Turismo oscuro, turistas oscuros, y turismo colonial.

Yo he visto de cerca un tipo de turistas oscuros hace sólo dos semanas. Fue en el Parque de aves de Djoudjou, en el norte del Senegal, a pocos kilómetros de la frontera mauritana. Visitar el parque natural de Djoudjou para ver aves no es, ciertamente, turismo dark, al contrario, pero algunos turistas sí son dark, según de dónde vengan y de dónde hayan sacado el dinero del viaje. Había cuatro rusos, dos parejas: camisetas rojas con símbolos militares, dos pistolas cruzadas sobre un objetivo, estrellas en las gorras, risotadas y, por supuesto, ni decir bonjour, de una soberbia antipatía. Eran probablemente técnicos de los que ‘trabajan’ en Mali, o incluso uno pudiera ser miembro de los mercenarios Wagner de Prigozhin. Este tipo de turistas rusos, me dicen, pululan bastante por Senegal para descansar de sus masacres con el pretexto de luchar contra el yihadismo.

Hace unos días, una investigadora del turismo me envió un cuestionario sobre el llamado ‘dark tourism’, es decir, el turismo de catástrofes, guerras, campos de refugiados o de exterminio, etcétera. Ya en plena Primera guerra mundial en Francia se publicaron guías -Michelin, naturalmente- para visitar los campos de batalla. El morbo de los no combatientes era impresionante. Iban a los campos de ruina en taxis De Dion Bouton y se volvían a cenar a París. Hoy, hay incluso un turismo frívolo del Holocausto para visitar campos de concentración nazis (hemos visto fotos de turistas no judíos haciéndose selfies en Auschwitz como si fuera un circo). Son los turistas oscuros. Es equivalente a una profanación. En junio de 2012 vi a unos jóvenes españoles jugando al escondite, riéndose y tomando cervezas entre los bloques de piedra del museo del Holocausto junto a la puerta de Brandenburgo, en. Berlín.

Para terminar la historia de los rusos, ni que decir tiene que, cuando la barca embarrancó en la arena estos rusos, turistas oscuros por venir de donde venían y lo que hacían (probablemente en Mali) fueron los primeros en saltar a la barcaza de socorro que vino a ayudar. Nikolai, el más gordo, Níkola, le llamaba el joven, el de la gorra con la estrella, era el que parecía más acobardado (sería por caerse al fango, pues peligro no había). Como decía el humorista Pierre Daninos, los turistas siempre consideramos que los turistas son los otros, pero en este caso, tener que compartir una barca estrecha con personajes oscuros es bastante siniestro.

Hay también otro turismo, parecido al ‘oscuro’, es lo que yo llamo el turismo colonial, algo que he percibido en Lisboa cada vez más, con jóvenes extranjeros que dejan sus patinetes atravesados en las estrechas aceras tras circular por ellas casi atropellando a los viandantes, que nunca ceden ni el paso ni el asiento a las ancianas portuguesas en el tranvía 28, que entran con inmensas mochilas en dicho tranvía y, por supuesto, no saben ni decir ‘obrigado’. El turismo masivo se comporta en plan colonialista, con absoluta indiferencia -cuando no pura falta de respeto- por los habitantes locales, con una especie de narcisismo exacerbado a base de selfies e instagram. Además, hacen cosas que en su país no se osarían. En Lisboa, la actitud de muchos turistas jóvenes llega a ser irritante. Pero lo peor es la resignación de los locales y el fomento de ese tipo de turismo de bebida, juerga y ruido con que las administraciones turísticas parecen contentarse: que haya más turismo por ruin que sea.

Son los dos grados de un turismo nocivo: el oscuro y el colonial (el sexual es un delito, una actividad criminal, no se puede ni calificar de turismo).

El turismo ‘colonial’ debe entenderse como el que ignora a los habitantes y población local, que se comporta peor que en su propio país y que se aprovecha de su capacidad económica para despreciar y sentirse superior a los indígenas, tratando a los locales con arrogancia, a los vecinos, a los moradores de un barrio, pueblo o ciudad. Es el turismo de la indiferencia y del desprecio y menosprecio. Suele ir unido a una actitud incívica en cuanto a arrojar basuras, botellas, hacer ruido, violar las normas de convivencia más elementales. Todos lo hemos podido constatar, tanto en España o Portugal, o cuando hemos visto cómo se comportan muchos turistas en los países pobres o menos desarrollados que el suyo.

Lo que es necesario plantear es que el tipo de turismo debe ser abordado con anticipación, estudiados sus pros y contras, y no sólo a posteriori, cuando ya no es posible alterar la tendencia. La reaparición del turismo de masas tras el Covid, como el turismo oscuro (o voyeur), deben ser encarados por los ayuntamientos, por las regiones, para evitar la degradación o depredación de lugares, monumentos y para evitar la ofensa y el desprecio a los habitantes (y a las víctimas, por ejemplo, del Holocausto, o de otras calamidades, guerras, pobreza, etc).

El turismo, como es natural, va a seguir creciendo, como crece toda la economía, pero sería conveniente que las administraciones, incluso las empresas de viajes y alojamiento asuman la responsabilidad de limitar las prácticas turísticas nocivas, de no fomentarlas, sea el dark o sea el colonial. Es importante cómo crece, dónde y qué beneficio real reporta. La tarea es muy difícil porque estos dos tipos de turismo, masivo-colonial y oscuro, se corresponden con dos marcas del espíritu de la época: 1) gregarismo -rebelión de las masas, como ya observó Ortega y Gasset- y 2) sociedad del espectáculo.

Hay que tener en cuenta el umbral de tolerancia de la población local respecto a la masificación de barrios, ciudades, playas, museos, parques naturales y la tolerancia de las víctimas o sus allegados y descendientes respecto al turismo oscuro. En algunos casos habrá una tolerancia relativa, en otros deberá haber una intolerancia absoluta.

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St. Louis del Senegal, ¿Patrimonio de qué Humanidad?

Patrimonio más bien de la pobreza. La que fuera capital colonial hasta 1957, fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2000. Saint Louis hoy, en mayo de 2023, sigue cayéndose en pedazos y hay miles de pobres por todas partes. La declaración de la UNESCO no ha servido de nada. El alcalde actual, pariente del presidente del país, Macky Sall, ni siquiera vive en St. Louis, sino en Dakar (algo que por lo visto hacen otros alcaldes de ciudades senegalesas).

La visité en 2012, había un encanto en su abandono, era noviembre y no había turistas. Junto al Hotel de La Poste, el río, y dos varans enormes descansaban junto al jardín. Ahora he vuelto y se me ha caído el alma a los pies: once años después, está más deteriorada y sucia, no han arreglado nada y, sobre todo, la miseria se ve por doquier. Y, encima, han venido muchos turistas ¿Para qué sirve declarar una ciudad Patrimonio de la Humanidad si nadie, ni en la UNESCO, ni en el nivel estatal ni local, hacen nada o casi nada por adecentarla y por mejorar el nivel de vida de sus habitantes? Al fin y al cabo, parece que se trata de declarar un parque temático y fuera de él, sálvese quien pueda.

Un ejemplo es el barrio de Guet Ndar, el barrio de los pescadores, al comienzo de la Langue de Barbarie, una cinta de arena entre dos mares. Por allí estuvo la Hidrobase, donde aterrizaban los hidroaviones en los tiempos de Saint-Exupéry y Mermoz. Me dicen que el ayuntamiento había más o menos limpiado de hangares y chabolas hace un par de años, y que ha vuelto a ser ocupado por los pescadores, que se niegan a obedecer las órdenes municipales y han creado una ciudad propia, sin mucho orden, cochambrosa. La represión y la limpieza con bulldozers, si no va acompañada de medidas de ayuda social, es un revulsivo contraproducente. Me dice Pap que es uno de los barrios más densos de África. Y los ciudadanos de St. Louis están hartos de ese barrio. Allí, en un hedor nauseabundo, se hacina gente, pescadores, niños ‘talibes’ o niños de la calle que pululan entre carros y camiones de pescado día y noche, sin nadie que los cuide, pidiendo para darle dinero al supuesto maestro religioso que los explota con pretexto de enseñarles algunos versículos del Corán (¡gran agravio a ese libro sagrado!).

Además, el resto de la ciudad, ese centro colonial que fue declarado Patrimonio, no ha mejorado casi nada, salvo un par de restaurantes, un museo de fotografía y unas cuantas boutiques chic, todo para los extranjeros, la población local no se beneficia, todo para que lo vea el turista. Hasta el legendario Hotel de La Poste, donde se alojaban los pilotos de la Aéropostale, está más degradado. Maquillar la imagen. Lo demás, como hace once años o peor. Pobreza, abandono, fachadas en ruina, jardines abandonados, como el centenario de la antigua Prefectura, aceras destrozadas.

Pero esto no sucede sólo en St. Louis: las declaraciones de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO son condecoraciones honoríficas, fuertemente influidas por presiones políticas nacionales, cuyo mantenimiento y valor más o menos decoroso después nadie se molesta en verificar. Véase Doñana, con sendas declaraciones de 1995 y 2005, como muestra, abandonado por los socialistas que gobernaron la Junta 40 años y hoy por el PP. Así lo vemos con Úbeda, a la que se regaló el título en tiempos del granadino Federico Mayor Zaragoza, en 2003: sólo lo edificado antes del siglo XIX tiene algún valor, y los barrios modernos y las afueras son un horror de mal urbanismo, abandono y fealdad. Por lo menos, los alcaldes podrían haber cuidado las partes nuevas para que no desentonen tanto con las antiguas, pero se ve que en la provincia de Jaén la estética de los pueblos no cuenta, aunque es una de las provincias de paisajes más bellos de España. Así pasa con muchos lugares Patrimonio de la Humanidad -pequeños parques temáticos para los turistas- que parecen responder al viejo refrán “cría fama y échate a dormir”.

En un país pobre como es Senegal, esta declaración retórica, formal, es como una broma de mal gusto, un sarcasmo aún más insultante porque sólo le sirve a los políticos, no al pueblo saintluisiano. La UNESCO podría tener la excusa con St. Louis de que sólo comprendía la isla, pero la isla, el centro, también está en abandono y descuido, suciedad, y pobreza. Algún día habrá que revisar los criterios de la UNESCO, las obligaciones de las autoridades locales y nacionales para que estas declaraciones no queden en mero papel mojado. Con la diligencia y agilidad que caracteriza a la ONU y sus agencias, podremos esperar hasta el siglo veintidós.