Lo prohibido en el Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas (Jaén)

Vivo a tiempo parcial en este Parque Natural, cuya creación remonta a marzo de 1986. Fue mediante un simple decreto, no una Ley, aunque limita los derechos y los usos rurales, forestales y de construcción de manera considerable.

Constituyó un avance para proteger la naturaleza, pues protege bienes cuyo beneficio desborda los intereses de los municipios y se extiende a toda la Comunidad Autónoma y a todo el país, incluso a Europa, porque forma parte de la Red Natura 2000. El Parque Natural abarca 214.000 hectáreas, ocupa parcialmente territorio de 23 municipios, pertenecientes a tres comarcas diferentes, Sierra de Cazorla, de la que un 40% es terreno del parque, Sierra de Segura, que conforma el 70%, y la Comarca de Las Villas. Su Plan Rector de Uso y Gestión se puede consultar en 338 densas páginas: https://www.juntadeandalucia.es/boja/2017/246/4

Este Plan ha dado origen a una multitud de órdenes y normas, no siempre bien divulgadas ni conocidas (pero claro, la ignorancia de la Ley no excusa de su cumplimiento). Para conocer las normas no basta con internet y no tenemos fácil acceso los comunes, sino que es materia enjundiosa e inabordable. Esta falta de transparencia genera inseguridad jurídica pues el habitante nunca sabe si se expone a una sanción cuando hace algo.  Porque lo que percibimos en el Parque siempre es lo negativo, la sanción, lo que NO se puede hacer, no las supuestas ventajas de vivir dentro del Parque. Aquí nos enteramos de las prohibiciones de oídas, de lo positivo ni nos enteramos ni lo percibimos.

Un olivar entre montes, con la típica nave ilegal, de techo verde en medio.

Desde que estas sierras son Parque Natural, nunca he tenido ninguna información pública, clara, abierta, inteligible, de cuáles son las normas que rigen el territorio, ni nunca he podido participar en ninguna sesión informativa, que creo que las ha habido. La información que he recibido siempre ha sido oral, ocasional y casi casual, y eso que soy propietario agrícola y forestal. Pero lo que sí he recibido es la percepción negativa, la de la prohibición, la de la posible sanción -nunca he sido sancionado, advierto-.

Los límites a la edificación que en principio podrían ser razonables para evitar urbanizaciones salvajes y reconversión de zona rústica en zona edificable, no han impedido la proliferación de charnaques (como les llamamos allí), almacenes de uralita y bloques grises por todos los olivares, que afean el paisaje y nadie manda demoler. Es la estrategia del hecho consumado que practican muchos agricultores construyendo deprisa y corriendo, y con un mal gusto tremendo, especie de naves, teóricamente para guardar aperos, con la esperanza de convertirlos en viviendas algún día, cuando el ayuntamiento de turno mire para otro lado. En verdad son los agricultores contra el Parque como el Parque es la ecología sin o contra los agricultores. Lucha en sordina, pero que no impide que estos últimos sigan usando productos tóxicos para las curas y abonos, de discutible sostenibilidad.

Tampoco ha impedido que las cortijadas se llenen de casas a medio acabar, de bloques grises, techos de uralita y corrales de ladrillo. Las cortijadas antiguas eran más bonitas. Ya he hablado de esa especie de ‘chabolismo’ en otro artículo https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.me/2906 ….

Y, por fin, tampoco impide que se tracen carreteras destruyendo arbolado y dejando restos de construcción y asfalto por doquier (como denunciaba en el artículo https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.me/3115). Cuando las obras las hace la Diputación provincial no hay restricción ambiental, aunque se perpetren auténticos ecocidios.

Pero vaya usted a cambiar un farol, una teja, un muro o una ‘parejeta’ (murete) y le caen encima las autoridades del Parque inmediatamente, esgrimiendo la amenaza de la multa (que no sirve para evitar las naves y charnaques en los olivares que, al parecer, están inmunes). La dirección y normas del Parque son sobre todo punitivas, pero sim impedir desafueros urbanísticos ni construcciones horribles en los olivares.

La normativa del Parque es, como decía, muy prolija, con un inventario enorme de especies, zonas, lugares, patrimonio, etcétera. Incluso hay un Plan de Desarrollo Sostenible (que no sabemos en qué consiste) y un Plan de Calidad y diversificación turística, que tampoco sabemos en qué pueda consistir. Pero, además de ser casi inaccesible, adolece de una terminología tecnoburocrática, como sociológica, que la hace poco inteligible, como cuando dice ‘recursos hídricos’ (agua, querrá decir), ‘presión antrópica’ (habitantes y transeúntes, se supone que quiere decir), o habla de:

“Elaboración de una capa vectorial con la zonificación del P.N Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas definida por el PORN de 1999, que corresponde con los distintos grados de protección y usos asociados al territorio protegido bajo la figura de Parque Natural”.

¡Ea! vaya usted a saber qué quieren decir con vectores, zonas y usos asociados.

Constato, como vecino, habitante, caminante y transeúnte del Parque, son cuatro cosas:

  1. Que, en el fondo, este Parque no es más que la continuidad histórica de la expropiación de unos montes que nadie considera como propios, pues fueron de la Orden de Santiago, de la Provincia Marítima, y la funesta Desamortización de Madoz en 1855 que privó a los municipios de sus montes y bienes comunales, luego del ICONA, y de unos cuantos propietarios dispersos (muchos de ellos, se aprovecharon de la venta de montes comunales para talarlos completamente).

2. Que el Poder, es decir, el que administra el Parque, se cree infalible y se hace dogmático, distante, engreído, es impermeable a toda crítica y, por supuesto, no acepta sugerencias ni disidencia. El diagnóstico que hace no está mal, pero de ahí no pasa. Así ha sido con todos los que han dirigido la Junta de Andalucía, ama y señora del Parque. Mis varias cartas a lo largo de los años, o no han sido respondidas, o lo han sido de manera prepotente, sin conceder ni un resquicio de empatía, como si fueran las de un enemigo.

3. Que no ha habido un respeto al principio representativo de autogobierno en el Parque, por lo que los habitantes de esos 23 municipios lo perciben como ajeno, como una carga, un gravamen, como una cohorte de detectives que van a amargarles la vida, sin por otra parte recibir beneficio alguno.

4. El Parque no ha conseguido evitar ni la emigración, ni la desaparición de las serrerías y empresas madereras. No ha fomentado la creación de empresas que no sean la construcción, como podrían ser las transformadoras de las maderas, que siguen saliendo de la comarca para otras regiones, como vemos salir los inmensos camiones cargados de pinos. El acento se ha puesto en un turismo en general de bajo valor añadido y sin construcciones dignas de la belleza de la sierra.

En definitiva, ni información, ni transparencia ni participación, ni fomento industrial o tecnológico.

El sistema de gestión del Parque es opaco, despótico, distante e insensible, y parece sobre todo orientado, además de la protección de la fauna y flora -¡faltaría más!-, a reprimir a los habitantes -a la “presión antrópica”- sin por eso contribuir a la belleza y estética de las edificaciones. Basta con ver los edificios ‘modernos’ de los pueblos y aldeas, cuando están acabados, enlucidos y pintados, que no suele ser el caso, para darse cuenta de que el Parque, con tanta norma, prohibición y sanciones no ha hecho nada por embellecer los pueblos, donde lo más bello suele ser lo que tiene más de medio siglo de antigüedad, por no decir varios siglos. También han ido desapareciendo los huertos, a pesar del diagnóstico del Plan, y dada la protección de hecho de los jabalíes, una plaga consentida, muchas fincas están cada vez más cerradas con horribles alambradas.

Como en muchas instituciones, la eficiencia del Parque no se corresponde con su divisa, con su propósito o misión, aunque hay que reconocer que peor hubiera sido si no existiese esta protección, con urbanizaciones de mal gusto por doquier. Ojalá que la gestión del Parque hubiera contribuido a mejorar la estética de los campos, aldeas, cortijadas y pueblos.

Sería positivo que la gestión del Parque fuera verdaderamente participativa y transparente, abierta a todos y no sólo a los cargos municipales que actúan en clave política, según las instrucciones o consignas de sus partidos. Son 23 municipios y creo que sus habitantes merecen ser convenientemente informados y poder participar en términos reales, no simplemente formales. En la gestión del Parque, o de cualquier zona protegida, de usos limitados, hay que tener en cuenta la historia, la mentalidad, la cultura de los habitantes que van a ser afectados (o favorecidos). Demasiado marginados han estado siempre los segureños durante su historia. Hubiera debido ser un elemento dinamizador, revitalizador, pero no lo ha sido.

El Parque debería ser movilizador, no simplemente represor, y la comarca debe ser algo más que un recurso turístico, no nos pueden reducir a eso y a dejarnos de simples espectadores. Debe sostenerse en la base directa de los vecinos y ser un espacio que favorezca la inversión y los negocios, no sólo turísticos y de construcción, además de fomentar la formación de profesionales del medio ambiente, forestales, de nuevas tecnologías, de cuidado de mayores, para fomentar el empleo y evitar la pérdida de población. Hay que usar otros sistemas de medida para evaluar si el Parque ha sido o no un éxito ambiental, cultural, social y económico.

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¿Cómo y quién cuenta los manifestantes?

Hoy en Cibeles estábamos bastantes más de los 31.000 que la cicatera Delegación del Gobierno de Madrid dice haber contado.

Los que estábamos éramos de todo pelaje y condición, nada de fachas y derechonas, como quieren retratarnos muchos. Simplemente ciudadanos hartos de que manoseen la Constitución y las leyes, especialmente las penales, cuya estructura y configuración es, como se sabe, de las más complicadas y delicadas del Derecho, pues afectan a la libertad física y espiritual de los individuos y a la paz social.

Claro que habría mucha gente conservadora -conservadora de la Constitución- pero también estábamos muchos de izquierdas -aunque ya no ejerzamos tanto, como dijo con gracia el poeta Jaime Gil de Biedma hace ya mucho tiempo-.

Nos hemos manifestado por la Constitución, por el Estado de Derecho, por la igualdad jurídica de todos los españoles, por la seguridad jurídica. Y llevar la bandera constitucional que yo sepa, no es un delito, aunque parece que da vergüenza exhibirla (España es el único país en el mundo donde la izquierda, los sindicatos, las manifestaciones obreras reniegan de su bandera y prefieren las de las Comunidades Autónomas, ¡curioso!).

No se nos puede descalificar ni en el número, como hace la Delegación del Gobierno, que se supone que es un servicio público y no una oficina de la propagandastaffel, ni denigrar en la intención. Eso es pura mezquindad y mendacidad.

Desde mis primeras manifestaciones, los famosos ‘comandos’ o ‘saltos’ de estudiantes del PCE en 1970 y siguientes, donde éramos como mucho unos trescientos, hasta las dos más inmensas en que he estado, la de después del fallido golpe de Estado del 23F a la de protesta y lamento por el asesinato por ETA de Miguel Ángel Blanco, he visto muchas y aunque no soy experto en aritmética, hoy éramos físicamente, muchísimos más de 31.000 (y en intención muchos más).

Pero, en fin, autoridades del gobierno, si quieren minimizar todo y denigrarnos, sigan así, que muestran ustedes mucha nobleza y altura de miras.

Bueno, pero no seamos malos, a lo mejor no hay que criticar tanto a la Delegación del Gobierno, sino regalarles un libro de aritmética de parvulitos.

Iluminación municipal y contaminación lumínica

… a la hora en punto en que las calles de Madrid se tapujaban con aquel manto de simpática obscuridad que el positivismo alumbrador de estos tiempos ha rasgado en mil pedazos…

Pérez Galdós, Napoleón en Chamartín

Lo de la luz tiene mucha miga. No por el coste de la electricidad, sino por qué y qué se ilumina. Ya Galdós se quejaba del exceso de alumbrado.

Hoy me quiero referir a algo mucho más banal: la iluminación municipal. No iluminación mental, no siglo de las Luces sino luces eléctricas. Me deja apabullado el número de postes de luz, no de modestos faroles, que hay en muchos pueblos y aldeas, en concreto en algunos de la Sierra de Segura, provincia de Jaén. Puedo certificar que en algunas cortijadas y aldeas hay más luces que habitantes. Y duran toda la noche encendidas. Dicen que gastan poco, no lo sé, eso lo suelen decir las compañías eléctricas para tranquilizar al contribuyente, siempre pasivo, siempre dejado de lado.

Pero el problema es, además del coste, la contaminación lumínica. El exceso de luces perturba los pájaros y las sabandijas de la noche, además de no dejar ver bien los astros. Y en muchos pueblos y aldeas, su exceso resta encanto y discreción a las calles y plazas. Además, ya no son humildes farolas sino unos altísimos arbotantes, con sistema de luz de mercurio o vapor de sodio, o con los famosos LED de luz fría y espectral.

Pero a los alcaldes les da igual, como casi todo lo que es estética. Cuanta más luz, más poderío. Un pueblo iluminado modestamente es considerado un pueblo pobre y el alcalde se la juega. O también, si hay menos iluminación se supone que se pone en riesgo la seguridad. Cuanta más luz, más seguridad, menos miedo, aunque no haya un alma en las calles o las anchuras de los cortijos.

Ya me referí en otro artículo ( En Segura de la Sierra, La Puerta de Segura y Orcera no hay crisis energética ni sequía, https://wordpress.com/post/laplumadelcormoran.me/6012  ) al dispendio de los pueblos de la sierra mencionada a pesar de los problemas de energía. Pero, nada, impasible el ademán, la supuesta crisis no ha hecho apagar ni una luz. La distancia entre farolas, balastos o arbotantes, como se les quiera llamar, es menor que la que hay en ciudades como Madrid, Bruselas o Lisboa. Parece como si se instalaran cuantos más mejor, para favorecer a las empresas que los suministran e instalan y no tanto por la real necesidad de iluminar.

Esto no es una manía personal, pues en Estados Unidos y Europa ya hay muchos que luchan contra la contaminación lumínica, como Harald Stark, de Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, NOAA, que ha demostrado que la iluminación emite moléculas químicas nocivas al medio ambiente.

Otro documento importante fue, hace diez años, el reportaje ‘La ciudad oscura’, ‘The City Dark’, que exponía el efecto nocivo de la luz artificial -excesiva- sobre los animales, el cáncer y la ciencia. En el Estado de Colorado, por ejemplo, la ONG Headwaters Alliance, ha creado zonas dejadas en la oscuridad para facilitar la contemplación de las estrellas.

Aquí tenemos sobre todo normas de ahorro de energía, no de limitación de la luminosidad innecesaria, como el Reglamento (CE) 245/2009, de 18 de marzo, por el que se aplica la Directiva 2005/32/CE del Parlamento Europeo y del Consejo en lo relativo a los requisitos de diseño ecológico para lámparas fluorescentes sin balastos integrados, para lámparas de descarga de alta intensidad y para balastos y luminarias.

Lo que sorprende es que la Sierra de Segura, dentro del Parque Natural homónimo, no sea declarada zona de reserva de cielos sin contaminar y no limite más la excesiva iluminación de pueblos y aldeas. La oscuridad de sus montes, de sus valles, es rota, perturbada con el exceso de luces en pueblos que no necesitan ni mucho menos tanta. El resplandor exagerado es de mal gusto, costoso, inútil y dañino.

Pero sobre la política del Parque Natural, política de prohibición y negación más que de participación y comunicación, ya escribiré próximamente. En fin, la iluminación tiene significados distintos y se ha escrito mucho sobre el tema, por ejemplo, Iluminados se llamaban los libros medievales con ilustraciones coloreadas en tintas preciosas; Iluminados han sido llamados muchos personajes de la historia que hacían gala de ideas algo extravagantes, a veces peligrosas, mesiánicas, utópicas. Pero la iluminación municipal y la contaminación lumínica no son objeto de debate.

El sacrificio

Pocas palabras son más denostadas hoy que ‘sacrificio’, que significa renunciar a algo por razones religiosas, morales, altruistas o incluso utilitarias. Sacer, facio, hacer algo sagrado. El mayor y más antiguo sacrificio fue el de Isaac, hijo de Abraham (Gn, 22).

Significa dar más de lo que nos dan o dar sin recibir nada a cambio. Pero hoy, sacrificarse ¿para qué? ¿por quién? ¿Por los hijos, por los viejos, por el país, por los ucranianos? ¡Por nadie!

La devaluación moral del concepto de sacrificio en la sociedad española -y en las europeas en general- quizás venga de un hastío por el sacrificio de Jesucristo, que tantas veces se nos han mostrado como ejemplar y que hoy la mayoría desprecia o desconoce, que es peor. Y ha sido reforzado por esa percepción de que se nos debe todo, de que nosotros no debemos nada, que sólo tenemos derechos, no deberes. En tercer lugar, por el hedonismo y consumismo de nuestra sociedad.

Las personas religiosas son las más propensas a sacrificarse porque el pensamiento religioso, la creencia en algo más allá, superior, o creador, las hace aptas para tener una idea de la trascendencia, de que el mundo no acaba en ellos mismos. No es de extrañar pues que sean creyentes y religiosos los que más se sacrifican por los demás.

Con la guerra de Ucrania se ha puesto aún más de manifiesto: no cuentan los ucranianos, niños, mujeres, ancianos, hombres, que mueren, son amputados, deportados, no. Lo que cuenta es la factura de la luz y las vacaciones y la mesa repleta de comida y bebida, y el depósito de gasolina lleno: el consumo. Damos un poco, pero sin que pongan en riesgo nuestro ahíto bienestar. Nuestra capacidad de renuncia, de sobriedad (no mencionemos la palabra ‘austeridad’, un tabú, execrada a izquierda y derecha) es mínima, prácticamente publicitaria, ‘de boquilla’.

A eso nos hemos acostumbrado y los conceptos morales los hemos dejado de lado. Una muestra clara es la corrupción de tantos personajes públicos, que no es sino la muestra o la punta del iceberg del comportamiento de nuestra sociedad. Porque a fin de cuentas todos pretendemos engañar a Hacienda y al INEM, y a la Seguridad Social, para fingir que no tenemos trabajo o para pedir más días de baja. Nos saltamos el IVA, nos colamos en la fila, nos saltamos las normas de tráfico, falseamos facturas; no solamente los políticos, todos tenemos tendencia a hacerlo. Al Estado se le pide, no se le da. Los partidos, por su parte, evitan hablar de los deberes cívicos: en sus programas electorales insisten siempre en eso, en dar, prometer, entregar, en derechos, nunca en deberes. Si pidieran sacrificios o insistiesen en los deberes, perderían inmediatamente las elecciones.

No hace falta ser creyente para entender el concepto, para sacrificarse, pero la sociedad de consumo nos ha hecho unos mimados.

Blackspace, la serie israelí que se pregunta todo

Tras un ataque mortal en un instituto de enseñanza media israelí, el policía Rami Davidi se pone a investigar quiénes hayan podido ser los autores. Inmediatamente descarta los tres trabajadores palestinos que son detenidos como sospechosos. Los asesinos están entre los alumnos, son israelíes.

La miniserie de ocho capítulos pone en cuestión sobre todo el ambiente familiar y estudiantil como causa última de los actos violentos entre los alumnos de instituto de una zona residencial acomodada en el que conviven hijos de papá con otros de barrios más desfavorecidos. Es una serie totalmente laica -sólo en la escena del entierro de un alumno aparece un rabino- que muestra una sociedad israelí lejos de los tópicos que se nos transmiten sobre el país.

Presenta los problemas de una sociedad israelí muy parecida a todas las desarrolladas, con jóvenes desmoralizados, sin grandes ideales, pegados a las redes sociales, bastante desesperanzados. Con familias desarticuladas y los políticos preocupados sólo por las repercusiones mediáticas, como cuando quieren influir en la investigación policial.

El inspector Davidi, tuerto a consecuencia de una agresión cuando era adolescente, explora ese mundo de los jóvenes, incomprendidos, ignorados o maltratados por sus padres que se refugian en una red social clandestina y anónima, Blackspace, para desahogarse y para ir contra el sistema. Al mismo tiempo, Davidi, que es violento, que deja escapar su rabia oculta en varios momentos, tiene a su compañera a punto de dar a luz, desgarrado entre el deber y el amor. El final de la serie significa precisamente el triunfo de la compasión y el entendimiento sobre la mera venganza, así como destapar la connivencia del establishment para ocultar la realidad.

“Los hijos se nos escapan, ya no sabemos nada de ellos, de sus vidas, de sus preocupaciones”, dice uno de los personajes. Hay acoso al homosexual, chulería de matones, chicas que se entregan por pasar el rato, en fin, todo ese mundo juvenil que puede degenerar en violencia, y del que se ven frecuentes muestras en Estados Unidos, “no somos como los americanos”, dice uno de los padres, que se obstina en reconocer la realidad de lo que está sucediendo. Las redes sociales sustituyen el diálogo, la convivencia, encubren más que desvelan, como en todos los países.

Algo muy importante para el espectador español, empapado de una imagen de Israel transmitida por los medios como un país abominable en manos de integristas y fascistas es que le muestra la sociedad israelí de otra manera. Al final, es una representación de una sociedad en la que los problemas son parecidos a los de los demás países desarrollados, con un subfondo de nihilismo, droga, alcohol, desamor y desesperanza en el que cada joven se intenta salvar como puede.

Muy bien filmada, con economía de medios y dos escenarios básicos -el instituto y el arrabal del árbol-, por el director Ofir Lobel, nacido en 1976, y actores de fuste como Guri Alfi, el detective Davidi, Shai Avivi, el directoir Chanoch del Instituto Herencia (Tijón Irochá), Liana Ayoun y Gily Itskovitch, o Yoav Rotman, de intensa mirada, que veíamos en otro papel opuesto como Hanina el alumno ultraortodoxo de la yeshivá en la gran serie Shtisel, también de Netflix.