… a la hora en punto en que las calles de Madrid se tapujaban con aquel manto de simpática obscuridad que el positivismo alumbrador de estos tiempos ha rasgado en mil pedazos…
Pérez Galdós, Napoleón en Chamartín
Lo de la luz tiene mucha miga. No por el coste de la electricidad, sino por qué y qué se ilumina. Ya Galdós se quejaba del exceso de alumbrado.
Hoy me quiero referir a algo mucho más banal: la iluminación municipal. No iluminación mental, no siglo de las Luces sino luces eléctricas. Me deja apabullado el número de postes de luz, no de modestos faroles, que hay en muchos pueblos y aldeas, en concreto en algunos de la Sierra de Segura, provincia de Jaén. Puedo certificar que en algunas cortijadas y aldeas hay más luces que habitantes. Y duran toda la noche encendidas. Dicen que gastan poco, no lo sé, eso lo suelen decir las compañías eléctricas para tranquilizar al contribuyente, siempre pasivo, siempre dejado de lado.
Pero el problema es, además del coste, la contaminación lumínica. El exceso de luces perturba los pájaros y las sabandijas de la noche, además de no dejar ver bien los astros. Y en muchos pueblos y aldeas, su exceso resta encanto y discreción a las calles y plazas. Además, ya no son humildes farolas sino unos altísimos arbotantes, con sistema de luz de mercurio o vapor de sodio, o con los famosos LED de luz fría y espectral.
Pero a los alcaldes les da igual, como casi todo lo que es estética. Cuanta más luz, más poderío. Un pueblo iluminado modestamente es considerado un pueblo pobre y el alcalde se la juega. O también, si hay menos iluminación se supone que se pone en riesgo la seguridad. Cuanta más luz, más seguridad, menos miedo, aunque no haya un alma en las calles o las anchuras de los cortijos.
Ya me referí en otro artículo ( En Segura de la Sierra, La Puerta de Segura y Orcera no hay crisis energética ni sequía, https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.me/6012 ) al dispendio de los pueblos de la sierra mencionada a pesar de los problemas de energía. Pero, nada, impasible el ademán, la supuesta crisis no ha hecho apagar ni una luz. La distancia entre farolas, balastos o arbotantes, como se les quiera llamar, es menor que la que hay en ciudades como Madrid, Bruselas o Lisboa. Parece como si se instalaran cuantos más mejor, para favorecer a las empresas que los suministran e instalan y no tanto por la real necesidad de iluminar.
Esto no es una manía personal, pues en Estados Unidos y Europa ya hay muchos que luchan contra la contaminación lumínica, como Harald Stark, de Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, NOAA, que ha demostrado que la iluminación emite moléculas químicas nocivas al medio ambiente.
Otro documento importante fue, hace diez años, el reportaje ‘La ciudad oscura’, ‘The City Dark’, que exponía el efecto nocivo de la luz artificial -excesiva- sobre los animales, el cáncer y la ciencia. En el Estado de Colorado, por ejemplo, la ONG Headwaters Alliance, ha creado zonas dejadas en la oscuridad para facilitar la contemplación de las estrellas.
Aquí tenemos sobre todo normas de ahorro de energía, no de limitación de la luminosidad innecesaria, como el Reglamento (CE) 245/2009, de 18 de marzo, por el que se aplica la Directiva 2005/32/CE del Parlamento Europeo y del Consejo en lo relativo a los requisitos de diseño ecológico para lámparas fluorescentes sin balastos integrados, para lámparas de descarga de alta intensidad y para balastos y luminarias.
Lo que sorprende es que la Sierra de Segura, dentro del Parque Natural homónimo, no sea declarada zona de reserva de cielos sin contaminar y no limite más la excesiva iluminación de pueblos y aldeas. La oscuridad de sus montes, de sus valles, es rota, perturbada con el exceso de luces en pueblos que no necesitan ni mucho menos tanta. El resplandor exagerado es de mal gusto, costoso, inútil y dañino.
Pero sobre la política del Parque Natural, política de prohibición y negación más que de participación y comunicación, ya escribiré próximamente. En fin, la iluminación tiene significados distintos y se ha escrito mucho sobre el tema, por ejemplo, Iluminados se llamaban los libros medievales con ilustraciones coloreadas en tintas preciosas; Iluminados han sido llamados muchos personajes de la historia que hacían gala de ideas algo extravagantes, a veces peligrosas, mesiánicas, utópicas. Pero la iluminación municipal y la contaminación lumínica no son objeto de debate.
Entonces la gloria de YWH se elevó de encima del querubín al umbral de la puerta; y la casa fue llena de la nube, y el atrio se llenó del resplandor de la gloria de YWH.
Ezequiel, 10.4
La Puerta de Segura es un pueblo en la zona oriental de la provincia de Jaén, en Andalucía. Casi nada ha pasado allí en la historia, salvo que fue asaltado y bastante destruido por las tropas napoléonicas; un siglo después sufrió una epidemia de paludismo que no fuer definitivamente erradicada hasta bien entrados los años cincuenta; la pobreza fue siempre la norma y muchas de sus gentes emigraron. Tras la Primera guerra mundial hubo una emigración a Francia, y en los años cincuenta, otra emigración masiva, también a Francia, pero sobre todo a Cataluña.
En La Puerta nació en 1883, Mercedes López Aguilar, mi abuela paterna, y allí murió el 31 de enero de 1928. Me contaba mi madre adoptiva, Matilde, muy católica pero no beata, que cuando murió su madre (Matilde tenía 12 años) estaba dormida y la despertó una fuerte luz en el patio de la casa, una luz blanca, no eléctrica (entonces la electricidad era más bien amarillenta, pobre, débil) y en ese instante oyó llorar a las criadas y a su hermana que decía “¡se ha ido madre!”. No creí esa visión que atribuía a sus sueños hasta que leí varias evocaciones de ese resplandor que los creyentes atribuyen a Dios. Es como si Dios hubiera venido a recoger a Mercedes.
Mercedes, mi abuela, padecía del corazón. Me contaban que cuando la gripe española preparaba grandes ollas de cocido, de comida, que luego iba dejando en las puertas de las casas de la aldea de Rihornos, sin entrar para no contagiarse, y para que los enfermos, que no salían, encontraran algo de comer. Mercedes era suave, buena y dejó un recuerdo imperecedero en sus hijos. Mi padre tenía sólo cuatro años y, curiosamente, moriría 35 años después, el mismo día, el 31 de enero de 1963. “Ha muerto el mismo día que madre”, dijeron mis tías.
Contaba Luys Santa Marina hablando del pintor Zurbarán y su pintura del Venerable Padre Salmerón (1639, Monasterio de Guadalupe), que el Padre Sigüenza le contó una vez a Fray Pedro de las Cabañuelas:
”no ha muchos días, hermano, estando un religioso de este convento en oración dentro de su celda, súbitamente fue aquel lugar lleno de claridad tan grande, que la del sol es pequeña en su comparación…”. Bien comprendió el amigo era Jesús que venía a buscarle, pero nada le dijo -inútil precaución- por no causarle pena. A pocos días dejó esta vida, con grande regocijo de su alma”[1].
La luz ha sido considerada, desde tiempos remotos, en la Biblia, como una alegoría del encuentro con la divinidad. La oscuridad y las tinieblas son exactamente lo contrario, el fondo de la tierra, el infierno, la perdición en el sentido de perder el camino y de perder la vida.
“Y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo (…) y dijo Dios: Sea la luz y fue la luz.
Y vio Dios que la luz era buena; y separó Dios la luz de las tinieblas.”
(Gen, 1 1-4)
La oscuridad es sinónimo de mal: “cuando esperaba yo el bien, entonces sobrevino el mal, y cuando esperaba luz, vino la oscuridad” (Jb 30,26)
Por eso no deja de sorprenderme que la hija de Mercedes, Matilde, cuando se muere la madre, en ese mismo momento, no viene la oscuridad sino la luz, el resplandor, como si algo divino la hubiera llevado hacia arriba, hacia la luz. La muerte la identificamos a las tinieblas pero en este caso la muerte fue luz.
“Levántate, resplandece, porque ha venido la luz” (Is 60,1)
“Y el resplandor fue como la luz” (Hab 3, 1)
[1]Estampas de Zurbarán, Calzada & Santa Marina, Editorial Canosa, Barcelona, 1929.
La Sierra de Segura[1] en Jaén es un enclave que lleva siglos apartado del resto de España. En los últimos cincuenta años ha seguido perdiendo población, importancia económica y sigue tan aislada como siempre (en términos relativos, más aislada que hace medio siglo dada la mejora general de las comunicaciones en el resto del país, que aquí no han llegado). No resiste la comparación con el resto de España pues todas las demás regiones han ido mejorando mucho más que los doce pueblos de esta bella comarca.
Recursos.-
No faltan recursos pero están mal explotados, infrautilizados y no bien gestionados. La economía de la sierra es principalmente extractiva, no transformadora.
La riqueza forestal del inmenso parque natural y sus aledaños (213.000 Has, sólo el parque y otras 100.000 forestales fuera de él) no es aprovechada sino exportada a otras zonas. Ya casi no hay maderistas ni empresas de maderas, ni siquiera en Siles. La tonelada de madera de pino carrasco se vende a tres (3) euros la tonelada. Hay solamente una planta transformadora de biomasa -en Puente de Génave- y los maderistas cierran porque ni los precios compensan, ni los costes de extracción ni el transporte.
El olivar es el monocultivo pero la mayor parte del aceite (de muy buena calidad) se vende a granel a grandes empresas españolas y europeas. El valor añadido se va, como en la madera, fuera. La dependencia absoluta del olivar no es sana económicamente hablando. Es una fuente de ingresos relativa, sometida a altibajos. Si falla el aceite, falla todo y, además, el olivar no requiere una mano de obra especializada que está regulada por salarios decretados por norma administrativa, sin posibilidad de mejorar la productividad si no es a base de maquinaria, lo que en zonas montuosas es más complicado. La proliferación de almazaras y cooperativas, un auténtico minifundio de cooperativas, todas separadas y rivales, atomiza la oferta y la debilita frente a los potentes compradores nacionales e italianos. La gestión de las cooperativas resume a veces lo peor del capitalismo y lo peor del socialismo. El riego del olivar no es la solución por el cambio climático -los acuíferos vienen bajando desde hace decenios- y porque incluso regando no se está al abrigo de calores fuertes, de heladas, de pedrisco y otras inclemencias meteorológicas que perjudican las cosechas, como ha sucedido este año de 2022.
El turismo sigue siendo de muy poco valor añadido, sin apenas hoteles ni restaurantes de cierto nivel en toda la zona. No ha habido ni hay formación hotelera, condición previa para que puedan existir establecimientos de calidad. La pesadísima burocracia autonómica y provincial para crear empresas es otro obstáculo añadido. Tampoco ayuda la arquitectura de los pueblos y aldeas.
Otros dos recursos importantísimo pero invisibles para el Estado y la Junta, son la reducción de nuestra huella de dióxido de carbono gracias a la inmensa masa forestal, y el agua, pues la Sierra es madre de varios ríos importantes, como el Guadalquivir, el Segura, además del Mundo y del Guadalmena y muchos otros afluentes de los dos grandes. Pero eso no computa en las cuentas públicas. Es la aportación invisible de esta comarca, que nadie toma en consideración (esto ya se ha dicho hace dos años en mi artículo Lo que aportan a España las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, de 15 de septiembre de 2020).
Problemas.-
Comunicaciones: los malísimos accesos por carretera y la inexistencia de ferrocarril dificultan el comercio del aceite de oliva y de los productos forestales.
No hay separación clara entre el mundo del trabajo y el de las prestaciones sociales, porque hay una cada vez menos diferencia entre los salarios de los trabajadores y las pensiones de ‘desempleo’ de los asistidos, algunos de los cuales, en el núcleo familiar, consiguen, sin trabajar, más ingresos que la familia de un trabajador.
La consecuencia, evidentemente, es la emigración, el paro y, paradójicamente, el empleo de mano de obra inmigrada para la cosecha de la aceituna a pesar de una tasa de paro oficial del 25% al menos. Otro índice dramático es el número de casas y cortijos en venta, sin comprador.
Propuestas.-
Habría tres formas de transformar y mejorar una región en el proceso de globalización mundial:
Mejorar el Intercambio de mercancías que tiene el gravísimo obstáculo de la innombrable e incalificable N 322, una auténtica vergüenza nacional[2].No hay tampoco un decente transporte público – Samar, Alsa, La Sepulvedana han desertado- y un viaje a Sevilla o a Madrid dura hasta seis horas con los autobuses actuales. De Siles a Jaén se tarda en automóvil más de dos horas, de La Puerta a Albacete, casi dos horas. De la leyenda del tren ya ni se puede hablar.
Mejora de las redes y comunicaciones informáticas. Cambio de oficinas, permitiendo el trabajo a distancia con oficinas virtuales, el llamado tele-trabajo que el covid ha fomentado. El teletrabajo ya existe en amplias zonas del interior francés, con buenas redes de internet, y en algunas zonas del norte de España. Por ejemplo, Aquitania y la zona de Burdeos ha experimentado un crecimiento enorme gracias a este nuevo modelo de globalización.
Implantación de pequeñas industrias o fábricas buscando el lugar donde hay más trabajadores formados y/o con salarios más competitivos, además de suelo más barato, instalaciones técnicas, etc. Crear empresas de transformación y comercialización de productos forestales. Reunificar almazaras y cooperativas (federar la oferta, fusión, asociación mercantil)para conseguir una oferta más potente, no tan dependiente de los grupos aceiteros.
Deberían ser los alcaldes los que presionasen para conseguir unas redes de tecnologías de la información que permitiesen trabajar a distancia y así atraer jóvenes de otras zonas del país que anhelan una vida rural, un paisaje, una tranquilidad y solaz que esta sierra procura. Más que repetir lo del “oro verde”, una frase que adora la Junta de Andalucía, hay hacer algo para desenclavar esa zona, aislada del resto de España. Querer la prosperidad sin querer hacer aquello que la fundamenta es un engaño propagandístico.
La zona de la Sierra de Segura no levantará cabeza ni turística, ni forestal ni agrícolamente, mientras perdure esa inercia, esa pasividad de las Administraciones locales, provincial, autonómica y estatal, y no haya comunicaciones y telecomunicaciones dignas de España (todo el resto de España está mejor comunicado).
Es indispensable y urgente una construcción social, económica y cultural. Si no, seguiremos como una zona asistida a base de subvenciones y subsidios, demasiado propicios al favoritismo, al clientelismo y a la corrupción (como se ha visto con los ERE).
[1] Hasta el nombre le han intentado quitar, nombrando a la sierra fronteriza, de Alcaraz (Albacete), Sierra ‘del’ Segura.
[2] Tras más de 30 años, resulta que la especie de autovía no llegará más que a Villanueva del Arzobispo. Seguirá sellado el acceso a Levante, a 165 kms de Albacete.
Llego a Orcera y veo la rotonda de las cooperativas con su césped en riego por aspersión, agua fresca abundante escurriendo asfalto abajo.
La bella iglesia de Orcera
Veo todas las noches el castillo de Segura iluminado, aunque no lo vea nadie.
Y veo La Puerta, Cortijos Nuevos, Orcera, Segura y sus aldeas que siguen profusamente iluminados, con sus farolas tan cercanas y potentes (más que en muchas ciudades grandes ¿quién planificó su posición?).
Luces por todas partes, nadie en las calles -pues a la gente por las noches les da por dormir-. Iberdrola y Endesa, encantadas de la vida, pues así facturan más.
Y no pasa nada, nadie dice nada, los ciudadanos no pintamos nada, porque sepan ustedes que aquí no hay sequía ni crisis de energía. Somos perfectos, inmunes, eso sólo les pasa a otros.
Aquí en la Sierra de Segura esto no cuenta, es un invento de la prensa anglosajona.
Conocían las virtudes de las plantas y las hierbas,
los nombres de los pájaros y su canto,
eran de antes del saber y de la ciencia,
entregados al tiempo, a los astros y meteoros,
un mundo mágico todavía subsistía,
y su lengua era ancestral, precisa y bella,…
La gramática es historia, es un documento. Conservar y recordar cómo se hablaba nos ayuda a entender cómo vivían nuestros antecesores.
He tenido el privilegio de escuchar todavía, hace ya más de treinta años, cómo hablaban las gentes de la Sierra de Segura, en la provincia de Jaén. Sus trabajos y sus días eran otros, la maquinaria aún no había hecho irrupción en esa lejana comarca más que de manera marginal, algunos tractores, alguna camioneta. Lo demás se hacía a fuerza de azada, hacha, bestias de carga, molinos de agua. Los cultivos eran variados, había hortales y el uso de las acequias era cuidadoso, bien ordenado. El sistema métrico decimal era usado de forma subsidiaria, pues se usaban las fanegas, los celemines, las arrobas y otras medidas ancestrales. El lenguaje era otro.
Ya se sabe que la gramática y el habla son una fotografía fiel de una fase determinada del lenguaje y, por tanto, de la sociedad.
La Sierra de Segura perteneció al Reino de Murcia desde tiempos remotos, desde antes de la invasión musulmana. Tudmir (que no era otro que un hispano godo llamado Teodomiro), se convirtió, prudente e inteligente, al islam y conservó su poderío. Hasta que Javier de Burgos reorganizase España en provincias en 1830, esa zona era murciana (y todavía parece serlo, a tenor del descuido en que la tiene y ha tenido la Junta de Andalucía que la ve como suya sólo para hablar, cansinamente, del “oro verde”).
Aquí se habla (o se hablaba) de una forma más murciana y manchega que andaluza. Además, la realidad social, cotidiana, productiva, era distinta y las gentes sabían y podían nombrar las diferentes plantas. árboles, estados del tiempo atmosférico y las medidas de los productos de la tierra y las distancias y superficies, como se indica al final de este artículo. Podían decir, y querían decir las cosas tenían su significado preciso. Quizás hubiera más analfabetos, pero sabían nombrar las cosas.
La falta de escuelas (que denunciara Luis Bello hace cien años en su Viaje por las escuelas de España) y la falta de sacerdotes formados contribuyeron, paradójicamente, a que se conservasen el habla, las expresiones y el vocabulario ancestral durante mucho tiempo.
Hay varias causas de la desaparición del habla de la sierra. Sobre todo, tres: emigración, televisión, monocultivo.
La emigración (los emigrantes intentan integrarse imitando el habla de la región que los recibe), el desarrollismo y sobre todo la televisión, han uniformizado el lenguaje. Sólo los más viejos aún usan palabras antiguas.
Otra razón de la pérdida de la riqueza léxica ha sido el monocultivo del olivar. Antes, con las huertas, el labrador conocía las hierbas, las flores, sus propiedades, la tierra que mejor les convenía. Hoy la agroindustria (esa atroz palabra que parece un contrasentido) con sus abonos homogéneos, de marca, y sus pesticidas, no sólo han destruido parte del hábitat, de flora y fauna, sino también la lengua. Hoy ya sólo se habla de olivas y de aceite. Hasta el lenguaje forestal se ha ido perdiendo, pues cada vez hay menos maderistas.
Andalucía como Administración que es bastante nacionalista, ha puesto el acento identitario en el acento andaluz, como si esa fuese la seña de identidad, y no en la riqueza del léxico antiguo que servía para definir el tiempo, las plantas, los animales, las costumbres. Los giros y expresiones de antaño se han ido perdiendo. La forma de hablar se ha empobrecido, lo mismo que se pierden las semillas de antiguos frutales, y eso no es sólo una pérdida nostalgiosa, sino que el lenguaje deja de poder expresar los matices, los cambios de la naturaleza.
El lenguaje vivo ha sido también uniformizado por la gramática normativa.
Afortunadamente, algunos pensadores nos dejaron algunas referencias de cómo se hablaba.
Segura, que da nombre a la comarca, «en un corcovo del mundo», como dijo Quevedo.
Don Genaro Navarro (La Puerta de Segura, 4 de octubre de 1901- Madrid, 24 de febrero de 1977), abogado, erudito e historiador, estudió hace muchos años el léxico de estas sierras, por lo que no cabe añadir mucho más. Su trabajo está disponible en este enlace:
Otro escritor y profesor que dedicó atención al lenguaje serrano fue Emilio de la Cruz Aguilar, fallecido hace dos años, del que hay una semblanza que resume bien su trabajo, en
También el profesor Faustino Idáñez de Aguilar ha estudiado el léxico del nordeste andaluz, o de la llamada región pre-Bética.
Sin embargo, quiero aquí evocar algunas de las palabras y expresiones que oí a Vicente Muñoz, a Antonio Ramos, a Rosario, de la aldea de Rihornos; a veces pensaba que eran errores y en realidad eran formas antiguas de hablar, muy expresivas, algunas ya usadas por Cervantes y por Quevedo:
Abajar, bajar.
Amagantarse, agacharse, esconderse.
Apriesa, de prisa.
Asuradas, marchitadas (las plantas por el viento solano o sur).
Aviarse, arreglarse.
Asentarse, sentarse.
Bullir, moverse mucho, enredar, como el francés bouger.
Coger, por caber: no coje aquí, ésto no coje.
Tener beneficio, la tierra, gracias al estiércol, por ejemplo.
Balate, despeñadero con mucha piedra (del árabe balat, piedra).
Bregosa, persona complicada, que da mucho que hacer. De bregar.
Brozeal, lugar donde hay mucho hierbajo seco, broza.
Cansicio, hartura.
Cansino, pesado.
Castellano, se decía del que no es gitano.
Por cima de, por encima de.
Civanto, talud, desnivel.
Conreo, como arreu en catalán, tarea pesada.
De contino, constantemente.
Desepartarse, separarse.
Despacharse, arreglarse, estar dispuesto, acabar los recados.
Enritación, irritación, enfado (¿por inri?)
Escuerabueyes: un reptil llamado eslizón.
Esfarfollar, deshojar las mazorcas.
Estarse, entretenerse y perder el tiempo (“no te estés”),
Furgar, por hurgar.
Gayares, dinero.
Hacer sentimiento, sufrir, por ejemplo, las plantas al trasplantarse.
Halda, saya, falda.
Jalmazo, golpetazo, caída.
Lanternazo, golpe.
¡Ligero!, date prisa.
Melecinas
Miaja, un poco, migaja.
Noguera, por nogal, como en Levante.
Parece, no pareció: llega, se presenta, no ha venido
Verse precisado, estar forzado, apurado.
Plantas consentidas, mimadas, demasiado cuidadas que sufren con las inclemencias del tiempo.
La pantasma, el fantasma, una aparición.
Pesambre, pesadumbre.
A pique de, a punto de.
Puiciarriba, puiciabajo, hacia arriba, hacia abajo.
Rebolondo, muy redondeado.
Regoldar, eructar.
Rescoldera, ardor de estómago.
Resollar, por resoplar, suspirar por hacer un esfuerzo.
Resultar, por llegar o aparecer («ya hemos resultado», decía la hermana Aurelia, madre de Antonio Ramos, que era de El Patronato, Santiago de la Espada).
Soplarse, por beberse (una cerveza, por ejemplo)
Soñarrera, estar adormilado.
Tenerse, por sostenerse. «¡Tente!»
Tomar, por tomar en brazos.
Trempano
Vide, por ví.
Cambio de género:
La sudor
La calor
Decires:
No le va a valer el saber, “no vos valdrá el ardimiento” (Romancero del Cid).
Agua perdida, la mitad recogida: Limitar el daño.
No tengo lugar, como Sancho, “no tuvo lugar (de sacar los requesones del yelmo)”, DQ, II, XVII.
Está nublo, por ‘está nublado’.
Es noche, por ‘de noche’.
***
Para terminar, es útil recordar las medidas que se usaban, que datan de antes del siglo XIX:
Medidas lineales:
Pie: 1/3 de vara
Vara: 0’836 cms. (oscila desde 80 a 83 cms)
Estadal: 4 varas ó 3,34 mts.
Legua: 5,573 kms.
Medidas de superficie:
Celemín: 1/12 de fanega
Fanega: 0,644 Ha.
Fanega y media: 10.000 metros o una hectárea.
Tahulla: 1.600 varas cuadradas castellanas.
Según Madoz, la fanega se compone de 400 estales (¿estadales?) de 16 varas cada uno.
Medidas de capacidad (líquidos):
Libra: ½ litro
Cuartilla: 1 litro
Arroba : 16 lts.
Arroba de aceite: 11,5 kgs.
Medidas de capacidad (áridos):
Cuartillo: 1 kg.
Celemín: 4 kgs.
Barchilla (de aceituna): 3 celemines
Fanega : 12 celemines, 48 kgs.
Cahiz: 12 fanegas
El celemín de trigo se medía raído, el de garbanzos, maíz, lentejas, colmado.
A los biógrafos se les escapan muchos detalles. La mayor parte de la vida cotidiana de escritores suele quedar oculta tras sus ediciones, presentaciones, fracasos y éxitos. Para muchos biógrafos de escritores solamente cuenta lo que llaman crítica literaria.
Por eso, no es extraño que una corta estancia de Pío Baroja y Azorín en la Sierra de Segura, en los confines orientales de la provincia de Jaén, haya quedado oculta durante mucho tiempo. El hermano de Azorín, don Ramón Martínez Ruiz, ejercía de médico en La Puerta de Segura y estaba encargado del Dispensario Antipalúdico. Recibía revistas, periódicos y muchos libros que le enviaba su hermano cuando ya los había leído. Don Ramón pasaba largas veladas leyendo en su gabinete, alejado del ruido doméstico; su cultura era un secreto para sus familiares políticos, parientes de su mujer, doña Carlota, con los que sólo hablaba de medicina, vida saludable, alimentos sanos y la moderación que debía presidir las dietas de todos aquellos señores rurales. Los demás sólo hablaban de aceituna, aceite, capachos y ovejas. No siempre consiguió que siguieran una dieta correcta, aceptable, pues muchos abusaban del cerdo, la caza y las fuertes salsas con que se aderezan los platos serranos. Así, mi abuelo, su concuñado, terminaría con gota, otros tendrían problemas de azúcar y algunos estuvieron tosiendo por el tabaco hasta morir.
Quiero ahora consignar un hecho que tuvo lugar en la Sierra de Segura, donde nunca ha sucedido nada muy notable. Antes de la República, en los años veinte, don Ramón invitó a su hermano a pasar unos días de junio en la Casería de Santa Matilde, un cortijo umbroso, fresco, que se eleva sobre una colina entre olivares y montes de pinos, con un ancho panorama sobre las primeras estribaciones de la sierra. Allí estaría también su otro hermano, don Amancio, y tendrían asegurado el sosiego para leer y escribir, que eran sus ocupaciones principales. Al caer la tarde, con la fresca, pasearían despacio por los senderos que suben hacia la vieja ruina del castillo de la Espinareda, o irían en el Chevrolet hasta La Capellanía, en las faldas del Yelmo, por aquella carretera de macadam.
Ojalá Daniel Vazquez Díaz hubiera pintado a Azorín y a Baroja juntos. Aquí, los hermanos Ricardo y Pío Baroja.
Azorín le pidió que invitase también a su cercano amigo, Pío Baroja. Esto aseguraba interesantes tertulias y conversaciones en las tibias veladas bajo el denso parral. Aquel año, la primavera había sido lluviosa y las noches eran muy agradables. Del jardín, presidido por el viejo júpiter (lagerstroemia indica) plantado por la gran señora doña Matilde Aguilar, suegra de don Ramón, se elevaban perfumes de flores, de tierra mojada y jugosa, fruto del trabajo de Tirso, el encargado fiel. La paz del campo, las comidas agradables y no pesadas, garantizaban a los escritores un solaz lejos de Madrid.
Don Ramón fue a recogerlos a la estación Baeza con su mecánico, almorzaron en Úbeda y en dos horas y media estaban en el cortijo. Para Pío Baroja el paisaje fue una revelación pues su experiencia andaluza era principalmente de la campiña cordobesa. Sus ideas sobre los andaluces se le hicieron añicos en aquella sierra jiennense, más murciana y levantina que andaluza, o incluso, en algunos pueblos, casi manchega. El había expuesto sus impresiones, con gracia y algo deshilachadas como siempre, en La Feria de los discretos, en 1905. Desde entonces, no había vuelto a tocar el tema andaluz, a pesar de que su padre había trabajado en la provincia de Huelva, en las minas de Río Tinto.
Don Ramón, detallista, nos ha dejado, en una de sus agendas médicas, bien encuadernadas, que le ofrecía anualmente Bailly-Baillière, unas breves notas de aquellos días de junio. Sólo ochenta años más tarde, hojeando sus papeles las he encontrado en una carpeta que, quizás, para que nadie las consultase, había rotulado en lápiz grueso rojo, ‘Yo, enfermo’. Además de las recetas y cartas de sus colegas a los que había consultado sobre sus achaques, estaba esa agenda. Creo que se había limitado a reseñar algunas frases, impresiones, de don Pío y de su hermano que se le quedaron grabadas. No es en absoluto un diario sino una especie de lista como una de esas de recados y de gastos que don Ramón solía guardar.
Es el registro telegráfico de aquellas veladas de verano de aquellos cuatro solitarios, pues aunque don Ramón y Azorín estaban casados con Carlota y Julia, sus vidas eran independientes, solitarias y ellas no compartían nada de sus inquietudes ni gustos. Ambas parejas eran perfectamente asépticas. De Pío Baroja no hace falta decir nada, gran solterón, en sus títulos ya se adivina, desde Las horas solitarias (1918) hasta Paseos de un solitario (1955). Don Amancio, más que un solitario, fue un hombre solo, muy solo, al que con cariño acogió muchas veces su hermano Ramón en la casería. Pero eran éstas, soledades creativas, no apesadumbradas, aunque a la mayoría la soledad voluntaria les parezca casi una enfermedad, una anomalía, sobre todo en una sociedad tan gregaria como la española.
He aquí algunas de sus anotaciones:
PB, “con las sombras del anochecer, parece un paisaje más nórdico que andaluz”,
Pepe (su hermano, Azorín), “las casas del pueblo son más levantinas que andaluzas, se parecen más a la del Collado…”.
PB “aquí no enjalbegan las casas, no es esto muy andaluz”.
Se refiere al Collado de Salinas, cerca de Monóvar, que era la casa de campo de los Martínez Ruiz. Es verdad que muchas casas se dejaban con piedra vista, serranas, otras con ladrillo sin enlucir, como a medio terminar, en todos estos pueblos, aún hoy, sin que los alcaldes hagan nada. A otras se les echan fachadas pardas, amarillentas, ocres, nada andaluzas, como si pintarlas de blanco fuera de pobres.
PB, “¿nadie ha querido estudiar los orígenes de estos castillos y esas torres?”
R (don Ramón) “dicen algunos que por aquí anduvo Prim”.
PB “no puede ser, y además no hay un solo papel, ya me gustaría encontrar datos para escribir una de las aventuras de don Eugenio” (Aviraneta).
Para don Pío, Andalucía era la tierra de los señoritos calaveras, de los caballos briosos, de gritos y cantes flamencos. Una tarde, don Ramón parece que hizo venir a Antonio y Domingo con sus laúdes, pues anota después,
PB “es curioso, que aquí no toquen la guitarra y en cambio haya tantos que sepan tocar el laúd”.
“aquí ni boleros ni fandangos”
“¡y jotas!”
La jota serrana despertaría la curiosidad de don Pío, que siempre ha dejado en sus libros, sobre todo los de ambiente vasco, transcripciones de cantares en euskera o en castellano, hoy ya perdidos. Ya no se canta en los campos, hay demasiado ruido de maquinaria. Su curiosidad por la antropología la heredó, sin duda, su sobrino, don Julio Caro Baroja (a quien recuerdo ver en la desaparecida librería Miessner, en la calle Ortega y Gasset, donde era recibido con mucho respeto y afecto; iba con su pajarita y hablaba bajo, con voz algo atiplada y como con una cierta timidez).
PB, pintura, Sorolla, Rembrandt.
Debieron hablar de pintura, algo que tanto a Azorín como a Baroja les interesaba mucho. Ya sabemos que a este último, el cubismo le parecía una sandez y un producto de los intelectuales bien situados. A don Ramón, el anfitrión, toda esta conversación le dejaría algo frío pues en su casa no había casi cuadros, sólo algunas estampas enmarcadas y una reproducción de la Mona Lisa que tuvieron que descolgar después de la guerra porque el párroco, un ultramontano especialmente zafio, dijo en un sermón que era una inmoralidad. Luego resultó que este cura del pueblo vivía abarraganado con una que decía que era una sobrina huérfana.
PB, “mucha gente con ojos azules”.
Efectivamente, hay por estos pueblos y aldeas muchos con ojos azules, no sabemos si restos de visigodos perdidos o de celtas. Baroja, gran observador, se dio cuenta inmediatamente. La misma mujer de don Ramón, Carlota, tenía unos bellos ojos azules.
PB “¿no hay ni un libro sobre la historia de estas sierras?”
PB rastacuero, ramplonería, pragmatistas.
Don Ramón sin duda anotó palabras que Baroja usaba a menudo en su conversación y que le llamaron la atención.
Debieron también hablar en esas veladas de viajes y países porque hay apuntes en la agenda:
Tánger, Basilea.
Hablarían de medicina, de fisionomía, pues Baroja era, no hay que olvidarlo, médico, aunque ejerció poco. Hablarían del paludismo, de las charcas insalubres junto al Guadalimar, de lo poco que hacía el Estado por aquel rincón de España.
Don Ramón no había salido todavía de España, con excepción, si se puede decir así, de un viaje con su mujer a Tánger, entonces Protectorado español. Más tarde iría a París, recorriendo muchos de los lugares que su hermano le había recomendado. De hecho, estuvieron en el mismo hotel de la Chaussée d’Antin en la que estuvo Azorín con doña Julia, su mujer.
Y hablaron, cómo no, de escritores, que don Ramón apuntó con esmero: Ibsen, Pedro Antonio de Alarcón, Goethe, Larra, Freud … y hay unas notas crípticas, ‘curas, misas, lecturas’.
Luego he leído en Baroja esa frase contundente que explica lo que conversaron los cuatro una noche:
“Cuando alguna vez las luces eléctricas del pueblo se apagan, yo siempre lo achaco al catolicismo. Los que me oyen creen que hablo en broma: pero no, lo creo así. En un pueblo de dos a tres mil almas debía haber, por lo menos, quince, veinte, treinta personas que leyeran de noche y otras tantas que estuvieran en un casino, y todas ellas tendrían interés grande en que no se apagara la luz.
Si se piensa por qué no hay esas personas que les gusta leer, se verá que una de las causas principales, la principal quizá, es el catolicismo, que proscribe todos los libros.”
He de decir que en esos años no había luz eléctrica más arriba de La Puerta de Segura y los cortijos y aldeas solamente empezaron a tener luz eléctrica, algunos, a partir de 1963. La carretera se asfaltó en 1967 o 68. En cuanto al catolicismo, por lo que sé, don Ramón no era practicante. Creo que ninguno de los cuatro contertulios lo era; don Ramón muy influenciado por la Institución Libre de Enseñanza y el que menos Baroja, claramente anticlerical. Sus charlas, amenas, a la luz de los candiles, debían estar preñadas de segundos sentidos cuando se referían a la iglesia, al poder del cura en los pueblos y de cómo tenía dominadas a todas las mujeres (que, como decía otro tío mío, preferían decirle las cosas al confesor que a su propio marido).
Respecto a la referencia a Freud, que el doctor Martínez Ruiz consigna, hay que recordar la aversión de Pío Baroja al psicologismo.
Otra de esas notas breves dice PB ‘tiempo, lluvia, cosechas’. Sabemos que a Baroja le interesaban mucho el clima, los cambios de estación, las lluvias y las sequías. Sin duda se interesó por los olivos, los viejos olivos centenarios que rodean la Casería. Se paraba seguramente a hablar con los peones que encontraba y les preguntaría por los hortales, por las diferentes clases de aceitunas. Entonces había mucho ganado, muchas bestias, burros y mulos sobre todo, y todas las labores se hacían a fuerza de sangre.
Contrariamente a don Ramón Martínez Ruiz, que anotaba todo, Baroja no llevaba un cuaderno de notas, preguntaba, escuchaba, miraba el paisaje y seguramente sacaría sus propias conclusiones, que no conocemos pues no ha dejado nada escrito sobre aquellos días.
A Baroja le extrañó el vacío cultural, histórico, literario, de la Sierra de Segura, algo que siempre ha sido -y es aún hoy- dramático, sin parangón con los demás rincones de España, que han tenido sus escritores, sus historiadores, poetas y hasta pintores. Sólo muchos años más tarde don Genaro Navarro y Emilio de la Cruz Aguilar paliarían en parte ese hueco del que nadie se ha preocupado ni se ocupa (para la autonomía andaluza la Sierra de Segura no representa muchos votos, es inane, sea cual sea el partido que domine la Junta, le da igual). Es un enigma cómo estos valles, llenos de castillos y torres árabes, o probablemente anteriores, cartaginesas, que tuvieron una densidad militar y por tanto histórica, se hayan convertido en el desierto cultural que son hoy. El abandono por el Estado, el desinterés de los políticos de todo borde y condición por estas tierras no explica esa decadencia, esa postración actual. Es una zona prácticamente incomunicada en la que, menos el aceite de oliva, cuya mayor parte se vende a granel a envasadores y comercializadores que se llevan la plusvalía, no ha creado industria ni empresa singular alguna.
Quiero pensar que si Pío Baroja hubiera encontrado algún dato histórico, verificable, habría dedicado un volumen de Las memorias de un hombre de acción a esta sierra. Los de allí sólo recordaban vagamente las historias del ‘Diablo’, al parecer un carlista sanguinario que hasta herró al revés su caballo para despistar a sus perseguidores.
Tengo la duda de si Azorín escribió algo allí, pues algunos de sus relatos están fechados en La Puerta (¿de Segura?), pero no se refieren a la sierra. En las notas de su hermano hay pocas referencias a ‘Pepe’, como le llamaba, quizás porque sabía de memoria lo que sus hermanos, Azorín y el otro, don Amancio, pensaban.
En aquellos años había dos centros en el pueblo para discutir, el Casino y La Peña. En ambos se recibían los principales periódicos, entre ellos El Sol y el ABC, y revistas como La Esfera y Blanco y Negro. En ellas escribía Azorín. Los socios, las fuerzas vivas de la localidad, desde los republicanos moderados como mi abuelo, a los monárquicos liberales, el médico, el boticario, el veterinario, el ebanista, el juez de Paz, entre otros, hablaban de política, de libros y de acontecimientos internacionales. Todo eso ya no existe desde que acabó la guerra y luego la televisión y la emigración desertizaron este pueblo, todos los pueblos, acabando con un modo de vida que, si pobre, tenía su dignidad y sabiduría antiguas. Con la postguerra y el desarrollismo de los sesenta, estas tierras sucumbieron a la apatía, la resignación y el subsidio.
Don Ramón, que había promovido al homenaje a Ramón y Cajal, que ejercía de fuerza viva a pesar de ser muy circunspecto y de pocas palabras, las justas, llevó seguramente a Baroja y Azorín al Casino de La Puerta. No era como el Casino de Monóvar, tan querido y tan elogiado por el escritor, pero en aquellos años de antes de la guerra era un pequeño puerto de abrigo para hablar de algo más que de las cosechas de aceituna y el precio de los jornales (que eran de subsistencia, por no decir de hambre).
Mientras, las mujeres de la Casería de Santa Matilde, con un profundo respeto por estos cuatro personajes, educados, discretos, se harían invisibles; doña Carlota rezaba el rosario con las muchachas y alguna sobrina, las criadas garantizaban la pulcritud de los cuartos, de las sábanas, colchas y el aseo de los señores, así como las refecciones puntuales y el acomodo de esos ilustres invitados que nunca volverían.
Es una pena que ni don Pío Baroja ni Azorín hayan registrado aquellas dos semanas de estío en la hospitalidad de don Ramón y su esposa. Pero ese ha sido el sempiterno destino de esta sierra, que todos han ido de paso y los que se quedan son menospreciados por los políticos provinciales, reducidos al ostracismo. Aún hoy no consigue que escritores, pintores o músicos echen allí raíces aunque hay bibliotecarios municipales diligentes y con ganas de enseñar y difundir la cultura, hay algún pintor, algún artesano, quedan músicos y personas que bailan bien aquellas jotas serranas. Las pequeñas brasas aún podrían alumbrar.
Pasaron muchos años, llegó la República, la guerra, la siniestra postguerra[1]. Don Ramón vio poco a su hermano Pepe, que vivía en Madrid, en la calle Zorrilla. Don Amancio siguió viniendo al cortijo en los veranos. A Baroja nunca más lo vería -pienso que ésta sería probablemente su última estancia en tierras andaluzas-. Pero su hermano y don Pío siguieron siendo amigos y daban algunos paseos juntos, con sus gabanes, uno con boina, el otro con sombrero, casi sin hablar, acercándose Azorín a la calle Ruiz de Alarcón a encontrar a su viejo amigo, y subiendo hasta el Retiro. Pero de todo eso hace ya mucho tiempo, luego se hicieron muy viejos y ya los paseos no eran posibles, quedaron recluidos y más solos. Encontrar las notas de don Ramón de aquellas dos semanas de verano en ese apartado lugar de hace casi un siglo han sido como una brisa, una especie de nostalgia vaporosa, desvanecida, pues ya no hay tanta luz por allí.
[1] Opto siempre por escribir postguerra a la antigua, con t, que me parece más adecuado.