El día del Holocausto (18 de abril)

Llevar a la práctica el Yizkor, el deber de recordar el siglo XX

Enrique Krauze

El día de la Shoah,  יום השואה, se recuerda la catástrofe (shoah, en hebreo). Es un término que aparece por primera vez en el libro de Job. Este exterminio ha sido el mayor que han sufrido los judíos en toda su historia. Significó una derrota de los valores esenciales de la humanidad, primero para las víctimas (judíos, pero también hubo víctimas gitanas, homosexuales), y también para los culpables directos, activos y pasivoa, y también para los aliados, que por error, compromiso o cobardía (Munich, 1938) no supieron prever ni atajar lo que ya se anunciaba desde 1933. A la inacabada historia y los intentos de comprender con la razón, si es que fuese posible, el exterminio de seis millones de judíos en Europa (la mitad de toda la población judía mundial), se añade hoy el trabajo pormenorizado del profesor británico Dan Stone (The Holocaust, Pelikan Books, 2023, 400 págs. ISBN 978-0-241-38870-9).

El problema de los estudios históricos y, en consecuencia de lo que llamaríamos certidumbre histórica, depende, primero, de la interpretación que se haga de los hechos conocidos y segundo, de la cantidad y solidez de la evidencia, es decir, de si se tiene acceso a todos los datos y fuentes para interpretar lo que sucedió. El libro de Stone presenta una interpretación distinta, sintética y que abarca mucho más de lo que se ha solido exponer sobre este genocidio. La diferencia entre las persecuciones antiguas, desde las dos destrucciones del Templo, los éxodos, las Cruzadas, la expulsión de España, los pogroms, es que antiguamente los judíos tendieron siempre a darles una significación religiosa, un motivo bíblico, como de una culpa que hubiera que expiar. Hoy la masacre nazi ha sido por primera vez objeto de un análisis histórico moderno, no religioso. Sin embargo, el intento de comprender el porqué parece una tarea inagotable.

En el contexto actual de xenofobia, populismos, rechazo a los inmigrantes y auge de partidos autoritarios e identitarios, Stone considera que las lecciones del Holocausto aún no han sido aprendidas y plantea una serie de objeciones a la historia, digamos, oficial:

  • ¿Por qué tantos países, incluso en zonas no ocupadas por los nazis, colaboraron con la Solución final, asesinando y/o deportando judíos?
  • La interpretación histórica ha sido selectiva en cada país y en los dos bloques, occidente y soviético.
  • Se ha simplificado todo demasiado, metiendo en el mismo saco todos los tipos de ultraderechismo, calificándolos a todos de ‘fascistas’, sin matices, cuando ha habido diferencias entre los distintos movimientos.
  • El exterminio de los judíos no fue sólo industrial sino personal. It was not only business, but personal, podríamos decir, pues hubo centenares de miles de judíos asesinados a tiros por soldados, vecinos, voluntarios, etcétera. No sólo los 4,5 millones de las cámaras de gas organizadas y ‘asépticas’.
  • La ideología subyacente de un antisemitismo milenario en muchas sociedades europeas facilitó e impulsó el exterminio, no sólo a manos de los nazis, sino de millares de colaboradores voluntarios de los países ocupados.

Podríamos resumir el libro de Dan Stone en las siguientes partes:

  1. Antes del holocausto.-

Sigue sin comprenderse en toda su dimensión el fenómeno del racismo nazi y el de los rumanos, húngaros, polacos, bálticos, noruegos, holandeses, franceses, etcétera, de cómo pueblos cultos y cristianos -no lo eran, lo simulaban, podríamos decir, parafraseando a Borges- de Europa pudieron ayudar a los alemanes, aceptar, colaborar y ejecutar ese masivo exterminio sin pestañear. Más allá de los testimonios de los campos (el de Primo Levi quizás sea el más impresionante), que ya empieza a ser casi un lugar común (el sastre, el fotógrafo, etc, etc, de Auschwitz, convertidos en señuelos demasiado simplistas y muy espectaculares, muy del gusto de ciertos cineastas.

¿Qué sucedió? Primero, hubo una influencia de científicos nefasta, recalcando la pureza de la raza, la superioridad de la aria. Eso traería como consecuencia la eugenesia organizada para eliminar a los discapacitados. Stone cita los médicos y científicos que preconizaron ya esa necesidad de eugenesia antes de la eclosión nazi. De alguna manera se había producido en Alemania y en otros países una separación entre ética y cultura. Si no, cómo filósofos como Heidegger, juristas como Carl Schmitt, músicos como Karajan, escritores como Knut Hamsun o Gottfried Benn, callaron o fueron cómplices pasivos. Y cómo ilustres escritores franceses como Céline, Brasillach, Paul Morand, Jean Cocteau, callaron, cuando no azuzaron, el antisemitismo, dando un respaldo cultural a las deportaciones de franceses judíos. Si los perpetradores físicos eran gente común -y no sólo, pues hubo comandantes de campos, gestapos y SS de gran cultura-, los inspiradores fueron personalidades de la élite intelectual. En ese sentido, como dice Stone, el Mein Kampf no hubiera tenido relevancia si no hubiera caído sobre un caldo de cultivo previo, un humus favorable y receptivo.

El nazismo no surge de la nada. Tras el breve periodo de emancipación de los judíos alemanes con Napoleón, tras 1815 se vuelve a la discriminación. En Frankfurt en 1819 hay atentados contra los judíos y sus libros son quemados. Sigue habiendo un antisemitismo de fondo, una discriminación profesional legal y un sentimiento de desconfianza que en Francia tuvo su manifestación más palpable con el caso Dreyfuss.

Dan Stone examina, con testimonios y datos nuevos (o consultados con nuevo ojo crítico, bajo un ángulo diferente), qué sucedió para que la maquinaria de exterminio fuera tan eficiente.

Demuestra cómo cuando hubo resistencia de parte de miembros de la Iglesia, como cuando se llevaron a cabo los primeros asesinatos de discapacitados alemanes, éstos fueron frenado; luego, en plena deportación de judíos de Francia, el arzobispo Monseñor Jules Géraud Saliège, aunque favorable a Vichy se insurgió en un sermón memorable contra la persecución y deportación lo que hizo al gobierno de Pétain retrasar las entregas, y de hecho se frenaron un poco-. Todos los gobiernos subordinados al Reich (Horthy, Antonescu, etc), que mantuvieron una apariencia de soberanía, permitieron, temporalmente que la maquinaria fuese más lenta, fuese retardada. Estos ‘retrasos’ significarían, de hecho, la suoervivencia de muchos judíos, dada la evolución de la guerra.

En efecto, para que el Holocausto fuera posible fue necesario que las administraciones públicas de los países ocupados colaboraran activa y eficazmente en el censo de judíos, en su localización, detención (20.000 gendarmes húngaros colaboraron en las redas, la policía francesa también y no sólo en el Velódromo de Invierno) y embarque. También hubo legislación como el Statut des Juifs, Ley de 3 de octubre de 1940, defendido y sostenido, por ejemplo, por el eminente jurista Maurice Duverger, en un artículo publicado en la Revue de droit public et de la science politique, titulado La situación de los funcionarios tras la revolución de 1940, que él pretendía ser un estudio objetivo y neutro, sin ponderar la raza.Sus libros nos sirvieron en las facultades de Derecho en los 1970. Cómo muchos vecinos de los judíos, en Polonia, Bielorrusia (Svetlana Alexievich lo ha contado), Transnistria, Croacia, colaboraban con ardor en las matanzas, para luego quedarse con casas, ropas, zapatos, con el botín. Muchas veces sin ni siquiera la participación directa de alemanes. En algunos países del Este las ejecuciones fueron a menudo públicas, a la vista de los habitantes no judíos, que miraban con curiosidad y cierto regocijo, como testimoniaron ejecutores alemanes después de la guerra. Era como una vuelta a tiempos medievales donde las ejecuciones públicas eran un espectáculo. Una especie de schadenfreude masiva donde los oprimidos por los alemanes se alegraban de la peor suerte de sus vecinos judíos. Como dijo el poeta Abba Kovner, ruso-israelí (1918-1987):

“Sólo un puñado de sádicos SS son necesarios para golpear a un judío, cortarle la barba, pero millones son necesarios para matar a millones. Tiene que haber masas de asesinos, miles de saqueadores, millones de espectadores”.

2. Organización y “espontaneidad”.-

Además del Holocausto organizado, hubo mucha espontaneidad, mucha confusión de órdenes y contraórdenes, muchas agencias y organismos involucrados, sobre todo antes de la conferencia de Wannsee, en enero de 1942, pero aún después no todo estaba siempre bien organizado pues la logística no era sencilla. También, sobre todo tras Wannsee, todos los sectores del Estado alemán, de sus empresas, de los ferrocarriles, órdenes profesionales, ejército (la Wehrmacht no estuvo limpia, pese a lo que se ha querido difundir, pues amparaba, protegía a los grupos de ejecutores que la seguían, como los Einsatzgruppen -grupos de misión-, las SS, y muchos voluntarios de los países ocupados, como siguieron a Rommel en Polonia), estuvieron implicadas en la tarea de deportación, esclavitud y aniquilación de judíos. Stone desmonta también el mito de la matanza “limpia”, con testimonios de la mugre, basura, suciedad, podredumbre, olores y pestazo que se expandían dentro y fuera de los campos. No eran ‘fábricas de muerte’ sino asquerosos mataderos.

En Lituania, por ejemplo, antes de Wannsee, el comando lituano Arajs ayudado por la Wehrmacht, ya había matado en 1942 60.000 judíos. En Serbia y en Chelmno, antes de enero del 42, ya se usaban los camiones de gas (en Chelmno fueron asesinadas dos hermanas de Kafka, la otra en Auschwitz, junto a mil niños que ella quiso proteger). Antes de que las SS controlasen los campos, ya estaban en funcionamiento los campos Reinhard (Sobibor, Belzec, Treblinka). En estos tres campos, en 18 meses fueron asesinados 1.700.000 judíos. A partir de 1941 se empezaron a usar cámaras de gas primero con los prisioneros de guerra rusos. Cuando los mandos se quejaron de que los verdugos voluntarios, los Einsatzgruppen y otros, que mataban a tiros -responsables de 1.470.000 muertos- , sufrían daños “morales y psicológicos” (sic), se puso en marcha un exterminio más industrial, más ‘aséptico’. En Auschwitz fueron asesinadas 1.100.000 personas, de las cuales, un millón, judíos, y de éstos, la tercera parte húngaros. Auschwitz sólo representa menos del   % del total de asesinados.

La progresiva aplicación del exterminio organizado se refleja en el número de campos: en 1940 había seis campos de concentración, en 1943, 260, en julio de 1944, 600 y en enero de 1945, 730.

En 1950 se contabilizaron un total de 1050 campos y sub-campos que habían funcionado en diversos periodos. Además, hubo unos 1300 campos ‘privados’, de trabajo para fábricas (como en Buchenwald, para la empresa Nobel Dynamit). En los campos que no eran propiamente de exterminio, sin cámaras de gas o crematorio, y los sub-campos, también se asesinaba o se dejaba morir de enfermedades, malnutrición o trabajo esclavo. En total, cada ciudad media austríaca o alemana tenía su campo próximo. Yo recuerdo que en 1987 visité Dachau yendo en taxi desde Munich, unos 30 kms. Es increíble que se aduzca desconocimiento de la población civil alemana.

3. El antisemitismo, esencia del nazismo.-

También demuestra Dan Stone que el exterminio de los judíos, la Europa sin judíos, fue siempre uno de los leitmotivs de Hitler y del nazismo, consustancial a la invasión, un objetivo primordial y no accesorio de la guerra; Europa debía quedar limpia de judíos.

“Este fanatismo sugiere que la Segunda guerra mundial no puede ser contemplada como un conflicto militar típico, una lucha por el control del territorio o del comercio, o un acto de imposición de la fuerza. Fue más bien, desde la perspectiva nazi, un esfuerzo filosófico, una lucha por la raza o muerte, un Vernichtungskrieg: una guerra de aniquilación”.

El Holocausto, además de rendir ingresos (del robo, saqueo, embargo de casas y propiedades como revela el libro de Géraldine Schwarz, Los amnésicos, ver  https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.wordpress.com/6296), además consumió muy pocos recursos de toda la maquinaria de transporte e industrial alemana: el número de judíos transportados a los campos en tren -2,5 millones en 1942-43, supone menos del 0,5% del total de pasajeros de la Reichsbahn en ese periodo, 6.600 millones. El total de vagones usados en total para deportarlos fue de 24.317, lo que representa el 16,3% del total de vagones que eran movilizados en un solo día (149.000 vagones diarios). Esto invalida la peregrina tesis de muchos negacionistas de que “¿cómo iba a destinar Alemania tantos trenes y energía al exterminio cuando tenía los frentes de guerra abiertos”?

4. El holocausto móvil.-

Stone hace hincapié en lo que llama el holocausto móvil, con las marchas de la muerte, organizadas al evacuar los campos del Este ante la llegada del ejército soviético, entre enero y abril de 1945, hasta una semana antes de la rendición. Esta saña, paradójicamente, volvió a traer judíos al suelo del Reich tras haber predicado un Reich Judenrei, limpio de judíos. De hecho, muchos de los trasladados murieron de hambre, frío, o abatidos por sus guardianes (incluso con la complicidad de lugareños alemanes).

5. La parsimonia de los aliados.-

Otro aspecto importante es la pasividad de los Aliados ante la masacre, que se conocía. La lentitud en reaccionar, cuando no la indiferencia, fueron letales. De hecho, hoy, con la ayuda a Ucrania, se oyen muchas voces en Israel y fuera del país de que si Europa hubiera reaccionado igual que lo está haciendo hoy con Ucrania, el holocausto no hubiera tenido esa dimensión. Incluso habría que examinar qué hizo (o peor, no hizo) la Cruz Roja, que podía inspeccionar campos y de hecho visitó Therezin y le dio el visto bueno. Los Offlags, como en los que estuvo mi abuelo, capitán belga, sí eran inspeccionados y, curiosamente, les llegaba hasta chocolate belga a través de la bondadosa Cruz Roja, el último, Prenzlau, a 90 kms al noreste de Berlín.

No insiste Dan Stone en un aspecto para mí crucial: el silencio generalizado, la pasividad de las Iglesias, protestante, católica y ortodoxa que, salvo contadas excepciones no denunciaron la deportación, las masacres, los conocidos campos de exterminio. Téngase en cuenta que la colaboración de gobiernos y de población local mencionada se produce en países de raigambre cristiana, con iglesias y templos visibles, muy frecuentados entonces por una población en su inmensa mayoría practicante y, como dice Stone, que pagaba su diezmo eclesiástico.

Particularmente dolorosa es la cautividad y detención de millares de judíos sobrevivientes tras la ‘liberación’, que fueron obligados a permanecer en campos de desplazados (a veces los mismos antiguos campos nazis transformados), porque no eran autorizados a ir a otros países y menos a Palestina. No había visados, nadie los quería. Los últimos campos sólo serían desmantelados bien entrados los años cincuenta. El último campo, el de Föhrenwald, sólo se cerró en febrero de 1957.

A modo de conclusión.-

Los únicos que han hecho un verdadero examen de memoria histórica han sido los alemanes. No los griegos, ni eslovacos, croatas o rumanos, o los noruegos del National Samling, los croatas con Ante Pavelic, ni siquiera los austríacos se han sentido muy concernidos. Los suizos, como si nada hubieran hecho: por ejemplo, los abuelos una conocida mía, Lillian S., belgas, relojeros, fueron devueltos por los suizos a los alemanes cuando pretendieron refugiarse en Suiza pensando en sus amistades profesionales; murieron en las cámaras de gas. Si es cierto que los alemanes nazis dirigieron el Holocausto, no fueron los únicos ejecutores, aunque a los demás países les conviene descargar toda la culpa en Alemania. Durante muchos años ha habido también el silencio de las víctimas, y además muchos testimonios fueron en yiddish y en lenguas de Europa oriental, documentos que en su mayoría no fueron difundidos en Occidente. Muchos, en cualquier caso, no eran escuchados, no interesaba escarbar el pasado incómodo, acusatorio. Otros no pudieron expresarlo ni quisieron revivir lo pasado, como ha contado muy bien Philippe Sands en su Calle Este-Oeste, sobre sus abuelos de Lviv (Lvov o Lemberg).

Las principales conclusiones serían:

  1. La participación activa, eficiente, voluntaria y cuidados de otros gobiernos y administraciones en la localización, detención y deportación de los judíos de los diferentes países. Municipios, policías locales, ferroviarios,
  2. La activa y voluntaria colaboración de miles de ciudadanos ordinarios, anónimos, de los países ocupados, en las masacres. Esto, en mi opinión, apela más a la antropología y al fanatismo religioso que al mero nazismo.
  3. La mayoría de los asesinatos fueron perpetrados fuera de los campos de exterminio más conocidos, en matanzas según avanzaban las tropas alemanas, en los subcampos de trabajo y exterminio, en las marchas de la muerte y a menudo de forma espontánea por poblaciones autóctonas del Este.

Dan Stone considera, para terminar,

  • que Hitler fue vencido pero no repudiado y que en la xenofobia, en los autócratas, los nacionalismos de hoy, rebrota ese tipo de ideología.
  • que hoy se relativiza el Holocausto, en lo que Stone llama ‘memory confusion’, comparándolo a la conquista colonial, a la discriminación racial, tratando de presentarlo como una teoría eurocentrista, porque “los europeos se lamentan de que se asesinasen europeos, pero no de los demás países” (Aimé Cesaire, por ejemplo, sostuvo esa tesis) o considerándolo una estrategia sionista para sacar dinero a Suiza, Alemania y Austria y, de paso, sostener a Israel -que es la bestia negra de una gran parte de la izquierda-.
  • en la Europa del Este, la guerra fría congeló la memoria y el antisemitismo y la shoah fueron considerados como un trasunto del capitalismo. Ellos no se sintieron concernidos y aún hoy en Polonia está penado mencionar la colaboración de la población civil en las masacres de judíos.

El Holocausto es algo aún contemporáneo; cuando ví el barrio de Cracovia que fue convertido en gueto, los edificios y calles eran muy parecidos a los que se pueden ver en un barrio pequeñoburgués de Madrid.

En España es oportuno recordar el Holocausto porque ha dejado indiferente a la mayoría de los pensadores, empezando por Ortega y Gasset, que nunca dijo una palabra sobre éste, a pesar de conocer bien Alemania y haber vuelto a ella después de la guerra (https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.wordpress.com/5437). Y también siguen siendo ajeno como concepto a la mayoría de los españoles, tanto como el desembarco en Normandía o la batalla de las Ardenas: es un tema de películas y novelas, y no mucho más. Sólo en algún medio, por seguir las noticias de otros países, se hace alusión marginal a éste, pero sin que nos sintamos en absoluto concernidos. Entre otras cosas, incluso se alega que Franco salvó a unos pocos sefardíes (lo que no evitó que de 70.000 sefardíes de Salónica sobrevivieran menos de diez mil), lo que es cierto, y eso parece que nos exculpa e inmuniza.

El libro de Stone es también una advertencia. Nos recuerda la necesidad de conocer lo que ocurrió, el por qué y el cómo, para impedir algo parecido contra grupos étnicos, como los rohingya en Birmania-Myanmar o los uigures en China, ambas minorías musulmanas, por los que ningún país mueve un dedo si no es con obras caritativas o con melifluas advertencias como las del Secretario General de la ONU.

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Blackspace, la serie israelí que se pregunta todo

Tras un ataque mortal en un instituto de enseñanza media israelí, el policía Rami Davidi se pone a investigar quiénes hayan podido ser los autores. Inmediatamente descarta los tres trabajadores palestinos que son detenidos como sospechosos. Los asesinos están entre los alumnos, son israelíes.

La miniserie de ocho capítulos pone en cuestión sobre todo el ambiente familiar y estudiantil como causa última de los actos violentos entre los alumnos de instituto de una zona residencial acomodada en el que conviven hijos de papá con otros de barrios más desfavorecidos. Es una serie totalmente laica -sólo en la escena del entierro de un alumno aparece un rabino- que muestra una sociedad israelí lejos de los tópicos que se nos transmiten sobre el país.

Presenta los problemas de una sociedad israelí muy parecida a todas las desarrolladas, con jóvenes desmoralizados, sin grandes ideales, pegados a las redes sociales, bastante desesperanzados. Con familias desarticuladas y los políticos preocupados sólo por las repercusiones mediáticas, como cuando quieren influir en la investigación policial.

El inspector Davidi, tuerto a consecuencia de una agresión cuando era adolescente, explora ese mundo de los jóvenes, incomprendidos, ignorados o maltratados por sus padres que se refugian en una red social clandestina y anónima, Blackspace, para desahogarse y para ir contra el sistema. Al mismo tiempo, Davidi, que es violento, que deja escapar su rabia oculta en varios momentos, tiene a su compañera a punto de dar a luz, desgarrado entre el deber y el amor. El final de la serie significa precisamente el triunfo de la compasión y el entendimiento sobre la mera venganza, así como destapar la connivencia del establishment para ocultar la realidad.

“Los hijos se nos escapan, ya no sabemos nada de ellos, de sus vidas, de sus preocupaciones”, dice uno de los personajes. Hay acoso al homosexual, chulería de matones, chicas que se entregan por pasar el rato, en fin, todo ese mundo juvenil que puede degenerar en violencia, y del que se ven frecuentes muestras en Estados Unidos, “no somos como los americanos”, dice uno de los padres, que se obstina en reconocer la realidad de lo que está sucediendo. Las redes sociales sustituyen el diálogo, la convivencia, encubren más que desvelan, como en todos los países.

Algo muy importante para el espectador español, empapado de una imagen de Israel transmitida por los medios como un país abominable en manos de integristas y fascistas es que le muestra la sociedad israelí de otra manera. Al final, es una representación de una sociedad en la que los problemas son parecidos a los de los demás países desarrollados, con un subfondo de nihilismo, droga, alcohol, desamor y desesperanza en el que cada joven se intenta salvar como puede.

Muy bien filmada, con economía de medios y dos escenarios básicos -el instituto y el arrabal del árbol-, por el director Ofir Lobel, nacido en 1976, y actores de fuste como Guri Alfi, el detective Davidi, Shai Avivi, el directoir Chanoch del Instituto Herencia (Tijón Irochá), Liana Ayoun y Gily Itskovitch, o Yoav Rotman, de intensa mirada, que veíamos en otro papel opuesto como Hanina el alumno ultraortodoxo de la yeshivá en la gran serie Shtisel, también de Netflix.

Dos libros alemanes contra el olvido

No podría haberlo hecho solo. Lo sé. No sin los ayudantes y los indiferentes.

George Steiner

Se han cumplido el pasado día 10 de noviembre 84 años de la Noche de los Cristales Rotos, Kristalnacht, cuando los nazis organizaron un enorme pogrom por toda Alemania. La memoria cuesta. El profesor de psiquiatría de la Universidad de Barcelona que fue don Emilio Mira y López, exilado tras la guerra, resumía así los cinco factores que influían en qué se recuerda y cómo se puede testimoniar de un hecho o suceso personal o social:

  1. Cómo es percibido.
  2. Cómo se ha conservado en la memoria.
  3. Cómo se es capaz de evocarlo.
  4. Cómo se quiere -si quiere- expresarlo.
  5. Cómo se puede expresarlo.

Las dos fases de la memoria, conservación y evocación, han sido objeto de estudio con las denominadas “curvas del olvido”, el embotamiento de los recuerdos neutros, y las “curvas de represión” u olvido forzado de los recuerdos emocionales.

La amnesia cumple un fin de defensa psíquica, nos dice este psiquiatra, y recuerda que Freud le daba más importancia al olvido forzado porque responde a la represión, que es sinónimo de inhibición, dificultando la evocación de los recuerdos. Según el profesor Mira no existen percepciones neutras, fáciles de olvidar, sino que se reprimen determinados recuerdos, una voluntaria amnesia emocional por repugnancia a lo que sucedió, por horror o por remordimiento.

En ese “no acordarse” o “haber olvidado”, que es la excusa de muchos acusados, sean delincuentes o meros testigos de lo que pasó, confluyen factores intelectuales, afectivos y cognitivos:

o La ignorancia o falta de cultura.
o El desafecto o indiferencia.
o El no saber cuál va ser la consecuencia.

En el caso del Holocausto y la indiferencia o colaboración activa o pasiva de la población (alemana, austríaca, francesa, etc), se dan los cinco puntos arriba mencionados:

  1. el antisemitismo ancestral, que genera
  2. indiferencia, desafecto, y
  3. el no querer saber más, por
  4. la falta de cultura y de conocimientos de la población, adormecida por la propaganda, para después
  5. no poder expresarlo en un ambiente de postguerra, derrota y ruinas.

Todos estos mecanismos del olvido deliberado o del alegato de “no sabía” son perfectamente aplicables a lo que nos describe el libro de Géraldine Schwarz, Los amnésicos (que podría titularse los conformistas). La autora, franco-alemana, ha dejado constancia de toda la evolución del pueblo alemán desde el nazismo hasta la caída del muro de Berlín siguiendo algo muy cercano, su propia familia, desde sus abuelos, típicos conformistas o mitläufers (su abuelo compra la fábrica a precio de saldo a unos judíos que deben huir) hasta su padre, nacido en 1942, que intenta limpiar ese pasado familiar contra el olvido deliberado.

En Alemania, y mucho más en Francia, Italia y sobre todo Austria, resultó tras la guerra que casi nadie reconocía que había sido colaboracionista, fascista o nazi. Y la mayoría “no recordaba”, aunque hubieran visto desfilar filas de judíos escoltados por soldados alemanes o por gendarmes franceses. Pero la diferencia es que Alemania, poco a poco, sí ha hecho su revisión del pasado, sí ha examinado su memoria histórica, aunque se tardó años y sólo a partir de los sesenta se comienza a investigar en serio el pasado y acciones de muchas personas que parecían estar por encima de toda sospecha . También se comprende pues las preocupaciones primordiales de los alemanes en la postguerra eran la alimentación y la reconstrucción. Además, cuando celebridades como Heidegger, u Ortega y Gasset en España (ver La pluma del cormorán, nov 2021), o la Iglesia protestante o la católica, no dijeron nada ni expresaron públicamente nada sobre el Holocausto, los campos o las persecuciones, ¿por qué habría que exigir a los meros ciudadanos de a pie que fueran más conscientes?

Un libro complementario a este es el de Maxim Leo, Historia de un alemán del Este, que no creo haya sido traducido al español. Maxim Leo nos habla de su familia, de su abuelo Gerhard, judío alemán asimilado, que lucha en la Resistencia francesa y luego forma parte de la élite de la Alemania del Este, y del otro abuelo, Werner, que fue nazi y luego se hizo comunista. En la RDA no se hizo la expiación ni el ejercicio de memoria pues oficialmente el nazismo parecía sólo haber existido en la otra Alemania, la capitalista. El muro era considerado por Gerhard como un muro para defenderse del fascismo del Oeste. La otra abuela, la de Werner, es muy expresiva cuando él le pregunta si supieron en la época de los crímenes nazis (contra los judíos), “no nos hemos preocupado”, responde. Y cuando desaparecen una compañera suya del colegio así como la profesora, ambas judías, dice “es así, no nos hicimos preguntas, quizás porque nosotros también teníamos miedo”. Exactamente algunos de los mecanismos que describe el profesor Mira, miedo, indiferencia y desafección.

‘Jacob’, de Bernard Lecache, del yiddish al francés

El espíritu de cada generación depende de la ecuación que esos dos ingredientes [lo aprendido y la sensibilidad espontánea, personal] formen, de la actitud que ante cada uno de ellos adopte la mayoría de sus individuos. ¿Se entregará a lo recibido, desoyendo las íntimas voces de lo espontáneo? ¿Será fiel a éstas e indócil a la autoridad del pasado?

Ortega y Gasset (El tema de nuestro tiempo, 1923)

Por las bancas de los alfarrabistas de Lisboa he encontrado una pieza única, tan olvidada como su autor: Jacob, una novela de Bernard Lecache con tintes claramente autobiográficos, que fue publicada por Gallimard en 1925. Es un libro que ilustra a la perfección ese pensamiento de Ortega que encabeza esta reseña, y es contemporáneo, como si Lacache hubiera leído el ensayo de Ortega.

Bernard Lecache

Bernard Lecache, judío de origen ucraniano, nació en París al final del siglo XIX y encarnó -como les gustaba decir a los fascistas- todo lo malo que se podría encarnar: judío, de origen extranjero, comunista y luego masón. Fue, en efecto, uno de los fundadores del PCF, que hubo de abandonar porque era masón y eso era incompatible. Fundó y dirigió la Liga Anti Pogroms, después transformada en Liga contra el Racismo y el Antisemitismo. Tras intentar alistarse infructuosamente como voluntario ante la invasión de 1940, hubo de refugiarse en Argelia, aunque allí fue internado por las autoridades vichystas. Falleció en 1968.

Su novela Jacob nos cuenta de la vida de esos judíos modestos, pobres, en su mayoría de origen del Este, que encontrarían refugio en el Marais a finales del XIX. Tiene paralelismos con la que nos contaría tiempo después Elias Canetti, con esa mezcla de culturas y lenguas.

Es una novela muy digna, un bildungsroman muy interesante, bien escrito, con un vocabulario vivo, pero sobre todo es un testimonio de lo que desapareció en Europa tras la devastación nazi. No solamente desaparecieron los shtetls de Polonia, Ucrania y Bielorrusia, sino también la forma de vida callada, humilde y religiosa de muchos judíos de Francia, Italia o Bélgica. La novela no es, sin embargo, una novela, por así decirlo, judía o judaica, sino una narración sobre los jóvenes desde principios del siglo XX hasta la postguerra en Francia, eso que a veces ha evocado Patrick Modiano. Me ha recordado un poco también a la novela perdida Los hijos del ghetto, del inglés Israel Zangwill y a la de Israel Yehoshua Singer, situada en Berlín.

El narrador es el hijo pequeño, Avroum y nos va contando la historia del desgarro entre la tradición judía y la modernidad republicana francesa. Jacob, el hermano mayor, inteligente, excelente estudiante, seguro de sí mismo, va rechazando el pasado, lo que ya se anuncia en las primeras páginas:

“… los hijos no hemos penetrado el alma paterna. Ella hablaba judío y la nuestra, francés”.

La adaptación de los jóvenes de la familia Radansky, contrasta con la personalidad de los padres, “encadenados por las leyes de Moisés, por las tradiciones del ghetto”, cuyas raíces están aún en Kharkov, Simferopol, Odessa, en Crimea -donde la abuela ha muerto en un pogrom-, que hablan en ruso entre ellos cuando no quieren ser entendidos por los hijos.

Jacob estudia medicina, se hace independiente e incluso alquila un piso en la rue Vaugirard, lejos de Barbès y del Marais donde viven los judíos, y adopta el nombre afrancesado de Jacques Radan. Pero su padre lo sigue considerando mejor que él. “Era lo que mi padre no había podido ser, el estudiante, el hombre que pudo aprender y crecer, y mi padre le amaba doblemente, amando a través suyo, la revancha contra su pasado”.

Jacob-Jacques es además un seductor sin muchos escrúpulos que deja embarazada a su prima Macha, a la que han de casar deprisa y corriendo con un tal Naplan, rico fabricante de gorras de Lieja, viejo, un ser maloliente, húmedo, “al que había que hacerle pantalones de doble fondo porque lo pudría todo”. Pero Jacob no siente remordimiento:  “El corazón es mala esponja, no limpia bien. Mejor un trapo bien seco, que sin olvidar nada, lo borra todo”.

***

La segunda parte de la novela transcurre tras la Primera guerra mundial. De los landós y la ‘imperiales’ tiradas por caballerías se ha pasado a los automóviles y volantes. Jacob, Jacques Radan, asciende en los negocios, automóviles de lujo, aviones, petróleo. Rosa vive desde hace años con un gran negociante holandés, repudiada por su anciano padre, Mendel Radansky, viejo sastre fiel a la tradición.

Fiel a su hermano, actúa para desarticular a la competencia de otra gran empresa seduciendo a la mujer del dueño. Por otro lado, su hermano Simón, mutilado de guerra se une a los comunistas, lo que desencadenará una campaña antisemita que salpica al hermano capitalista. Los ecos del asunto Dreyfus no se han apagado y se acusa a estos judíos, naturalizados franceses, de ser los hombres de Moscú. Los dos hermanos se enfrentarán, Simón le espeta:

“Te dan vergüenza el pequeño sastre que cose barato, la mujer que friega, zurce y lava. Son débiles. Si fueran ricos…”

En conclusión, un relato con unas descripciones perfectas de la familia tradicional, de los negocios, la prensa (el capítulo XXX), del Marais pobre y oscuro (XXIX), del Rastignac en que se va convirtiéndo el ambicioso y cínico Jacob, de los encuentros amorosos, del ambiente de la época. Novela de costumbres, está en la línea y época de Roger Martin du Gard (la saga de Los Thibault) o de Jules Romains (Los hombres de buena voluntad). Pero con la complejidad de esa asimilación que los hijos llevan a cabo mientras los padres conservan la tradición. Pero al final, el viejo padre, Mendel Radansky, acepta a sus hijos, al capitalista, al comunista, a la hija pródiga, y le dice a Avroum:

“¡Que me olviden, que me desprecien! Los veo reinar. Saludo su Ley.

La lengua hebrea reforzó su voz con las palabras de Job:

-Tú me los diste, tú me los quitaste. ¡Hágase tu voluntad!

Con la cara iluminada, mirándome, tuvo la fuerza de sonreir:

-¡Ve!, me dijo, haz como ellos.”

Máximo José Kahn, o Medina Azara

Rebuscando por la Feria da Ladra, en Lisboa, me he encontrado un par de Revistas de Occidente de 1930 y 1932 donde, bajo el seudónimo de Medina Azara, aparecen sendos artículos, El patriarca judío, y La vida poética de un judío toledano del siglo XII (Yehuda Haleví).

Esto me ha llevado a indagar sobre quién se escondería bajo ese seudónimo. Se trata de Máximo José Kahn, nacido en Frankfurt, exilado y muerto en Buenos Aires (¿o México?) en 1953. Escribió en español y en alemán, sobre todo en los años treinta del siglo pasado. En particular, en la Revista de Occidente.

Es difícil encontrar rastro de él, a pesar de que la revista Raíces le dedicó hace unos años un artículo. Rara avis, el escritor Kahn exploró y estudió el pasado de los judíos españoles. Tan rara, que si se busca en google, apenas hay alguna referencia (y la inmensa mayoría te llevan tontamente a Medina Azahara con ese automatismo de los servidores informáticos), y hasta muchos comentaristas califican a Kahn de sefardí, aunque era naturalmente askenazi; ignorancias que acarreamos sobre el judaísmo.

Kahn, Medina Azara, ha sido uno de los pocos puentes modernos que han existido en España entre el judaísmo y la tradición. Contrariamente a casi todos los países europeos y muchos suramericanos, casi no contamos, por razones obviamente demográficas, con escritores, artistas, actores, periodistas o científicos judíos. Y, por supuesto, n con políticos ni con servidores del Estado. Nosotros nunca hubiéramos tenido un caso Dreyfus porque no ha habido ningún militar judío, por ejemplo. Ni un primer ministro como Rathenau, ni un Mendès France, ni un Primo Levi, ni un Rothko, ni un Freud. Nuestro desierto hebreo -de judenraus. empezó en 1492. Max Aub –nacido en Francia de padres judíos- renunció expresamente a serlo, Leopoldo Azancot –ya fallecido- fue bastante ignorado, Cansinos Assens m¡no fue muy estimado, y Kahn ha sido completamente olvidado.

Menos mal que la Editorial Renacimiento ha publicado dos de sus obras fundamentales: La Contra-Inquisición y Arte y Torá, exterior e interior del judaísmo, preparadas por Leonardo Senkman y Mario Martín Gijón.

Luis Antonio de Villena trazó una semblanza de Kahn en el diario El Mundo, https://www.elmundo.es/cultura/2016/06/15/57605097468aeb1c638b4619.html
que nos permite recuperarlo, aunque no sé por qué lo opone a Arthur Koestler.

La editorial Renacimiento, desde su base en Valencina de la Concepción, a cinco kilómetros de Sevilla, tiene por misión recuperar textos importantes, textos perdidos, memorias y ensayos que son importantes en nuestra cultura y que han sido relegados al olvido. Recuerdo así, por ejemplo, las memorias de Mercedes Formica o los diarios de Matilde Ras. Pero también el libro de Benedetto Croce sobre el Nápoles español, y centenares de libros, sin olvidar, claro a Manuel Chaves Nogales, literalmente desenterrado por la editorial Renacimiento de Abelardo Linares hace veinticinco años.

Ah, y curiosamente, el puesto en donde encontré esas dos revistas, lo tiene un portugués judío, que acompaña discretamente sus libros con una menorah.

Hay más informacion en eSefarad, https://esefarad.com/?p=9117

Guido da Verona

Las tardes de verano son largas y silenciosas. A la hora de la siesta, mientras afuera cruje el sol entre los árboles, en la vieja biblioteca, en el campo, siempre se encuentra alguna sorpresa, algún volumen que desempolvar, releer, apreciar. Ese libro que has ido cambiando de anaquel, postergado siempre, que nunca te has propuesto leer. Hasta que un día, lo hojeas por casualidad, descubres algunas páginas y te sumerges en su lectura.

Los novios, glosa de Manzoni, de Guido da Verona, lleva ahí casi un siglo en la balda. Alguien, algún tío abuelo mío, lo leyó alguna vez pues no está intonso. En esta biblioteca están los restos de libros de tres o cuatro generaciones. Ahí están Azorín y Miró, Papini, Hamsun, Maurice Baring, Madariaga, Marañón, Eugenio Noel, los Alvarez Quintero y hasta Julián Zugazagoitia y Manuel Ciges Aparicio. Son libros de editoriales y colecciones que hicieron su pequeña historia, como las Publicaciones Atenea, la Compañía Ibero Americana de Publicaciones (CIAP), Renacimiento, Mundo Latino, Calpe, Prometeo. Algunos los hemos conservado quizás por sus magníficas portadas. Afortunadamente, porque ahora los podemos leer, como éste de Da Verona.

Hace noventa años, sin televisión, con una radio que silbaba, crepitaba y se oía sólo de vez en cuando en estos cortijos -sin luz la mayoría, que ésta llegó sólo hacia 1960- y pueblos, una vez acabadas las pesadas sobremesas, las repetitivas tertulias y hechas las cuentas de la aceituna, de los ganados, de las talas, ya no había gran cosa que hacer. Los cortos días del invierno dejaban tiempo a la lectura, así como las largas siestas estivales a la espera de que cayese ‘la fresca’.

Guido da Verona fue un escritor de moda en Italia en la primera postguerra mundial. Sus libros alcanzaban tiradas de cientos de miles de ejemplares. Admirador de D’Annunzio, apoyó inicialmente el fascismo hasta que las leyes raciales lo discriminaron como judío, lo que le llevó al suicidio en 1939. Su literatura era kistch, con una especie de regusto erótico que seducía entonces. Era un dandy, un escritor comercial, un “escritor para modistillas” -decían los sabios y despreciativos analistas-. Y los que no lograban vender mucho le envidiaban y despreciaban, como sucede siempre en el mundo literario.

En 1929 se publica Los novios, en los que parodia a Alessandro Manzoni, al que no soportaba por su paternalismo y retórica. En una especie de anacronía la novela de Manzoni, que se sitúa en el siglo XVII, narra momentos actuales, el novelista la mezcla con la época del momento, con Richelieu y Primo de Rivera en la palestra, por ejemplo. Salen también a relucir Silvio Pellico (“que todas las noches estaba esperando a que entrasen los austríacos para detenerle y poder luego él escribir su famoso libro “Mis prisiones”), Bergson o Einstein.

Sobre pestes y pandemias tiene párrafos magníficos:

“El doctor Tadino trató, en vano, de sincerarse en su Memoria del origen y efectos diarios de la enorme peste española (…) registrada en la ciudad de Milán durante el año nefasto de 1648…
El doctor Tadino, ignorante como lo eran los médicos de su siglo, califica de peste a un sencillo contagio de influenza que se llamó española porque los españoles estaba sometido Milán; y tal nombre vino a aplicarse universalmente desde aquel tiempo a todas las afecciones del mismo género, cualquiera que sea la relación política a que un país zarandeado resulte sometido: excepto en España, donde los altivos hidalgos, por justo orgullo nacional, rehusan dar a una dolencia tan peligrosa…”

Mientras habla del Conde Duque de Olivares, que se opone a la sucesión en el Milanesado del duque de Nevers, termina :

“de todos modos circulaban rumores de que Primo de Rivera no veía con buenos ojos a nuestro don Gonzalo […] nuestro don. Gonzalo es sin duda un gobernador de mérito, pero su modo de llevar la circulación de los tranvías no agrada a la mayoría de la población.
-¿Viva mil años nuestro don Gonzalo, en el siglo don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, duque de Sanlúcar, gran favorito del rey don Felipe el Grande, nuestro señor!- exclamó el conde Atilio levantando su vaso.”

Toda la novela, en clave de humor, mezcla las épocas, en la que aparecen condes y capuchinos, dactilógrafas y cotizaciones del dólar, la peste de Milán de 1630 –“que daba dolor de cabeza”- y los terrenos en venta a dos mil liras por metro cuadrado.

“En ausencia del gobernador don Gonzalo [que es un retrato oculto de Mussolini], que había ido a Madrid para conferenciar con el Gobierno acerca de la conveniencia de dotar a la metrópoli lombarda de una estación de ferrocarril, y además para recibir instrucciones acerca del monumento a Napoleón III…”.

El gobernador don Gonzalo (Mussolini) es finalmente destituido por el “férreo Primo de Rivera”. En este libro se esconde, bastante evidente, una fina ironía del fascismo, los personajes de Manzoni, el poder y la Iglesia son objeto de una sátira encubierta los Pactos Lateranos entre Mussolini y Pio XI.

La parodia llega, curiosamente, hasta al lenguaje, cuando dice “los cuales y las cuales, deseosas y deseosos”, que parece premonitoria.

“Renzo alquiló un torpedo Chiribiri, el Rolls Royce italiano, y quiso ante todo dar una vuelta por Milán, que en 1600 desarrollaba su vida más intensa en el centro de la galería. Allí gritaba la multitud hasta desgañitarse:
-¡Panem et circenses!”

Como decía la canción, “ya sé que no se estila”, que Da Verona no será reeditado jamás en España porque el editor perdería dinero. Pero los confinamientos, los veranos largos y las siestas tranquilas en el frescor de la casa perdida en la Sierra de Segura, en la provincia de Jaén, dan para rebuscar, para leer libros y revistas viejas de hace noventa años (que eran muy parecidas de contenidos: editoriales edificantes y ponderadísimas, política de disputa, moda, viajes a rincones, sucesos y guerras, aunque no tanto fútbol), para darnos cuenta de que todo ha sido ya dicho hasta la saciedad, que lo que llamamos novedades, ideas novedosas, ya fueron dichas hace muchos años, que no hacemos más que repetir lo mismo. Que, al final, lo mismo se entretiene uno con un libro acabado de salir de la imprenta y que, como los soldados en campaña, en vez de vivre sur l’habitant, habrá que lire sur l’habitant, sacar de lo que ya tenemos acumulado y de lo que acumularon nuestros antepasados.

Se ha menospreciado a muchos escritores por mediocres; la crítica ha sido a menudo despiadada, implacable. Más vale no seguirla demasiado porque es capaz de destruir a un novel poeta, a un incipiente narrador. Sin tratar de resucitar fantasmas, pues los gustos culturales han ido cambiando, la valoración ecuánime es necesaria para no dejar a sus autores en las tinieblas exteriores porque no encajan en los cánones, a veces más de sacristías, amistades y suplementos literarios que de un objetivo examen. Muchos escritores relegados, olvidados, aun nos pueden dar unos ratos agradables, interesantes, estimulantes, de lectura.

  • [Nota: Antonio Piromalli, nos informa Wikipedia.it, ha publicado estudios sobre este escritor.
  • Otra estudiosa de Da Verona ha sido Maria Raffaella Cornaccha.]