Vuelvo al cabo Espichel cuyo recuerdo neblinoso de soledades en el viento, de lugar fuera del mundo, siempre me ha atraído. Todo el misterio de un país está en forzarnos a re-conocerlo. A cincuenta kilómetros al sur de Lisboa, tendida sobre el océano, yace la eterna mole rocosa y plana del cabo.


Hoy, Espichel está igual -por ahora, como digo al final de este texto de urgencia-, las ruinas siguen siendo ruinas, la pequeña iglesia barroca solitaria, el horizonte, no han sido ni pueden ser modificado, afortunadamente. La magia de los acantilados y los finisterrae, el mito del fin de las tierras, el mar tenebroso, es algo muy portugués. Como Europa está orientada hacia occidente, todos los finisterres están sobre el Atlántico, ya sea en Escocia, en Bretaña, Galicia o Portugal.
El otro cabo simbólico está al norte de Tajo, por debajo de Sintra; es el Cabo da Roca, que Camões cita en Os Lusíadas y que es el punto más occidental del continente europeo. El Espichel es más desolado, más agreste y solitario. En los días claros, su perfil se divisa como una lejana y alargada placa desde Meco, desde Caparica.
Se llega por una estrecha y sinuosa carretera, más o menos conservada, lo que le preserva de las masas turísticas. La zona es azotada por los vientos y todo rezuma antigüedad: las huellas (pegadas) de los dinosaurios, las capillas abandonadas, el acueducto. El faro es lo más moderno y su fábrica inicial es del siglo XVIII. Hay que visitarlo un día de niebla o de temporal, donde cobra sentido lo desconocido. Nos recuerda que Portugal es un país mágico.
Los portugueses del siglo XV, que desafiaban su destino de pobres labradores, de siervos, echándose al mar ‘tenebroso’, a la aventura y ventura, construyeron una capilla para aplacar la desesperación del hombre frente a lo desconocido. Las capillas, las imágenes, les daban una certidumbre, una cierta paz ante el terror del mar tenebroso.
La sensación de vértigo ante el oleaje, espuma furiosa que tiembla en el abismo como un estertor del fondo del mar oscuro, es única, sobre todo por los alrededores del faro, donde no hay una sola barandilla ni quitamiedos. El vértigo es el precipicio, es la caída al abismo. Atisbando a prudente distancia estos acantilados se tiene peligrosamente esa sensación de rotación, de casi pérdida del equilibrio. Ese mismo temor que vencieron los navegantes portugueses adentrándose en el mar. Desde los altos acantilados se ven algunos barcos pesqueros como miniaturas.

El cabo Espichel le interesará a los historiadores, a los soñadores y a los geólogos. Y a los filósofos. La sensación de soledad frente a la inmensidad es única, ya casi desconocida en nuestra poblada Europa. El cabo Espichel es una metáfora. Mirando ese mar, el hombre se siente impotente, aun en esta época en que parecemos dominar todo. Se recobra la sensación, cuán perdida, de incapacidad. Se piensa en el destino, en lo desconocido. Lugar idóneo para la meditación. La iglesia de Nossa Senhora do Cabo, elevada en 1701 (ya existía otra antes), y las construcciones aledañas, con sus arcadas abandonadas, las antiguas hospederías (Casas do Cirio), nos incitan a soñar y a la forma que cada cual elija de espiritualidad.
También interesa el Cabo a los herboristas y botánicos, que allí encuentran restos de las antiguas colonias herbáceas y arbustivas a menudo arrasadas por la agricultura antiecológica.
Recordemos finalmente al poeta español Francisco de Aldana (que moriría en la batalla de Alcazarquivir, 1578, sirviendo al rey portugués Dom Sebastião),
ver aquel alto piélago de olvido,
aquel sin hacer pie luengo vacío,…
Yo sugeriría un viaje largo por el Portugal simbólico frente al Océano con la visita de varios cabos singulares, alejados, extremos, todos de una belleza sobrecogedora. Aquí quedan mencionados solamentedos, Roca y Espichel, pero el viajero deberá descubrir los otros posibles. Sin olvidar que Portugal, país de alto simbolismo, tiene otros muchos puntos y lugares especiales, como por ejemplo el triángulo Braga-Tomar-Alcobaça (Templarios) que enriquecerán la percepción del viajero; o la pervivencia del mito de la Atlántida, del que las Azores serían el recuerdo; o las antas o menhires que pueblan el Alentejo, colocadas de forma no casual.
Pero, la final, una mala noticia: el escritor y ecólogo portugués Viriato Soromenho-Marques nos alerta en O Jornal de Letras (de 14-27 de julio 2021), del proyecto de construir junto al área protegida del cabo Espichel 58 unidades de residencia, además de 1528 habitaciones en la zona de la Aldeia do Meco. Todo ello en un área que se supondría protegida por la Red Nacional de Áreas Protegidas. ¿Para qué sirven los alcaldes y estas pomposas redes que parecen estar sólo vigentes sobre el papel?