Un viaje cervantino con acento argentino

Pretender de nuevo seguir los pasos de don Quijote parece redundante y, sin embargo, nos con-mueve como la primera vez, cuando mi padre me dijo que don Quijote en realidad no existió, que era una invención.

Mis amigos Fernando y Teresa nos han embarcado en una ruta de cuatro días, corta para la que recorrió el Caballero de la Triste Figura pero cuán inspiradora. Al viaje se nos une una pareja argentina; no conocen La Mancha más que de paso, pero están embebidos de Borges y de amplia cultura, él historiador, ella abogado y empresaria. Por un azar que quizás no sea casual, venir con un borgiano por estos caminos es muy especial, pues ya el escritor se inventó un autor del Quijote, Pierre Menard, y en sus cuentos suele poner en evidencia esa ambigüedad que hay en el triángulo de escritor, lectores y personajes inventados. Aunque, como decía Borges, los argentinos se han querido distanciar de la literatura española para crear la propia, lo que es lógico para romper el cordón umbilical, ha habido cervantistas argentinos, entre ellos Alberto Gerchunoff (La jofaina maravillosa, Ed. Losada, 1945), recreación quijotesca en la que, por ejemplo, Rocinante habla; es un libro sobre Cervantes y no sólo sobre El Quijote (que lleva la jofaina, es decir el yelmo) y que indaga con mucha perspicacia sobre la personalidad del escritor, incluso diría, que más que Unamuno.

Hemos empezado por Tembleque, seguido por Puerto Lápice, y llegamos al Toboso al caer la tarde. Todavía podemos visitar la que llaman Casa de Dulcinea y dar una vuelta por las apacibles calles, limpias, prístinas, del pueblo que está, como entonces, en un sosegado silencio. Pero, como decía el tango, “verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada le importa, yira, yira”, porque todo lo inventó don Miguel. Ni el lugar del que no quería acordarse era Argamasilla (muchos pueblos, incluso ahora los de Mota del Cuervo lo reivindican), ni había Dulcinea en El Toboso, ni don Alonso Quijano ni Sancho y, sin embargo, qué emoción recorrer esos pueblos, esos paisajes, carreteras tranquilas, rectas, campos bien cultivados y a veces esos montes bajos de sabinas y chaparros donde nos imaginamos al caballero y a su escudero en su ininterrumpido y ameno diálogo. Si el Quijote es más citado que leído, y usado como recurso turístico, recorrer estos campos y estos pueblos, en un paisaje que en la tan poblada Europa, es algo único. Recorremos kilómetros sin casi cruzarnos con nadie. En La Mancha hay pueblos a treinta kilómetros el uno del otro, el paisaje lo impregna todo, la llanura a veces ondulada, viñedos extensos, tierras de cereal que ahora verdean, encinares, sabinares.

Los cinco viajeros llevamos nuestros quijotes para leer algunos trechos en las paradas, reírnos y admirarnos. Teresa, filóloga, precisa en su lenguaje, nos ha leído un capítulo en El Toboso, entre las campanadas de la iglesia; Rodolfo, junto a los molinos del Campo de Criptana; Sonia, en Puerto Lápice. Previamente, hemos repasado libros sobre Cervantes como el clásico de Navarrete, el de Muñoz Machado y el de Jean Canavaggio.

Nuestro periplo ha sido mucho más actual que aquel del ‘caballero inactual’ que fue Azorín, cuya Ruta del Quijote admira Mario Vargas Llosa, pero que ya me resulta algo sabida, agotada, envejecida.

Si la Casa de Dulcinea nos gusta aunque no sea tal, una casa de labrador rico, bien amueblada y con patios, almazara, bodega y el palomar histórico, nos deja más fríos la Casa de Medrano en Argamasilla, demasiado modernizada, tan preparada para eventos culturales que ha perdido todo el carácter, el alma que tuviera hace cien años, un caserón manchego cuando la visitó Azorín. Ya sabemos que fue mentira, ficción, que Cervantes padeciese reclusión en la cueva de Medrano -fue en Sevilla-, pero la han rehabilitado de tal forma que ni imaginar la historia conseguimos.

No hemos olvidado, claro, los molinos, los de Consuegra, de Campo de Criptana y los de Mota del Cuervo. Mi amiga portuguesa Ana Coelho -que sabe mucho de geografía y libros y tiene una de las mejores librerías lisboetas en la rua São Bento, Palavra de Viajante-, a quien le mando la fotografía, me advierte de que tengamos ‘cuidado com os gigantes’. Desde los altos de esas lomas contemplamos La Mancha, nos identificamos con el territorio que Miguel de Cervantes eligió para su grande, genial parodia. Los molinos han sido reconstruidos, uno de Mota por el mismo Ramón Serrano Suñer (el cuñadísimo de Franco), y en este pueblo los han dedicado a insignes personajes, incluso a Goethe.

Cometa sin bramante y prisionera,

ventilador del trigo hacia la harina,

sombrilla descarnada en la calina,

naipe brutal de extraña barquillera.

Molino a brazo abierto en tolvanera,

leguleyo en batalla vizcaína,

la nueva lanza y más: ¡toda la encina!,

te diera mi señor si reviviera.

(…)

(Juan Alcaide)

En Mota del Cuervo nos hemos alojado en un pequeño hotel y hemos cenado en un restaurante singular, excepcional, que se llama Chicote. A la mañana siguiente nos lleva el incansable Fernando a ver los flamencos rosas en las cercanas Lagunas de Manjavacas, uno de esos paisajes insólitos de La Mancha, con agua, en esa tierra tan singular que ha dado lugar al río más raro de la península, el amigo Guadiana, de manantial tan discutido (¿será Viveros, el Arroyo de Gredales en el Campo de Montiel o las Lagunas de Ruidera?).

En todos los pueblos encontramos sosiego, orden, cuidado, limpieza. Los manchegos están orgullosos de su tierra, de sus pueblos y su historia, y lo demuestran. Así, llegamos a Infantes donde nos acercamos a ver el último aposento del gran desterrado que fue don Francisco de Quevedo, en el convento de los dominicos. Calles armoniosas, sin un edificio que desentone, sin alardes ni pretensiones, un pueblo sencillo, apacible. Así han sido muchos pueblos manchegos, como San Carlos del Valle.

Pero no sólo de Cervantes vive La Mancha sino que hay que detenerse en Valdepeñas, donde el museo Gregorio Prieto merece una demorada visita. El museo ha sido remodelado, ha ampliado la exposición de las obras del pintor valdepeñero y nos transporta a esa vida cultural española, de la Generación del 27, cuya antorcha mantuvo Gregorio Prieto hasta 1992, cuando falleció. Y hay también un pequeño homenaje a ese poeta olvidado, amigo de Gregorio Prieto, y tan digno de recuerdo como fue Juan Alcaide (1907-1951). Valdepeñas, tierra que ha sido también de Francisco Nieva, dramaturgo, escritor y pintor, al cual está dedicado el flamante teatro. De Francisco Nieva se recuerda su teatro, pero no desmerece su trilogía disparatada, El viaje a Pantaélica, Granada de las mil noches y La llama vestida de negro, en las que su humor, su lenguaje y las aventuras de Cambicio de Santiago nos sumergen en un mundo irreal y alegremente trastornado. Antes de salir de Valdepeñas nos damos una vuelta por su extraordinaria la plaza mayor, llena de niños, junto a la iglesia principal, bien restaurada.

Desde Valdepeñas hemos ido a parar a Las Virtudes, que tiene una de las tres plazas de toros cuadradas que hay en España, es decir en el mundo, del siglo XVIII, un rincón que conoce sólo Fernando. Y de allí a un lugar que también está ligado a Cervantes, El Viso del Marqués, Marqués de Santa Cruz. Allí evocamos la batalla de Lepanto, una de las muchas que ganó don Álvaro de Bazán, en la que se ilustró Cervantes. Dejemos a los historiadores navales la evocación del marqués, pero nos sirven de recordatorio los frescos de batallas, ciudades y símbolos clásicos, todos pintados por maestros italianos (los españoles estaban ausentes). El Palacio, suntuoso, ha sobrevivido a las guerras y a distintos usos, hospital, prisión, checa, cuartel de tropas de Regulares Marroquíes para luchar contra el maquis y después de 1949, finalmente, museo. Destaca imponente desde lejos sobre el caserío modesto, bajo, de la población, El Viso que, nos dice un guía, tuvo hace cuarenta años siete mil vecinos y hoy, dos mil. No basta el atractivo histórico para generar riqueza. Nosotros, viajeros que queremos ilustrarnos, notaremos la ausencia de una mínima librería donde rellenar nuestro desconocimiento. Una historia así merecería disponer, en el mismo palacio o en el pueblo, de una librería con obras de historia, de arte. Pero en España los libros casi no llegan a los pueblos.

Tras el Viso (viso, como visión, lugar elevado desde donde se divisan los alrededores), por una bellísima carretera, hemos ido al castillo de Calatrava la Nueva, una construcción de origen musulmán digna de Asia, elevada sobre un monte pétreo que guarda un paso por un valle por el que se puede adentrar el viajero, el conquistador, hacia Andalucía.

Concluimos el periplo en Almagro, uno de los pueblos más bellos -no ya bonito, de España (el marchamo de Pueblos Bonitos está bastante devaluado por haber incluido algunos que no lo merecen).

Nuestro viaje ha ido del siglo XXI, con esos nuevos molinos generadores de electricidad, a los molinos de trigo del siglo XVI, de las autovías -excesivas, dispendiosas-, de La Mancha, a las carreteras solitarias y rectas entre campos no muy diferentes a los de hace tres siglos, las conversaciones sobre la Argentina de después de aquellos siniestros dictadores militares a la restauración democrática de Raúl Alfonsín. Cervantes y El Quijote han estimulado nuestros diálogos porque la cultura abre los horizontes. Y desde el Corral de Comedias de Almagro al muy interesante Museo Nacional del Teatro, de las calles empedradas de Infantes y de las casas de portales de piedra a los cuadros de Gregorio Prieto, desde aquellos vinos en pellejos a los nuevos vinos manchegos (anotamos el Vulcano, de casta syrah, por ejemplo), hemos seguido un hilo conductor de la historia del país.

Y nos despedimos con un soneto de Juan Alcaide, a Cervantes, tras el 4º centenario

Sobre el adiós

Y a descansar -ya es justo- en cuerdo y loco.

Dispensa tanto verso y tanta prosa.

No habrá temblor de llanto por tu fosa:

pero de frase y frase, ¡qué sofoco!

¡Cuánto de clasicismo y de barroco!

¡Qué romántica lira mentirosa!

Y acaso ni una vela abriose en rosa

deshojando su cera poco a poco…

Para tu pobre angustia, ni un latido.

Ni una pluma pinchada en una vena.

Ni la emoción de un grito contenido.

Perdona este barullo de centena.

¡Con cuánta oscuridad te habrás reído!

¡Cuánta risa, Miguel, con… tanta pena!

A descansar, en efecto, como decía Alcaide, porque El Quijote, el libro, y su creador, Cervantes, están muy por encima del localismo que se pretende de dónde estuvo exactamente ese “lugar de La Mancha”. No importa, el viaje ha sido agradable, un hermoso escenario en esta incipiente primavera sin agua y el libro desborda desde que se imprimió del color local pues es universal en su lenguaje, en sus ideas, en el recuerdo que guardamos de él este quinteto de españoles y argentinos.

(la imagen de portada es un cuadro de Gregorio Prieto)

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¿La agricultura contra la naturaleza?

Dar testimonio
de la catástrofe inevitable
cuando aún era posible evitarla
.
Jorge Riechmann

La Política Agrícola Común de la Unión Europea, la PAC, ha producido y acelerado un tipo de negocio, el agrobusiness, que en España ha tenido dos consecuencias negativas: por un lado, el creciente monocultivo con daños medioambientales y, de otro, la España vacía. Parece que nadie repara en que la supresión de la diversidad, la homogeneización de las tierras, expulsa población cuando no hay alternativa ni un mínimo tejido industrial autónomo y complementario, como es el caso en la mayoría del territorio español.

La PAC representa 58.000 millones de euros anuales, que es el 39% del presupuesto de la UE. De éste, España recibe aproximadamente 7.514 millones € del FEAGA, más 1.300 millones € del FEADER . Francia recibe prácticamente el 50% de los subsidios de la PAC.

Con la política de subsidios a la producción se ha fomentado el cultivo intensivo y el monocultivo en grandes zonas de Europa. En Francia con la remolacha, en España con el olivo. Así también con empresas lecheras, cría de cerdos, pollos, etc. Se ha conseguido una autosuficiencia en materia de alimentos, que era lo que se perseguía, pero a costa de una sobreproducción devastadora, insolidaria con África y nociva para la naturaleza. Mientras muchos ecologistas, guiados sobre todo por su antiamericanismo primario han dirigido sus críticas a los transgénicos y la norteamericana Monsanto, se han olvidado de que la PAC no es precisamente un modelo de desarrollo agrícola sostenible sino que está en manos de los lobbies agroalimentarios, sobre todo franceses.

El crecimiento de la producción parece ser el único objetivo. Por ejemplo, las ayudas de pago único del FEAGA suponen que cuantos más olivos posea un agricultor, más subvención recibe. Eso está transformando extensas zonas de España en olivares, donde antes había cereales u otros cultivos. Al mismo tiempo, fomenta, en aras de más producción, el riego de olivares desecando capas freáticas, y el mayor uso de agrotóxicos. De ahí resulta una pérdida de la biodiversidad que es un pingüe negocio para las grandes productoras de aceite, para las distribuidoras y, por supuesto, para las industrias químicas. Pero lo mismo sucede con otras producciones agrícolas y ganaderas.

La concurrencia, la competitividad, obligada porque muchos otros países hacen lo mismo, lo que supone una huida hacia adelante, con más maquinaria, más productos y más agresión a la tierra y escasez de agua. En conclusión, la progresiva desertización ambiental (y social) del país.

Curiosa, esta bipolaridad -esquizofrenia- del Estado y de la Unión Europea. Por un lado dicen acatar los acuerdos internacionales en medio ambiente y por otro fomentan una agricultura medioambientalmente insostenible y perjudicial. Los subsidios de la UE para protección de la naturaleza no llegan a la décima parte de los dedicados al agrobusiness. Consciente de la amenaza a la biodiversidad, actualmente la UE establece que debe haber un 26% de la tierra protegido, con el propósito de elevar ese porcentaje al 30%.

Habría que dibujar una tabla de coste/beneficio, de puntos débiles y puntos fuertes de este modelo agrario impuesto por la UE y secundado alegremente e inconscientemente por los gobiernos nacionales. Uno de los costes es que se mantienen propiedades no rentables gracias a las subvenciones. Se dedican al cultivo y se riegan terrenos nada rentables, que volverían a ser monte si no fuera por los subsidios. Se distorsiona el mercado, se alzan barreras aduaneras contra la producción de países africanos, que son sometidos, más que nunca, al intercambio desigual (y después nos alarmamos de la inmigración en pateras y cayucos).

La relativamente nueva situación ha hecho cambiar las relaciones económicas y comerciales del agricultor, su vida y el paisaje. Hay que hacerse además tres preguntas: ¿quién manda en el campo? ¿vive mejor el agricultor?, ¿es más bello este campo de ahora?

En el campo, en la agricultura ya no mandan los agricultores. Mandan tres grupos: las empresas de distribución y comercialización, las empresas de productos químicos para el campo (insecticidas, fungicidas, herbicidas, fertilizantes) y la estructura burocrática de subsidios nacional y europea.

La pregunta más crucial es ¿vive el agricultor mejor? Materialmente, es posible, tiene auto, a veces calefacción, las casas son algo mejores (aunque más feas), entre otras cosas porque cada vez hay menos, tocan a más, por así decirlo. Pero está cada día más entrampado. Depende de los créditos para comprar maquinaria y sistemas de regadío cada vez más caros y sofisticados, depende de vehículos y de mano de obra inmigrante. No dejan de ser siniestras las ofertas y descuentos que hacen las empresas de fertilizantes, insecticidas y herbicidas: cuantos más sacos o contenedores se compran, más baja el precio por unidad, animando así al agricultor a usar en exceso (y de paso, dejan tirados los envases por los campos).

El agricultor no latifundista (pues hay ya muchas empresas que controlan, con nuevo estilo, la producción) se encuentra ante la misma tesitura que Marx enunciase: el precio de producción de la mercancía difiere del precio real o precio comercial. Este depende de la oferta y la demanda. La oferta es excesiva en muchos productos, lo que da lugar a esos precios ‘tirados’ de aceite, de leche, de carne, que ofrecen las grandes superficies, en manos de las colosales distribuidoras extranjeras o españolas. La plusvalía que generan los agricultores no es para ellos, es absorbida por los distribuidores, por el Estado vía impuestos, pues los subsidios de la UE están sometidos a impuestos, por los préstamos bancarios para adquirir productos fitosanitarios y maquinaria. El agricultor está preso en una espiral malévola, de más producción-más endeudamiento-más oferta-menos retribución: la huida hacia adelante mencionada.

El agricultor se ha hecho más dependiente del Estado, de las grandes empresas de distribución (que marcan los precios, a menudo por debajo de esos costes de producción como exige este agrobusiness. El conflicto no es social sino comercial, los chalecos amarillos se manifestaban no a favor de la naturaleza sino por la reducción de los subsidios al gasóleo. Lo que confirma que el ecologismo es de burgueses y de gente de las ciudades, a ser posible intelectuales. La protección del paisaje y de la naturaleza no está en el mapa de las reivindicaciones agrarias ni en las tractoradas.

El propio Marx podría haber llegado a la conclusión de que la mercancía -el producto agrícola- terminaría agrediendo a la naturaleza, destruyéndola o hiriéndola. En España, si algún político se molesta en visitarla a fondo, no para inaugurar nada, se ven cada vez más zonas de monocultivo, menos diversidad, menos humildes abejas, menos inocentes bichos y sabandijas.

La consecuencia más importante es que ha cambiado la vida social, laboral y económica de los agricultores y, por tanto, su conciencia, su mentalidad y forma de vida. “El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general”, dijeron claramente Marx y Engels. Esto se nota en la forma de vida de los pueblos y aldeas del país, en su ocio, en su cultura (o falta de ella, pues se ha perdido la tradicional sin ganar una nueva). De hecho, además de depender de esos tres poderes antes citados, el agricultor depende mucho del clientelismo político instalado en su municipio, provincia o comunidad autónoma. Es menos libre que nunca.

La Naturaleza no es divisible, no es parcelable: no se puede dividir la tierra en zonas protegidas y zonas donde todo vale, en parques naturales de un lado y tierras dejadas a la depredación intensiva, de otro. Así como la cultura nos va separando de nuestro propio ser, cuanto más sofisticada es una sociedad más se aleja de la naturaleza. Crear parques naturales puede estar bien para el turismo pero a menudo no es más que un subterfugio para calmar conciencias y maquillar de verde una política agrícola totalmente enfrentada a la naturaleza. Un ejemplo de esa ‘propaganda ambiental’ es la protección al lince ibérico en Andalucía, muy costosa, mientras se permite toda clase de tropelías en las costas (campos de golf con agua potable, playa de los Genoveses, Algarrobico, Barbate, negligencia culposa en la gestión de Doñana, y un largo etcétera).

Un pastor de la Sierra de Segura (Jaén) me ponía un claro ejemplo: “antes unas cuantas cabras me servían también para que rozasen naturalmente los civantos (taludes) de broza y zarzales, ahora necesito echar el round up (glifosato). Tener cabras está prohibido”.

Sólo la antigua Grecia, la Hélade, atribuyó ninfas y dríadas protectores a los ríos y fuentes, a los árboles, a los montes y los bosques. Cada vez nos hemos ido alejando más de la naturaleza, considerándola meramente como un botín para entrar a saco en ella. La que Cervantes cantaba de la edad dorada casi no existe,

Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas…

Don Quijote de la Mancha, 1ª parte, capº XI

La Unión Europea, con su PAC, conjuga lo peor de la Planificación y lo peor del Libre Mercado, generando además en toda la Unión y en España una exagerada, enrevesada y gravosa burocracia (véase APROL, como muestra, la ayuda al olivar).

En conclusión: más producción, menos diversidad, más daño ambiental, precios más bajos y endeudamiento creciente de los agricultores, beneficios para las empresas distribuidoras y agroquímicas y para la Banca, más funcionarios y una España más vacía.

Probablemente deberíamos cuidar de una agricultura en armonía con el paisaje y con la naturaleza, pero no sabemos si a los lobbies eso les interesa. Además, la práctica ausencia de los temas agrícolas en los grandes medios de comunicación no dan mucha esperanza a que este debate sobre la agricultura se generalice y profundice. El campo, cuanto más callado, mejor para los políticos, los bancos y todos esos que mandan en él.