beneplácito de alguno de ellos, por una recomendación; “entre unos y otros … deciden mucho en cuanto a la envergadura que adquieren los nombres y a la ‘importancia’ que se concede a las obras. Controlan los ‘nacimientos’ de autores, de filósofos, y reducen el volumen, hasta casi asfixiarlo, de lo ‘independiente’ (…) el autor que publica sus propias obras está perdido; no ‘entra’ en el Mercado.” (Alfonso Sastre, Sobre la crítica secreta y cuasi ejecutiva de ciertos comisarios de la cultura en España, Cuadernos para el Diálogo, marzo 1965).
  • la Universidad tiene sus reglas exclusivas y excluyentes, “la violencia intelectual y la competitividad en cátedras, en oposiciones, en ejercicios, es algo que hemos heredado (…) estoy convencido que hay especialistas que están a gusto con las luchas personales y las intrigas, e incluso las valoran” (Julio Caro Baroja, Disquisiciones antropológicas, con Emilio Temprano, Ediciones Istmo, 1985).

Así podríamos seguir definiendo las parcelas de la sociedad, eso sin entrar a hablar de las religiones, los modelos comunitaristas, impermeables y a menudo fanáticos.

La globalización es un instrumento comercial, nada más, no significa que haya libre tránsito ni de personas (veáse los inmigrantes, el nacionalismo y el racismo que prevalece en algunos sectores sociales), ni de talentos (véase la noblesse de robe de las grandes Écoles de Francia, los cotos cerrados de los Colleges norteamericanos, por ejemplo), ni de ideas.

Las redes sociales son un ersatz, un remedo de libertad de expresión; hacen como si, pero no es. En realidad, son una especie de válvula de escape para que la gente opine (o insulte amparado en el anonimato) y de una apariencia de participación.

Pero los que deciden siguen siendo los mismos, en la economía, la política, y en el mundo de la cultura establecida.

Todos hablan de Adam Smith, pero sus tesis sobre el libre comercio no traspasan el ámbito meramente mercantil. Pero hay además una diferencia porque mientras las barreras al libre comercio consisten en tipos de cambio, tasas o tarifas, el proteccionismo cultural y político no hay quien lo allane porque funciona la ideología, el miedo a la libertad de pensar y a los librepensadores, lo políticamente correcto. En la práctica, todos queremos protección, proteccionismo, que no entren intrusos, que el derecho de admisión siga reservado.

Anuncio publicitario

Kadish por Walter Benjamin, de Antonio Crespo Massieu

קדיש, plegaria mortuoria

He conocido el otoño pasado a Antonio Crespo y a su mujer, Carmen Ochoa, en el pueblo algarvío de Olhão, en el encuentro de Poesía a Sul, que organiza todos los años el también poeta portugués Fernando Cabrita. Son esas casualidades, esas sorpresas de afinidades electivas, que proporciona este tipo de encuentros, donde además de lecturas, hay una convivencia efímera pero estimulante. Tras escuchar algunos de sus poemas, me he hecho por fin con su libro Memorial de Ausencias (Ediciones Tigre de Papel, 2019), tras algunas gestiones librescas -de Cristina, la Librería del Mercado de la calle Tribulete, 18- porque no está tan bien distribuido como merece.

Y me he sumergido en su lectura. Ya sabemos que toda buena poesía se presta a ser leída y releída sin fin, como consuelo, como simple placer lingüístico, como fuente de evocación y de sugerencias inacabables.

Destaco ahora la Elegía en Portbou en la que Crespo va evocando, en poemas sin fin, lo que fue el fin de dos personas como Antonio Machado y Walter Benjamin, con poca diferencia de tiempo y menos de distancia: Colliure, 1939, Portbou, 1940. El mar, como una tumba, como lo fue para Alfonsina Storni. Pues no son sólo ellos dos sino los exiliados españoles y judíos, los niños, los perseguidos, los desposeídos de muchas tierras. ¿Tierra prometida o tierra permitida?, podríamos preguntarnos, parafraseando a Emmanuel Lévinas, otro autor que Crespo admira y respeta (debe ser uno de los pocos españoles que ha leído a Lévinas),

Y serán desperdigados, contados, ordenados,

despreciados y por el mar cercados entre alambradas,

enterrados en la playa, mascando, enloqueciendo,

llorando arena…

Como en el kadish, como en Yad Vashem, no son sólo gentes, centenares, miles, sino que se mencionan los nombres, de los niños de Terezin, de los niños de Portbou, españoles del viento y la arena: Martínez, Gómez, Suárez, Pérez, Martín, y los llama y comparece así

lo para siempre abandonado…

En toda esta elegía, comparecen, casi en silencio, otros derrotados, como Enrique Ruano

…en enero, estrellado en el patio, cuando se cumplía

el tiempo de las madrugadas, las noches

inciertas…

Hay también las alusiones, a Heidegger, cómplice por acción y omisión, “el anciano profesor que alzó su metafísica en la indiferencia osada de tantos huesos…”, a los abogados de Atocha, al Papa que no intervino, al que pintaba cuadros (Juan Gris),

Como todo kadish, Elegía de Portbou hay que leerla o, mejor, escucharla, de un tirón, sin parar, porque en el ritmo y la concatenación de las historias está gran parte del secreto de su fuerza. La reiteración deliberada, la invocación del ángel, de los pájaros, de las esferas, imprime un ritmo de plegaria, de súplica de salvación. Por eso esta elegía la califico de kadish, viniéndome a la memoria otro, el kadish de Allen Ginsberg a su madre.

Crespo va buscando la huella de Benjamin,

Y él llega hasta este hotel de Francia donde el hoy difunto (…)

fiel a una errancia hecha de destellos, de pérdidas, de lo fugaz,

de las sombras y los recuerdos restaurados como muebles antiguos,

de un necesario mañana…

aprovecha para evocar su propia trayectoria ‘por el país de las sombras’,

Descubriste entonces la geografía insumisa

de tu ciudad nunca vencida, las alejadas plazas,

el extrarradio, las barriadas humildes, las aceras

nunca antes visitadas…

Y sigo aquí preguntando al siglo por sus ausencias,

por lo no resuelto, por las lágrimas intactas y el temblor ajeno,

adivinando lápidas, lo ya borrado, lo que insinúa el signo,

la huella, lo inscrito un día…

Ausencias que son también alusiones a otros tiempos, a otros poetas, “no puedo más y aquí me quedo”, “la cara al viento”, “las alamedas de la libertad”.

La Elegía en Portbou, inserta en ese Memorial de ausencias, es más que un homenaje a Walter Benjamin, al que un funcionario anónimo le negó la entrada y la libertad. Es un canto a todos esos desterrados rechazados de un plumazo por aburridos y probos servidores de Estados sin alma.

La tierra española no le fue permitida a Benjamin, como la francesa no les fue permitida a millares refugiados republicanos que fueron hacinados tras alambradas en playas desoladas, como ganado apestado, vigilados por torvos soldados. Esas son las ausencias que, desgraciadamente, hoy se vuelven a hacer vivas con los millones de desplazados por todo el mundo. Los versos de Antonio Crespo no envejecen.

[fotografía de Carmen Ochoa Bravo]