Algunas propuestas para desenclavar la Sierra de Segura

La Sierra de Segura[1] en Jaén es un enclave que lleva siglos apartado del resto de España. En los últimos cincuenta años ha seguido perdiendo población, importancia económica y sigue tan aislada como siempre (en términos relativos, más aislada que hace medio siglo dada la mejora general de las comunicaciones en el resto del país, que aquí no han llegado). No resiste la comparación con el resto de España pues todas las demás regiones han ido mejorando mucho más que los doce pueblos de esta bella comarca.

Recursos.-

No faltan recursos pero están mal explotados, infrautilizados y no bien gestionados. La economía de la sierra es principalmente extractiva, no transformadora.

  • La riqueza forestal del inmenso parque natural y sus aledaños (213.000 Has, sólo el parque y otras 100.000 forestales fuera de él) no es aprovechada sino exportada a otras zonas. Ya casi no hay maderistas ni empresas de maderas, ni siquiera en Siles. La tonelada de madera de pino carrasco se vende a tres (3) euros la tonelada. Hay solamente una planta transformadora de biomasa -en Puente de Génave- y los maderistas cierran porque ni los precios compensan, ni los costes de extracción ni el transporte.
  • El olivar es el monocultivo pero la mayor parte del aceite (de muy buena calidad) se vende a granel a grandes empresas españolas y europeas. El valor añadido se va, como en la madera, fuera. La dependencia absoluta del olivar no es sana económicamente hablando. Es una fuente de ingresos relativa, sometida a altibajos. Si falla el aceite, falla todo y, además, el olivar no requiere una mano de obra especializada que está regulada por salarios decretados por norma administrativa, sin posibilidad de mejorar la productividad si no es a base de maquinaria, lo que en zonas montuosas es más complicado. La proliferación de almazaras y cooperativas, un auténtico minifundio de cooperativas, todas separadas y rivales, atomiza la oferta y la debilita frente a los potentes compradores nacionales e italianos. La gestión de las cooperativas resume a veces lo peor del capitalismo y lo peor del socialismo. El riego del olivar no es la solución por el cambio climático -los acuíferos vienen bajando desde hace decenios- y porque incluso regando no se está al abrigo de calores fuertes, de heladas, de pedrisco y otras inclemencias meteorológicas que perjudican las cosechas, como ha sucedido este año de 2022.
  • El turismo sigue siendo de muy poco valor añadido, sin apenas hoteles ni restaurantes de cierto nivel en toda la zona. No ha habido ni hay formación hotelera, condición previa para que puedan existir establecimientos de calidad. La pesadísima burocracia autonómica y provincial para crear empresas es otro obstáculo añadido. Tampoco ayuda la arquitectura de los pueblos y aldeas.
  • Otros dos recursos importantísimo pero invisibles para el Estado y la Junta, son la reducción de nuestra huella de dióxido de carbono gracias a la inmensa masa forestal, y el agua, pues la Sierra es madre de varios ríos importantes, como el Guadalquivir, el Segura, además del Mundo y del Guadalmena y muchos otros afluentes de los dos grandes. Pero eso no computa en las cuentas públicas. Es la aportación invisible de esta comarca, que nadie toma en consideración (esto ya se ha dicho hace dos años en mi artículo Lo que aportan a España las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, de 15 de septiembre de 2020).

Problemas.-

Comunicaciones: los malísimos accesos por carretera y la inexistencia de ferrocarril dificultan el comercio del aceite de oliva y de los productos forestales.

No hay separación clara entre el mundo del trabajo y el de las prestaciones sociales, porque hay una cada vez menos diferencia entre los salarios de los trabajadores y las pensiones de ‘desempleo’ de los asistidos, algunos de los cuales, en el núcleo familiar, consiguen, sin trabajar, más ingresos que la familia de un trabajador.

La consecuencia, evidentemente, es la emigración, el paro y, paradójicamente, el empleo de mano de obra inmigrada para la cosecha de la aceituna a pesar de una tasa de paro oficial del 25% al menos.  Otro índice dramático es el número de casas y cortijos en venta, sin comprador.

Propuestas.-

Habría tres formas de transformar y mejorar una región en el proceso de globalización mundial:

  • Mejorar el Intercambio de mercancías que tiene el gravísimo obstáculo de la innombrable e incalificable N 322, una auténtica vergüenza nacional[2].No hay tampoco un decente transporte público – Samar, Alsa, La Sepulvedana han desertado- y un viaje a Sevilla o a Madrid dura hasta seis horas con los autobuses actuales. De Siles a Jaén se tarda en automóvil más de dos horas, de La Puerta a Albacete, casi dos horas. De la leyenda del tren ya ni se puede hablar.
  • Mejora de las redes y comunicaciones informáticas. Cambio de oficinas, permitiendo el trabajo a distancia con oficinas virtuales, el llamado tele-trabajo que el covid ha fomentado. El teletrabajo ya existe en amplias zonas del interior francés, con buenas redes de internet, y en algunas zonas del norte de España. Por ejemplo, Aquitania y la zona de Burdeos ha experimentado un crecimiento enorme gracias a este nuevo modelo de globalización.
  • Implantación de pequeñas industrias o fábricas buscando el lugar donde hay más trabajadores formados y/o con salarios más competitivos, además de suelo más barato, instalaciones técnicas, etc. Crear empresas de transformación y comercialización de productos forestales. Reunificar almazaras y cooperativas (federar la oferta, fusión, asociación mercantil)para conseguir una oferta más potente, no tan dependiente de los grupos aceiteros.

Deberían ser los alcaldes los que presionasen para conseguir unas redes de tecnologías de la información que permitiesen trabajar a distancia y así atraer jóvenes de otras zonas del país que anhelan una vida rural, un paisaje, una tranquilidad y solaz que esta sierra procura. Más que repetir lo del “oro verde”, una frase que adora la Junta de Andalucía, hay hacer algo para desenclavar esa zona, aislada del resto de España. Querer la prosperidad sin querer hacer aquello que la fundamenta es un engaño propagandístico.

La zona de la Sierra de Segura no levantará cabeza ni turística, ni forestal ni agrícolamente, mientras perdure esa inercia, esa pasividad de las Administraciones locales, provincial, autonómica y estatal, y no haya comunicaciones y telecomunicaciones dignas de España (todo el resto de España está mejor comunicado).

Es indispensable y urgente una construcción social, económica y cultural. Si no, seguiremos como una zona asistida a base de subvenciones y subsidios, demasiado propicios al favoritismo, al clientelismo y a la corrupción (como se ha visto con los ERE).


[1] Hasta el nombre le han intentado quitar, nombrando a la sierra fronteriza, de Alcaraz (Albacete), Sierra ‘del’ Segura.

[2] Tras más de 30 años, resulta que la especie de autovía no llegará más que a Villanueva del Arzobispo. Seguirá sellado el acceso a Levante, a 165 kms de Albacete.

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Reflexiones sobre la guerra

– (…) La historia se improvisa y no se repite sino raramente; se aprovecha de cualquier ocurrencia, llama simultáneamente a miles de puertas y nadie sabe cuáles se abrirán.

– ¿Puede que sean las puertas del Báltico, y entonces Rusia se desbordará impetuosamente sobre Europa?

– Puede.

Desde la otra orilla (1849)

Alexander Herzen

Como una terrible premonición, las palabras del pensador ruso Herzen resuenan hoy en Europa. Como siempre ha sucedido en todos los episodios bélicos, ahora hay un desconcierto considerable ante la guerra de Ucrania. La opinión pública -y privada- se divide, se enfrenta, los analistas se entremeten, los ideólogos fermentan. Para nosotros, espectadores, La guerra es de papel y de pantalla: en España y la UE no nos caen misiles, de ahí la abundancia de comentarios.

Se pueden examinar tres aspectos de una guerra:

  • su legitimidad y naturaleza,
  • los actos de armas o de matanzas derivados de ella,
  • la conclusión que pueda tener el conflicto.

Primero. Legitimidad y naturaleza de la guerra.-

Para algunos, es legítimo que Putin pretenda la recuperación de un territorio ruso que se independizó indebidamente, algo así como Francia recuperando la Alsacia y la Lorena, como me ha dicho un historiador francés hace unos días. Para otros, es una guerra de agresión, intolerable, imperialista, del poder tiránico contra una sociedad bastante democrática, del totalitarismo frente a la libertad.

Para muchos rusos, es una especie de guerra civil para recuperar a los ucranianos descarriados. La izquierda y la derecha europeas también están confusas; unos defienden a Rusia porque en el fondo quieren la vuelta de la URSS, una especie de reflejo condicionado; otros, porque son antinorteamericanos y piensan que Biden sólo quiere destruir Rusia y que Ucrania le importa un pepino (lo que es probablemente bastante verdad). Y hay derecha e izquierda pro Putin y también lo inverso.

De todas las guerras recientes esta es, efectivamente, la más civil de todas y, por consiguiente, la más cruel y la que más ha descolocado a los ideólogos de toda condición.

En las guerras civiles el enemigo es invisible, es cualquiera, por eso son más terroríficas. Nadie sabe dónde está ni quién es, puede ser el vecino, el portero, el ario del piso de abajo, el fanático de un templo cualquiera. Son guerras civiles casi todas las guerras, hoy, mucho más. Al no distinguir entre enemigo y criminal se justifica toda la destrucción. Algunos ejemplos históricos son la destrucción de Cartago hasta sus cimientos, la guerra de los Cien Años, el Holocausto y la masacre de pueblos rusos enteros por las tropas nazis (normalmente a manos de las SS, pero no sólo).

En una guerra civil se pretende no sólo aniquilar al enemigo sino humillarlo, aplastarlo por generaciones, eliminarlo para siempre. El enemigo es identificado a un criminal, o a una raza inferior, o a una clase social que hay que exterminar. Como ha dicho Rusia, para “limpiar Ucrania de nazis”. Esta frase no es baladí sino la consigna y el resumen perfecto de la forma de esta guerra: así, identificando al enemigo como un criminal sin derechos, acontecen los Auschwitz, Dachau, Treblinka, etc, las chekas, el gulag, Paracuellos, los más de cien mil ejecutados por el franquismo tras el 1º de abril de 1939, son las consecuencias lógicas, las armas eternas de las guerras civiles.

Otra historia es la idea de ‘guerra justa’ o, mejor dicho, justificada a posteriori, con que los Estados o los tiranos pretenden convencer al mundo y que puede basarse en:

  • ius commercii
  • Ius predicandi
  • Ius interventionis contra tyrannidem,
  • Ius protectionis socios, etc.

Esas eran unas de las tesis del Padre Vitoria para justificar la conquista de América. Parecidas a las justificaciones de la Compañía Holandesa de Indias para arrasar las factorías portuguesas en el Pacífico sur.

Putin y los rusos consideran que el ius commercii (apropiación de las riquezas de Ucrania) y el ius protectionnis socios (la minoría rusa del Este) justifican la invasión. Con esos mismos argumentos pueden invadir los tres países bálticos, estratégicos, ricos y con minorías rusas -no bien tratadas, hay que decirlo, por los Estados bálticos-.

La guerra de Ucrania reúne más las características de una guerra civil que de una guerra, por así decirlo, ‘convencional’, interestatal, dada la visión que Rusia y de la inmensa mayoría los rusos tienen de Ucrania y de su pueblo. No contemplan otra victoria que la anexión, la deportación, la masacre, la asimilación, rusificar Ucrania.

Segundo. Los actos y matanzas provocados por la guerra.-

Hay que distinguir en la valoración jurídica de una guerra muchos aspectos distintos, entre otros:

  • La guerra de agresión. Sancionada por el Derecho Internacional.
  • Los crímenes de guerra. Objeto del Derecho Penal.
  • Las inhumanidades. Imperativos morales.
  • Las crueldades. Imperativos morales.
  • El uso del terror masivo (como los bombardeos de Hamburgo, Dresde,  Hiroshima y Nagasaki, o Mariúpol o Guernica). Crímenes contra la humanidad, como los tipifica Philippe Sands.

La exigencia de responsabilidad retroactiva (como los procesos a los cargos y funcionarios fieles a la República tras la guerra española). Derecho administrativo.

La responsabilidad por estos crímenes varía, por tanto, según el derecho aplicable, la posibilidad misma de aplicarlo y el sujeto imputable, desde el jefe del Estado o los mandos militares al simple soldado -por obediencia debida o por salvajismo- o incluso a la posible víctima pero colaboradora de la fuerza invasora (la policía francesa de Vichy, por ejemplo, colaborando en detener y deportar judíos).

En el caso de la guerra de Ucrania aparecen y aún aparecerán muchos de estos pretextos para exculpar a los responsables y muchas de las ilegalidades flagrantes, tanto de Derecho Internacional como de simples derechos humanos de la población civil.

Tercero. ¿Cómo puede acabar?

Además de vestir al enemigo de criminal indeseable, la victoria en la guerra civil necesita dotarse de alguna legitimidad, ha de ser disfrazada, maquillada, enmascarada. Históricamente se ha hablado de ”Cruzada”, de “victoria sobre el comunismo”, “reunificación del país”, “guerra de liberación”, “aplastamiento de la subversión”, “independencia nacional”, cualquier frase retórica que haga digerir la masacre y justificarla. En el caso de Ucrania, desnazificar y devolver las ovejas a su redil ruso al que pertenecen, según piensa la -desgraciadamente- inmensa mayoría de los rusos.

Muchos sostienen que Ucrania deberá renunciar a sus territorios del Este y cederlos a Rusia, pero eso solamente alimentará una nueva guerra, no se cerrará la cicatriz pues los rusos se encargarán de deportar, aniquilar y neutralizar a los ucranianos que tengan la mala suerte de habitar en esos territorios. “Every war breeds fresh wars”, toda guerra alimenta nuevas guerras, decía Orwell.

Mientras en la guerra interestatal, la paz trae una cierta reconciliación, la paz de los bravos, con el respeto al enemigo, tras la guerra civil el odio y el resentimiento son casi inextinguibles por generaciones. Tras la guerra civil predomina la venganza.

Para concluir, las dos preguntas últimas, más cuantitativas que cualitativas, más de cálculo que de moral:

  • 1. ¿Hasta cuántos ucranianos va a matar el ejército de Putin y a cuántos millares de rusos está dispuesto Putin a sacrificar para reforzar su poder?
  • 2. ¿Cuánto está dispuesta a sacrificar de su bienestar la población de la Unión Europea para detener la masacre? No olvidemos que la población de la UE lo que quiere es comodidad, es una sociedad desideologizada que vota en función no de principios sino de intereses materiales (gas, electricidad, bienes de consumo, etc).

Tres modelos de entrevistas: las de Ana María Moix, Salvador Pániker y Lillian Ross

Rebuscando entre mis libros, me encuentro con 24 x 24, de Ana María Moix, con Conversaciones en Madrid, de Salvador Pániker, y con las entrevistas realizadas por Lillian Ross. Tres modelos distintos, pero todos sirven para describir no sólo al sujeto entrevistado sino para describir también una época cultural, política, artística. Las buenas entrevistas son pedazos de una vida que a veces dan una mejor idea del personaje que las biografías autorizadas o desautorizadas, pues unas son panegíricas y otras, centones de cotilleos sacados de aquí o allá que ni descubren ni sorprenden.

Ana María Moix (Barcelona 1947-2014), publicó mucho: relatos, poesía y también muchas entrevistas que eran breves y atinadas semblanzas de los personajes y de su entorno. Todas siempre con un rasgo de humor y hasta de impertinencia, de distancia discreta y sin el consabido listado de preguntas y respuestas, sino que los personajes hablan por sí mismos. Son un testimonio magnífico de lo que era la vida cultural, intelectual de una Barcelona que ya no existe, autohundida -que se ha sabordée- desde hace varios años en el nacionalismo más provinciano y cateto.

Ana María era la hermana del escritor Terenci (+2003) y conoció todos los entresijos de aquella ciudad que los madrileños entonces admirábamos, más europea, más italianizante, más abierta a las corrientes de aire fresco.

Sus entrevistas son heterodoxas, por ejemplo, la de Castilla del Pino, en la que intervienen también los estudiantes progres de Barcelona haciéndole preguntas impertinentes. O la de su hermano, o la de Quino, el creador de Mafalda, más semblanzas que entrevistas.

Muy distintas fueron las de Salvador Pániker (Barcelona 1927-2017), de esa gran familia de intelectuales, que nos dejó una fotografía de una España del final de la dictadura franquista en sus Conversaciones en Madrid (1969) y en Cataluña (1966). Sus conversaciones eran más profundas, más de ideas que de ambiente; el entrevistador era interlocutor que estaba opinando ya en la misma forma de preguntar, dirigiendo al personaje a lo que él quería destacar. Sugería un tema y sobre él se explayaban los dos. No estaba nada mal, por ejemplo, hacerle hablar y pronunciarse a Emilio Romero en esos años sobre las Comisiones Obreras.

También añadía el contexto, la voz afónica del entrevistado, el problema del micrófono, su aspecto, el lugar. Todas son para releer porque muestran una sociedad de hace cincuenta años de una manera muy vívida.

Lillian Ross (Nueva York, 1918-2017) fue una escritora y periodista, gran testigo de su tiempo, que retrató a fondo y con habilidad a políticos, actores, cineastas… y hasta a chavales de Nueva York. Era una de las columnas (y columnistas) de The New Yorker y sus libros son estudiados en las escuelas de periodismo. Reporting back: notes on journalism, es uno de los básicos. Se especializó, sin dejar su gran angular para otros temas, en actores, teatro y cine, pero también el mundo de la moda o los políticos (como sus entrevistas con Kennedy).  Con su conocimiento del tema iba construyendo una historia, como ella decía, a través de la entrevista o entrevistas (a veces, varias) que luego eran integradas en un largo artículo del New Yorker. De algunos entrevistados se hizo amiga, tan profundamente había estudiado al personaje y su entorno familiar, afectivo, cultural, sus gustos y costumbres.

Algunas de sus entrevistas o realmente reportajes, son antológicos, como el de Coppola y Kurosawa o el de los Redgrave y Harold Pinter.

Las de Moix tenían una gracia especial, las de Ross, mucha información, las de Pániker eran concienzudas, incluso las más breves. En las entrevistas de Moix y Ross los detalles cuentan -la vestimenta, el despacho, las bebidas, la estación del año, que Quino no hubiera traído ropa suficiente en el equipaje- y a veces el entrevistador se cuela también en el escenario dando ese toque íntimo, como cotidiano, al encuentro con el personaje, bajándolo del pedestal y acercándolo al lector. En eso Ana María Moix fue maestra. Había humor, como en las de Ross, quien consideraba que hacer reír al lector era ya un triunfo del reportero.

Estos tres entrevistadores nos presentaban al personaje, a veces sólo en un par de páginas, sin rodeos, sin retóricas. Los tres escritores poseían un acervo cultural realmente sólido, sabían con quién hablaban y de que había que hablar. De ahí sus referencias, sus temas, sus análisis que se perfilan bajo las palabras de los conversadores. Además, leídos veinte o treinta años después son un diagnóstico de la sociedad de entonces, nos devuelven también ese tiempo ya pasado, personas que ya se fueron. Sus bien trabadas conversaciones, encuentros, son piezas del mosaico de la pequeña historia de un país. ¿Quién recuerda, si no, al dibujante y humorista Cesc, a Cirici Pellicer, a Aranguren, al Marqués de la Deleitosa o a Mercedes Salisachs, al director de La Vanguardia Javier de Echarri, por ejemplo?

Destaco aquí sólo estos tres aunque hay muchos otros ejemplos de entrevista, como las de Francisco Umbral, los Lunch with the FT (Financial Times), las de La Contra de La Vanguardia, las de Lorenzo Gomis, fundador de El Ciervo y, las de Joaquín Soler Serrano, con sus Conversaciones con Josep Pla, todo un libro. No es casual que los catalanes hayan tenido a los mejores entrevistadores, biógrafos y también memorialistas, así como que haya buenos epistolarios (Joan Sales-Marius Torres), porque esas cuatro formas de contar pertenecen, en cierto modo, a la misma familia (Pla, Segarra, Villalonga, Ferrán Soldevila y tantos otros). El lector añadirá muchos nombres que olvido o desconozco.

Las entrevistas son un arte, siempre fueron uno de los puntales de un buen periódico, de un buen programa de radio o televisión; no son baratas ni fáciles. Algunos escritores, actores o artistas sólo acceden a ser entrevistados por un determinado medio, por uno que tenga relevancia. Todos aceptarán ser entrevistados por el Financial Times o Le Monde, pero no tantos por un periódico de provincias.

Pero eso no es óbice para que un medio modesto pueda publicar entrevistas memorables, sea por el personaje, sea por el momento, el ambiente o la circunstancia. A menudo, un escritor o un artista de provincias, un tractorista o un agricultor ante la sequía dirán más verdades que el consagrado y, por supuesto, que el político que se debe a la consigna. Éstos se atendrán a un guión la mayoría de las veces, a su ‘imagen’, pues ya están en el ‘parnaso’ o se deben a una línea política, a un tono que no ofenda a editores, colegas o políticos del día. El consagrado pocas veces será muy sincero y al entrevistador le será difícil, casi imposible, sacarle del cuévano en que se ha encajado y de su langue de bois, de la muletilla o la frase hecha. No se quitan el antifaz.

Y, por fin, hay que lamentar un problema de las entrevistas: se pierden en el tumulto de los diarios viejos, arrumbados, y ha de ser el editor curioso y osado quien las extraiga del olvido publicando un pequeño recuento de ellas, con las que podamos recordar al entrevistador y al entrevistado. A menudo, una recopilación de entrevistas es mejor que una novela o un libro de historia. Es cultura, es historia. Ana María Moix, Lillian Ross, Salvador Pániker, nos enseñan todavía mucho.