El turismo es un sector estructural de la economía española que debe ser salvado. Como todas las crisis, ésta ha expuesto las debilidades y puntos flacos de nuestro modelo turístico, que es de masas, dependiente del transporte aéreo en un 70%, poco respetuoso con el medio ambiente y vinculado estrechamente a la construcción y al negocio inmobiliario.
La era del turismo de masas ha llegado a su fin. En España, las autoridades administrativas y muchas empresas han venido mirando para otro lado en tres problemas cruciales que venían siendo advertidos por los expertos, por economistas y por muchos empresarios:
- El rendimiento decreciente por turista, que se ha venido supliendo con más cantidad de visitantes.
- El deterioro ambiental y paisajístico.
- La baja fiscalidad (alcohol y tabaco, sobre todo) y poco control y formación de los trabajadores de la hostelería, muchos de ellos sobre explotados. Ambos eran la compensación “invisible” de la pérdida de rentabilidad.
Para una verdadera recuperación, hay que cambiar el modelo para que sea sostenible. Una parte del turismo español no es recuperable, ni económica ni ambientalmente. No se puede volver a la situación anterior sino que habrá que dar un cambio estructural, drástico. No una solución a la Lampedusa, de fingir cambiar todo para que nada cambie. Un fatídico ejemplo de un paso en falso es cómo la industria automovilista americana siguió apostando por los vehículos de alto consumo de gasolina después del crack de 1974, lo que les llevaría a la postre a perder su competitividad frente a las empresas europeas y japonesas, más sensatas.
Salir de una crisis requiere visión y esfuerzo, mientras que se cae en ella casi sin darse cuenta (crack del 29, crisis de 2008, covid-19). Y no es volver a lo anterior, es reinventarse, cambiar (crisis significa cambio en griego, recordemos). Hace falta visión, no parches ni subvenciones.
Los cambios, con visión de futuro y ambición, han de darse en el alojamiento, la restauración y el transporte aéreo, fundamentalmente.
Las empresas y el empleo.-
Los hoteles y restaurantes son el núcleo duro de la industria turística. Nuestros hoteles están entre los mejores del mundo en servicio, instalaciones, limpieza. No son perfectos pero son esenciales y superiores a muchos de otros países competidores.
El sector turístico español emplea al 14% de la población activa declarada (y puede haber un alto porcentaje adicional de no declarados) pero va a tener que reducirse. Curiosamente, hay manifestaciones porque Nissan cierra una planta, pero hay miles de trabajadores de la hostelería que sencillamente han perdido su empleo y no tienen perspectivas de recuperarlo.
Debe terminar el tiempo en que los pequeños hoteles han de vender sus habitaciones a 12€, con dieciocho meses de antelación, a las grandes empresas multinacionales, integradas verticalmente en aerolíneas y turoperadores. La gran plusvalía del turismo español de masas, recordemos, ha sido apropiada por esos grandes conglomerados, principalmente alemanes y británicos. Es un proceso similar a lo que Marx describía de la explotación del trabajador.
El sector de bares y restaurantes está sobredimensionado. Hay un exceso de establecimientos (300.000), y además trabajando con un bajísimo margen de rentabilidad (6%), lo que hace que muchos carezcan de tesorería para aguantar el parón. La organización hostelera española calcula que puede desaparecer un 30% de la capacidad. Ha venido disfrutando de tipos de IVA rebajados -de los más bajos de Europa-, con muchos trabajadores no declarados y poco formados (mano de obra inmigrante), los espacios públicos ocupados (muchísimas terrazas sin control), y poco respeto por el entorno en ruido, limpieza y a veces por la estética.
Casi se podría decir que iremos en algunos casos a un turismo con cita previa. La actitud de la demanda va a cambiar. Menos aglomeraciones, menos viajes, menos locales abarrotados. La capacidad debe disminuir porque no habrá ya demanda masiva, no se volverá a los 80 millones de turistas. Además, pues haber un desplazamiento, una deslocalización del turismo europeo hacia las zonas menos afectadas por el covid-19, sobre todo el centro y el este de Europa, incluídos los Balcanes, Rumanía, Bulgaria y Grecia, lo que ha llamado The Economist, the healthy bubbles, las burbujas sanas.
Transporte aéreo.-
La industria del viaje será ecológica o no será. Las cadenas de distribución y de valor se han roto porque el transporte aéreo dejará de ser barato y masivo. En España, más del 70% de los turistas llegan por vía aérea, y en las islas, prácticamente el cien por cien.
Las compañías aéreas están todas en crisis. Hasta Richard Branson, patrón de Virgin Airlines, que vive en el paraíso fiscal de las Islas Vírgenes, ha pedido ayuda financiera el gobierno británico, cuando tiene una fortuna personal de cuatro mil millones de dólares, sin contar la valoración en Bolsa de su empresa. Lufthansa ha obtenido un subsidio de 9 mil millones de euros. KLM-Air France va a reducir su capacidad en un 20% (entre 6.000 y 10.000 puestos de trabajo) y recibirá ayudas del Estado.
Las subvenciones a las líneas aéreas que los gobiernos están empezando a conceder son una trampa a medio plazo pues, como muy bien ha dicho el controvertido (pero a menudo lúcido) patrón de Ryanair, Michael O’Leary, son injustas, favoritistas, desiguales y favorecen el status quo, atacando además al medio ambiente y amenazando al mercado único europeo pues perjudican la libre competencia.
Muchas compañías aéreas, especialmente las llamadas de bandera o soberanía (Air France, Iberia, TAP -al borde la insolvencia-, Alitalia) que se han estado beneficiando durante décadas de un queroseno con menos impuestos, de tasas aeroportuarias privilegiadas, de subvenciones encubiertas de muchas regiones para fomentar vuelos a aeropuertos perdidos, piden ahora ayuda al Estado, es decir, a los contribuyentes. Easy Jet va a suprimir un 30% de sus efectivos. Norwegian, la tercera compañía aérea de bajo coste sólo puede sobrevivir unos meses. Otras, como Avianca, o posiblemente TAP, puedan entrar en bancarrota o en suspensión de pagos. Muchas ya estaban en números rojos y la pandemia ha sido su puntilla.
Además, antes de regar de subsidios a estas empresas -poco amables con los clientes, a los que transportan en condiciones penosas, a cambio de bajar los precios- también deberemos conocer antes su huella de carbono, que no se divulga -celosamente oculta-. Y, de paso, la de los cruceros y de todas las industrias relacionadas con los viajes y el turismo.
Un Plan de reconversión turística.-
El turismo de masas fue inventado en la España del Plan de Estabilización. Fraga, al que no se le puede negar una gran visión -aunque de desastrosas consecuencias paisajísticas y ecológicas- hizo que España apostase por ser una potencia turística ya que no podía serlo industrial. Hizo derogar las pocas normas de la Ley del Suelo de 1956 para permitir las aberraciones que hoy vemos en las costas españolas. Había que dar de comer a muchos españoles y la emigración al extranjero había llegado a su techo. El turismo fue la palanca del desarrollo, pero el precio ambiental, paisajístico, ha sido altísimo. Su modelo era parecido al extractivo: usufructo sin tasa de las playas, costas, espacios históricos de las ciudades y mano de obra barata. Y apertura total a los capitales extranjeros, olvidando la autarquía.
Ese modelo, prácticamente seguido hasta ahora, ya no sirve y hay que reconvertir el sector. No es imposible. Recordemos y estudiemos cómo se llevó a cabo el Plan de reconversión industrial de 1983-1986 que afectaría a Sagunto, Cádiz y Avilés, principalmente. Un plan de reestructuración o de reconversión incluye medidas positivas y negativas.
El turismo tendrá que decrecer para sobrevivir, menor pero más sólido. En España, reitero, el núcleo duro serán los hoteles, que son los establecimientos más importantes y que necesitan apoyo. Muchos de ellos han contribuido espontáneamente a remediar la situación de crisis con la covid19.
Habrá que ir hacia un cambio de infraestructuras, a un cambio fiscal que incluya y discrimine justamente los distintos tipos de actividades turísticas y deberá incluir la forma de financiación de los municipios (hasta ahora basada demasiado en las licencias de construcción) porque va a haber un cambio en la actitud de los clientes, en una demanda que va a condicionar la oferta.
Con un plan director nacional, y no diecisiete, deberán ser los ayuntamientos y las Comunidades Autónomas quienes piloten este cambio.
Habrá que habilitar créditos condicionados a la limitación del crecimiento, el medio ambiente y el entorno urbano tradicional, así como a la calidad del empleo, lo que exige un plan de formación profesional obligatorio. Obligar a dar de alta y legalizar a todos los trabajadores del sector turístico. Así se haría aflorar toda la economía sumergida de la hostelería.
En el capítulo de limitaciones, habrá que limitar el crecimiento, reconvertir establecimientos en otro tipo de negocio, sean viviendas, residencias. Hay que reducir la capacidad, esponjar zonas muy densas (y estéticamente feas), demoler edificios que son ecomonstruos, auténticos engendros construidos gracias a la desidia, a la codicia, al mal gusto o a la corrupción, o a todo a la vez. No facilitar más licencias de construcción que supongan corta de árboles, destrucción del paisaje, utilización de zonas costeras y nuevas construcciones.
El airbnb no debería sobrepasar el 1% de la capacidad de los inmuebles y deben prohibirse los desahucios de moradores para instalar este tipo de hoteles encubiertos, que en realidad son manejados por grandes empresas tras la pantalla de propietarios de pisos.
El Plan de reconversión deberá, pues, incluir muchas medidas económicas y sociales pactadas con el sector y con los trabajadores, contando con la sociedad civil, los vecinos, los residentes. Unas positivas, de estímulo, de crédito, pero también otras negativas, de limitación del crecimiento y de exigir unos niveles de calidad ambiental, urbana y laboral dignos de este sector. Hoy necesitamos un visionario del turismo, un emprendedor que tenga ideas diferentes y no pretenda, porque ya no se puede, volver al modelo anterior, periclitado por el cambio climático y derrotado por la pandemia.
Se trata de crear riqueza, no de cercenarla. De trabajar con las empresas y con los trabajadores.