El ‘Viva la muerte’ de Putin

¿Se imaginan España dirigida por un antiguo policía de la Brigada Político Social, por un ‘Social’? ¿Por un Delso o un Billy el Niño? Pues eso pasa en Rusia.

Los que padecimos la ‘Social’ lo identificamos inmediatamente: un tipo vulgar, con mirada en el fondo triste que aparenta frialdad y es escalofrío. Un tipo que ni siente ni padece, un malheureux que revive con la desgracia ajena.

Ya no son los viejos legionarios ni Millán Astray ni aquellos fascistas. El ‘Viva la muerte’ lo piensa y siente Putin; curioso que ahora muchos de la izquierda más provecta lo defiendan y justifiquen.

Es curiosa la pulsión asesina que subyace en mucho de nosotros. Ha sido objeto de la literatura, pues en el fondo nos fascina la personalidad del asesino (de ahí el éxito de las películas y novelas de terror, de policías y asesinos). ¿Quién no ha deseado la muerte de algún enemigo próximo? Las pulsiones asesinas parece que son placenteras: el asesinato es una bella arte, ya lo dijo De Quincey y en los Cantos de Maldoror, del inefable Lautréamont, al inquietante personaje Emilio Dubois de Carlos Droguett, Todas esas muertes (Premio Alfaguara 1971), los asesinos, la muerte, nos atraen.

Me imagino a Putin en su vacío moral, entre los muros del Kremlin planeando la próxima masacre de ucranianos. Contempla el sudario blanco de la nieve, el mismo que se extiende por las planicies de Ucrania. Tiene detrás a la inmensa mayoría del pueblo ruso, tiene la bendición de la oscurantista Iglesia Ortodoxa Rusa con el tibio silencio del Vaticano, tiene a sus diplomáticos al lado (sólo dimitió uno de los miles de diplomáticos rusos, y secretario de Embajada solamente, lo que dice bastante de la calaña moral de los diplomáticos rusos), tiene a sus militares de las dachas y los coches oficiales. Nada ni nadie turba su sueño, al contrario, las imágenes de Mariúpol o Jersón mecen sus noches, los más de doce mil niños ucranianos deportado a paradero desconocido son para él un confortable respiro. Es una especie de Nerón. Putin es melancólico y la muerte de los ucranianos calma su melancolía y le hace feliz por un tiempo, como al ladrón que roba sin esfuerzo. Placer efímero, como todos los placeres, pero placer al fin y al cabo.

Como han señalado muchos psicólogos, el alma del asesino no encierra una manifestación de energía, sino de facilidad, de mínimo esfuerzo. Exactamente el carácter de Putin. La guerra destructora, a base de misiles de largo alcance, atacando a la población civil, es la guerra del mínimo esfuerzo, es el viva la muerte sin riesgos, fácil, impune. Millán Astray por lo menos los corría y los corrió.

En realidad, Putin ha convertido la guerra en la coronación del orden social ruso. Parece que los rusos, desde la servidumbre y los pogroms bajo los zares, pasando por el estalinismo y hasta Putin, no han experimentado nunca el libre pensamiento, ni vivido con libertad de expresión. Pero lo más inquietante es que los rusos le siguen mayoritariamente. La exposición sobre la guerra en el Central Manege Hall del Kremlin, incluso con duras fotos de la destrucción, lo prueba. No se estremecen, sólo les intriga que se hayan retirado de Jersón y no hayan tomado Kiev.

Lo que la mayoría de los rusos reprochan a Putin no es la guerra sino que no la haya ganado ya.

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