Acabo de visitar Classic Madrid, este encuentro para los aficionados y coleccionistas a los coches clásicos en la Casa de Campo. Había de todo, desde los queridos SEAT 600 y 4/4 hasta Mercedes de 1944 por medio millón de euros y un par de Hispano Suiza únicos en el mundo; además de piezas, repuestos, miniaturas, viejas revistas. Éramos cientos de aficionados, menos sofisticados que los de ARCO, pero no menos importantes.
Porque uno de los entretenimientos más corrientes, en cierto nivel de estas clases medias a las que pertenecemos, es el coleccionismo. Tengo amigos que coleccionan libros, estilográficas, coches en miniatura, soldaditos de plomo (¡hoy prohibidos!), pisapapeles, ceniceros de empresas (¡hoy también perdidos debido al Estado protector de nuestra salud!), herramientas de carpintería. Entonces, en vez de hablar de fútbol o de política, nos ponemos a hablar de qué coleccionamos, jactándonos de nuestros hallazgos y las gangas que encontramos de vez en cuando. A fin de cuentas, el coleccionismo consiste en acumulación, acumulación racional, caprichosa, pero acumulación al fin y al cabo. Requiere cierto nivel de economía personal.

Desde los tiempos de Roma ya había coleccionistas de obras griegas; el coleccionismo, la afición y la curiosidad, actitudes que ayudan a conservar y respetar el pasado, son intrínsecas al ser humano. Pero no todos los que dicen ser coleccionistas lo son. Entre el coleccionista, el aficionado y el curioso hay bastantes diferencias aunque los tres tipos coinciden en que sus cosas, sus objetos no son un almacén, sino que hay un criterio, un cuidado y un orden. Son tres tipos de personas diferentes aunque todos conservan y acumulan objetos:
A) Los coleccionistas.-
Coleccionar es lo contrario de dispersar, es conservar y proteger de la destrucción y el olvido objetos que ya no sirven para el uso cotidiano, febril y fabril, es un ocio de domingo, una colección es un remanso de paz y del pasado. Es un ejercicio de memoria personal; coleccionamos lo que nos trae el recuerdo de algo deseado, de la infancia, de las lecturas o los viajes.
El diccionario de María Moliner define colección de forma insuficiente, como “Conjunto de cosas de la misma clase reunidas por alguien por gusto o curiosidad, o en un museo” y nos explica que viene del latín collectio, derivado de colligere y éste de légere, leer. Adviértase la relación semántica entre coleccionar y colegir (deducir, pensar, obtener una idea a partir de un razonamiento). Otros diccionarios más sencillos no definen este verbo con precisión, como el Vox: “Conjunto de cosas, generalmente de una misma clase”. Pero siguiendo al pie de la letra esta imperfecta definición podríamos decir que un estacionamiento de vehículos es una colección. La colección necesita de un autor y un criterio que es lo que la distingue de un simple conjunto.
Una colección podría ser ya un conjunto de por lo menos tres objetos de la misma clase, época y factura reunido por alguien con la finalidad de conservarlos, estudiarlos y exponerlos. Esta es una definición muy generosa, alguien más riguroso exigiría muchos más objetos. Toda colección implica aprecio, criterio, clasificación, razonamiento, propósito, preservación. No es colección tener tres coches viejos oxidados en un solar, ni tener amontonados en una caja los juguetes de hace unos años o los libros en una caja en el trastero. Eso es olvido, abandono. Una colección es activa, no pasiva, aunque el coleccionista se nutra de esos ‘olvidos’ y abandonos, husmeando en los chamarileros, sótanos y buhardillas.
Una colección es más que una afición y es completamente distinta de la mera acumulación porque en el coleccionista hay una actitud subjetiva y sobre todo el amor a una época y a una cultura sin cuya relación la colección sería sólo un amontonamiento de objetos. Hay también algo de caza y de juego, de apuesta y algo de manía. Y quizás de infancia frustrada o añorada, como los que coleccionamos juguetes.
Coleccionable es cualquier cosa, desde cromos, billetes de tranvía hasta automóviles ingleses de los años treinta. La colección es subjetiva (personalmente, yo tengo Dinky Toys, miniaturas de Matchbox, marcapáginas, imágenes de la Última Cena y las revistas ‘Literatura Soviética’, entre otros objetos).

Puede que haya cierta dosis de narcisismo de sentirse original, diferente, pues uno de los placeres del coleccionista es la simple contemplación de sus objetos, mirarlos, exponerlos, saber que están ahí a nuestra disposición. Lo mismo sucede con los amantes de los libros, que compran más de los que pueden leer, o los coleccionistas de sellos o monedas, que no tienen muros suficientes para desplegarlas y se dedican los fines de semana a pasarles revista, simplemente disfrutando de su contemplación.
Cuando estamos en unas sociedades que exaltan el cambio permanente, el consumo compulsivo, la moda como referencia y el gozo trivial, fútil, el coleccionista, ser excéntrico, merece un gran respeto porque coleccionar es salvar, apreciar la técnica y el arte de los hombres, resistirse a la vulgaridad de los productos de serie, a la civilización del desperdicio y el derroche para recuperar el objeto más singular.
Lo menos importante es la inversión, el valor refugio; coleccionar para invertir es como la deformación crematística del arte, que ha terminado por convertir a los grandes bancos en los mejores acumuladores de obras de arte que a menudo duermen ocultas en refrigeradores subterráneos, sustraídas a la vista de los mortales. ¿Y cuántos cuadros sólo los hemos podido ver en las subastas, y luego nunca más, enterrados para siempre en las remotas cajas fuertes de algún coleccionista saudí o japonés? Puede ser que una colección se convierta en valiosa por el azar o por el tiempo, pero la finalidad primordial, inicial, del coleccionista genuino no fue la de hacer dinero ni invertir en valores refugio, sino el buscar objetos que le fascinaban por alguna oscura y personal razón o pasión.
Hay coleccionismo inversor y coleccionismo idealista, como hay bibliófilos que compran los libros para leerlos y otros sólo por el objeto en sí, por su encuadernación, historia, fecha, o por tener autógrafos o exlibris o porque hayan pertenecido a una determinada biblioteca.
En España tuvimos la crítica cruel del coleccionista, como el caso de la biblioteca de Alonso Quijano, destinada a las llamas, considerando casi que coleccionar era un poco de locos. Pero también gracias a nuestros reyes -Austrias- tenemos el Museo del Prado. Comparados con otros países, los españoles somos poco coleccionistas; será el clima, la vida permanente en la calle, el salir de paseo y, también, una cierta falta de cultura.
B) Los aficionados o amateurs.-
Les gustan determinados objetos por su rareza, su armonía, su diseño, pero no acumulan. Los tienen, los pueden cambiar, vender. Y comprar otros muy distintos, les puede dar por los muebles de un ebanista especial y después cambiar. Hay algo en ellos de fetichismo. Los aficionados parecen coleccionistas, pero no tienen la fidelidad ni la obsesión de éstos. Les gustan los objetos especiales, los compran, adornan sus casas, pero ni clasifican ni trafican con ellos. Los tienen y se desprenden de ellos sin más, es algo fugaz, efímero, una afición sin mucha raíz.
C) Los curiosos.-
Estos aparecen sobre todo a partir del Renacimiento y se expanden con la Ilustración. Se distinguen del coleccionista en que acumulan un poco al azar, sin pretensión de ser exhaustivos ni de catalogar, de reunir todos los objetos similares. Los llamados gabinetes de curiosidades eran salas heteróclitas, donde lo mismo había un animal raro disecado, que unas piedras volcánicas o un fósil, instrumentos extraños, cosas casi siempre únicas o muy difíciles de encontrar. En general, estos gabinetes han sido siempre más propios de la Europa central. El gabinete, más propio de hombres que de mujeres, era como el rincón de la casa, el refugio para no ser molestado y soñar.
Los curiosos no suelen ser científicos, pero les gusta saber, descubrir, indagar, son cultos. En la antigua Roma también proliferaban ya los curiosos.
¿Pero seguirán existiendo en el futuro próximo los coleccionistas y los curiosos?
De los tres tipos, el coleccionista es el más insatisfecho, el más frustrado porque por definición una colección nunca es completa, siempre falta algún ejemplar. Esta mañana, los tres amigos que hemos husmeado por el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo éramos simplemente aficionados: no tenemos dinero ni lugar para coleccionar automóviles clásicos, pero los admiramos.
La era digital y virtual.-
El progresivo camino hacia lo digital va haciendo desaparecer catálogos de exposiciones, entradas, sellos de correos, folletos y mapas turísticos. Nuestro Estado totalitario-sanitario ha arruinado esa colección magnífica de las cajas de puros y latas de cigarros con tantas pegatinas mortuorias y amenazas de muerte súbita.
La era digital va acabando con el gusto y posibilidad de coleccionar papeles efímeros, invitaciones, entradas de teatro y cine, papel muerto y bello como eran las letras de cambio o las acciones de empresas mercantiles, contratos, cartas y postales (son muy interesantes las enviadas en esperanto), ya no es posible tampoco. Lo digital va a cambiar el coleccionismo.
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En fin, para saber más de los coleccionistas, recomiendo dos libros de Maurice Rheims, Les collectionneurs y La vie étrange des objets (hay una edición en español de aquel editor extraordinario que fue Luis de Caralt, de 1965). Maurice Rheims (Versalles, 1910- París 2003), fue escritor (Academia francesa), experto en arte y comisario de subastas, judío, resistente. Sus hijas Nathalie y Bettina son, respectivamente, cineasta y fotógrafa.
Gracias, Juan. Next stop: Bilbao
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Qué bien lo dices, Jaime. Este coleccionista de discos te manda un fuerte abrazo y reconoce esa pequeña frustración porque me faltan un par de piezas que me tienen loco.
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