Para inscribirse en cualquier revista o periódico, para pedir un precio en MediaMarkt, IKEA o lo que sea, para cualquier fútil y trivial gestión cotidiana, necesitamos una contraseña. Y hemos de tener una agenda, un listín con todas las contraseñas, nombres de usuario, etcétera.
Imposible acceder a Amazon Prime si no tiene la misma contraseña que creó hace años y que ya has olvidado. Si ha comprado una ‘tablet’ pero ha perdido o no recuerda la contraseña de Google, olvídate, ha desaparecido del radar y no tiene más remedio que crear una nueva dirección de correo electrónico o vender la tablet.
Tanta Protección de Datos, con el rollo telefónico habitual cada vez que llamamos a Orange, Movistar o a la empresa de seguros, y resulta que no basta con el nombre, el DNI, la fecha de nacimiento, precisamos una contraseña –“esta llamada puede ser grabada…”. Y después, tras bastante tiempo para identificarse y ser admitido: “todos nuestros operadores están ocupados”.
Se comprende la seguridad cuando debemos acceder al banco o algo serio, pero no para ser mero lector de un periódico, por ejemplo. Es disuasorio, se le quitan a uno las ganas de acceder.
Y esto mismo sucede con este blog de WordPress, pues sé de muchos que ni lo leen -aparte de que no les interese, lo que es normal- porque tienen que tener una contraseña para comentar o buscar, gracias al secretismo injustificado de WordPress.
Hermetismo, secretismo y el que no tenga contraseña, que no hable ni opine ni llame por teléfono.
Así es. Ayer había tenido que reiniciar el ordenador (igual, por actualizaciones supuestamente necesarias) y, al intentar entrar otra vez, tuve que rebuscar/recuperar/recordar todas las contraseñas de facebook, del correo eléctronico, de whatsapp web, y de alguna otra página. Tardé alrededor de media hora en poder conectarme. Es excesivo.
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