Ecología positiva en la Sierra de Segura

Una de las satisfacciones del morador de estos valles y montes es ver cómo muchos usan el Punto Limpio estratégicamente situado en el cruce de las carreteras de La Puerta y Orcera A 317 y C 3210. https://goo.gl/maps/WD52q442HNeLcqiu6. Cada día más personas hacen uso de él y cada día es más raro ver envases de plástico tirados en los ríos o en los campos (aunque todavía hay).

Fracasado por desidia el sistema de cloacas que fue tan costoso, lo que obligará a unas nuevas obras en un año o dos, con los fondos europeos -ésos que parece que nadie controla su eficacia y si se usan bien-. Fracasado, si es que se intentó, que las construcciones de cortijadas se atengan a una cierta estética, la de las casas de siempre, sencillas, sin balaustradas ni tres pisos y enjalbegadas o de piedra bien colocada en vez de bloques grises o ladrillos.

Es el tiempo de que los moradores, vecinos permanentes y estables, y los que venimos de vez en cuando y, sobre todo, los turistas de paso, tomemos conciencia de la naturaleza, del medio ambiente. Que no tiremos las latas y botellas de plásticos en las carreteras, que circulemos a velocidades normales (menos de 70 por hora siempre) y no a las que acostumbran muchos, con peligro de caminantes, de animales y de otros conductores.

Es tiempo de la ecología positiva, sin tanta regla negativa del Parque Natural, que sirve sobre todo para alienar a los moradores y vecinos y hacerles ver el Parque como una nueva Orden de Santiago, arrogante, segura de sí misma y dominadora (los viejos solían jurar “me c… en la Orden”, y hoy juraríamos “me c… en el Parque”). La ecología positiva es abstenerse de algunas cosas: velocidad, plásticos, agrotóxicos, cartuchos de escopetas tirados en los olivares, agua usada con inteligencia y no las acequias rotas como las tenemos (con el agua, tan desperdiciada, de este valle regarían medio Israel).

La ecología positiva, llevada a sus últimas y lógicas consecuencias, significaría que no se necesitaría tanta recogida de basura, pues la orgánica la echaríamos en recintos para el compost, que serviría para echarlo a los árboles y jardines.

La ecología positiva no tiene nada que ver con los apocalípticos que quieren que desaparezcan los coches y el gasóleo (porque en la ciudad pueden ir en eléctricos y patinetes, pero ¿quién labra o lleva aceituna con un eléctrico?).

La ecología positiva no tiene nada que ver con la élite intelectual de los salones de la ciudad que quiere dictaminar cómo debe ser el país y ni lo conocen.

La ecología positiva es la que siempre se practicó en los cortijos y pueblos, antes de la televisión y los plásticos. Era una actitud, un sentido del ahorro, de la moderación, de aprovechar bien lo que se tenía. Era todo lo contrario de esta economía de comprar y tirar.

Es reciclar todo, una economía circular como proponen William McDonough y Michael Braungart en su libro Cradle to cradle (de la cuna a la cuna), rediseñando la forma en que hacemos las cosas. Proponen que no haya ni basuras ni desperdicios. Ponen el ejemplo del cerezo, que lanza miles de flores, que siembra de pétalos el suelo, lo que crea materia orgánica, y produce fruto, limpia la atmósfera y, al mismo tiempo, crece; la vía ecológica no es el decrecimiento ni la represión ni la constante prohibición (ver el artículo en este blog https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.wordpress.com/6386), es la abundancia con sentido común, otra ecología no apocalíptica, más positiva, más simpática y no tan agorera.

Los nuevos alcaldes -algunos reelegidos- tienen la ocasión de impulsar esa actitud, de fomentar la educación ecológica, de escuchar a los habitantes y trabajar cerca de ellos para que todos tengamos información, haya transparencia en la gestión y la ecología no sea vista como una imposición de “los artistillas” de la ciudad -como me decía un jornalero- sino como algo propio, como lo fue siempre hace algunas décadas. En los ayuntamientos debería haber un concejal de medio ambiente, abierto a las sugerencias, a la participación, a las nuevas ideas. Y que la Diputación les regale a cada uno el libro de Braungart y McDonough (Editorial McGraw-Hill/Interamericana de España, 190 págs, Madrid 2005, 35€).

Hay que evitar el modelo de Doñana, enfrentando agricultores con ecologistas. Es un modelo errado de gestión, que baja los brazos ante las presiones de los que riegan y se justifica ante los ecologistas y al final no satisface a nadie y se usa como arma electoralista por los mismos que consintieron riegos desde hace décadas y que ahora vienen con la piel de cordero, y los de ahora para los que sólo cuenta el voto de los agricultores y consideran a los ecologistas como una molestia. El modelo del ‘ordeno y mando’, que es también el que más practica el Parque Natural de las Sierras de Segura, Cazorla y Las Villas, está obsoleto, no sirve. Somos ciudadanos adultos.

Anuncio publicitario

Turismo oscuro, turistas oscuros, y turismo colonial.

Yo he visto de cerca un tipo de turistas oscuros hace sólo dos semanas. Fue en el Parque de aves de Djoudjou, en el norte del Senegal, a pocos kilómetros de la frontera mauritana. Visitar el parque natural de Djoudjou para ver aves no es, ciertamente, turismo dark, al contrario, pero algunos turistas sí son dark, según de dónde vengan y de dónde hayan sacado el dinero del viaje. Había cuatro rusos, dos parejas: camisetas rojas con símbolos militares, dos pistolas cruzadas sobre un objetivo, estrellas en las gorras, risotadas y, por supuesto, ni decir bonjour, de una soberbia antipatía. Eran probablemente técnicos de los que ‘trabajan’ en Mali, o incluso uno pudiera ser miembro de los mercenarios Wagner de Prigozhin. Este tipo de turistas rusos, me dicen, pululan bastante por Senegal para descansar de sus masacres con el pretexto de luchar contra el yihadismo.

Hace unos días, una investigadora del turismo me envió un cuestionario sobre el llamado ‘dark tourism’, es decir, el turismo de catástrofes, guerras, campos de refugiados o de exterminio, etcétera. Ya en plena Primera guerra mundial en Francia se publicaron guías -Michelin, naturalmente- para visitar los campos de batalla. El morbo de los no combatientes era impresionante. Iban a los campos de ruina en taxis De Dion Bouton y se volvían a cenar a París. Hoy, hay incluso un turismo frívolo del Holocausto para visitar campos de concentración nazis (hemos visto fotos de turistas no judíos haciéndose selfies en Auschwitz como si fuera un circo). Son los turistas oscuros. Es equivalente a una profanación. En junio de 2012 vi a unos jóvenes españoles jugando al escondite, riéndose y tomando cervezas entre los bloques de piedra del museo del Holocausto junto a la puerta de Brandenburgo, en. Berlín.

Para terminar la historia de los rusos, ni que decir tiene que, cuando la barca embarrancó en la arena estos rusos, turistas oscuros por venir de donde venían y lo que hacían (probablemente en Mali) fueron los primeros en saltar a la barcaza de socorro que vino a ayudar. Nikolai, el más gordo, Níkola, le llamaba el joven, el de la gorra con la estrella, era el que parecía más acobardado (sería por caerse al fango, pues peligro no había). Como decía el humorista Pierre Daninos, los turistas siempre consideramos que los turistas son los otros, pero en este caso, tener que compartir una barca estrecha con personajes oscuros es bastante siniestro.

Hay también otro turismo, parecido al ‘oscuro’, es lo que yo llamo el turismo colonial, algo que he percibido en Lisboa cada vez más, con jóvenes extranjeros que dejan sus patinetes atravesados en las estrechas aceras tras circular por ellas casi atropellando a los viandantes, que nunca ceden ni el paso ni el asiento a las ancianas portuguesas en el tranvía 28, que entran con inmensas mochilas en dicho tranvía y, por supuesto, no saben ni decir ‘obrigado’. El turismo masivo se comporta en plan colonialista, con absoluta indiferencia -cuando no pura falta de respeto- por los habitantes locales, con una especie de narcisismo exacerbado a base de selfies e instagram. Además, hacen cosas que en su país no se osarían. En Lisboa, la actitud de muchos turistas jóvenes llega a ser irritante. Pero lo peor es la resignación de los locales y el fomento de ese tipo de turismo de bebida, juerga y ruido con que las administraciones turísticas parecen contentarse: que haya más turismo por ruin que sea.

Son los dos grados de un turismo nocivo: el oscuro y el colonial (el sexual es un delito, una actividad criminal, no se puede ni calificar de turismo).

El turismo ‘colonial’ debe entenderse como el que ignora a los habitantes y población local, que se comporta peor que en su propio país y que se aprovecha de su capacidad económica para despreciar y sentirse superior a los indígenas, tratando a los locales con arrogancia, a los vecinos, a los moradores de un barrio, pueblo o ciudad. Es el turismo de la indiferencia y del desprecio y menosprecio. Suele ir unido a una actitud incívica en cuanto a arrojar basuras, botellas, hacer ruido, violar las normas de convivencia más elementales. Todos lo hemos podido constatar, tanto en España o Portugal, o cuando hemos visto cómo se comportan muchos turistas en los países pobres o menos desarrollados que el suyo.

Lo que es necesario plantear es que el tipo de turismo debe ser abordado con anticipación, estudiados sus pros y contras, y no sólo a posteriori, cuando ya no es posible alterar la tendencia. La reaparición del turismo de masas tras el Covid, como el turismo oscuro (o voyeur), deben ser encarados por los ayuntamientos, por las regiones, para evitar la degradación o depredación de lugares, monumentos y para evitar la ofensa y el desprecio a los habitantes (y a las víctimas, por ejemplo, del Holocausto, o de otras calamidades, guerras, pobreza, etc).

El turismo, como es natural, va a seguir creciendo, como crece toda la economía, pero sería conveniente que las administraciones, incluso las empresas de viajes y alojamiento asuman la responsabilidad de limitar las prácticas turísticas nocivas, de no fomentarlas, sea el dark o sea el colonial. Es importante cómo crece, dónde y qué beneficio real reporta. La tarea es muy difícil porque estos dos tipos de turismo, masivo-colonial y oscuro, se corresponden con dos marcas del espíritu de la época: 1) gregarismo -rebelión de las masas, como ya observó Ortega y Gasset- y 2) sociedad del espectáculo.

Hay que tener en cuenta el umbral de tolerancia de la población local respecto a la masificación de barrios, ciudades, playas, museos, parques naturales y la tolerancia de las víctimas o sus allegados y descendientes respecto al turismo oscuro. En algunos casos habrá una tolerancia relativa, en otros deberá haber una intolerancia absoluta.

El día del Holocausto (18 de abril)

Llevar a la práctica el Yizkor, el deber de recordar el siglo XX

Enrique Krauze

El día de la Shoah,  יום השואה, se recuerda la catástrofe (shoah, en hebreo). Es un término que aparece por primera vez en el libro de Job. Este exterminio ha sido el mayor que han sufrido los judíos en toda su historia. Significó una derrota de los valores esenciales de la humanidad, primero para las víctimas (judíos, pero también hubo víctimas gitanas, homosexuales), y también para los culpables directos, activos y pasivoa, y también para los aliados, que por error, compromiso o cobardía (Munich, 1938) no supieron prever ni atajar lo que ya se anunciaba desde 1933. A la inacabada historia y los intentos de comprender con la razón, si es que fuese posible, el exterminio de seis millones de judíos en Europa (la mitad de toda la población judía mundial), se añade hoy el trabajo pormenorizado del profesor británico Dan Stone (The Holocaust, Pelikan Books, 2023, 400 págs. ISBN 978-0-241-38870-9).

El problema de los estudios históricos y, en consecuencia de lo que llamaríamos certidumbre histórica, depende, primero, de la interpretación que se haga de los hechos conocidos y segundo, de la cantidad y solidez de la evidencia, es decir, de si se tiene acceso a todos los datos y fuentes para interpretar lo que sucedió. El libro de Stone presenta una interpretación distinta, sintética y que abarca mucho más de lo que se ha solido exponer sobre este genocidio. La diferencia entre las persecuciones antiguas, desde las dos destrucciones del Templo, los éxodos, las Cruzadas, la expulsión de España, los pogroms, es que antiguamente los judíos tendieron siempre a darles una significación religiosa, un motivo bíblico, como de una culpa que hubiera que expiar. Hoy la masacre nazi ha sido por primera vez objeto de un análisis histórico moderno, no religioso. Sin embargo, el intento de comprender el porqué parece una tarea inagotable.

En el contexto actual de xenofobia, populismos, rechazo a los inmigrantes y auge de partidos autoritarios e identitarios, Stone considera que las lecciones del Holocausto aún no han sido aprendidas y plantea una serie de objeciones a la historia, digamos, oficial:

  • ¿Por qué tantos países, incluso en zonas no ocupadas por los nazis, colaboraron con la Solución final, asesinando y/o deportando judíos?
  • La interpretación histórica ha sido selectiva en cada país y en los dos bloques, occidente y soviético.
  • Se ha simplificado todo demasiado, metiendo en el mismo saco todos los tipos de ultraderechismo, calificándolos a todos de ‘fascistas’, sin matices, cuando ha habido diferencias entre los distintos movimientos.
  • El exterminio de los judíos no fue sólo industrial sino personal. It was not only business, but personal, podríamos decir, pues hubo centenares de miles de judíos asesinados a tiros por soldados, vecinos, voluntarios, etcétera. No sólo los 4,5 millones de las cámaras de gas organizadas y ‘asépticas’.
  • La ideología subyacente de un antisemitismo milenario en muchas sociedades europeas facilitó e impulsó el exterminio, no sólo a manos de los nazis, sino de millares de colaboradores voluntarios de los países ocupados.

Podríamos resumir el libro de Dan Stone en las siguientes partes:

  1. Antes del holocausto.-

Sigue sin comprenderse en toda su dimensión el fenómeno del racismo nazi y el de los rumanos, húngaros, polacos, bálticos, noruegos, holandeses, franceses, etcétera, de cómo pueblos cultos y cristianos -no lo eran, lo simulaban, podríamos decir, parafraseando a Borges- de Europa pudieron ayudar a los alemanes, aceptar, colaborar y ejecutar ese masivo exterminio sin pestañear. Más allá de los testimonios de los campos (el de Primo Levi quizás sea el más impresionante), que ya empieza a ser casi un lugar común (el sastre, el fotógrafo, etc, etc, de Auschwitz, convertidos en señuelos demasiado simplistas y muy espectaculares, muy del gusto de ciertos cineastas.

¿Qué sucedió? Primero, hubo una influencia de científicos nefasta, recalcando la pureza de la raza, la superioridad de la aria. Eso traería como consecuencia la eugenesia organizada para eliminar a los discapacitados. Stone cita los médicos y científicos que preconizaron ya esa necesidad de eugenesia antes de la eclosión nazi. De alguna manera se había producido en Alemania y en otros países una separación entre ética y cultura. Si no, cómo filósofos como Heidegger, juristas como Carl Schmitt, músicos como Karajan, escritores como Knut Hamsun o Gottfried Benn, callaron o fueron cómplices pasivos. Y cómo ilustres escritores franceses como Céline, Brasillach, Paul Morand, Jean Cocteau, callaron, cuando no azuzaron, el antisemitismo, dando un respaldo cultural a las deportaciones de franceses judíos. Si los perpetradores físicos eran gente común -y no sólo, pues hubo comandantes de campos, gestapos y SS de gran cultura-, los inspiradores fueron personalidades de la élite intelectual. En ese sentido, como dice Stone, el Mein Kampf no hubiera tenido relevancia si no hubiera caído sobre un caldo de cultivo previo, un humus favorable y receptivo.

El nazismo no surge de la nada. Tras el breve periodo de emancipación de los judíos alemanes con Napoleón, tras 1815 se vuelve a la discriminación. En Frankfurt en 1819 hay atentados contra los judíos y sus libros son quemados. Sigue habiendo un antisemitismo de fondo, una discriminación profesional legal y un sentimiento de desconfianza que en Francia tuvo su manifestación más palpable con el caso Dreyfuss.

Dan Stone examina, con testimonios y datos nuevos (o consultados con nuevo ojo crítico, bajo un ángulo diferente), qué sucedió para que la maquinaria de exterminio fuera tan eficiente.

Demuestra cómo cuando hubo resistencia de parte de miembros de la Iglesia, como cuando se llevaron a cabo los primeros asesinatos de discapacitados alemanes, éstos fueron frenado; luego, en plena deportación de judíos de Francia, el arzobispo Monseñor Jules Géraud Saliège, aunque favorable a Vichy se insurgió en un sermón memorable contra la persecución y deportación lo que hizo al gobierno de Pétain retrasar las entregas, y de hecho se frenaron un poco-. Todos los gobiernos subordinados al Reich (Horthy, Antonescu, etc), que mantuvieron una apariencia de soberanía, permitieron, temporalmente que la maquinaria fuese más lenta, fuese retardada. Estos ‘retrasos’ significarían, de hecho, la suoervivencia de muchos judíos, dada la evolución de la guerra.

En efecto, para que el Holocausto fuera posible fue necesario que las administraciones públicas de los países ocupados colaboraran activa y eficazmente en el censo de judíos, en su localización, detención (20.000 gendarmes húngaros colaboraron en las redas, la policía francesa también y no sólo en el Velódromo de Invierno) y embarque. También hubo legislación como el Statut des Juifs, Ley de 3 de octubre de 1940, defendido y sostenido, por ejemplo, por el eminente jurista Maurice Duverger, en un artículo publicado en la Revue de droit public et de la science politique, titulado La situación de los funcionarios tras la revolución de 1940, que él pretendía ser un estudio objetivo y neutro, sin ponderar la raza.Sus libros nos sirvieron en las facultades de Derecho en los 1970. Cómo muchos vecinos de los judíos, en Polonia, Bielorrusia (Svetlana Alexievich lo ha contado), Transnistria, Croacia, colaboraban con ardor en las matanzas, para luego quedarse con casas, ropas, zapatos, con el botín. Muchas veces sin ni siquiera la participación directa de alemanes. En algunos países del Este las ejecuciones fueron a menudo públicas, a la vista de los habitantes no judíos, que miraban con curiosidad y cierto regocijo, como testimoniaron ejecutores alemanes después de la guerra. Era como una vuelta a tiempos medievales donde las ejecuciones públicas eran un espectáculo. Una especie de schadenfreude masiva donde los oprimidos por los alemanes se alegraban de la peor suerte de sus vecinos judíos. Como dijo el poeta Abba Kovner, ruso-israelí (1918-1987):

“Sólo un puñado de sádicos SS son necesarios para golpear a un judío, cortarle la barba, pero millones son necesarios para matar a millones. Tiene que haber masas de asesinos, miles de saqueadores, millones de espectadores”.

2. Organización y “espontaneidad”.-

Además del Holocausto organizado, hubo mucha espontaneidad, mucha confusión de órdenes y contraórdenes, muchas agencias y organismos involucrados, sobre todo antes de la conferencia de Wannsee, en enero de 1942, pero aún después no todo estaba siempre bien organizado pues la logística no era sencilla. También, sobre todo tras Wannsee, todos los sectores del Estado alemán, de sus empresas, de los ferrocarriles, órdenes profesionales, ejército (la Wehrmacht no estuvo limpia, pese a lo que se ha querido difundir, pues amparaba, protegía a los grupos de ejecutores que la seguían, como los Einsatzgruppen -grupos de misión-, las SS, y muchos voluntarios de los países ocupados, como siguieron a Rommel en Polonia), estuvieron implicadas en la tarea de deportación, esclavitud y aniquilación de judíos. Stone desmonta también el mito de la matanza “limpia”, con testimonios de la mugre, basura, suciedad, podredumbre, olores y pestazo que se expandían dentro y fuera de los campos. No eran ‘fábricas de muerte’ sino asquerosos mataderos.

En Lituania, por ejemplo, antes de Wannsee, el comando lituano Arajs ayudado por la Wehrmacht, ya había matado en 1942 60.000 judíos. En Serbia y en Chelmno, antes de enero del 42, ya se usaban los camiones de gas (en Chelmno fueron asesinadas dos hermanas de Kafka, la otra en Auschwitz, junto a mil niños que ella quiso proteger). Antes de que las SS controlasen los campos, ya estaban en funcionamiento los campos Reinhard (Sobibor, Belzec, Treblinka). En estos tres campos, en 18 meses fueron asesinados 1.700.000 judíos. A partir de 1941 se empezaron a usar cámaras de gas primero con los prisioneros de guerra rusos. Cuando los mandos se quejaron de que los verdugos voluntarios, los Einsatzgruppen y otros, que mataban a tiros -responsables de 1.470.000 muertos- , sufrían daños “morales y psicológicos” (sic), se puso en marcha un exterminio más industrial, más ‘aséptico’. En Auschwitz fueron asesinadas 1.100.000 personas, de las cuales, un millón, judíos, y de éstos, la tercera parte húngaros. Auschwitz sólo representa menos del   % del total de asesinados.

La progresiva aplicación del exterminio organizado se refleja en el número de campos: en 1940 había seis campos de concentración, en 1943, 260, en julio de 1944, 600 y en enero de 1945, 730.

En 1950 se contabilizaron un total de 1050 campos y sub-campos que habían funcionado en diversos periodos. Además, hubo unos 1300 campos ‘privados’, de trabajo para fábricas (como en Buchenwald, para la empresa Nobel Dynamit). En los campos que no eran propiamente de exterminio, sin cámaras de gas o crematorio, y los sub-campos, también se asesinaba o se dejaba morir de enfermedades, malnutrición o trabajo esclavo. En total, cada ciudad media austríaca o alemana tenía su campo próximo. Yo recuerdo que en 1987 visité Dachau yendo en taxi desde Munich, unos 30 kms. Es increíble que se aduzca desconocimiento de la población civil alemana.

3. El antisemitismo, esencia del nazismo.-

También demuestra Dan Stone que el exterminio de los judíos, la Europa sin judíos, fue siempre uno de los leitmotivs de Hitler y del nazismo, consustancial a la invasión, un objetivo primordial y no accesorio de la guerra; Europa debía quedar limpia de judíos.

“Este fanatismo sugiere que la Segunda guerra mundial no puede ser contemplada como un conflicto militar típico, una lucha por el control del territorio o del comercio, o un acto de imposición de la fuerza. Fue más bien, desde la perspectiva nazi, un esfuerzo filosófico, una lucha por la raza o muerte, un Vernichtungskrieg: una guerra de aniquilación”.

El Holocausto, además de rendir ingresos (del robo, saqueo, embargo de casas y propiedades como revela el libro de Géraldine Schwarz, Los amnésicos, ver  https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.wordpress.com/6296), además consumió muy pocos recursos de toda la maquinaria de transporte e industrial alemana: el número de judíos transportados a los campos en tren -2,5 millones en 1942-43, supone menos del 0,5% del total de pasajeros de la Reichsbahn en ese periodo, 6.600 millones. El total de vagones usados en total para deportarlos fue de 24.317, lo que representa el 16,3% del total de vagones que eran movilizados en un solo día (149.000 vagones diarios). Esto invalida la peregrina tesis de muchos negacionistas de que “¿cómo iba a destinar Alemania tantos trenes y energía al exterminio cuando tenía los frentes de guerra abiertos”?

4. El holocausto móvil.-

Stone hace hincapié en lo que llama el holocausto móvil, con las marchas de la muerte, organizadas al evacuar los campos del Este ante la llegada del ejército soviético, entre enero y abril de 1945, hasta una semana antes de la rendición. Esta saña, paradójicamente, volvió a traer judíos al suelo del Reich tras haber predicado un Reich Judenrei, limpio de judíos. De hecho, muchos de los trasladados murieron de hambre, frío, o abatidos por sus guardianes (incluso con la complicidad de lugareños alemanes).

5. La parsimonia de los aliados.-

Otro aspecto importante es la pasividad de los Aliados ante la masacre, que se conocía. La lentitud en reaccionar, cuando no la indiferencia, fueron letales. De hecho, hoy, con la ayuda a Ucrania, se oyen muchas voces en Israel y fuera del país de que si Europa hubiera reaccionado igual que lo está haciendo hoy con Ucrania, el holocausto no hubiera tenido esa dimensión. Incluso habría que examinar qué hizo (o peor, no hizo) la Cruz Roja, que podía inspeccionar campos y de hecho visitó Therezin y le dio el visto bueno. Los Offlags, como en los que estuvo mi abuelo, capitán belga, sí eran inspeccionados y, curiosamente, les llegaba hasta chocolate belga a través de la bondadosa Cruz Roja, el último, Prenzlau, a 90 kms al noreste de Berlín.

No insiste Dan Stone en un aspecto para mí crucial: el silencio generalizado, la pasividad de las Iglesias, protestante, católica y ortodoxa que, salvo contadas excepciones no denunciaron la deportación, las masacres, los conocidos campos de exterminio. Téngase en cuenta que la colaboración de gobiernos y de población local mencionada se produce en países de raigambre cristiana, con iglesias y templos visibles, muy frecuentados entonces por una población en su inmensa mayoría practicante y, como dice Stone, que pagaba su diezmo eclesiástico.

Particularmente dolorosa es la cautividad y detención de millares de judíos sobrevivientes tras la ‘liberación’, que fueron obligados a permanecer en campos de desplazados (a veces los mismos antiguos campos nazis transformados), porque no eran autorizados a ir a otros países y menos a Palestina. No había visados, nadie los quería. Los últimos campos sólo serían desmantelados bien entrados los años cincuenta. El último campo, el de Föhrenwald, sólo se cerró en febrero de 1957.

A modo de conclusión.-

Los únicos que han hecho un verdadero examen de memoria histórica han sido los alemanes. No los griegos, ni eslovacos, croatas o rumanos, o los noruegos del National Samling, los croatas con Ante Pavelic, ni siquiera los austríacos se han sentido muy concernidos. Los suizos, como si nada hubieran hecho: por ejemplo, los abuelos una conocida mía, Lillian S., belgas, relojeros, fueron devueltos por los suizos a los alemanes cuando pretendieron refugiarse en Suiza pensando en sus amistades profesionales; murieron en las cámaras de gas. Si es cierto que los alemanes nazis dirigieron el Holocausto, no fueron los únicos ejecutores, aunque a los demás países les conviene descargar toda la culpa en Alemania. Durante muchos años ha habido también el silencio de las víctimas, y además muchos testimonios fueron en yiddish y en lenguas de Europa oriental, documentos que en su mayoría no fueron difundidos en Occidente. Muchos, en cualquier caso, no eran escuchados, no interesaba escarbar el pasado incómodo, acusatorio. Otros no pudieron expresarlo ni quisieron revivir lo pasado, como ha contado muy bien Philippe Sands en su Calle Este-Oeste, sobre sus abuelos de Lviv (Lvov o Lemberg).

Las principales conclusiones serían:

  1. La participación activa, eficiente, voluntaria y cuidados de otros gobiernos y administraciones en la localización, detención y deportación de los judíos de los diferentes países. Municipios, policías locales, ferroviarios,
  2. La activa y voluntaria colaboración de miles de ciudadanos ordinarios, anónimos, de los países ocupados, en las masacres. Esto, en mi opinión, apela más a la antropología y al fanatismo religioso que al mero nazismo.
  3. La mayoría de los asesinatos fueron perpetrados fuera de los campos de exterminio más conocidos, en matanzas según avanzaban las tropas alemanas, en los subcampos de trabajo y exterminio, en las marchas de la muerte y a menudo de forma espontánea por poblaciones autóctonas del Este.

Dan Stone considera, para terminar,

  • que Hitler fue vencido pero no repudiado y que en la xenofobia, en los autócratas, los nacionalismos de hoy, rebrota ese tipo de ideología.
  • que hoy se relativiza el Holocausto, en lo que Stone llama ‘memory confusion’, comparándolo a la conquista colonial, a la discriminación racial, tratando de presentarlo como una teoría eurocentrista, porque “los europeos se lamentan de que se asesinasen europeos, pero no de los demás países” (Aimé Cesaire, por ejemplo, sostuvo esa tesis) o considerándolo una estrategia sionista para sacar dinero a Suiza, Alemania y Austria y, de paso, sostener a Israel -que es la bestia negra de una gran parte de la izquierda-.
  • en la Europa del Este, la guerra fría congeló la memoria y el antisemitismo y la shoah fueron considerados como un trasunto del capitalismo. Ellos no se sintieron concernidos y aún hoy en Polonia está penado mencionar la colaboración de la población civil en las masacres de judíos.

El Holocausto es algo aún contemporáneo; cuando ví el barrio de Cracovia que fue convertido en gueto, los edificios y calles eran muy parecidos a los que se pueden ver en un barrio pequeñoburgués de Madrid.

En España es oportuno recordar el Holocausto porque ha dejado indiferente a la mayoría de los pensadores, empezando por Ortega y Gasset, que nunca dijo una palabra sobre éste, a pesar de conocer bien Alemania y haber vuelto a ella después de la guerra (https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.wordpress.com/5437). Y también siguen siendo ajeno como concepto a la mayoría de los españoles, tanto como el desembarco en Normandía o la batalla de las Ardenas: es un tema de películas y novelas, y no mucho más. Sólo en algún medio, por seguir las noticias de otros países, se hace alusión marginal a éste, pero sin que nos sintamos en absoluto concernidos. Entre otras cosas, incluso se alega que Franco salvó a unos pocos sefardíes (lo que no evitó que de 70.000 sefardíes de Salónica sobrevivieran menos de diez mil), lo que es cierto, y eso parece que nos exculpa e inmuniza.

El libro de Stone es también una advertencia. Nos recuerda la necesidad de conocer lo que ocurrió, el por qué y el cómo, para impedir algo parecido contra grupos étnicos, como los rohingya en Birmania-Myanmar o los uigures en China, ambas minorías musulmanas, por los que ningún país mueve un dedo si no es con obras caritativas o con melifluas advertencias como las del Secretario General de la ONU.

Un viaje cervantino con acento argentino

Pretender de nuevo seguir los pasos de don Quijote parece redundante y, sin embargo, nos con-mueve como la primera vez, cuando mi padre me dijo que don Quijote en realidad no existió, que era una invención.

Mis amigos Fernando y Teresa nos han embarcado en una ruta de cuatro días, corta para la que recorrió el Caballero de la Triste Figura pero cuán inspiradora. Al viaje se nos une una pareja argentina; no conocen La Mancha más que de paso, pero están embebidos de Borges y de amplia cultura, él historiador, ella abogado y empresaria. Por un azar que quizás no sea casual, venir con un borgiano por estos caminos es muy especial, pues ya el escritor se inventó un autor del Quijote, Pierre Menard, y en sus cuentos suele poner en evidencia esa ambigüedad que hay en el triángulo de escritor, lectores y personajes inventados. Aunque, como decía Borges, los argentinos se han querido distanciar de la literatura española para crear la propia, lo que es lógico para romper el cordón umbilical, ha habido cervantistas argentinos, entre ellos Alberto Gerchunoff (La jofaina maravillosa, Ed. Losada, 1945), recreación quijotesca en la que, por ejemplo, Rocinante habla; es un libro sobre Cervantes y no sólo sobre El Quijote (que lleva la jofaina, es decir el yelmo) y que indaga con mucha perspicacia sobre la personalidad del escritor, incluso diría, que más que Unamuno.

Hemos empezado por Tembleque, seguido por Puerto Lápice, y llegamos al Toboso al caer la tarde. Todavía podemos visitar la que llaman Casa de Dulcinea y dar una vuelta por las apacibles calles, limpias, prístinas, del pueblo que está, como entonces, en un sosegado silencio. Pero, como decía el tango, “verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada le importa, yira, yira”, porque todo lo inventó don Miguel. Ni el lugar del que no quería acordarse era Argamasilla (muchos pueblos, incluso ahora los de Mota del Cuervo lo reivindican), ni había Dulcinea en El Toboso, ni don Alonso Quijano ni Sancho y, sin embargo, qué emoción recorrer esos pueblos, esos paisajes, carreteras tranquilas, rectas, campos bien cultivados y a veces esos montes bajos de sabinas y chaparros donde nos imaginamos al caballero y a su escudero en su ininterrumpido y ameno diálogo. Si el Quijote es más citado que leído, y usado como recurso turístico, recorrer estos campos y estos pueblos, en un paisaje que en la tan poblada Europa, es algo único. Recorremos kilómetros sin casi cruzarnos con nadie. En La Mancha hay pueblos a treinta kilómetros el uno del otro, el paisaje lo impregna todo, la llanura a veces ondulada, viñedos extensos, tierras de cereal que ahora verdean, encinares, sabinares.

Los cinco viajeros llevamos nuestros quijotes para leer algunos trechos en las paradas, reírnos y admirarnos. Teresa, filóloga, precisa en su lenguaje, nos ha leído un capítulo en El Toboso, entre las campanadas de la iglesia; Rodolfo, junto a los molinos del Campo de Criptana; Sonia, en Puerto Lápice. Previamente, hemos repasado libros sobre Cervantes como el clásico de Navarrete, el de Muñoz Machado y el de Jean Canavaggio.

Nuestro periplo ha sido mucho más actual que aquel del ‘caballero inactual’ que fue Azorín, cuya Ruta del Quijote admira Mario Vargas Llosa, pero que ya me resulta algo sabida, agotada, envejecida.

Si la Casa de Dulcinea nos gusta aunque no sea tal, una casa de labrador rico, bien amueblada y con patios, almazara, bodega y el palomar histórico, nos deja más fríos la Casa de Medrano en Argamasilla, demasiado modernizada, tan preparada para eventos culturales que ha perdido todo el carácter, el alma que tuviera hace cien años, un caserón manchego cuando la visitó Azorín. Ya sabemos que fue mentira, ficción, que Cervantes padeciese reclusión en la cueva de Medrano -fue en Sevilla-, pero la han rehabilitado de tal forma que ni imaginar la historia conseguimos.

No hemos olvidado, claro, los molinos, los de Consuegra, de Campo de Criptana y los de Mota del Cuervo. Mi amiga portuguesa Ana Coelho -que sabe mucho de geografía y libros y tiene una de las mejores librerías lisboetas en la rua São Bento, Palavra de Viajante-, a quien le mando la fotografía, me advierte de que tengamos ‘cuidado com os gigantes’. Desde los altos de esas lomas contemplamos La Mancha, nos identificamos con el territorio que Miguel de Cervantes eligió para su grande, genial parodia. Los molinos han sido reconstruidos, uno de Mota por el mismo Ramón Serrano Suñer (el cuñadísimo de Franco), y en este pueblo los han dedicado a insignes personajes, incluso a Goethe.

Cometa sin bramante y prisionera,

ventilador del trigo hacia la harina,

sombrilla descarnada en la calina,

naipe brutal de extraña barquillera.

Molino a brazo abierto en tolvanera,

leguleyo en batalla vizcaína,

la nueva lanza y más: ¡toda la encina!,

te diera mi señor si reviviera.

(…)

(Juan Alcaide)

En Mota del Cuervo nos hemos alojado en un pequeño hotel y hemos cenado en un restaurante singular, excepcional, que se llama Chicote. A la mañana siguiente nos lleva el incansable Fernando a ver los flamencos rosas en las cercanas Lagunas de Manjavacas, uno de esos paisajes insólitos de La Mancha, con agua, en esa tierra tan singular que ha dado lugar al río más raro de la península, el amigo Guadiana, de manantial tan discutido (¿será Viveros, el Arroyo de Gredales en el Campo de Montiel o las Lagunas de Ruidera?).

En todos los pueblos encontramos sosiego, orden, cuidado, limpieza. Los manchegos están orgullosos de su tierra, de sus pueblos y su historia, y lo demuestran. Así, llegamos a Infantes donde nos acercamos a ver el último aposento del gran desterrado que fue don Francisco de Quevedo, en el convento de los dominicos. Calles armoniosas, sin un edificio que desentone, sin alardes ni pretensiones, un pueblo sencillo, apacible. Así han sido muchos pueblos manchegos, como San Carlos del Valle.

Pero no sólo de Cervantes vive La Mancha sino que hay que detenerse en Valdepeñas, donde el museo Gregorio Prieto merece una demorada visita. El museo ha sido remodelado, ha ampliado la exposición de las obras del pintor valdepeñero y nos transporta a esa vida cultural española, de la Generación del 27, cuya antorcha mantuvo Gregorio Prieto hasta 1992, cuando falleció. Y hay también un pequeño homenaje a ese poeta olvidado, amigo de Gregorio Prieto, y tan digno de recuerdo como fue Juan Alcaide (1907-1951). Valdepeñas, tierra que ha sido también de Francisco Nieva, dramaturgo, escritor y pintor, al cual está dedicado el flamante teatro. De Francisco Nieva se recuerda su teatro, pero no desmerece su trilogía disparatada, El viaje a Pantaélica, Granada de las mil noches y La llama vestida de negro, en las que su humor, su lenguaje y las aventuras de Cambicio de Santiago nos sumergen en un mundo irreal y alegremente trastornado. Antes de salir de Valdepeñas nos damos una vuelta por su extraordinaria la plaza mayor, llena de niños, junto a la iglesia principal, bien restaurada.

Desde Valdepeñas hemos ido a parar a Las Virtudes, que tiene una de las tres plazas de toros cuadradas que hay en España, es decir en el mundo, del siglo XVIII, un rincón que conoce sólo Fernando. Y de allí a un lugar que también está ligado a Cervantes, El Viso del Marqués, Marqués de Santa Cruz. Allí evocamos la batalla de Lepanto, una de las muchas que ganó don Álvaro de Bazán, en la que se ilustró Cervantes. Dejemos a los historiadores navales la evocación del marqués, pero nos sirven de recordatorio los frescos de batallas, ciudades y símbolos clásicos, todos pintados por maestros italianos (los españoles estaban ausentes). El Palacio, suntuoso, ha sobrevivido a las guerras y a distintos usos, hospital, prisión, checa, cuartel de tropas de Regulares Marroquíes para luchar contra el maquis y después de 1949, finalmente, museo. Destaca imponente desde lejos sobre el caserío modesto, bajo, de la población, El Viso que, nos dice un guía, tuvo hace cuarenta años siete mil vecinos y hoy, dos mil. No basta el atractivo histórico para generar riqueza. Nosotros, viajeros que queremos ilustrarnos, notaremos la ausencia de una mínima librería donde rellenar nuestro desconocimiento. Una historia así merecería disponer, en el mismo palacio o en el pueblo, de una librería con obras de historia, de arte. Pero en España los libros casi no llegan a los pueblos.

Tras el Viso (viso, como visión, lugar elevado desde donde se divisan los alrededores), por una bellísima carretera, hemos ido al castillo de Calatrava la Nueva, una construcción de origen musulmán digna de Asia, elevada sobre un monte pétreo que guarda un paso por un valle por el que se puede adentrar el viajero, el conquistador, hacia Andalucía.

Concluimos el periplo en Almagro, uno de los pueblos más bellos -no ya bonito, de España (el marchamo de Pueblos Bonitos está bastante devaluado por haber incluido algunos que no lo merecen).

Nuestro viaje ha ido del siglo XXI, con esos nuevos molinos generadores de electricidad, a los molinos de trigo del siglo XVI, de las autovías -excesivas, dispendiosas-, de La Mancha, a las carreteras solitarias y rectas entre campos no muy diferentes a los de hace tres siglos, las conversaciones sobre la Argentina de después de aquellos siniestros dictadores militares a la restauración democrática de Raúl Alfonsín. Cervantes y El Quijote han estimulado nuestros diálogos porque la cultura abre los horizontes. Y desde el Corral de Comedias de Almagro al muy interesante Museo Nacional del Teatro, de las calles empedradas de Infantes y de las casas de portales de piedra a los cuadros de Gregorio Prieto, desde aquellos vinos en pellejos a los nuevos vinos manchegos (anotamos el Vulcano, de casta syrah, por ejemplo), hemos seguido un hilo conductor de la historia del país.

Y nos despedimos con un soneto de Juan Alcaide, a Cervantes, tras el 4º centenario

Sobre el adiós

Y a descansar -ya es justo- en cuerdo y loco.

Dispensa tanto verso y tanta prosa.

No habrá temblor de llanto por tu fosa:

pero de frase y frase, ¡qué sofoco!

¡Cuánto de clasicismo y de barroco!

¡Qué romántica lira mentirosa!

Y acaso ni una vela abriose en rosa

deshojando su cera poco a poco…

Para tu pobre angustia, ni un latido.

Ni una pluma pinchada en una vena.

Ni la emoción de un grito contenido.

Perdona este barullo de centena.

¡Con cuánta oscuridad te habrás reído!

¡Cuánta risa, Miguel, con… tanta pena!

A descansar, en efecto, como decía Alcaide, porque El Quijote, el libro, y su creador, Cervantes, están muy por encima del localismo que se pretende de dónde estuvo exactamente ese “lugar de La Mancha”. No importa, el viaje ha sido agradable, un hermoso escenario en esta incipiente primavera sin agua y el libro desborda desde que se imprimió del color local pues es universal en su lenguaje, en sus ideas, en el recuerdo que guardamos de él este quinteto de españoles y argentinos.

(la imagen de portada es un cuadro de Gregorio Prieto)

De forasteros y turistas, Una historia del turismo en España (1880-1936), de Ana Moreno Garrido

Bienvenido sea este libro que nos presenta un pedazo de la historia de España poco conocido, una contribución tanto más necesaria porque el turismo ha sido relativamente poco estudiado, a pesar de representar el 14% de nuestro PIB. Además, como este libro demuestra, el turismo es objeto de intervenciones económicas, culturales -ha sido uno de los pioneros de la publicidad- y siempre ha estado muy vinculado a la protección -o destrucción- de la naturaleza, al paisaje y al patrimonio histórico. A pesar de su peso económico estructural ha sido mucho menos estudiado si se compara con el número de títulos, revistas especializadas y acervo bibliográfico de otros sectores que representan menos en el PIB pero han sido objeto de mucha más investigación económica e histórica, como la minería, el ferrocarril o la siderurgia, por ejemplo. Ana Moreno, que ya ha publicado trabajos y otro libro sobre el turismo (Historia del turismo en España, Editorial Síntesis 2007, que incide en otros aspectos muy diferentes), viene a colmar ese hueco. Éste ilustra la trayectoria desde el origen y los primeros tiempos del turismo con abundancia de datos interesantes y reveladores y con una redacción impecable que hace su lectura amena. Ana Moreno, a través de su trabajo, enlaza los tres vectores del turismo que son la cultura, la economía y la intervención y regulación estatal.

El turismo, hasta 1936, se enmarcó en un contexto que ha sido excepcional en España como fue la efervescencia cultural de principios de siglo y luego la llamada ‘Edad de Plata’, con profusión de poetas, artistas, pensadores, que también incidió sobre ese sector de la economía que era el turismo.

Describe cómo desde su origen el turismo estuvo muy vinculado a la naturaleza (como las sociedades excursionistas, en particular las catalanas, mucho más dinámicas) y a la cultura, corriendo paralelo a la progresiva – aunque lenta e incompleta-, acción pública en defensa del patrimonio histórico, fueran la pintura, los monumentos civiles y religiosos, la arquitectura y el urbanismo.

La obra, siguiendo el hilo histórico, se centra en lo cultural y patrimonial, en las infraestructuras (alojamiento y redes de transporte), y en la intervención política, sin olvidar el contexto internacional, es decir, lo que hacían nuestros directos competidores, como Francia o Italia. Ana Moreno, cuyo método de trabajo conozco de hace años, no se limita a teorías ni libros, sino que ha indagado en archivos como el AGA (Archivo General de la Administración), llenándose de polvo, lo que nos da una obra llena de detalles inéditos, de aspectos desconocidos de nuestro turismo, de quienes lo impulsaron e intervinieron. Son páginas que se leen con fruición porque es una obra viva, creativa e innovadora.

La intervención política fue siempre una constante y no fue casualidad el apoyo de Alfonso XIII, de la Dictadura de Primo de Rivera y de la II República en esa puesta en valor de lo que ya empezaban a llamarse recursos turísticos. Como ejemplo, la poco conocida historia de la supuesta Casa del Greco, y la de Cervantes en Valladolid y Covadonga, que están muy bien explicadas como ejemplos de cómo se trató ya entonces de convertir la cultura en recurso económico (e ideológico), en foco de atracción de turistas.

Es muy interesante la indagación de Moreno en muchos personajes relevantes que impulsaron el gusto por los viajes, algunos de los cuales quedaron en la penumbra. Destacan el inefable Vega-Inclán, Sangróniz, Peypoch o Bolín, muy ligados al poder o sus víctimas (Peypoch sería asesinado por milicianos, Bolín sería un conspicuo franquista, el que consiguió el Dragon Rapide para Franco).

También destaca cómo hubo también extranjeros con mucho interés y pasión por nuestro país, como Gerald Brenan, Robert Graves o Walter Benjamin, mientras los escritores españoles, con cierto noventayochismo nostálgico, desde Azorín a Unamuno, nos presentaban más los aspectos de una España ‘eterna’, castellana sobre todo, más líricos que reales; otros, como Blasco Ibáñez, que fue un gran paisajista, como muestra su descripción de la Ibiza rural en Los muertos mandan, han sido olvidados.

Era aquel un turismo que se centraba en lo histórico, monumental y artístico mientras el Mediterráneo, el turismo de playa y, por tanto, de masas, quedaba aún en esa época en un segundo plano, afortunadamente. El dilema era ya si proteger espacios o atraer turistas, algo que ni siquiera fue debatido en los años 1960 ni lo es ahora, en pleno siglo XXI.

Los medios de transporte y las infraestructuras de comunicación no son olvidados y la autora se detiene, además de en el desarrollo ferroviario indispensable, en el impacto del automóvil y de las carreteras, que iban a facilitar y promover las visitas a la España más profunda. No olvidemos que en esos años hubo una incipiente industria nacional del automóvil como ha estudiado Salvador Estapé-Triay, acompañada de una drástica mejora de la red viaria, sobre todo durante la Dictadura de Primo de Rivera.

Es interesante el excurso y atención al turismo en el Protectorado del Norte de Marruecos que tras la guerra del Rif fue promocionado con bastante inteligencia, con revistas culturales, protección urbana como en Tetuán y ayudado, entre otros, por una cartelería de calidad gracias a uno de los mejores pintores de la época, Mariano Bertuchi. Porque el libro también evoca esa publicidad y propaganda turísticas de altísima calidad, en la fotografía, en las imágenes de los folletos y carteles obras de dibujantes e ilustradores de élite que, no por casualidad, hacen hoy de las publicaciones de entonces la delicia de los coleccionistas.

El capítulo 5, ‘El Estado que construye hoteles’, es particularmente ilustrativo porque pone de manifiesto, leído hoy, ese contrasentido que son los Paradores, financiados por el Estado, con empleados públicos y a menudo con ubicaciones caprichosas según los políticos de turno que mandaron en el sector (como el disparate y agujero financiero de Parador de Ibiza con Juan Mesquida, o tantos paradores gallegos con Fraga, etc.). Ya en 1932 se decía que el PNT “ni debe ser hotelero, ni sabe serlo”. Hoy mismo, casi cien años después, Paradores está siempre dirigido por un cargo político del partido en el gobierno y los criterios políticos son los que prevalecen, “invadiendo la actuación privada”, como entonces.

La trayectoria, el hilo conductor de la intervención estatal, que va desde la Comisaría Regia del Turismo (creada en 1911), pasando por el Patronato Nacional de Turismo y por fin la Dirección General de Turismo republicana, ponen de manifiesto esa relación triangular que resalta la autora entre turismo, cultura e intervención pública. Un equilibrio que no siempre fue respetado y que la autora demuestra que cuando la política incide demasiado, apoyada en amistades, ideología o mero clientelismo, salen perjudicados los otros dos vértices, el económico y el cultural o patrimonial. Eso es palmario en lo que ha sucedido después de los años sesenta del pasado siglo, con el desarrollismo a cualquier precio de Fraga apoyado en los constructores, que ha dado en la destrucción del litoral -la destrucción a toda costa que ha denunciado Greenpeace desde hace años sin respuesta alguna del Estado, y ha contribuido en gran medida a esa España fea que ha denunciado Andrés Rubio (España fea https://laplumadelcormoran.wordpress.com/2023/02/04/la-espana-fea-libro-de-andres-rubio/).

Las vicisitudes de la organización del turismo en esos años a nivel estatal y provincial son sumamente interesantes, porque ya entonces se quería integrar administraciones públicas, entidades culturales y empresas, mientras la presión política a veces desbarataba las mejores intenciones. Así, observamos ya el comienzo de una presión nacionalista y localista que perjudicó la unidad de acción y dispersó recursos, como fue la del turismo catalán, que quería desde 1931 llevar la promoción por su cuenta, bien hecha, pero sin relación con el resto del país. Hoy, todas las Comunidades Autónomas hacen la promoción exterior por su cuenta, muchas como si no fuesen España. El ‘identitarismo’, esa faceta de la intervención estatal o regional también repercute en menor atención a la economía del turismo y a la protección real del patrimonio natural y artístico. Un exagerado acento en la identidad que hay que reconocer que también se filtraba enormemente en la promoción de un turismo de señas castellanas por el Estado (Vega Inclán, Bolín), y que desvió energías por presión política sin tener en cuenta suficientemente la rentabilidad económica, la iniciativa hotelera privada o las infraestructuras de transporte.

De forasteros y turistas. Una historia del turismo en España de 1880 a 1936 (Marcial Pons, 2022, 350 págs.) deberían leerlo cuantos trabajan en el turismo porque la autora consigue exponernos esos atisbos optimistas que en los años treinta prometían a España una inteligente, ilustrada y equilibrada promoción del turismo de calidad, y eso a pesar de errores, luces y sombras de la intervención administrativa en el sector. Es un libro que debería encontrar sus lectores en el campo del turismo, tan necesitado de reflexión, para que avive el necesario debate sobre qué hacer hoy con nuestro turismo de masas, equilibrando los tres vértices en vez de limitarse a la construcción y a la promoción publicitaria para atraer masas, que parecen ser los principales argumentos de las empresas y de las administraciones turísticas autonómicas y locales y que ha dado resultados tan negativos como pueden ser Potes, Palma, Barcelona o las costas mediterráneas, por ejemplo.

‘De forasteros y turistas. Una historia del turismo en España (1880-1936), de Ana Moreno Garrido, 360 págs.. Marcial Pons Historia, Madrid 2022. ISBN 978-84-18752-29-2.

La capitalidad de Madrid ¿sólo madrileña o de toda España?

                                                      

Todo el mundo habla de capitalidad pero no todos queremos decir lo mismo. Una capital forja, delinea, marca el país. Pero si una capital se limita a ser, eso, solamente centro de ministerios y embajadas, domicilio del rey, o emporio de museos, no es capital, es un centro administrativo y político, que los de la periferia no considerarán suya, aunque la consideren interesante. Así, Valencia creó el País Valenciano o Barcelona Cataluña. Otras capitales autonómicas no han sabido hacerlo. Para ser capital de España se precisa más que una norma (artº 5 de la Constitución), hay que ganárselo, hacerla de todos, así como ser una capital europea y mundial. No se trata de fuerza, potencia, comparación o superioridad, sino de capacidad de abarcar e incluir a todos, de estar abierta.

Madrid tiene que atraer y que la sientan suya todos los españoles y forasteros. Atraer además de a inmigrantes económicos, a refugiados políticos, arte y editoriales, espectáculos, también atraer empresas porque con los beneficios de éstas conseguimos traer e instalar a todos los demás. París lo ha entendido muy bien tras el Brexit y ha superado a Londres (ver el artículo de Simon Kuper en el Financial Times del jueves 2 de marzo, France is becoming the new Britain).

El jarro de agua helada de Ferrovial y Rafael del Pino, cuya empresa factura más del 90% de su cifra de negocios fuera de España, es un aviso. No porque sea un grave problema tributario sino por su simbolismo. Si nos cerramos, no somos atractivos.

Respecto a la periferia, Madrid necesita abrirse a los catalanes, valencianos, gallegos, vascos y todos los demás. No basta con que sus parlamentarios vengan a las sesiones y luego vayan a comer a Casa Salvador, ese restaurante tan castizo de la calle Barbieri, para sentir que están en la Villa y Corte. Hace falta que sea una ciudad abierta y no se mire el ombligo pensando que lo que no pasa en Madrid no existe. Barcelona ha hecho eso, ombliguismo, y así le va, cerrada a Erasmus, a empresas, a los judíos e israelíes, casi antipática, aprovincianada. Madrid está cada vez más abierta, pero aún falta que sus dirigentes sean más abiertos y menos ‘madrileñistas’, en el sentido estrecho de la palabra.

Un amigo vasco, Aletxu, me decía que lo bueno de Madrid es que nadie te preguntaba de dónde eras, que al día de estar aquí, eras uno más. En eso también coincidían unos amigos argentinos cuando estaban exilados por causa de Videla y sus secuaces.

Eso, que lo sentimos los madrileños, parece que no lo sienten los jefazos de los partidos, que medran en Madrid y sólo van por esas Españas cuando hay campaña electoral, lo mismo que van entonces a los mercados a hacerse una foto con el frutero.

Yo, en la plaza de Colón, por ejemplo, pondría también una ikurriña y unas barras catalanes, entre otras. La bandera es la de todos, pero no pasaría nada por mostrar que las otras también son honradas en Madrid. Madrid, tan novelera pero tan simpática, sacudidos ya los legados franquistas, de costumbres tolerantes, es superior a los políticos que en ella anidan. Éstos son centralistas en su cultura diaria aunque se deban a sus ‘barones’ regionales (por cierto ¿a quién se le habrá ocurrido esa aberración de ‘barones’, que evoca feudalismo y machismo? ¿es que no hay baronesas?). Una muestra de ello es el ostracismo a que ha sido sometida por el PP la diputada por Barcelona Cayetana Álvarez de Toledo o lo poquísimo que cuentan muchas personalidades políticas de otras Comunidades Autónomas a la hora de decidir: los politburós de Ferraz y Génova son los únicos que de verdad cuentan.

Los madrileños somos más abiertos, más internacionales (casi diría que cosmopolitas) y más europeos que los políticos del lugar o ‘en’ el lugar. Hay puentes, ya no estamos aislados como en los tiempos del centralismo, pero las mentalidades políticas siguen siendo unas bastante centralistas y otras muy nacionalistas y localistas; hay puentes pero hay que cruzarlos en los dos sentidos.