Por un Plan de reconversión turística

El turismo es un sector estructural de la economía española que debe ser salvado. Como todas las crisis, ésta ha expuesto las debilidades y puntos flacos de nuestro modelo turístico, que es de masas, dependiente del transporte aéreo en un 70%, poco respetuoso con el medio ambiente y vinculado estrechamente a la construcción y al negocio inmobiliario.

La era del turismo de masas ha llegado a su fin. En España, las autoridades administrativas y muchas empresas han venido mirando para otro lado en tres problemas cruciales que venían siendo advertidos por los expertos, por economistas y por muchos empresarios:

  • El rendimiento decreciente por turista, que se ha venido supliendo con más cantidad de visitantes.
  • El deterioro ambiental y paisajístico.
  • La baja fiscalidad (alcohol y tabaco, sobre todo) y poco control y formación de los trabajadores de la hostelería, muchos de ellos sobre explotados. Ambos eran la compensación “invisible” de la pérdida de rentabilidad.

Para una verdadera recuperación, hay que cambiar el modelo para que sea sostenible. Una parte del turismo español no es recuperable, ni económica ni ambientalmente. No se puede volver a la situación anterior sino que habrá que dar un cambio estructural, drástico. No una solución a la Lampedusa, de fingir cambiar todo para que nada cambie. Un fatídico ejemplo de un paso en falso es cómo la industria automovilista americana siguió apostando por los vehículos de alto consumo de gasolina después del crack de 1974, lo que les llevaría a la postre a perder su competitividad frente a las empresas europeas y japonesas, más sensatas.

Salir de una crisis requiere visión y esfuerzo, mientras que se cae en ella casi sin darse cuenta (crack del 29, crisis de 2008, covid-19). Y no es volver a lo anterior, es reinventarse, cambiar (crisis significa cambio en griego, recordemos). Hace falta visión, no parches ni subvenciones.

Los cambios, con visión de futuro y ambición, han de darse en el alojamiento, la restauración y el transporte aéreo, fundamentalmente.

Las empresas y el empleo.-

Los hoteles y restaurantes son el núcleo duro de la industria turística. Nuestros hoteles están entre los mejores del mundo en servicio, instalaciones, limpieza. No son perfectos pero son esenciales y superiores a muchos de otros países competidores.

El sector turístico español emplea al 14% de la población activa declarada (y puede haber un alto porcentaje adicional de no declarados) pero va a tener que reducirse. Curiosamente, hay manifestaciones porque Nissan cierra una planta, pero hay miles de trabajadores de la hostelería que sencillamente han perdido su empleo y no tienen perspectivas de recuperarlo.

Debe terminar el tiempo en que los pequeños hoteles han de vender sus habitaciones a 12€, con dieciocho meses de antelación, a las grandes empresas multinacionales, integradas verticalmente en aerolíneas y turoperadores. La gran plusvalía del turismo español de masas, recordemos, ha sido apropiada por esos grandes conglomerados, principalmente alemanes y británicos. Es un proceso similar a lo que Marx describía de la explotación del trabajador.

El sector de bares y restaurantes está sobredimensionado. Hay un exceso de establecimientos (300.000), y además trabajando con un bajísimo margen de rentabilidad (6%), lo que hace que muchos carezcan de tesorería para aguantar el parón. La organización hostelera española calcula que puede desaparecer un 30% de la capacidad. Ha venido disfrutando de tipos de IVA rebajados -de los más bajos de Europa-, con muchos trabajadores no declarados y poco formados (mano de obra inmigrante), los espacios públicos ocupados (muchísimas terrazas sin control), y poco respeto por el entorno en ruido, limpieza y a veces por la estética.

Casi se podría decir que iremos en algunos casos a un turismo con cita previa. La actitud de la demanda va a cambiar. Menos aglomeraciones, menos viajes, menos locales abarrotados. La capacidad debe disminuir porque no habrá ya demanda masiva, no se volverá a los 80 millones de turistas. Además, pues haber un desplazamiento, una deslocalización del turismo europeo hacia las zonas menos afectadas por el covid-19, sobre todo el centro y el este de Europa, incluídos los Balcanes, Rumanía, Bulgaria y Grecia, lo que ha llamado The Economist, the healthy bubbles, las burbujas sanas.

Transporte aéreo.-

La industria del viaje será ecológica o no será. Las cadenas de distribución y de valor se han roto porque el transporte aéreo dejará de ser barato y masivo. En España, más del 70% de los turistas llegan por vía aérea, y en las islas, prácticamente el cien por cien.

Las compañías aéreas están todas en crisis. Hasta Richard Branson, patrón de Virgin Airlines, que vive en el paraíso fiscal de las Islas Vírgenes, ha pedido ayuda financiera el gobierno británico, cuando tiene una fortuna personal de cuatro mil millones de dólares, sin contar la valoración en Bolsa de su empresa. Lufthansa ha obtenido un subsidio de 9 mil millones de euros. KLM-Air France va a reducir su capacidad en un 20% (entre 6.000 y 10.000 puestos de trabajo) y recibirá ayudas del Estado.

Las subvenciones a las líneas aéreas que los gobiernos están empezando a conceder son una trampa a medio plazo pues, como muy bien ha dicho el controvertido (pero a menudo lúcido) patrón de Ryanair, Michael O’Leary, son injustas, favoritistas, desiguales y favorecen el status quo, atacando además al medio ambiente y amenazando al mercado único europeo pues perjudican la libre competencia.

Muchas compañías aéreas, especialmente las llamadas de bandera o soberanía (Air France, Iberia, TAP -al borde la insolvencia-, Alitalia) que se han estado beneficiando durante décadas de un queroseno con menos impuestos, de tasas aeroportuarias privilegiadas, de subvenciones encubiertas de muchas regiones para fomentar vuelos a aeropuertos perdidos, piden ahora ayuda al Estado, es decir, a los contribuyentes. Easy Jet va a suprimir un 30% de sus efectivos. Norwegian, la tercera compañía aérea de bajo coste sólo puede sobrevivir unos meses. Otras, como Avianca, o posiblemente TAP, puedan entrar en bancarrota o en suspensión de pagos. Muchas ya estaban en números rojos y la pandemia ha sido su puntilla.

Además, antes de regar de subsidios a estas empresas -poco amables con los clientes, a los que transportan en condiciones penosas, a cambio de bajar los precios- también deberemos conocer antes su huella de carbono, que no se divulga -celosamente oculta-. Y, de paso, la de los cruceros y de todas las industrias relacionadas con los viajes y el turismo.

Un Plan de reconversión turística.-

El turismo de masas fue inventado en la España del Plan de Estabilización. Fraga, al que no se le puede negar una gran visión -aunque de desastrosas consecuencias paisajísticas y ecológicas- hizo que España apostase por ser una potencia turística ya que no podía serlo industrial. Hizo derogar las pocas normas de la Ley del Suelo de 1956 para permitir las aberraciones que hoy vemos en las costas españolas. Había que dar de comer a muchos españoles y la emigración al extranjero había llegado a su techo. El turismo fue la palanca del desarrollo, pero el precio ambiental, paisajístico, ha sido altísimo. Su modelo era parecido al extractivo: usufructo sin tasa de las playas, costas, espacios históricos de las ciudades y mano de obra barata. Y apertura total a los capitales extranjeros, olvidando la autarquía.

Ese modelo, prácticamente seguido hasta ahora, ya no sirve y hay que reconvertir el sector. No es imposible. Recordemos y estudiemos cómo se llevó a cabo el Plan de reconversión industrial de 1983-1986 que afectaría a Sagunto, Cádiz y Avilés, principalmente. Un plan de reestructuración o de reconversión incluye medidas positivas y negativas.

El turismo tendrá que decrecer para sobrevivir, menor pero más sólido. En España, reitero, el núcleo duro serán los hoteles, que son los establecimientos más importantes y que necesitan apoyo. Muchos de ellos han contribuido espontáneamente a remediar la situación de crisis con la covid19.

Habrá que ir hacia un cambio de infraestructuras, a un cambio fiscal que incluya y discrimine justamente los distintos tipos de actividades turísticas y deberá incluir la forma de financiación de los municipios (hasta ahora basada demasiado en las licencias de construcción) porque va a haber un cambio en la actitud de los clientes, en una demanda que va a condicionar la oferta.

Con un plan director nacional, y no diecisiete, deberán ser los ayuntamientos y las Comunidades Autónomas quienes piloten este cambio.

Habrá que habilitar créditos condicionados a la limitación del crecimiento, el medio ambiente y el entorno urbano tradicional, así como a la calidad del empleo, lo que exige un plan de formación profesional obligatorio. Obligar a dar de alta y legalizar a todos los trabajadores del sector turístico. Así se haría aflorar toda la economía sumergida de la hostelería.

En el capítulo de limitaciones, habrá que limitar el crecimiento, reconvertir establecimientos en otro tipo de negocio, sean viviendas, residencias. Hay que reducir la capacidad, esponjar zonas muy densas (y estéticamente feas), demoler edificios que son ecomonstruos, auténticos engendros construidos gracias a la desidia, a la codicia, al mal gusto o a la corrupción, o a todo a la vez. No facilitar más licencias de construcción que supongan corta de árboles, destrucción del paisaje, utilización de zonas costeras y nuevas construcciones.

El airbnb no debería sobrepasar el 1% de la capacidad de los inmuebles y deben prohibirse los desahucios de moradores para instalar este tipo de hoteles encubiertos, que en realidad son manejados por grandes empresas tras la pantalla de propietarios de pisos.

El Plan de reconversión deberá, pues, incluir muchas medidas económicas y sociales pactadas con el sector y con los trabajadores, contando con la sociedad civil, los vecinos, los residentes. Unas positivas, de estímulo, de crédito, pero también otras negativas, de limitación del crecimiento y de exigir unos niveles de calidad ambiental, urbana y laboral dignos de este sector. Hoy necesitamos un visionario del turismo, un emprendedor que tenga ideas diferentes y no pretenda, porque ya no se puede, volver al modelo anterior, periclitado por el cambio climático y derrotado por la pandemia.

Se trata de crear riqueza, no de cercenarla. De trabajar con las empresas y con los trabajadores.

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Salir del tumulto consumista

La crisis inesperada, pero no menos previsible, como nos debían haber demostrado pasadas pandemias (y algunas aún vigentes, como el ébola), pone en entredicho el modelo de economía de España, con el consumo y el turismo como los principales motores y palancas de la economía. Ortega y Gasset (En torno a Galileo), ya habló de esos fenómenos naturales que alterarían nuestra confianza en la ciencia, “esa fe en la que vive el hombre actual”,

“se nos habría caído la casa en que estábamos instalados, no sabríamos, en todo lo material, a qué atenernos, volvería a azotar a la humanidad la plaga terrible que durante milenios la ha sobrecogido y mantenido prisionera: el pavor cósmico, el miedo de Pan, el terror pánico. Pues bien, la cosa no es tan absolutamente remota de la realidad como puede suponerse”.

Sociedad alegre y confiada, espectáculo de sí misma, eternamente bulliciosa y divertida. Estábamos en un crescendo paroxista, el mismo que ha convertido nuestras costas en muros de hormigón, nuestras calles en terrazas para beber y dar ruidosas carcajadas, mientras hemos despreciado los laboratorios, las bibliotecas y las aulas de música. Nos creíamos dioses, invencibles, superiores.

Ahora descubrimos (como quien descubre el Mediterráneo) que nos faltan servicios esenciales, que nuestra investigación ha sido postergada, que hemos invertido mucho más en hoteles, restaurantes y bares que en hospitales, personal sanitario y protección civil.

Hemos fomentado una forma de vida gregaria y tumultuaria: grandes almacenes, extensas superficies comerciales, outlets, autopistas, aeropuertos, descomunales, monstruosos navíos de cruceros que contaminan más que una ciudad. No hay más que ver nuestras calles, una sucesión de tiendas de ropa, cosméticos, bares y restaurantes.

En muchos países se descubren ahora las consecuencias de las políticas ultraliberales, tipo thatcheriano, de privatizar servicios sanitarios y de reducir el papel del Estado.

Pero poníamos el maquillaje y adorno de las bicicletas municipales para los barrios acomodados (¿cuántos obreros y empleadas del servicio doméstico usan la bicicleta para ir a trabajar?), que no son municipales sino de poderosas empresas contratistas perfectamente vinculadas, amigas, de los ayuntamientos. Son las mismas que instalan por doquier anuncios innecesarios, paneles que estorban el paisaje urbano, etc). Ponían los alcaldes estos adornos para “hacer como si”, para disimular el derroche de energía, de gasolina, para disimular el fomento del automóvil que llevan a cabo esas mismas empresas de bicicletas (como Vinci o Decaux -que se puede leer cadeaux, regalos-) haciendo estacionamientos subterráneos, privatizando aeropuertos, mercantilizando estaciones ferroviarias.

Todo esto debe ser abolido pues ha demostrado que es incapaz de enfrentar los grandes retos que de vez en cuando llegan. ¿A qué llamábamos Estado Social de Bienestar? ¿A un Estado que financiaba principalmente el consumo desaforado, el tumulto general y que ahora se demuestra que le estalla por las costuras? ¿A un Estado que debe recurrir al ejército a falta de una sanidad pública bien financiada y dotada? Muchos ayuntamientos han sido máquinas para enriquecer a especuladores inmobiliarios.

A lo mejor debemos cambiar el modelo y pensar más en Investigación, Sanidad, Seguridad y protección civil, en sanear de pólipos y trombos de una circulación financiera que esté más orientada a toda la población y no sólo a los grandes consorcios bancarios y empresariales.

En España, siempre ha habido muchas voces que han reclamado el sentido común y el buen sentido, desde Miguel de Unamuno a María Zambrano, pasando por Antonio Machado y Ortega. Pero las teorías aburren y sólo convencen a unos pocos mientras aburren a la mayoría. Así que no les hicimos caso, eran mera referencia estética de unos cuantos. Para muchos eran unos tristes, unos cenizos, unos aguafiestas.

Pero no se alarmen, no es comunismo lo que se predica. Sólo una cierta dieta de adelgazamiento, de salud, de buen sentido. Reducir, si no abolir, el jolgorio como forma de vida, el hedonismo como meta social, el tumulto como forma de viajar. Quizás hay que revisar qué estábamos haciendo porque nos hemos topado con lo que no queríamos ver pero era previsible que sucediese, como Bill Gates ya había advertido hace poco.

Recuperar la ética del trabajo bien hecho, esa que están demostrando los sanitarios, los servidores de las Fuerzas de Seguridad del Estado, bomberos, protección civil y tantas personas que están ayudando, que no tiene el lucro como único objetivo. Recuperar un sentido de la sobriedad y de la austeridad (aunque esa palabra haya sido utilizada para oprimir a los más desfavorecidos en la crisis de 2008).

La socialdemocracia y el mero liberalismo económico no están a la altura de los desafíos; en el fondo quieren lo mismo, el individualismo, el consumismo y el lucro como únicos ejes del desarrollo.

Es esta una lección –las lecciones se dictan pero no necesariamente se aprenden, como sabemos- que podría servirnos también para encarar ese cambio climático ante el que arrastran los pies los gobiernos, todas esas crisis que sospechamos pero que tardamos en enfrentar, de tener en cuenta como acontecimientos que pueden suceder, que no son entelequias de cuatro chalados ecologistas.

Salir de nuestro solipsismo, del egoísmo como modelo de vida y de economía. La libertad y la democracia, en su sentido primordial, deben ser más respetadas; los políticos profesionales deben pensar más en los que representan y no en sus jugarretas y regateos mediáticos; y el Estado debe garantizar la salud de toda la población, las vidas humanas, la solidaridad e igualdad, lo que no se hace privatizando la sanidad.

En fin, vayan estas reflexiones desde el confinamiento y la meditación. Podemos cambiar un poco de forma de pensar y de vivir. Aunque presumo que no lo haremos pasados estos meses.

Contra las elecciones, la propuesta de Van Reybrouck.

El experimento de la ciudad belga de Eupen ha  puesto en práctica las ideas de David Van Reybrouck (Brujas, 1971). Van Reybrouck, especialista en historia cultural, en su obra Contra las elecciones analiza los defectos palmarios de nuestros sistemas representativos, basados en la elección y por qué están suscitando un rechazo de gran parte de la población. La crítica cada vez más virulenta de los Parlamentos, de los diputados, de los partidos tradicionales, la vemos en muchos países y no sólo en España. Aquí, la propagación como mancha de aceite de la corrupción, que se ha dado sobre todo en las Comunidades Autónomas y en los ayuntamientos, ha apartado aún más a los ciudadanos de quienes deberían representarles y defenderles.

Se denigra indiscriminadamente a los políticos por los populistas y los antidemócratas. Así, en Cataluña donde violar la Constitución española, atacar los Tribunales, las leyes, es el discurso habitual de la Generalitat. Igual que los fenómenos de Orban y Salvini. Los escoceses son diferentes –no han cruzado esa línea roja- y en su continencia se nota su tradición filosófica y política que viene desde su eximia Ilustración escocesa de los siglos XVII y XVIII.

Las redes sociales, propensas al insulto y la descalificación, no son menos inanes y los chistes, críticas infundadas y falsedades sobre los políticos son muletillas habituales de los ‘graciosos’ oficiales, ya aburridas por reiterativas. Como dice Van Reybrouck, “se ha instaurado una atmósfera de denigración permanente” de los Parlamentos y casi del propio sistema democrático.

¿Qué está fallando?.-

El sistema político democrático actual, es insuficiente e imperfecto, centrado en los partidos y basado en las elecciones, como lo demuestran los acontecimientos que sacuden todas las democracias occidentales, las que disponen de una Constitución y de un Parlamento. La crisis económica y financiera ha exacerbado esa alienación de la sociedad respecto a sus representantes parlamentarios. Las medidas tecnocráticas de las instituciones supranacionales, entre ellas de la Comisión Europea, no hicieron sino agravar esa distancia y crear más resentimiento.

Van Reybrouck apunta tres tipos de diagnósticos, con sus respectivas propuestas, sobre esta crisis del sistema representativo: el populista, el técnico o tecnócrata y el activista demócrata. El populista considera que la culpa es de los políticos profesionales. Los partidarios de la tecnocracia proponen sustituir los políticos por técnicos, prefiriendo la eficacia a la representatividad; de hecho, ya hay muchas decisiones soberanas que dependen más de los técnicos que de los parlamentos, como se ve con las entidades supranacionales como el FMI o el Banco Central  Europeo. Los partidarios de la democracia directa achacan todo al parlamentarismo, como hicieron los del 15-M o los de Occupy Wall Street, con su “no nos representan”, pero no han pasado de la manifestación en sí.

El diagnóstico de nuestro autor es que es un problema del sistema electoral, de ese “fundamentalismo electoral”, un artículo de fe que nadie quiere revisar y que está produciendo una “fatiga democrática” que se extiende por todas las sociedades, con tasas de abstención altas y desinterés creciente. Esta especie de fundamentalismo, dice, ha llevado a querer implantar en muchos países de Africa y de Asia este sistema electoral, “una especie de kit Ikea de la democracia”, mientras se relegan formas y estructuras de decisión y mediación ancestrales que eran bastante útiles y eficaces y tenían la legitimidad de las poblaciones.

La eterna cantinela sobre la falta de líderes (¿por qué no usar el tan castellano adalid?) es una falsa ruta, un debate errado. No necesitamos carisma, sino identificarnos con políticas y no con “programas envasados” con fecha de caducidad incluso, según las modas (ahora todos tienen que incluir el ingrediente ambiental, por ejemplo, de manera meramente retórica). Necesitamos empatía, conocerlos directamente, poder hablar con los diputados, concejales y alcaldes, hoy por hoy alejados del mundanal ruido, altivos, distantes, inabordables. No deja de ser curioso que los movimientos sociales recientes sea en Hong Kong, Chile, Barcelona, o en París (gilets jaunes), no tengan adalides conocidos, visibles –el famoso ‘interlocutor válido’- sino que se sirvan sobre todo de aplicaciones de internet.

El fenómeno es general y se habla de una sociedad post-democrática (Van Reybrouck cita a Colin Crouch), en la que la brecha, la separación entre Estado e individuo se ha hecho mucho más ancha. Ello es debido a la creciente debilidad e incluso a la extinción de la sociedad civil como protagonista cotidiana de la vida social, ciudadana, agraria que, según nuestro autor, está produciendo una deriva oligárquica de los grandes partidos por haber consagrado el voto como única y exclusiva herramienta de la democracia, un “Santo Grial de la Democracia”.

Para él, las elecciones por sí solas, como sistema de representación son una herramienta superada, como el globo montgolfier o la diligencia, son necesarias, pero no suficientes, “son el combustible fósil de la política: antes, estimulaban la democracia, pero hoy engendran problemas gigantescos y nuevos (…) hay que desengancharse de las elecciones como único sistema de preservar y consolidar la democracia”.

Posibles soluciones.-

Van Reybrouck propone otra cosa. Resumiendo la historia antigua y medieval, recuerda que ha habido otros sistemas de representación no electorales: los puestos representativos eran sorteados en la Atenas de Pericles con el Consejo de los Quinientos, como después en algunas ciudades-Estado italianas e incluso en el antiguo reino de Aragón, con la insaculación. Cita a Tocqueville, quien se quejaba de que el sistema francés “democrático” no garantizase una real participación del pueblo, a pesar de poner el acento en la soberanía popular, e hizo “una de las primeras críticas fundadas a la democracia representativa”.

Recuerda que el sistema electoral “no fue concebido inicialmente como un instrumento democrático, sino como un procedimiento que permitía llevar al poder a una nueva aristocracia no hereditaria” (porque se combinaba con el sistema censitario; por ejemplo, en Francia sólo uno de cada 160 ciudadanos tenía derecho al voto). Todos estos sistemas electorales eran para el pueblo, pero no del pueblo.

Van Reybrouk analiza las modernas soluciones participativas que se inspiran en las tesis de John Rawls y Jürgen Habermas sobre la necesidad de mayor participación ciudadana a fin de legitimar mejor la democracia. Se trata de la “democracia deliberante”, como son las experiencias en algunos Estados norteamericanos gracias al impulso de James Fishkin en 1996. Ciudadanos escogidos al azar debatieron los principales asuntos en pequeños grupos y en medianas y grandes asambleas. Estos nuevos sistemas de participación se han instituido en Alemania, con las ‘células de planificación’, en Dinamarca, con los ‘consejos tecnológicos’ o en Francia con el Conseil National de Débat Public, por ejemplo, aunque hay muchos modelos por el mundo, incluso en China. Normalmente, estos consejos tratan de asuntos ambientales y de infraestructuras. En estos modelos, se tiene cuidado en elegir al azar las personas, teniendo en cuanta su origen social, geográfico, el sexo y la edad, entre otros factores.

El autor examina los diversos modelos de consulta, aunque critica el uso del referéndum que, dice, no tiene nada que ver con la democracia deliberante, pues aunque están cercanos, en el referendum se pide a los ciudadanos que voten sobre un tema sobre el que no están perfectamente informados. Así, menciona los referéndums sobre la Constitución europea en Holanda y Francia, o los de Escocia y Cataluña. En el referéndum se vota sobre todo con la emoción, de manera sobre todo reactiva, no bien deliberada. Suelen ser divisivos y no es casual que Franco lo haya utilizado reiteradamente.

Se necesita una profunda reforma electoral y, por tanto, constitucional, pero los partidos se aferran a los viejos sistemas. Tanto en España como en Portugal, por ejemplo, han fracasado todos los intentos de reforma. Los partidos siguen prefiriendo nutrir sus listas electorales acudiendo a su vivero interno (exactamente: un invernadero, aislado de la atmósfera, del campo abierto), en el seno de sus militantes (palabra que habría que desterrar del lenguaje político), sin dar cabida a nadie de fuera del aparato.

Las listas bloqueadas agravan el problema, debiendo el elector por votar por el ‘paquete’, un auténtico forfait como en esos viajes turísticos ‘todo incluído’. Es todo lo contrario de esa democracia participativa que preconizan Van Reybrouck y muchos otros pensadores  y politólogos.

Propuesta.-

La democracia deliberante no sustituye sino que complementa a la representativa, habiendo incluso propuestas de mezclar la composición de los Senados (senadores elegidos y otros escogidos por sorteo) o de crear una tercera cámara. El problema es aunar la legitimidad con la eficacia en la toma de decisiones pero en todo caso el sistema de incluir ciudadanos al azar (parecido a los jurados) sería una excelente escuela de democracia y responsabilidad cívica. Sirve desde para preparar y aprobar una determinada ley hasta para mejorar y profundizar las deliberaciones en decisiones importantes, como el aborto, el medio ambiente, Unión Europea, autonomías, etc. Naturalmente, los ciudadanos elegidos al azar disponen de apoyo técnico para tomar sus decisiones, como los diputados.

En conclusión, Van Reybrock propugna un sistema bi-representativo, sopesa los argumentos en contra –muchos de los cuales son muy parecidos a los que en el siglo XIX servían para defender el voto censitario-. La crisis en muchas democracias europeas se debe precisamente a ese sentimiento de exclusión y alienación que tienen los ciudadanos frente a los políticos profesionales, a los partidos convertidos en meras máquinas electorales y de marketing.

A modo de reflexión crítica.

La propuesta de Van  Reybrouck tiene, a mi modo de ver, algunos puntos débiles:

  • No desmonta ni merma el poder de las instituciones tecnocráticas, supranacionales (FMI, Banco Mundial, BCE, etc), que siguen sin tener un contrapeso parlamentario o representativo efectivo.
  • Los comités o consejos de consulta son creados, evidentemente, por el propio Estado, es decir dependenden de su buena voluntad y de que acepte sus propuestas.
  • La sociedad civil no revive por el sistema de sorteo, aunque pueda influir algo. Así, ni asociaciones de vecinos, ni sindicatos cobran más relevancia en las decisiones.
  • La propuesta de sorteo es como una especie de “cuidado paliativo” de la democracia periclitante y, en cierto modo, una especie de refuerzo de su legitimidad sin poner en duda la alienación de los partidos respecto a la sociedad y los ciudadanos, manteniendo una cierta ilusión de que la democracia pequeño burguesa puede seguir existiendo tal como es, con cambios cosméticos.
  • Fragmentación y localización de las decisiones en función de territorios, grupos de poder e influencia.
  • Digamos que sería una reforma necesaria, pero no suficiente. También me temo que ni alcaldes ni diputados, y menos los Consejeros de Comunidades Autónomas tendrán simpatía alguna por una herramienta que les restará protagonismo, es decir, que les quitará el monopolio.
  • Falta quizá poner el acento en la necesidad de transparencia en las administraciones, a través, por ejemplo, de Auditorías sociales (Marta Harnecker), para impedir la corrupción. Para estas auditorías el sorteo podría ser una buena solución.

En cualquier caso, deben ser los demócratas quienes tomen la iniciativa del cambio, no los populistas ni los nacionalistas que lo que quieren es destruir todas las herramientas de la democracia, “tirando el agua sucia con el niño dentro” y menospreciando completamente el sistema bajo el pretexto de defender al ‘pueblo’ (nótese que cuanto más se habla de pueblo, más se le suele despreciar).

Con un excelente estilo, muy bien escrito, este libro es una reflexión necesaria que desearíamos que los políticos leyesen, si tuvieran tiempo en su afanosa vida, y sus campañas a base de slogans les dejasen tiempo.

Contre les élections, Ed. Actes Sud, 2014. Traducción española: Contra las elecciones, Taurus, 2017.

[Van Reybrouck ha escrito numerosos libros y artículos, particularmente un extraordinario libro sobre el Congo y otro sobre el científico surafricano Eugène Marais, a quien se sospecha plagió profusamente el escritor belga Maurice Maeterlinck, De plaag, Le fléau, La plaga.]

Banales dicterios contra los políticos

Parece un nuevo deporte: denigrar a los políticos. En España no es nuevo, ya lo decía don Antonio Machado, “bosteza de política banales dicterios al gobierno reaccionario…”: charlas de café, de barra de bar, inútiles para resolver nada, para aportar soluciones, pero excelentes para debilitar la democracia. Se apoyan en el desafecto claro hacia políticos que se han aprovechado el poder para beneficiar sus personas y amiguetes o que han sido notoriamente ineficientes, meros floreros del consejo de ministros. Y así hacen la amalgama.

Esto viene de antiguo. Ortega y Gasset, en Ideas sobre Pío Baroja, ya en 1916 decía que “los credos políticos son aceptados por el hombre medio, no en virtud de un análisis y examen directo de su contenido, sino merced a que se convierten en frases hechas.”

Una pintada en Lisboa que denota ese facilón y simplista desprecio a todos los políticos

Y el mismo Pío Baroja, tan hispano, se hacía eco de este sentimiento en sus Paseos de un solitario, “A mí me parece muy lógico que no guste la política –replica el médico Fournier- porque hay en ella demasiado lugar común (…) ya no hay los que leen con avidez los discursos parlamentarios y nadie cree que va a salir de ellos una solución o un cambio. Hoy la mayoría están desencantados de todo”.

“Los políticos son incompetentes”, “no están a la altura”, “están sobrepasados por los acontecimientos”, etc, muletillas y latiguillos en las redes sociales de muchos españoles. El fruto del denuesto generalizado son el menosprecio de la política, que fomenta los populismos de ambos extremos, el aventurerismo y, mucho más grave, la deslegitimación del parlamentarismo y la democracia.

El discurso sobre la decadencia e inepcia de los políticos está en nuestro código genético y ahora lo explotan Vox, la CUP, Rufián y Otegi, algunos de los cuales, si no hubiera democracia y Estado de Derecho y lo que llaman despectivamente “el régimen del 78”, estarían probablemente tras los barrotes.

Y en el resto de Europa, este mismo tipo de mensajes está haciendo el juego a los Trump y sus comparsas, a Bannon con su monasterio de Anagni, al evangélico Pompeo, a Le Pen, Orban, Salvini, Vox, Farage, y a un largo etcétera.

En este sentido, el Brexit, el secesionismo catalán y los ‘gilets jaunes’ forman parte del mismo síntoma, esa huída hacia atrás, hacia el soberanismo, el miedo al futuro. Criticar a las personas, personalizar en el insulto y la denigración es un nublado que oculta el problema de fondo, es decir, las disfunciones del sistema político y los abusos del capitalismo salvaje. Pero la solución no es tirar por la borda la democracia.

Ya se ha dicho que la extrema derecha hace a veces algunas preguntas interesantes, pero que las respuestas son siempre erradas. La desigualdad y las peores consecuencias de la crisis financiera de 2008, la inmigración no integrada (ni por activa ni por pasiva), el miedo a la delincuencia y al desorden, todo eso moviliza mucho y la izquierda no debe ignorarlo, como suele hacer con demasiada frecuencia (muchos de izquierda vivimos en zonas sin riesgo, en barrios burgueses, nos creemos por encima del bien y del mal, no tocamos la realidad).

Bajo una apariencia de insurgentes, de libertarios –los apolíticos o antipolíticos de toda la vida- se esconde la más siniestra reacción contra las libertades garantizadas por los Estados de Derecho y por la Unión Europea.

Ante las próximas elecciones europeas este machacar a los políticos se extiende por toda Europa. Lo que puede llevar a que Le Pen sobrepase a Macron, a que  Orban, antieuropeo y antidemócrata, como Salvini, refuercen su posición. A que Farage, un gritón de pub, gane más apoyos. Todo eso no irá contra los políticos ‘tradicionales’, a quienes quizás les darán una patada, sino contra las libertades, que serán mutiladas.

Que Jean-Claude Juncker haya sido probablemente el peor presidente de la Comisión no hace buenos a los antieuropeos. Ni la inutilidad de David Cameron o de Theresa May hacen bueno a Nigel Farage. Recomiendo para ver con otra perspectiva más racional cuáles son los retos de las próximas elecciones la lectura del Informe 2019 de la Fundación Alternativas, El estado de la Unión Europea, El parlamento europeo antes unas elecciones transcendentales https://www.fundacionalternativas.org/

Si ganan los populistas, Trump se regocijará pues cree que todo lo que perjudique y debilite a la Unión Europea le beneficia, lo que es, una vez más, un inmenso error. Sin una Unión Europea estable, coherente –no en manos de un personaje como Juncker, en eso estamos de acuerdo, porque ha sido un gravamen y no un valor- el mundo puede ser mucho más inflamable, como se ve ahora en el Golfo pérsico o con las veleidades militaristas norteamericanas para resolver el grave problema de Venezuela.

Necesitamos una Europa en la que los principios de la democracia y del internacionalismo tengan una clara supremacía. Si no, con tanto denigrar a los políticos, llevaremos el agua al molino de los Orban y Trump. Y las consecuencias no serán simplemente estéticas, sino de riesgo bélico.

La estética de la resistencia, de Peter Weiss.

Peter Weiss (1916-1982), dramaturgo y escritor alemán, exiliado en Suecia, judío, nos ha dejado, entre decenas de obras de teatro de las que muchos recordarán Marat-Sade– algunos libros sobre su vida y su época.images-2

La estética de la resistencia aborda tres grandes temas,

  1. La ascensión del nazismo y la resistencia alemana contra él.
  2. La progresiva burocratización del comunismo y la represión estalinista.
  3. La tragedia de los refugiados, brigadistas, exilados, apátridas, deportados.

y se despliega en tres escenarios que se entrelazan en los tres libros o partes de la obra:

  • la lucha antifascista (Brigadas Internacionales, actividad del Partido Comunista alemán y resistencia antinazi en Alemania, incluida la Orquesta Roja),
  • la historia antigua y contemporánea descrita a través de obras de arte, como los frisos de Pergamon, cuadros y libros, la colonización, la lucha histórica de los proletarios hasta donde alcanza la memoria, además de referencias concretas a los sucesivos pactos que dan oxígeno a Hitler, el Pacto de No Intervención, el Acuerdo de Munich, el Pacto Germano Soviético, etc., y
  • su trance vital, personal, la persecución, deportación y exilio de sus padres, la muerte de su madre, la vida de los refugiados en Suecia, los apátridas de toda procedencia, las dudas, la decepción y la desorientación ante los acontecimientos.

Es un libro que interesará sobre todo a quien quiera saber de primera mano qué es lo que sucedió con la hecatombe nazi y la práctica desaparición del comunismo alemán en los años treinta del pasado siglo. Conocer la gran crisis personal y colectiva de tantos comunistas de todo el mundo debida a los procesos estalinistas de Moscú de 1937 y al Pacto Germano Soviético (que conlleva la devolución de comunistas alemanes refugiados en la URSS a los nazis, pág. 794), o la guerra fino soviética. Las vicisitudes de tantos resistentes, como la del comunista alemán Münzenberg, asesinado en la Francia ocupada no se sabe si por sus propios camaradas, etc.

Hay una desolación, pesadumbre en toda la obra, entre el olvido y la memoria, esa sensación de perderlo todo, desde la nacionalidad, hasta los ideales. Pero no hay pesimismo o inacción ya que, a pesar de que “se hablaba mucho de la desaparición de la perseverancia” que Weiss, opone una resistencia ética y estética.

Por la obra, una especie de coro a múltiples voces, con algo de técnica teatral, circulan personajes como Max Hodann, el médico alemán que fue siempre su mentor, Rosalinde Ossietzky, la hija del pacifista que muere de tuberculosis en un campo de internamiento alemán, Charlotte Bischoff, la comunista alemana que al final Suecia no devuelve a los nazis (devolvió a muchos) pero que vuelve a la Alemania nazi clandestinamente para continuar la lucha con la Orquesta Roja, Rote Kapelle, con Hans Coppi (“nuestro Rimbaud”), Schulze-Boysse, Harnack, y muchos otros, (ella había sido apedreada por los obreros suecos tras el Pacto Germano-Soviético). Evoca a la poeta sueca, comunista, Karin Boye, que se suicidará. Nos quita la venda sobre esa presunta neutralidad sueca (marcaban los papeles de los judíos alemanes con una ‘J’, por ejemplo), con sus pingües negocios de acero con el Reich, con su mirar para otro lado, con la antipatía generalizada hacia los refugiados comunistas y judíos, que empieza a cambiar un poco tras el desembarco aliado en 1944. Hasta pudo ver a Antonov Ossenko, a quien recogió en el Grand Hotel de Albacete, “un automóvil, señal de que junto al embajador Rosenberg les habían ordenado el regreso a Moscú” (ya sabemos para qué).

“Nosotros, los rezagados, dejamos de preguntar por los que habían sido fusilados en los sótanos” (pág. 347), dice, cuando en plena guerra española “el mundo ha aceptado la anexión de Austria a Alemania sin protesta alguna”, y simultáneamente en Moscú Vichinsky hace condenar a la muerte a los revolucionarios rusos.

Arte y política.-

Tal como empieza describiendo los frisos del museo berlinés de Pergamon, la obra es un bajorrelieve de lo que fue la primera mitad del siglo XX

y también una defensa de la herencia cultural, sin la cual no hay revolución válida. Se expresa el deseo de seguir hacia delante, sin lamentarse demasiado sobre el pasado y definiendo el heroísmo (ese que aparece en el Pergamon), como la sencilla tarea de hacer lo necesario por las ideas.

Weiss indaga en la dialéctica entre arte y política. Al describir los cuadros pretende confirmar la interacción entre poetas, literatos y artistas que siempre ha producido resultados revolucionarios. Sus análisis de obras de arte –Weiss era también pintor y dibujante- en su contexto histórico, como La Balsa de la Medusa de Géricault le sirve para mencionar la expedición colonial francesa al Senegal, La Loca Meg o Dulle Gret, de Brueghel, para la lucha de las mujeres, Delacroix, para la revolución. El Guernica, Goya, Wenzel Hablik –el monumento al trabajo y al trabajador-, Koehler, Van Gogh, la Melancolía de Durero, símbolo para él de la época. Su técnica es brechtiana, es decir, va señalando, mostrando, los detalles de las pinturas, un poco como hacían los juglares o los romances de ciego, en ese indicar, zeigen, explicando su contenido, los paralelismos. Es un puro análisis de materialismo dialéctico, accesible, claro, incluso erudito.

La crítica estética es muy importante porque Weiss desmonta la posibilidad de que el arte sea utilizado por el poder, como pretendió el nazismo, donde el arte “no era un auxiliar de la política”, sino que se convertía en “la pieza maestra del programa nazi”. Peter Weiss deconstruye, por así decirlo, las obras de escritores y artistas, para demostrar que el verdadero arte, la verdadera literatura son, efectivamente, una estética de la resistencia.

El segundo capítulo del Segundo Libro, más de cien páginas, está en gran parte dedicado a su gran maestro, Bertolt Brecht, que trabaja entonces, en Estocolmo, en Madre Coraje, ambientada en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que siempre fue un símbolo histórico de la destrucción de Germania por las luchas civiles, religiosas y las invasiones de las potencias extranjeras, principalmente Suecia y Francia. Bertolt Brecht, del que encomia su libertad intelectual y que opera “transfiriendo nuestra pesadumbre actual a la confrontación con las circunstancias de entonces”.

Mientras, Weiss se adentra en la historia de la rebelión de mineros sueca del siglo XIV protagonizada por Engelbrekt, que fue otro de los proyectos de Brecht, no concluido. Esto le sirve para trazar el paralelo entre la situación histórica de Suecia y su ambigüedad frente al nazismo. Como él decía, cuando se ocupaba de temas históricos era para relacionarlo con la actualidad.

También son importantes sus comentarios literarios, principalmente sobre Kafka, Céline, Canetti, Esquilo, Maiakovski, Holderlin, Ehrenburg, Lorca, incluso sobre el menospreciado –erróneamente, según Weiss- Eugène Sue, con sus Misterios de París, ese viejo París que desapareció y que él intenta redescubrir en el Museo Carnavalet (por cierto, Pío Baroja, en sus memorias, habla mucho de esas viejas calles, antes de construir los grandes bulevares, como el de St. Germain).

Los lugares.-

Evoca ciudades como Madrid y El Pardo, por boca del capitán comunista Ignacio Gallego (que era de Siles, provincia de Jaén), a quien conoció personalmente, quien le cuenta su salida de España, su internamiento en Orán y en la meseta desértica argelina, maltratado por los franceses hasta su liberación para poder exilarse en la Unión Soviética. Describe el sombrío París donde llegan –mal vistos, “licenciados de la República española, en proceso de descomposición y habiendo llegado al atardecer …”, – los brigadistas que salen de España. El recuerdo de Valencia, con sus edificios, sus tiendas y plazas, el Tribunal de las Aguas que sigue funcionando durante la guerra. La Barcelona de Gaudí. El castillo de Denia, con el paisaje que se tendía a sus pies hasta el mar (hoy ya no es más que un siniestro conglomerado de arrabales turisticos y urbanizaciones), le da pie para una sabia digresión sobre el significado del helenismo y sobre Heracles (Hércules). Incluso, volviendo a Brecht, alude a Los fusiles de la señora Carrar (1937), inspirada en nuestra guerra civil.

A los españoles nos interesará doblemente porque cuenta con detalle de su experiencia muy personal en las Brigadas Internacionales (“aquí, en el paisaje de don Quijote”), en las que estuvo en Albacete, en La Cueva de la Potita, y en Denia, en el hospital instalado en el chalet ‘Villa Cándida’. Había entrado a pie por La Junquera, pasando por Calella, Barcelona, Vinaroz, en vagones de tren de madera hasta Valencia (“donde el barroco se ve hasta en las balaustradas”). Describe los momentos de esperanza de las batallas de Teruel y del Ebro, la partición de la España republicana tras la toma de Vinaroz por los franquistas en abril de 1938, “mientras la cúpula militar se peleaba” (pág 354). Se detiene largamente en las luchas entre comunistas, anarquistas y trostkistas. Sus afirmaciones, corroboradas desgraciadamente por los resultados, resultan esclarecedoras: “Todo el capital se une en torno a un único, irrefutable argumento de tanques, artillería y escuadrillas aéreas, pero aquellos que defienden la República, están desunidos…”

La vida cotidiana en La Cueva de la Potita, establecimiento sanitario en las afueras de Albacete, con los problemas humanos que no dejan de surgir, los egoísmos, la represión sexual de los soldados, la diferencia entre el brigadista de origen burgués y el de origen obrero pero todos unidos en la solidaridad con España (a la que llama ‘nuestro país’). Evoca la energía combatiente, militar, de los brigadistas que dejan sus vidas, en contraste con las intrigas de los políticos tanto en España como en Europa, “las intrigas de los poderosos habían acabado con el resto de voluntad que quería rebelarse”.

La reflexión sobre la lucha. El precio.-

Weiss aborda esos conceptos a menudo demasiado manoseados y mal usados, como heroísmo, libertad, clase social, idealismo, deber militar. En este sentido, La estética de la resistencia es también un auténtico ensayo filosófico.

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Peter Weiss en Suecia, 1941, foto de Curt Turpte

En lo familiar y más cercano, los sufrimientos de sus padres en la primera parte del Libro Tercero, deportados, salvados casualmente del exterminio porque el padre poseía la Cruz de Hierro por la I Guerra Mundial, es sobrecogedora. La enfermedad mental y muerte de la madre ya en Suecia es un auténtico kadish que me recuerda al de Allen Ginsberg a la suya, Naomi, también enferma mental –obsesionada con una manía persecutoria de los nazis- y también comunista.

La parte final está dedicada a sus reflexiones sobre el exilio y la resistencia, sobre todo del médico Hodann, y a los resistentes alemanes torturados y ejecutados por los nazis en la prisión de Plötzensee, Berlín, con sus últimos momentos, la pánfila intervención del pastor Poelchau y el estólido funcionario de los cadalsos Schwarz, o el cumplidor y metódico verdugo Röttger que» le gustaba hablar de una misión que equiparaba a las tareas del clérigo”.

Libertad de pensamiento. La verdad incómoda.-

La obra es un canto a la libertad de pensamiento, por la libertad del hombre. Contra el fascismo pero también contra las jerarquías burocráticas de los partidos comunistas y su falta de visión, en particular la del KPD, que era inicialmente, nos dice Weiss, una institución al servicio de la razón.

Explica cómo la jerarquía soviética fomenta la división de la clase obrera, lo que facilitó el ascenso de los nazis, “las degeneraciones en el Estado surgido de la Revolución de Octubre habían sumido en la parálisis y el anquilosamiento no sólo al país sino a la totalidad del movimiento obrero”. Pero hay que tener en cuenta que el KPD tenía muy reciente la memoria de cómo el socialdemócrata Noske había ahogado en sangre la revolución spartakista de 1919.

“Nosotros no somos reconocibles como individuos, sólo existíamos dentro del movimiento de los trabajadores, y cuando éste se desintegró con sus discordias, se dejó ver toda nuestra debilidad (…) Por habernos convertido en alguien sin rostro, irrelevante, porque ya no podemos construir ningún Estado con lo que un día fue nuestro orgullo, no he hablado de nosotros en primera persona, sino de quienes tienen nombre”.

El libro concluye con la esperanza de que Alemania pueda resurgir, “la cultura tendría que ser devuelta a Alemania después de un largo periodo de deshonra”. Pero ya está el Acuerdo de Yalta en marcha, que coincide con la escisión total de la izquierda, entre comunistas y socialistas (salva entre otros a Willy Brandt, “que durante más tiempo se había aferrado a la idea de un Partido Socialista unitario”).

“Precisamente este país que había conducido a la muerte a millones de personas, necesitaba ahora a quienes eran capaces de dudar, de quienes no querían someterse más al mundo de sus padres, a los preceptos de los patriarcas” (como Max Hodann, el médico y brigadista, que tras la guerra morirá en la calle, en el suelo, en Suecia, ignorado por alemanes y suecos, que no le reconocieron su titulación, siendo como era discípulo de Freud, “tuvo que aceptar que que se le calificara de renegado, por no decir de traidor”)

Weiss.-

Peter Weiss forma parte para mí de lo que se ha dado en llamar el ‘Genio alemán’ (Peter Watson, HarperCollins, 2011) una contribución esencial a la memoria alemana. No es casual, dado su marxismo, su posición crítica e incómoda, para los bienpensantes de ambos lados que su obra haya sido poco estudiada en comparación con la atención prestada a Heinrich Böll, Günter Grass o Hans Magnus Enzersberger. No sé si este libro se lee mucho en Alemania, pero casi debería ser de lectura obligada en las escuelas porque eleva el nivel moral recordando que no toda Alemania fue nazi (aunque ya se sabe que los alumnos suelen cogerle tirria a las lecturas obligatorias).

Es un libro largo, denso, muy bien escrito, en grandes bloques, y a menudo con párrafos largos. En los escenarios se intercalan, se superponen, a veces interfiriendo deliberadamente en la narrativa, con recuerdos, evocaciones, reflexiones. Su complejidad se corresponde perfectamente con los acontecimientos. La forma narrativa acompaña lo narrado perfectamente. No es, evidentemente, un libro fácil ni es una novela ¿pero hay alguna gran obra que sea fácil? ¿Es fácil el Quijote, en toda su profundidad, son fáciles Guerra y Paz, Vida y destino, Conversación en La Catedral o Rayuela?

La edición (Editorial Hiru, Colección Las otras voces, Hondarribia, 2013, 1085 páginas) está bien cuidada, es íntegra, y es de agradecer que los editores hayan invertido en esta obra esencial para comprender el siglo XX, aunque a veces surjan algunas dudas sobre la traducción de la tercera parte, (Mercado de los Gendarmes, por Gendarmerplatz, por ejemplo, cabellera ‘frondosa’, “confidente de”, por “confiando en” -1056-, etc.). Sería deseable para este gran ensayo histórico y político, un índice analítico de personas, todas reales, obras y lugares citados, dada la riqueza y enjundia de esas páginas. Importante es la obra sobre Peter Weiss, coordinada por César de Vicente Hernando, también editada por Hiru (Peter Weiss: una estética de la resistencia, 1996).

Complementaria de este libro es La indagación, Oratorio en once cantos (Grijalbo, Barcelona, 1965), obra dramática que resume el juicio de Auschwitz que tuvo lugar en Frankfurt, incidiendo en lo que Hannah Arendt llamó ‘la banalidad del mal’. La concisión del lenguaje, su sequedad forense, hacen aún más horrible, si cabe, lo relatado. No deja de ser curioso que Weiss, uno de los primeros, si no el primero, en denunciar el nazismo, luchar contra él, no haya sido tan reconocido como otros. Quizás su actividad política, su beligerancia contra la guerra de Vietnam, lcontra Salazar (El canto del fantoche lusitano), lo relegaron a los ‘malditos’, a los ‘incómodos’.

Nos queda el deseo de que la obra de Weiss, desperdigada y casi olvidada, sea reeditada completamente en español, pues hoy casi sólo se encuentra rebuscando en las librerías de lance.

Se dirá a qué viene reseñar un libro de Weiss a estas alturas. Pues porque es un ejercicio no sólo de memoria, sino de actualidad, sobre el poder, sobre la manipulación y las medias y falsas verdades, sobre los imparables movimientos de odio de masas fanatizadas, sobre la persecución. Y sobre el miedo que es el terreno abonado de los populismos y de la violencia. Los nazis en el fondo, empezaron por el miedo, a los judíos, a las otras potencias que habían acogotado a Alemania en Versalles, al comunismo. Como lo tienen ahora los de Chemnitz, los que apoyan a Bolsonaro, a Le Pen o a Farage. Y el miedo es muy mal consejero.

Vender las ciudades al turismo

Jaime- Axel Ruiz Baudrihaye ||

Las ciudades europeas de más solera se están convirtiendo en parques temáticos. O ya lo son. Los ciudadanos despiertan y empiezan a clamar contra el turismo de masas. Sucede en Venecia, Barcelona y, ahora, en Lisboa. El poder de constructores, hoteleros y hosteleros, ayudados por ayuntamientos sin más idea que el lucro, han hecho que el balance de coste beneficio del turismo empiece a ser negativo.

Las empresas inmobiliarias y las turísticas se han apropiado de las ciudades como meros objetos de consumo, mercancías de las que se desharán cuando dejen de serles rentables. Usufructúan y destruyen su valor, como han destruido las costas españolas para sus negocios y luego se han ido a destruir las marroquíes, las tailandesas o las caribeñas. Los negocios benefician sólo a unos cuantos, mientras matan el alma de las ciudades, su carácter, su personalidad, su original y genuino atractivo. Además, causan un perjuicio a los residentes en su vida cotidiana y en los precios de las viviendas que se disparan por la especulación inmobiliaria y los alquileres turísticos, a menudo en economía sumergida.

Éramos unos ilusos. ¿Pensábamos, que en un régimen capitalista y ultraliberal quedaba algo que no fuera convertible en mercancía? Las ciudades se venden, son una mercancía más, un producto (“productos turísticos”, como se llama a los destinos turísticos en la jerga del marketing de los turoperadores). Y también éramos ilusos pensando que unos ayuntamientos de izquierda frenarían la especulación. Barcelona, Madrid, Lisboa, París, tienen ayuntamientos de izquierda y no lo han hecho.

Hay una gran falta de imaginación y los ayuntamientos recurren a una especie de economía extractiva, sometidos y sumisos a los intereses del capitalismo más depredador. Y se da la paradoja de que se utiliza el monumento, la piedra, lo antiguo, lo permanente, para fomentar lo efímero, el viaje fugaz, inmediato, casi virtual, a base de selfies e instagram. Un simulacro de descubrimiento, apresurado por la urgencia de la escapada de fin de semana, para ver Florencia en cuatro horas, o Lisboa en cinco, el tiempo de escala del inmenso crucero fondeado durante el día en el puerto, que atraca a las diez de la mañana y suelta amarras a las siete de la tarde.

En la Gran Absurdidad o en la Sociedad Absurda, como la llama el pensador portugués António Vieira, “lo Incaracterístico” –en español sería un neologismo, pero muy expresivo- se adueña de todo, (Ensayo sobre el fin de la historia, Trescientos sesenta y cinco aforismos contra Lo Incaracterístico, ediciones Fim de Século, Lisboa, 2009) no queda ningún espacio, territorio, que escape a la uniformización mercantil.

So pretexto de lo pintoresco, todo se trivializa, todo se hace idéntico. La cultura o el turismo llamado cultural se convierten en un simulacro donde da igual ver la obra original que una copia. El viaje se hace virtual y se ven obras de arte “porque hay que verlas”, porque están incluidas en el paquete turístico. Pero a la mayoría les daría igual ver las copias, nadie se daría cuenta. Como en ese pequeño museo de Elne, en el sureste de Francia, donde han descubierto que más de la mitad de las obras son falsas.

El turismo incaracterístico dicta sus tiempos para rentabilizar la mercancía, cuanto más rápidamente visitada, más rentable para el siguiente turno, para la siguiente tanda. Es como la graciosa canción de Brel sobre el burdel militar, Au suivant. El turista es ya un mero número, es una tarjeta de embarque, un código. Es un medio para vender la mercancía. O también es mercancía.

¿Pero dinamiza de verdad la ciudad? Se restauran edificios, es cierto, pero en sus bajos se abren más bares, más restaurantes, más tiendas de las cadenas internacionales. No se construyen viviendas para los necesitados ni se abren más hospitales. Son las migajas de las mesas de los turoperadores, como esas grandes superficies comerciales que se instalan por doquier a cambio de unos pequeños campos deportivos o un parquecillo para justificar la apropiación de suelo municipal.

La ciudad es rentable para unos cuantos, especuladores inmobiliarios, turoperadores, hosteleros y hoteleros. La alianza del turismo con los especuladores inmobiliarias es perfecta, es una nueva ley de bronce del turismo de masas. Además, estos sectores suelen contratar una mano de obra barata, indefensa, además de inmigrante y sumisa.

Se llama globalización, pero es descaracterización. Los turistas acuden porque los precios son más bajos, el alcohol más barato, los horarios de discotecas sin control; en definitiva, los destinos turísticos son cada vez más una commodity intercambiable por la siguiente en salir al mercado, aún más barata, aunque siempre con una pincelada pintoresca para embalar mejor el producto.

El valor del turismo

Martin Wolf, del Financial Times, ha vuelto a poner sobre la mesa la gran pregunta de los economistas clásicos: ¿Quién crea valor? ¿Quién lo extrae? ¿Quién destruye valor? O, ¿quién es mero parasitario del valor existente, creado por otros? Estas  preguntas hay que hacérselas para el turismo. No estaría de más repasar lo que escribieran Marx y Ricardo sobre el valor,

Pero el análisis económico del turismo es muy superficial y se basa, sobre todo, en cifras y estadísticas, muchas de ellas de dudosa fiabilidad pues se hacen por sondeos subcontratados con empresas, no con datos reales (los hoteles suelen ocultar sus cifras reales de ocupación y en la hostelería, la facturación en negro es moneda corriente). Hasta Tamames lo consideró como algo meramente coyuntural cuando es estructural. La creación de valor es más que discutible pues normalmente se degradan los atractivos, y hasta el carácter de los moradores.

Mariana Mazzucato, la economista italo norteamericana, (El Estado emprendedor, 2014) ha demostrado que sólo gracias al Estado se puede conseguir que la economía sea creativa, innovadora. Ir por delante en la innovación, no someterse al mejor postor. Los ayuntamientos deberían hacer lo mismo, no arrodillarse ante los turoperadores, compañías aéreas, inmobiliarias, sino imponer sus condiciones para preservar los valores intangibles de la ciudad y la calidad de vida de sus habitantes. Claro que, como decía hace poco una periodista portuguesa, los turistas no votan y los residentes, sí. Y muchos alcaldes prefieren los turistas –clientes-, a los residentes –ciudadanos-.

La llamada transversalidad del turismo no ha hecho, sin embargo, profundizar los análisis económicos fuera del mundo universitario (pienso en Salvador Antón Clavé, Francesc González Carreras o la mexicana Maribel Osorio García, entre otros). Una actividad económica que afecta a los servicios, a los transportes, a las infraestructuras, al medio ambiente, a las relaciones laborales y a la propia fisonomía de las ciudades y otros destinos turísticos, debería ser enfocada de manera pluridisciplinar. Sin embargo, las administraciones turísticas prefieren fijarse solamente en las  cifras de turistas, nacionales o extranjeros, y en el dinero gastado. La OCDE ha establecido varias metodologías e indicadores más adecuados para medir el impacto, positivo o negativo, del turismo, pero España y los países receptivos –los que reciben turistas masivamente- no los siguen. No les interesa saber la verdad.

Las cuentas sobre el gasto por turista están falseadas desde el momento en que la compra se hace en diferentes países de origen. Un viajero que llega en Easy Jet o Air France, paga el billete en origen, el alojamiento a una empresa a menudo extranjera y, a la postre, el dinero que deja es marginal.

No es nostalgia del viaje elitista del pasado, sino devolver la razón de ser, la esencia, al acto de viajar. Muchos cruceros masivos, muchos  turoperadores lo que venden es  el antiviaje. George Santayana –al que algunos llaman el Unamuno norteamericano- ya advirtió sobre la trivilaidad del viaje, como se refleja en un artículo publicado por la Revista de Occidente:https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.me/20

Y Gregorio Marañón también insistiría en la diferencia entre viajero y turista: https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.me/668

Finalmente, hay una pregunta que hice hace mucho tiempo y que deberían hacerse los ministros, consejeros y concejales de turismo ya que, al fin y al cabo, parece que están para defender los intereses de todos y no sólo de las empresas: ¿Cuántos turistas queremos?: http://estadisticas.tourspain.es/img-iet/Revistas/RET-143-2000-pag111-120-84424.pdf

La alternativa

El enfrentamiento no es entre sí al turismo o no al turismo. Hay más matices. No se trata de expulsar a los turistas sino de no dar facilidades a los que hacen de las ciudades mercancías de saldo, a los que no entienden el principio, claro y evidente en la economía, de saturación del mercado o, dicho en términos turísticos, de sobrepasar la capacidad de carga. Se trata de evitar la explotación descarada y desaprensiva de las ciudades.

Al igual que los museos responsables limitan el aforo, así como un camión no puede llevar más carga que la permitida por su mecánica y por la seguridad, las ciudades no pueden rebajarse ni someterse al mejor postor y ser aplastadas por el turismo masivo. Los ayuntamientos deben huir de la ignorancia y de la extravagancia.

Hay otras alternativas, como mejorar los transportes públicos, cuidar de sus jardines y calles, de sus cloacas, proteger los comercios y oficios que constituyen la personalidad de una ciudad. Se puede favorecer el turismo delicado, el no depredador, las empresas hoteleras y hosteleras de calidad, no de cantidad, se pueden escalonar las tasas turísticas según el impacto ambiental (para el CO 2 y para los residentes), se pueden limitar los gigantescos autobuses turísticos (y en Lisboa, los peligrosos y ubicuos tuk tuks).

Es preciso recordar que el sector turístico es y ha sido siempre –por lo menos en España- uno de los más reaccionarios y reacios a las leyes. Ya tuvo con Fraga su bautismo, liberándolo de muchas trabas urbanísticas y de impuestos. Este sector se ha opuesto, sucesivamente, al pago de los derechos de autor por la música y los vídeos difundidos en los hoteles y restaurantes, a la ley anti tabaco, ha arrastrado los pies –nunca mejor dicho- ante las normas de accesibilidad para minusválidos, ha hecho la guerra al más mínimo atisbo de imponer una tasa turística (algo que existe desde hace decenios en la país más capitalista del mundo, Estados Unidos). En fin, ha sido el sector mimado de la dictadura franquista y todavía quiere seguir disfrutando de sus franquicias laborales, ambientales y fiscales y de su manoseado cebo de que crea empleo (precario).

Las administraciones, que representan el bien común (aunque Nietzsche decía que este término era una contradictio in terminis), son las que deben poner coto y límites a la depredación, a la especulación inmobiliaria y comercial, al agobio del turismo. Por el bien de los residentes y por el bien de un turismo que sea sostenible económicamente y no de usar y tirar cuando haya sido destruido el atractivo originario.