La Sierra de Segura[1] en Jaén es un enclave que lleva siglos apartado del resto de España. En los últimos cincuenta años ha seguido perdiendo población, importancia económica y sigue tan aislada como siempre (en términos relativos, más aislada que hace medio siglo dada la mejora general de las comunicaciones en el resto del país, que aquí no han llegado). No resiste la comparación con el resto de España pues todas las demás regiones han ido mejorando mucho más que los doce pueblos de esta bella comarca.
Recursos.-
No faltan recursos pero están mal explotados, infrautilizados y no bien gestionados. La economía de la sierra es principalmente extractiva, no transformadora.
La riqueza forestal del inmenso parque natural y sus aledaños (213.000 Has, sólo el parque y otras 100.000 forestales fuera de él) no es aprovechada sino exportada a otras zonas. Ya casi no hay maderistas ni empresas de maderas, ni siquiera en Siles. La tonelada de madera de pino carrasco se vende a tres (3) euros la tonelada. Hay solamente una planta transformadora de biomasa -en Puente de Génave- y los maderistas cierran porque ni los precios compensan, ni los costes de extracción ni el transporte.
El olivar es el monocultivo pero la mayor parte del aceite (de muy buena calidad) se vende a granel a grandes empresas españolas y europeas. El valor añadido se va, como en la madera, fuera. La dependencia absoluta del olivar no es sana económicamente hablando. Es una fuente de ingresos relativa, sometida a altibajos. Si falla el aceite, falla todo y, además, el olivar no requiere una mano de obra especializada que está regulada por salarios decretados por norma administrativa, sin posibilidad de mejorar la productividad si no es a base de maquinaria, lo que en zonas montuosas es más complicado. La proliferación de almazaras y cooperativas, un auténtico minifundio de cooperativas, todas separadas y rivales, atomiza la oferta y la debilita frente a los potentes compradores nacionales e italianos. La gestión de las cooperativas resume a veces lo peor del capitalismo y lo peor del socialismo. El riego del olivar no es la solución por el cambio climático -los acuíferos vienen bajando desde hace decenios- y porque incluso regando no se está al abrigo de calores fuertes, de heladas, de pedrisco y otras inclemencias meteorológicas que perjudican las cosechas, como ha sucedido este año de 2022.
El turismo sigue siendo de muy poco valor añadido, sin apenas hoteles ni restaurantes de cierto nivel en toda la zona. No ha habido ni hay formación hotelera, condición previa para que puedan existir establecimientos de calidad. La pesadísima burocracia autonómica y provincial para crear empresas es otro obstáculo añadido. Tampoco ayuda la arquitectura de los pueblos y aldeas.
Otros dos recursos importantísimo pero invisibles para el Estado y la Junta, son la reducción de nuestra huella de dióxido de carbono gracias a la inmensa masa forestal, y el agua, pues la Sierra es madre de varios ríos importantes, como el Guadalquivir, el Segura, además del Mundo y del Guadalmena y muchos otros afluentes de los dos grandes. Pero eso no computa en las cuentas públicas. Es la aportación invisible de esta comarca, que nadie toma en consideración (esto ya se ha dicho hace dos años en mi artículo Lo que aportan a España las sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, de 15 de septiembre de 2020).
Problemas.-
Comunicaciones: los malísimos accesos por carretera y la inexistencia de ferrocarril dificultan el comercio del aceite de oliva y de los productos forestales.
No hay separación clara entre el mundo del trabajo y el de las prestaciones sociales, porque hay una cada vez menos diferencia entre los salarios de los trabajadores y las pensiones de ‘desempleo’ de los asistidos, algunos de los cuales, en el núcleo familiar, consiguen, sin trabajar, más ingresos que la familia de un trabajador.
La consecuencia, evidentemente, es la emigración, el paro y, paradójicamente, el empleo de mano de obra inmigrada para la cosecha de la aceituna a pesar de una tasa de paro oficial del 25% al menos. Otro índice dramático es el número de casas y cortijos en venta, sin comprador.
Propuestas.-
Habría tres formas de transformar y mejorar una región en el proceso de globalización mundial:
Mejorar el Intercambio de mercancías que tiene el gravísimo obstáculo de la innombrable e incalificable N 322, una auténtica vergüenza nacional[2].No hay tampoco un decente transporte público – Samar, Alsa, La Sepulvedana han desertado- y un viaje a Sevilla o a Madrid dura hasta seis horas con los autobuses actuales. De Siles a Jaén se tarda en automóvil más de dos horas, de La Puerta a Albacete, casi dos horas. De la leyenda del tren ya ni se puede hablar.
Mejora de las redes y comunicaciones informáticas. Cambio de oficinas, permitiendo el trabajo a distancia con oficinas virtuales, el llamado tele-trabajo que el covid ha fomentado. El teletrabajo ya existe en amplias zonas del interior francés, con buenas redes de internet, y en algunas zonas del norte de España. Por ejemplo, Aquitania y la zona de Burdeos ha experimentado un crecimiento enorme gracias a este nuevo modelo de globalización.
Implantación de pequeñas industrias o fábricas buscando el lugar donde hay más trabajadores formados y/o con salarios más competitivos, además de suelo más barato, instalaciones técnicas, etc. Crear empresas de transformación y comercialización de productos forestales. Reunificar almazaras y cooperativas (federar la oferta, fusión, asociación mercantil)para conseguir una oferta más potente, no tan dependiente de los grupos aceiteros.
Deberían ser los alcaldes los que presionasen para conseguir unas redes de tecnologías de la información que permitiesen trabajar a distancia y así atraer jóvenes de otras zonas del país que anhelan una vida rural, un paisaje, una tranquilidad y solaz que esta sierra procura. Más que repetir lo del “oro verde”, una frase que adora la Junta de Andalucía, hay hacer algo para desenclavar esa zona, aislada del resto de España. Querer la prosperidad sin querer hacer aquello que la fundamenta es un engaño propagandístico.
La zona de la Sierra de Segura no levantará cabeza ni turística, ni forestal ni agrícolamente, mientras perdure esa inercia, esa pasividad de las Administraciones locales, provincial, autonómica y estatal, y no haya comunicaciones y telecomunicaciones dignas de España (todo el resto de España está mejor comunicado).
Es indispensable y urgente una construcción social, económica y cultural. Si no, seguiremos como una zona asistida a base de subvenciones y subsidios, demasiado propicios al favoritismo, al clientelismo y a la corrupción (como se ha visto con los ERE).
[1] Hasta el nombre le han intentado quitar, nombrando a la sierra fronteriza, de Alcaraz (Albacete), Sierra ‘del’ Segura.
[2] Tras más de 30 años, resulta que la especie de autovía no llegará más que a Villanueva del Arzobispo. Seguirá sellado el acceso a Levante, a 165 kms de Albacete.
Las protestas por el precio del aceite de oliva son solamente un síntoma. Son el catalizador de un profundo desengaño y frustración. Jaén es territorio sometido, enfeudado a los partidos políticos y sus intereses electorales, de un lado, y por una cierta pasividad y resignación de los jiennenses, de otro. Éstos se sienten abandonados, dejados a su suerte, ninguneados, sienten que no pintan nada ni en España ni en Andalucía. La Autonomía regional no ha traído casi beneficios de valor añadido; ni la administración está más próxima ni es más eficiente, al contrario, la burocracia ha aumentado exponencialmente sin que los beneficios sean apreciables.
El Yelmo, en la Sierra de Segura, inmóvil testigo.
En las reivindicaciones y protestas de los jiennenses hay que profundizar, descubrir su raíz y no dejarlas como un mero problema de precios, de orden público e intentar resolverlas -y acallarlas- con unas cuantas subvenciones. En esta provincia (como en el resto de esa España llamada vacía), predominan :
La escasa o nula participación real de la población en cualquier decisión que les afecte, incluso a nivel municipal. Los vecinos no cuentan. Nadie se siente actor. El voto cuatrienal es una mera añagaza para confundir, para dar la sensación de que se participa. No hay libertad de expresión real pues la opinión la manejan los partidos, los políticos y no hay posibilidad de disenso estructurado, potente. Las voces disidentes no son escuchadas y son descartadas. El sistema de gobierno de la Junta es absolutista.
Los subsidios son en realidad limosnas de Estado (o de la Unión Europea), su mal uso y empleo, tan frecuente, proviene de esa sensación de limosna, precisamente. La compensación monetaria envenena y pervierte la realidad mediante todo tipo de subsidios, sea al precio del aceite, a las empresas o a las personas físicas. El resultado es una tasa de paro endémica del 30%, la nula perspectiva para los jóvenes, y el trabajo de inmigrantes (¡bien por ellos!), una paradoja en una provincia con tan alto desempleo.
Las comunicaciones son miserables, tanto por ferrocarril como por carretera, en comparación con el resto de España. No es el agravio comparativo, es la realidad, ni trenes, ni autobuses: no hay transporte público y los alcaldes no dicen nada.
El escaso deseo de aprender entre los jóvenes un oficio o una profesión. Da la sensación de que da igual saber o no saber, tener cultura o no tenerla: no sirve para nada pues hay una enorme desigualdad y hay un pesimismo generalizado, el fatalismo predomina. El nivel de analfabetismo funcional es altísimo, sólo hay que ver cómo escriben los jóvenes entre 20 y 40 años, las faltas de ortografía, por ejemplo. Y ya no hay la excusa del franquismo pues desde hace más de cuarenta años existe la enseñanza obligatoria y gratuita. Este problema perpetúa la división en clases, la falta de promoción social y, por consiguiente, el resentimiento. Como decía la pensadora Simone Weil,
“un sistema social está profundamente enfermo cuando el que trabaja la tierra piensa que lo hace porque no es suficientemente inteligente para ser otra cosa”.
La falta de gusto en el trabajo, en los oficios pues el trabajo se considera meramente como una forma de ganar algún dinero, un mero aporte dinerario, sin satisfacción personal. Esto es lógico si se tiene en cuenta el favoritismo en la contratación. Por ejemplo, la contratación en los ayuntamientos se guía demasiado a menudo por amistad, por afiliación política, por relaciones familiares, lo que desanima a los jóvenes formados que buscan trabajo, como asistentes sociales, educadoras infantiles, etc.
El problema de desarraigo y aculturación, algunos lo compensan comprando tierra, olivos, como un deseo subconsciente de ligarse a la tierra. Muestra de este desarraigo, esta falta de patriotismo estético, es la fealdad de las construcciones -muchas a medio acabar, con ladrillos y chapas por techo sujetas con piedras-, la cantidad de naves que invaden los campos y el paisaje sin que nadie lo impida.
De ello deriva el fatalismo y aletargamiento generalizados, vacío que llenan los bares, el alcohol, la droga y el fútbol (¿por qué no se publican las cifras cobre droga y alcohol en las zonas rurales, en los pueblos?). La escasa o ninguna información de lo que de verdad sucede es sustituida por la propaganda, sea de la Diputación, de los Ayuntamientos, obedientes a sus respectivos partidos, sean PP o PSOE, sin ninguna autonomía real, de la Junta de Andalucía o del Estado. El discurso oficial está lleno de parásitos ideológicos, como esas emisoras de radio con perturbaciones e interferencias.
Ya se sabe que es común en todos los países europeos que los campesinos se sientan postergados y olvidados por la Ciudad, es decir, por el Poder. Pero en este caso es absolutamente cierto. Cuando los jiennenses protestan por el precio del aceite hay que leer esa protesta mucho más allá del mensaje inmediato. Se quejan, gritan, hacen tractoradas porque no se les tiene en cuenta (salvo como número de votos a obtener, como si se estuvieran contando cabezas de ganado).
La situación deriva de una ‘forma’ de hacer política que ha imperado en la provincia en los tiempos en que el PSOE gobernaba en Andalucía, un clientelismo que ha emponzoñado todo organizado por un personaje político regional de cuyo nombre no quiero acordarme -apoyado por Chaves y Griñán-, oriundo de la provincia, que actuaba a base de favores, enchufes y beneficios para los ‘afectos’. Además, los cargos administrativos, delegados, directores, etc., habían de pertenecer al partido, confundiendo administración y partido dirigente (no estoy seguro de que esta práctica tan extendida haya cambiado hoy aunque quien dirige la Junta haya cambiado).
¿Qué hacer? ¿Cómo insuflar un nuevo espíritu?
El problema de la llamada España Vacía no es solamente un problema del Estado, de las Autonomías y de los Ayuntamientos: la regeneración debe venir de dentro. Estamos casi como cuando hace más de cien años Joaquín Costa clamaba por el ‘Regeneracionismo’. Las palabras claves son transparencia,participación y cultura. Entre otras cosas, se precisaría de:
Participación real, efectiva, en las decisiones y no sólo votar cada cuatro años para dar un cheque en blanco al partido de turno.
Transparencia en los contratos públicos como, por ejemplo, para desentrañar el desastre de la N 322, en obras desde hace más de treinta años y sin visos de acabar. Y ningún alcalde dice nada.
Transparencia en la contratación de personal por las administraciones local, provincial y regional, evitando el amiguismo.
Transparencia y despolitización de la gestión de los Parques Naturales de la provincia que multan a particulares por nimiedades mientras dejan proliferar construcciones horribles en los olivares y no hacen nada contra los desafueros y ecocidios cometidos al reformar carreteras[1].
Garantizar que los subsidios a personas físicas y a empresas no sean más ventajosos que producir o trabajar.
Formación específica y adaptada al medio agrario y forestal.
Escuelas de artes y oficios que inculquen una moral del trabajador que le sirva para tener contratos justos y estables con posibilidad. De ascenso y promoción por méritos.
Red cultural que incluya teatro, música, pintura, algo así como fue La Barraca de los años treinta. El éxito de público del festival Música en Segura demuestra que sí hay interés en los pueblos, aunque las autoridades hagan caso omiso.
Prohibir la propaganda política, tanto la obvia como la indirecta que hay en tantos carteles que anuncian obras, presupuestos, ‘mejoras’, sobre todo cuando se acercan las elecciones. Además, todos esos carteles son feos, tapan el paisaje y no suelen decir la verdad.
No deja de ser triste que la provincia de Jaén, que es la mayor productora de aceite de oliva, en la que nacen ríos que riegan media España, con parques naturales que contribuyen enormemente a reducir nuestra huella de carbono, carezca del peso específico que merece en Andalucía y en España. El gobierno, la Junta y los ayuntamientos, que le deben todo, no le dan sino subsidios y propaganda.
En fin, recuerden los del Poder que la sumisión no es eterna.
El embalse de Alqueva, en el Alentejo, sobre el Guadiana, es el más grande de Europa occidental y tiene una capacidad de más de 4000 millones de metros cúbicos, aunque sólo ha llegado a llenarse en tres cuartas partes. Por ahora sólo ha servido para que el gran agrobusiness se llene los bolsillos, plantando olivos de riego, en seto o espaldera, de forma que se agota el suelo, el agua y encima no se da trabajo pues está todo mecanizado.
Viene al caso porque es al paradigma del erróneo desarrollo o, mejor dicho, crecimiento agrícola. Los nuevos cultivos de olivar en España y Portugal son un disparate ecológico, botánico social y paisajístico, son insostenibles. Pero se produce y se obtienen pingües beneficios de la venta granel, como una commodity más, y de las subvenciones de la Unión Europea, cuya política agraria sólo ayuda a más producción, con un pequeño lavado de cara ecologista, un greenwashing. Por ejemplo, no hay ayuda alguna para limpiar los montes, y lo afirmo porque tengo montes de pinar, de pinos carrascos o de Aleppo, malos para madera pero importantes ecológicamente para reducir la huella de carbono, y también un pequeño olivar.
Olivar antiguo, tradicional. Un paisaje creado por el hombre.
De esto no se habla en Glasgow ni en España ni en Portugal. Como, además, los ecologistas son fundamentalmente urbanos, de olivares, olivos y aceite no saben mucho. Y en España, las empresas agrarias no por casualidad detestan a Greta Thunberg.
A medio plazo, estos nuevos olivos no llegarán a ser centenarios ni mucho menos, se producirá y venderá aceite de menos sabor porque es de riego, habrá menos trabajo de recolección. Y se siguen vaciando los acuíferos y desertizando las cumbres de los montes. Además, ese tipo de inversión sólo la pueden hacer las grandes empresas, lo que curiosamente va a fomentar de nuevo el latifundio o el arrendamiento de tierras a los pequeños y medianos propietarios. Es un modelo parecido al que usan las papeleras con las plantaciones de eucaliptus, que pagan a los propietarios por plantarles sus tierras y montes.
El manido y cursi eslogan del “oro verde”, referido al aceite de oliva, es una falsedad cada vez mayor. Si no, vayan a la provincia de Jaén, la mayor extensión de olivar del mundo, un monocultivo, y vean que sigue relativamente atrasada, abandonada, incomunicada, en comparación con el resto del país, siendo una de las más pobres y con menor densidad cultural de España, si no la más.
…»que te traigan aceite puro de olivas machacadas, para el alumbrado, para hacer arder continuamente las lámparas». (Éxodo, 27, 20)
Desde hace tres mil años al menos, el aceite de oliva es parte de nuestra cultura. Y quizás sea precisamente eso, una maldición pues en España el olivo ocupa el 55% del área cultivada, con cerca de 2.700.000 de árboles.
En mi vida adulta, en Jaén he visto una evolución sólo cuantitativa: más caminos forestales asfaltados, más construcción -no siempre bonita-, adornos en los pueblos, instalación de algunos servicios esenciales; pero aún todavía faltan muchos, entre ellos conexiones de internet fiables, ambulatorios, residencias para ancianos, etcétera.
Pero no he visto muchos cambios cualitativos. La mentalidad en general, con honrosas excepciones, sigue siendo la misma y el Estado sigue ignorando esta provincia.
Puede ser que la raíz de todos los problemas de esta provincia sea el olivar; problemas en plural, pues los hay medioambientales y económicos, por el exceso de plantaciones, por el regadío que agota las capas freáticas, por la distorsión del mercado, de la oferta y la demanda que han creado las subvenciones, el APROL, la PAC.
En algunos pueblos con menos de 1.500 habitantes hay dos o más cooperativas y almazaras privadas. Una oferta dividida y fragmentada frente a poderosos distribuidores y comercializadores.
Yo no sé si los gobernantes tienen algún plan, primero, para facilitar la concentración de la oferta y, segundo, para modernizar y adaptar el proceso de toma de decisiones en las cooperativas para hacerlo más ágil y mejorar su eficiencia. Por ahora, las cooperativas arrastran un modelo jurídico anticuado que no está a la altura del que poseen los grandes distribuidores. Hay una asimetría enorme entre el inmenso poder de los distribuidores y comercializadores y los productores. De tal modo que en las negociaciones y contratos, éstos llevan, naturalmente, las de perder. El aceite de oliva se convierte así en una mera commodity, a pesar de los esfuerzos de muchas almazaras que producen un aceite cada vez con más calidad.
Sería bueno también que hubiera una transparencia de precios en el mercado garantizada por el Estado que sirva de orientación a los productores, que los verdaderos costes de producción se hagan obligatorios, para no vender a la baja y que el Estado, o la Junta de Andalucía, establezcan la figura del mediador para resolver litigios en los contratos abusivos u opacos. El papel de las cajas y bancos en el pago se subvenciones podría ser también objeto de mayor claridad.
Transparencia, agilidad, menos burocracia y más mercado abierto pueden defender mejor a los productores, que deberían unirse y no ir cada uno por su cuenta. La ecuanimidad en los procedimientos, el equilibrio en el sistema de contratación y resolución de litigios entre productores y distribuidores son condiciones necesarias, aunque no suficientes, para permitir una justa retribución de los productores.
La amenaza y la destrucción de olivares por la bacteria xilella fastidiosa puede forzar, o ya lo está haciendo, a los italianos a comprar más aceite español para venderlo con otras marcas. Las transacciones deberían ser más protegidas por la legislación para que los distribuidores nacionales y extranjeros no expriman más a los productores.
Pero, en fin, estos son deseos píos. Seguirán hablando del oro líquido y gastando dinero en publicidad, como hasta ahora. O habrá tractoradas que apenas resuenan en los medios de comunicación nacionales, que se quedan en la provincia como noticia local. Que haya un 35% de paro en la provincia (aunque haya que contratar inmigrantes como temporeros) parece que ya está asumido como normal, nos hemos acostumbrado y encogido de hombros. Que la Junta haya literalmente hundido Santana no es ya ni tema de conversación. Parece que da todo igual. Es el Destino, con mayúscula.
La consecuencia de esta situación entre los jiennenses es que hay mucho fatalismo (“todos los políticos son iguales”) y mucha resignación (“no contamos nada para nadie”). Parece como si se uniesen el fatalismo musulmán (¿nuestro “legado andalusí”?) y la resignación cristiana.
El Estado, ausente, la Junta de Andalucía en sus soliloquios burocráticos y su retórica del oro verde y del oro líquido. Una administración disuasoria de toda innovación, con demasiados trámites, con funcionarios por doquier. Los dirigentes políticos jiennenses parecen no tener influencia al norte de Despeñaperros ni al sur de Andújar.
Y la estrepitosa ausencia del Estado, encerrado en sus querellas dentro de unos pocos metros cuadrados en Moncloa. ¿Alguien tiene noticia de cuál ha sido el último ministro de Agricultura que ha pisado la provincia, sus campos, andado por sus pueblos y hablado con los agricultores? Yo no lo recuerdo.
En el siglo XVIII tuvimos que vender La Florida (Carlos III) y La Luisiana (Carlos IV). No es la primera vez que un país vende pedazos para quitarse deudas de guerras, de pandemias, o simplemente para quitarse un peso de encima. Porque Jaén parece que para el gobierno español es un incordio, una carga. A lo mejor alguien está pensando en vender la provincia, porque lo parece a tenor del poco caso que hacen de ella. Si llega el día, que organicen bien la subasta.
Mientras, nos consolaremos paseando por las calles los pueblos de la provincia, que, amables, limpios, algunos más bellos que otros, dormitan. Pasearemos por Lopera, Porcuna, Orcera, por La Puerta de Segura, donde nació y reposa mi padre, y contemplaremos La Loma de Úbeda y al fondo el Guadalquivir, la azulada sierra Mágina en la lejanía, y evocaremos esta espléndida y gran provincia que fue ibera, cartaginesa, romana, visigoda, musulmana, que guarda en su seno capas de cultura y de historia que hoy se menosprecian.
Como empezamos, terminamos con la Biblia, que no es solamente un libro para creyentes: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol” (Eclesiastés, 1, 20).
Dar testimonio de la catástrofe inevitable cuando aún era posible evitarla. Jorge Riechmann
La Política Agrícola Común de la Unión Europea, la PAC, ha producido y acelerado un tipo de negocio, el agrobusiness, que en España ha tenido dos consecuencias negativas: por un lado, el creciente monocultivo con daños medioambientales y, de otro, la España vacía. Parece que nadie repara en que la supresión de la diversidad, la homogeneización de las tierras, expulsa población cuando no hay alternativa ni un mínimo tejido industrial autónomo y complementario, como es el caso en la mayoría del territorio español.
La PAC representa 58.000 millones de euros anuales, que es el 39% del presupuesto de la UE. De éste, España recibe aproximadamente 7.514 millones € del FEAGA, más 1.300 millones € del FEADER . Francia recibe prácticamente el 50% de los subsidios de la PAC.
Con la política de subsidios a la producción se ha fomentado el cultivo intensivo y el monocultivo en grandes zonas de Europa. En Francia con la remolacha, en España con el olivo. Así también con empresas lecheras, cría de cerdos, pollos, etc. Se ha conseguido una autosuficiencia en materia de alimentos, que era lo que se perseguía, pero a costa de una sobreproducción devastadora, insolidaria con África y nociva para la naturaleza. Mientras muchos ecologistas, guiados sobre todo por su antiamericanismo primario han dirigido sus críticas a los transgénicos y la norteamericana Monsanto, se han olvidado de que la PAC no es precisamente un modelo de desarrollo agrícola sostenible sino que está en manos de los lobbies agroalimentarios, sobre todo franceses.
El crecimiento de la producción parece ser el único objetivo. Por ejemplo, las ayudas de pago único del FEAGA suponen que cuantos más olivos posea un agricultor, más subvención recibe. Eso está transformando extensas zonas de España en olivares, donde antes había cereales u otros cultivos. Al mismo tiempo, fomenta, en aras de más producción, el riego de olivares desecando capas freáticas, y el mayor uso de agrotóxicos. De ahí resulta una pérdida de la biodiversidad que es un pingüe negocio para las grandes productoras de aceite, para las distribuidoras y, por supuesto, para las industrias químicas. Pero lo mismo sucede con otras producciones agrícolas y ganaderas.
La concurrencia, la competitividad, obligada porque muchos otros países hacen lo mismo, lo que supone una huida hacia adelante, con más maquinaria, más productos y más agresión a la tierra y escasez de agua. En conclusión, la progresiva desertización ambiental (y social) del país.
Estos envases vacíos se ven tirados por los campos.
Curiosa, esta bipolaridad -esquizofrenia- del Estado y de la Unión Europea. Por un lado dicen acatar los acuerdos internacionales en medio ambiente y por otro fomentan una agricultura medioambientalmente insostenible y perjudicial. Los subsidios de la UE para protección de la naturaleza no llegan a la décima parte de los dedicados al agrobusiness. Consciente de la amenaza a la biodiversidad, actualmente la UE establece que debe haber un 26% de la tierra protegido, con el propósito de elevar ese porcentaje al 30%.
Habría que dibujar una tabla de coste/beneficio, de puntos débiles y puntos fuertes de este modelo agrario impuesto por la UE y secundado alegremente e inconscientemente por los gobiernos nacionales. Uno de los costes es que se mantienen propiedades no rentables gracias a las subvenciones. Se dedican al cultivo y se riegan terrenos nada rentables, que volverían a ser monte si no fuera por los subsidios. Se distorsiona el mercado, se alzan barreras aduaneras contra la producción de países africanos, que son sometidos, más que nunca, al intercambio desigual (y después nos alarmamos de la inmigración en pateras y cayucos).
La relativamente nueva situación ha hecho cambiar las relaciones económicas y comerciales del agricultor, su vida y el paisaje. Hay que hacerse además tres preguntas: ¿quién manda en el campo? ¿vive mejor el agricultor?, ¿es más bello este campo de ahora?
En el campo, en la agricultura ya no mandan los agricultores. Mandan tres grupos: las empresas de distribución y comercialización, las empresas de productos químicos para el campo (insecticidas, fungicidas, herbicidas, fertilizantes) y la estructura burocrática de subsidios nacional y europea.
La pregunta más crucial es ¿vive el agricultor mejor? Materialmente, es posible, tiene auto, a veces calefacción, las casas son algo mejores (aunque más feas), entre otras cosas porque cada vez hay menos, tocan a más, por así decirlo. Pero está cada día más entrampado. Depende de los créditos para comprar maquinaria y sistemas de regadío cada vez más caros y sofisticados, depende de vehículos y de mano de obra inmigrante. No dejan de ser siniestras las ofertas y descuentos que hacen las empresas de fertilizantes, insecticidas y herbicidas: cuantos más sacos o contenedores se compran, más baja el precio por unidad, animando así al agricultor a usar en exceso (y de paso, dejan tirados los envases por los campos).
Color verde del envase para un producto destructor de lo verde.
El agricultor no latifundista (pues hay ya muchas empresas que controlan, con nuevo estilo, la producción) se encuentra ante la misma tesitura que Marx enunciase: el precio de producción de la mercancía difiere del precio real o precio comercial. Este depende de la oferta y la demanda. La oferta es excesiva en muchos productos, lo que da lugar a esos precios ‘tirados’ de aceite, de leche, de carne, que ofrecen las grandes superficies, en manos de las colosales distribuidoras extranjeras o españolas. La plusvalía que generan los agricultores no es para ellos, es absorbida por los distribuidores, por el Estado vía impuestos, pues los subsidios de la UE están sometidos a impuestos, por los préstamos bancarios para adquirir productos fitosanitarios y maquinaria. El agricultor está preso en una espiral malévola, de más producción-más endeudamiento-más oferta-menos retribución: la huida hacia adelante mencionada.
El agricultor se ha hecho más dependiente del Estado, de las grandes empresas de distribución (que marcan los precios, a menudo por debajo de esos costes de producción como exige este agrobusiness. El conflicto no es social sino comercial, los chalecos amarillos se manifestaban no a favor de la naturaleza sino por la reducción de los subsidios al gasóleo. Lo que confirma que el ecologismo es de burgueses y de gente de las ciudades, a ser posible intelectuales. La protección del paisaje y de la naturaleza no está en el mapa de las reivindicaciones agrarias ni en las tractoradas.
El propio Marx podría haber llegado a la conclusión de que la mercancía -el producto agrícola- terminaría agrediendo a la naturaleza, destruyéndola o hiriéndola. En España, si algún político se molesta en visitarla a fondo, no para inaugurar nada, se ven cada vez más zonas de monocultivo, menos diversidad, menos humildes abejas, menos inocentes bichos y sabandijas.
La consecuencia más importante es que ha cambiado la vida social, laboral y económica de los agricultores y, por tanto, su conciencia, su mentalidad y forma de vida. “El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general”, dijeron claramente Marx y Engels. Esto se nota en la forma de vida de los pueblos y aldeas del país, en su ocio, en su cultura (o falta de ella, pues se ha perdido la tradicional sin ganar una nueva). De hecho, además de depender de esos tres poderes antes citados, el agricultor depende mucho del clientelismo político instalado en su municipio, provincia o comunidad autónoma. Es menos libre que nunca.
La Naturaleza no es divisible, no es parcelable: no se puede dividir la tierra en zonas protegidas y zonas donde todo vale, en parques naturales de un lado y tierras dejadas a la depredación intensiva, de otro. Así como la cultura nos va separando de nuestro propio ser, cuanto más sofisticada es una sociedad más se aleja de la naturaleza. Crear parques naturales puede estar bien para el turismo pero a menudo no es más que un subterfugio para calmar conciencias y maquillar de verde una política agrícola totalmente enfrentada a la naturaleza. Un ejemplo de esa ‘propaganda ambiental’ es la protección al lince ibérico en Andalucía, muy costosa, mientras se permite toda clase de tropelías en las costas (campos de golf con agua potable, playa de los Genoveses, Algarrobico, Barbate, negligencia culposa en la gestión de Doñana, y un largo etcétera).
Un pastor de la Sierra de Segura (Jaén) me ponía un claro ejemplo: “antes unas cuantas cabras me servían también para que rozasen naturalmente los civantos (taludes) de broza y zarzales, ahora necesito echar el round up (glifosato). Tener cabras está prohibido”.
Sólo la antigua Grecia, la Hélade, atribuyó ninfas y dríadas protectores a los ríos y fuentes, a los árboles, a los montes y los bosques. Cada vez nos hemos ido alejando más de la naturaleza, considerándola meramente como un botín para entrar a saco en ella. La que Cervantes cantaba de la edad dorada casi no existe,
Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas…
Don Quijote de la Mancha, 1ª parte, capº XI
La Unión Europea, con su PAC, conjuga lo peor de la Planificación y lo peor del Libre Mercado, generando además en toda la Unión y en España una exagerada, enrevesada y gravosa burocracia (véase APROL, como muestra, la ayuda al olivar).
En conclusión: más producción, menos diversidad, más daño ambiental, precios más bajos y endeudamiento creciente de los agricultores, beneficios para las empresas distribuidoras y agroquímicas y para la Banca, más funcionarios y una España más vacía.
Probablemente deberíamos cuidar de una agricultura en armonía con el paisaje y con la naturaleza, pero no sabemos si a los lobbies eso les interesa. Además, la práctica ausencia de los temas agrícolas en los grandes medios de comunicación no dan mucha esperanza a que este debate sobre la agricultura se generalice y profundice. El campo, cuanto más callado, mejor para los políticos, los bancos y todos esos que mandan en él.
Una calle oscura, lluviosa, un balcón. Abajo, un gran automóvil americano azul oscuro. Mi padre señalaba los pocos automóviles estacionados.
¿Y después?
Saliendo de un taxi negro. Un avión. Llegar a una ciudad luminosa, una plaza con sol.
Una casa entre los árboles. Era verano. En un pilón se bañaban los niños. La piscina era para los mayores, que sabían nadar.
Eran los veranos de la infancia, veranos perdidos en el tiempo, cuando siempre aprendías algo, a nadar, a montar en bici, a leer, a conocer los árboles y los animales. A buscar caracoles en la hiedra después de regar. Eran los veranos de la primera edad del tiempo. O mejor, sin tiempo, el tiempo no existía. No hacía falta tampoco comprender, sólo ver, oír, respirar, estar.
Veranos largos, con mucha gente siempre, tíos, abuelas, primos, criadas, peones, muleros, gañanes, pastores, el hermano Vicente, el hermano Ventura, que traía una canasta con las primicias de su huerta todas las mañanas. No se hacía nada, salvo ir a bañarse a una alberca -pocos tenían las nuevas ‘piscinas’-, ir al monte, contar historias. Bajar al pueblo era una aventura, medio mareado de curvas y polvo por las carreteras de macadam, blancas bajo el sol, en autos calurosos que olían a carrocería y aceite quemado. A comprar Sacis en la tienda de Lillo.
Eras niño de la ciudad, niño de estufa, descubrías los animales, los gatos, las gallinas, los perros, mulos, burros, algún caballo. Y los animales salvajes, los pequeños reptiles, salamanquesas y tiros, los insectos, los escarabajos. Y los ruidos y los olores eran parte de la vida. Olores de los cuerpos, de cuando no se usaban tantos afeites, olor de los hombres trabajando, con el sano sudor, de las sirvientas, el almidón de planchar, el olor los domingos de los aparceros recién rasurados, con camisa sin cuello y loción Floïd. El crujido del charol de los zapatos de las criadas -que les regalaban los amos- para ir a misa.
Los mayores hablaban a veces en voz baja para que no supieras de qué hablaban. ¿Del padre y madre ausentes, cada uno en su país? Los silencios eran más expresivos de lo que decían, más importantes porque había siempre ese misterio de la vida, de un lugar desconocido, de aquella bruma en la que recordaba el taxi negro llegando a un aeropuerto donde, te decía él, ibas en avión para ir de vacaciones a España.
Se te quedó grabado para siempre el campo, su luz, sus sombras de árboles y montes, sus olores y sus ruidos, el calor entre las olivas y en el monte. Así fueron tantas vacaciones, esas vacaciones que se convirtieron en la vida. Pero no siempre era verano. Los veranos eran todo; el resto era un túnel en Madrid con el colegio, los deberes, profesores ceñudos y calles grises. Sólo las meriendas, el pan y chocolate, o el emparedado con mantequilla y jamón de York, leyendo tintines.
Como eran sólo tres meses, con la sacudida extemporánea y rara de alguna tormenta, que llamaban una nube, el tiempo no existía. Nada ocurría y sin embargo recuerdas aquellos meses llenos de acontecimientos. Todo era, al cabo, banal, rutinas de los campos y ganados, cuando la vida era casi sólo existir, sentir. Y al recordarla, detienes el tiempo como aquella flecha en el aire que parece no moverse. Hoy confundes aquellos veranos con tu niñez que quizás sólo fue eso.
Pero has ido pasando, o aquello pasó por ti. Y se cierne el invierno.
Los inviernos, que eran un misterio. Nunca ibas en invierno, partíais a finales de septiembre y no volvíais hasta finales de junio. ¿Qué pasaba durante el invierno cuando todos aquellos se podían quedar en los cortijos y debíais volver a la gran ciudad?
La lengua que habías olvidado, enterrado; la que habías aprendido y siempre te asombraba. Y allí hablaban de otra manera, decían otras cosas, hablaban de otras cosas. No era como en Madrid.
Catena
El cortijo grande, antiguo, lleno de patios y cámaras por explorar, esa Casería de Santa Matilde que se alza en un pequeño cerro que dicen fue castro ibérico. Está rodeado de chopos y almotejas, olmos, y dos acequias corren por sus cuestas. Es centenario y las hiedras y las higueras, los olivos más afuera, van rodeándolo, protegiéndolo.
Con Ramón Campos eran largas lecturas de El Jabato y El capitán Trueno que él subía del pueblo en su bicicleta negra, una vieja BH. Mientras leías, en el cuarto blanco se oía el zureo de las palomas arriba, en el palomar.
Los cortijos entonces tenían cuadras, los animales, las bestias, eran parte de nuestra vida y la paja mojada, el estiércol, la piedra de salegón en los establos, eran otro lugar de exploración.
Anochecido, con los primos, jugabais de rodillas a hacer una procesión y tía Carlota, en su mecedora, os iba ‘bendiciendo’: “Yo soy el obispo de Roma, y para que te acuerdes de mí, toma”.
No había luz eléctrica y el misterio se cernía cada noche. La luz de la casa era amarilla y recuerdas los candiles de bronce de Riópar con sus torcías empapadas en aceite de oliva que apagabais para asustar a las primas cuando ya las escaleras estaban a oscuras. “Es noche”, decían, o “ayer noche”, como decían “está nublo”. La oscuridad era una presencia permanente que invocaba leyendas y patrañas. Y cuando amenazaba nube, ponían las palometas en aceite, encendidas frente a una estampa, para conjurar el peligro.
Las grandes alacenas olían a harina candeal, a rancio y al poso del aceite en las hondas tinajas. Las criadas te daban la ternura que la madre ausente, ignorante, nunca te dio.
Una mendiga de negro, en harapos, venía a pedir pringue con su hijo descalzo y famélico de la mano que te miraba, que tenía tu edad. Le daban un pedazo de pan, vertían aceite frito de la matanza, con sabor, en su alcuza y se iban por el carril abajo, desapareciendo, furtivos, huidizos, entre los árboles.
A la entrada del carril, la carrascona, que aun está, en cuyo agujero vive el lagarto viejo y verde. Por el carril por el que suben renqueando, en primera, los Seats bicolores y el camión de Rebulle de antes de la guerra con los guardabarros abollados y los faros bizcos.
La trilla, la aventadora Ajuria, un viejo tractor Mc Cormick, rojo, casi escondido bajo los chopos y las hiedras donde te subías a girar el volante, el casinillo donde iba a leer el hermano del escritor, escritor quizás también él, elegante, y al que no se le podía incomodar. Acontecimientos intrascendentes y deshilachados que se los llevaba el aire, como a la parva y al bálago de las eras.
Mucho más abajo, escondida entre unas pobres olivas, la choza del Julián y la Elvira, donde, en medio de la suciedad y la miseria, eran felices y siempre sonreían. Estaba en el camino a la fuente donde por las tardes bajaban las criadas con el mulero y los cántaros y botijos. Hacia mediodía, cruzando la carretera, el ‘cortijo feo’, de piedra, rodeado de pinos y chaparras, solitario, vacío.
Las conservas de tomate que se guardan en botellas verdes y desfarfollar panizo, todas las mujeres riendo y contando historias viejas mientras los hombres fumaban, callados, en la puerta del patio.
Monte arriba, la cueva Zorrilla y la Sima de la Loca, a donde no dejaban subir a los niños, sólo los primos mayores tenían ese derecho.
Chipiona
Sobre la marisma la torre bermeja. Vientos de los mares salitre le dejan…
Joaquín Romero Murube
Jugabais a la guerra porque había restos de pequeños bunkers de hormigón con troneras de hierro oxidado, medio hundidos en las dunas, y más allá de las rompientes unos pecios, barcos, decían que ingleses, cuyos restos estaban medio sumergidos y aparecían con la marea baja, espectrales, negros y amenazantes. Helicópteros de la base de Rota sobrevolaban la playa y desde la cabina de cristal os tiraban chicles mientras corríais por la arena, saludándoles. Eran como los héroes de la televisión, Pájaros de Acero.
En la playa aparecían medusas y las pequeñas rayas que tenían electricidad en un punto verde y en los jardines, entre las buganvilias, los camaleones. La hermana pequeña, con su eterno bañador rojo con volantes. No sabíais nadar todavía y la arena era vuestro fortín.
La estación de Jerez de la Frontera, la noche calurosa al llegar el expreso de Madrid, el Mercedes 190 gris que os esperaba para llevaros hasta Chipiona, cuyos asientos picaban. El único Mercedes en que te habías montado era un 90 con palanca de cambios en el palier, que los Salinas trajeron de Guinea, con su matrícula TEG. Por los llanos, los molinos de viento metálicos para sacar agua, girando lentos entre alguna palmera, sobre los huertos con cercas de caña.
En Regla, la capilla con el esqueleto de la ballena. Por el pueblo, las calesas con toldos de lona y rucios flacos.
El Hotel Sur de Paco Cotro, blanco, con un comedor luminoso y las eternas ensaladas de remolacha. Él, atento, cuidadoso con los clientes (un torero de postín, familias sevillanas de hijos rubios y pecosos que a los jerseys les llaman yerzis) paseaba entre las mesas, por la terraza de mármol, impecable en su terno de lino blanco, cara de libanés, bronceado, con bigote lineal y una boquilla con el eterno cigarrillo. El padre llegaba de visita desde un pueblo no muy lejano en su motocicleta y os paseaba y os compraba helados en el pueblo.
Albaladejuelo
Bajo el Castillo de Altamira, la antigua torre mora, una aldea donde viven Leoncio y otros pocos, familias de peones pobres.
Bonifacio y Felicitas. El se levantaba antes del amanecer para echar de comer a las vacas y a las chirras que mugían agradecidas. Echarle a los marranos el salvado y las mondas de las patatas y oír como mastican ruidosos, húmedos, chapoteando sus fauces en las gamellas de madera, talladas en un tronco, gruñendo de placer.
Contar o inventar películas trepados en los frutales de la huerta durante las siestas, mientras los mayores descansan.
Nadar y montar en bici. El te trajo tan contento una bicicleta roja, pero era de segunda mano y te desilusionó (luego te arrepentirías, como tantas veces en su vida te has arrepentido) de haber sido tan desagradecido. Piensas que quizás tu vida ha sido una sucesión de ingratitudes.
Cuando os portabais mal Ramón padre os castigaba, con cierta zumba, a cada uno en una esquina del cortijo. El castigo duraba unos cinco minutos.
Gijón
En Somió, oculta por unas hayas rojas, la vieja casona de tejados muy inclinados -entonces llovía más-, de ventanales medio cerrados y ocultos por la vegetación que trepa por los muros descascarillados, quebrados y deslucidos de humedad. La anciana, viuda de un militar que quizá hiciese la guerra de Cuba, avara pero tierna y amable, desbordada, extraviada por una vida que se prolongaba sin más sentido y porque su única hija, Manolita, la había abandonado, esperando ávida el óbito y la herencia. En las vitrinas, las vajillas y cuberterías que no se usan, mientras en la cocina sólo hay cubiertos desparejados y cuchillos sin filo. Camas desvencijadas, medio hundidas, cubiertas por colchas floreadas y con flecos, raídas, también de cuando Cuba. En las paredes, cuadros oscuros de paisajes de otros siglos y daguerrotipos enmarcados.
Bajáis a Gijón en el tranvía, pasando la Laboral. En la playa, con jersey, sin amigos, familias del norte calladas y elegantes. Y las casas de comidas con camareros viejos de chaqueta blanca gastada y andares resueltos y urgentes, sin mucha simpatía por aquella señora sola con dos niños que pedía un salero y se lo tiraban en el mantel con un golpe como un pedrusco.
Los helados de Sirvent, un valenciano, con nata de verdad, antes de volver a la casa tristona y oscura, donde solamente los tebeos y algún libro de Enid Blyton te entretenían a tu hermana y a tí.
Huele a vacas y a heno y en el puerto ves casi por primera vez los barcos y las gaviotas que gritan entre los mástiles de los pesqueros.
El Molino
La radio de tío Ramón, sentado a la sombra inmensa y fresca de la noguera. Con Isidro o Vicente dándole conversación, ellos con su tabaco verde, sus petacas y chisqueros de mecha amarilla, él con el puro de picadura cuyas chispas le van haciendo agujeros en la guayabera gris y la garrota entre sus piernas. Los hombres del campo, viejos ya, con la sabiduría tranquila, el aplomo que no dan las aulas ni las escuelas, que casi no había en su tiempo.
Unos periódicos de la provincia -donde a veces escribe tío Ramón artículos sobre agricultura, olivos y las mejoras necesarias para el campo jiennense-, y la colección entera del Reader’s Digest donde lees historias americanas.
Pasadas las huertas, la piscina donde aprendes a tirarte de cabeza, dejándote caer despacio, encogido y al tocar el agua estirarte, tratar de enderezar las piernas y no caer como un buñuelo en una sartén.
Abajo, el riachuelo donde hay ranas, peces, alguna bicha. Con una caña y un bramante has pescado alguno, casi sin querer. Hacia el monte, una alberca llena de obas, mucho más interesante que la piscina.
Y el camino de vuelta, por Machacón, bordeando el monte, entre olivar y pinos, bajo las piedras, alacranes; cuando llegas a Cristales ya se ha pasado el efecto refrescante de la piscina. A veces acompañado por Grillera.
Grillera apareció un día en la obra, cachorra juguetona que saltaba tras los grillos y los albañiles la bautizaron así, le echaban las sobras y la adoptaron como mascota. Grillera se sabía mejor que el catastro los límites del cortijo y sólo ladraba a quienes traspusieran aquella barrera invisible. Cazadora, humilde y parca, fue fiel compañía por el monte y los caminos entre olivares, siempre delante y alerta. Pero cuando te acompañaba por otra propiedad te seguía unos pasos atrás, prudente; si notaba que era mal recibida daba media vuelta y se volvía a su cortijo, a Cristales, donde esperaba tu vuelta aplastada a la sombra del único chaparro que allí había, junto al carro, algo desolada. Cuando te seguía al Molino, tío Ramón no le daba la bienvenida y le decía muy serio “¿Y Cristales?” Y la Grillera se volvía, sumisa, las orejas gachas.
Cristales
En el sitio del Centenar, con la Viña del Hondo y la Viña de la Solana, perdidas cuando la filoxera, en aquel lugar donde hubo una casa del que llamaban Antoñillo Cristales porque llevaba anteojos, que sería comprada en 1836 tras la primera Desamortización, en tierra de una vieja e improductiva capellanía, allí se alzó una nueva casa en 1962. El rutilante Seat 1400 C gris marengo M-344.610 estacionaba, solemne y polvoriento, junto a la camioneta de los materiales. Apartados, cerca del portón del patio, el tractor Ebro azul y el viejo carro, Segura de la Sierra nº 1.
Recordar el tedio como forma de vida, la tristeza de las tardes secas de septiembre donde ya todo había sido agotado y ya habías leído todos los libros y terminado los cuadernos de vacaciones. Allí ibas creciendo hacia la edad monótona e inquieta de la adolescencia.
Y, al fin…
Pero no eran veranos de estudio ni lectura, ni aprendías nada que pareciese muy difícil, andar por los campos labrados, sortear los gasones, coger garbanzos secos que sonaban como sonajeros; tiempo después te diste cuenta de que si sabes los nombres de algunos árboles, si aspiras el halo de los montes, si te inclinas ante la sabiduría antigua y humilde los viejos, a esos veranos lo debes. Viste el mar, el del norte y el atlántico, recorriste la variada geografía del país al que volviste. Aprendiste sin libros ni lecciones el sol inclemente, las sombras, las vertiginosas tormentas que dejaban olor a tierra mojada y montes oscuros. Todavía los sientes, los montes que se oscurecen tras la tormenta y los olivos que cambian de color, y sigues viendo ese mismo mundo como entonces lo veías. El tiempo, aunque todo lo oscurece, no ha empañado -todavía- aquella luz.