‘El viento’, ‘The wind’, poema de Don Paterson

En días de aflicción, con los ucranianos siendo masacrados por Rusia, quizás haya que volver por un momento a la poesía.

Don Paterson (nacido en 1963) es un escritor y poeta escocés que ha traducido y adaptado a Antonio Machado (The Eyes), a quien dedica este poema (incluido en su libro Rain):

The wind

after Antonio Machado

The wind pulled up and spoke to me one day.

The jasmine on his breath took mine away.

‘This perfume can be yours too, if you want:

just let me carry off your roses scent’.

‘My roses? But I have no left’, I said.

‘The flowers in my garden are all dead’.

He sighed. ‘Give me the fallen petals, then.

The leaves that rattle in the empty fountain’.

With that, he left me. And I fell to weeping

for the garden that they gave into my keeping.

El viento

(según Antonio Machado)

El viento se levantó y me habló un día.

El jazmín con su aliento me quitó el mío.

“Este aroma puede ser tuyo también, si quieres:

pero déjame llevarme el perfume de tus rosas”.

“¿Mis rosas?, si ya no tengo”, le dije.

“Las flores de mi jardín están todas muertas”.

Suspiró. “Dame entonces los pétalos caídos.

Las hojas secas que barren sonoras la fuente vacía”.

Con esto, me dejó. Y me eché a llorar

por el jardín que me dieron para cuidar.

Y el original de Antonio Machado

Galerías, LXVIII

Llamó a mi corazón, un claro día,

con un perfume de jazmín, el viento.

-A cambio de este aroma,

todo el aroma de tus rosas quiero.

-No tengo rosas; flores

en mi jardín no hay ya: todas han muerto.

Me llevaré los llantos de las fuentes,

las hojas amarillas y los mustios pétalos.

Y el viento huyó… Mi corazón sangraba…

Alma ¿qué has hecho de tu pobre huerto?

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La luz de los hombres

Cuando tras leer sus libros se nos han olvidado todos los nombres y las anécdotas que pueblan sus historias, nos queda la evocación de esa atmósfera rara que creaba Pierre Mac Orlan. En ellos no había conclusión, el único argumento era la vida, la lucha por la vida. Era el tiempo de entreguerras, de puertos del Mar del Norte, los cafés de marinos, Café du Port, Café de la Gare, mujeres fuertes, marinos retirados, delincuentes y fugitivos de la justicia y otros que huían de su propia vida, muchos, antiguos combatientes de la Gran Guerra, como fue el propio Mac Orlan, que resultó herido junto a su propio pueblo, Péronne. Hay brumas, recuerdos de combates o bombardeos, amores ocultos y escondidos, calles a media luz.

Decimos precisamente que un autor es memorable (quizás no llegue a clásico), cuando su lectura nos deja ese regusto, ese recuerdo agradable, a veces inquietante. En el escritor de Péronne (Picardie) encontramos ese poso.

También nos han quedado algunas de sus ideas, como ésta que encuentro en uno de sus libros, Le bal du Pont du Nord, la idea de que algunos hombres (y mujeres) emanan luz:

“pueden crear una cierta luz. Unos brillan como soles, otros enfocan directamente como dos luces de proyectores; otros os sorprenden como la luz súbita de una linterna. Los hay que se parecen a esas lamparillas multicolores que se cuelgan de los árboles en las fiestas. Algunos vacilan y alumbran en una humilde oscuridad como la llama de una vela. Éstos son, a veces, los más peligrosos y los más difíciles… de apagar”.

No en vano se dice a veces de una persona “eres un sol”, sus ojos pueden ser “chispeantes”, o tratarse de una persona “oscura”; o se dice al morir, “se apagó” o “se extinguió”. O se dice que alguien “es brillante”.

Y encontramos en Juan de Mairena este párrafo, que cuando lo leímos nos pasó desapercibido:

“Hemos de volver -añadía Mairena- a pensar la conciencia como una luz que avanza en las tinieblas, iluminando lo otro, siempre lo otro… Pero esta concepción tan luminosa de la conciencia, la más poética y la más antigua y acreditada de todas, es también la más oscura, mientras no se pruebe que hay una luz capaz de ver lo que ella misma ilumina”.

Así, casi por casualidad, enlazamos Mac Orlan, el gran excéntrico, con Antonio Machado. La excentricidad vestimentaria del francés, se correspondía con su excentricidad de pensamiento, de percepciones sobre el ser humano, el gran perdedor. Fuera del centro, lejos de los senderos trillados, Mac Orlan se parece unos instantes al filósofo heterodoxo Juan de Mairena.

Cinco clases de iluminación pueden irradiar los hombres según el escritor picardo:

  1. La completa, total, solar.
  2. La enfocada, concentrada, aguda, analítica.
  3. La repentina, pasajera.
  4. La pintoresca, humorística y frívola, pero no menos necesaria.
  5. La del pábilo de una vela, dudosa, débil, pero tenaz y más peligrosa por solapada, que no da confianza.

Podríamos con esta plantilla clasificar las personas, los políticos (a los que tanto les gusta refulgir y que les vean y fotografíen), los artistas y escritores.

La solar, Nelson Mandela. El foco, Albert Einstein. La repentina, un jugador de fútbol de moda cualquiera. La pintoresca y festiva, el inefable Noel Clarasó, o los hermanos Alvarez Quintero, por ejemplo. La dudosa, de una vela o candil, Vladimir Putin. A Mac Orlan se le olvidó, sin embargo, la sexta categoría, la de quienes son la oscuridad, el agujero negro.

Los lectores podrán aplicar alguna de estas categorías a sus personas y personajes favoritos.

Banales dicterios contra los políticos

Parece un nuevo deporte: denigrar a los políticos. En España no es nuevo, ya lo decía don Antonio Machado, “bosteza de política banales dicterios al gobierno reaccionario…”: charlas de café, de barra de bar, inútiles para resolver nada, para aportar soluciones, pero excelentes para debilitar la democracia. Se apoyan en el desafecto claro hacia políticos que se han aprovechado el poder para beneficiar sus personas y amiguetes o que han sido notoriamente ineficientes, meros floreros del consejo de ministros. Y así hacen la amalgama.

Esto viene de antiguo. Ortega y Gasset, en Ideas sobre Pío Baroja, ya en 1916 decía que “los credos políticos son aceptados por el hombre medio, no en virtud de un análisis y examen directo de su contenido, sino merced a que se convierten en frases hechas.”

Una pintada en Lisboa que denota ese facilón y simplista desprecio a todos los políticos

Y el mismo Pío Baroja, tan hispano, se hacía eco de este sentimiento en sus Paseos de un solitario, “A mí me parece muy lógico que no guste la política –replica el médico Fournier- porque hay en ella demasiado lugar común (…) ya no hay los que leen con avidez los discursos parlamentarios y nadie cree que va a salir de ellos una solución o un cambio. Hoy la mayoría están desencantados de todo”.

“Los políticos son incompetentes”, “no están a la altura”, “están sobrepasados por los acontecimientos”, etc, muletillas y latiguillos en las redes sociales de muchos españoles. El fruto del denuesto generalizado son el menosprecio de la política, que fomenta los populismos de ambos extremos, el aventurerismo y, mucho más grave, la deslegitimación del parlamentarismo y la democracia.

El discurso sobre la decadencia e inepcia de los políticos está en nuestro código genético y ahora lo explotan Vox, la CUP, Rufián y Otegi, algunos de los cuales, si no hubiera democracia y Estado de Derecho y lo que llaman despectivamente “el régimen del 78”, estarían probablemente tras los barrotes.

Y en el resto de Europa, este mismo tipo de mensajes está haciendo el juego a los Trump y sus comparsas, a Bannon con su monasterio de Anagni, al evangélico Pompeo, a Le Pen, Orban, Salvini, Vox, Farage, y a un largo etcétera.

En este sentido, el Brexit, el secesionismo catalán y los ‘gilets jaunes’ forman parte del mismo síntoma, esa huída hacia atrás, hacia el soberanismo, el miedo al futuro. Criticar a las personas, personalizar en el insulto y la denigración es un nublado que oculta el problema de fondo, es decir, las disfunciones del sistema político y los abusos del capitalismo salvaje. Pero la solución no es tirar por la borda la democracia.

Ya se ha dicho que la extrema derecha hace a veces algunas preguntas interesantes, pero que las respuestas son siempre erradas. La desigualdad y las peores consecuencias de la crisis financiera de 2008, la inmigración no integrada (ni por activa ni por pasiva), el miedo a la delincuencia y al desorden, todo eso moviliza mucho y la izquierda no debe ignorarlo, como suele hacer con demasiada frecuencia (muchos de izquierda vivimos en zonas sin riesgo, en barrios burgueses, nos creemos por encima del bien y del mal, no tocamos la realidad).

Bajo una apariencia de insurgentes, de libertarios –los apolíticos o antipolíticos de toda la vida- se esconde la más siniestra reacción contra las libertades garantizadas por los Estados de Derecho y por la Unión Europea.

Ante las próximas elecciones europeas este machacar a los políticos se extiende por toda Europa. Lo que puede llevar a que Le Pen sobrepase a Macron, a que  Orban, antieuropeo y antidemócrata, como Salvini, refuercen su posición. A que Farage, un gritón de pub, gane más apoyos. Todo eso no irá contra los políticos ‘tradicionales’, a quienes quizás les darán una patada, sino contra las libertades, que serán mutiladas.

Que Jean-Claude Juncker haya sido probablemente el peor presidente de la Comisión no hace buenos a los antieuropeos. Ni la inutilidad de David Cameron o de Theresa May hacen bueno a Nigel Farage. Recomiendo para ver con otra perspectiva más racional cuáles son los retos de las próximas elecciones la lectura del Informe 2019 de la Fundación Alternativas, El estado de la Unión Europea, El parlamento europeo antes unas elecciones transcendentales https://www.fundacionalternativas.org/

Si ganan los populistas, Trump se regocijará pues cree que todo lo que perjudique y debilite a la Unión Europea le beneficia, lo que es, una vez más, un inmenso error. Sin una Unión Europea estable, coherente –no en manos de un personaje como Juncker, en eso estamos de acuerdo, porque ha sido un gravamen y no un valor- el mundo puede ser mucho más inflamable, como se ve ahora en el Golfo pérsico o con las veleidades militaristas norteamericanas para resolver el grave problema de Venezuela.

Necesitamos una Europa en la que los principios de la democracia y del internacionalismo tengan una clara supremacía. Si no, con tanto denigrar a los políticos, llevaremos el agua al molino de los Orban y Trump. Y las consecuencias no serán simplemente estéticas, sino de riesgo bélico.