Hace unos meses, en uno de los puestos de libros viejos de la rua Anchieta, en Lisboa, me encontré el volumen The novel and the people, del escritor británico Ralph Fox. Es una edición neoyorquina de 1945. Intrigado, quiero saber más de este joven escritor muerto en España.
Ralph cayó en las lomas de olivares de Lopera cuando, integrado en la Brigada Walter formada en Albacete, en la Navidad de 1936 intentaban recuperar ese pueblo jiennense a los legionarios del ejercito franquista. Tenía treinta y siete años y era un auténtico oxonian, un licenciado de Oxford, con una amplia, especial cultura.

Murieron, nos dicen en Lopera, 145 soldados extranjeros, entre ellos Fox y otro poeta, Cornford. Fue un desastre. Otras fuentes hablan de trescientas bajas, sólo en el lado republicano. Jamás recuperaron el pueblo, aunque la Legión no pudo avanzar hasta la capital de la provincia, que permanecería republicana hasta el fin de la guerra. Da casi rabia pensar en lo mal organizado que estaba el ejército republicano, con demasiada indisciplina y mal equipado. Muchos brigadistas, como miles de soldados españoles, no hubieran muerto si hubieran estado mejor mandados. Sobró entusiasmo y faltó organización (además de la superioridad armamentística y aérea que Hitler y Mussolini facilitaron a Franco, de la traición de la Francia de Blum, la puñalada de Churchill y el desinterés de otros liberales por la República, con la funesta e hipócrita ‘no intervención’ -pero de esto sabe mucho más el historiador Angel Viñas, al que remito al lector-).
Contemplo Lopera en la lejanía desde otro pueblo histórico, Porcuna, la Obulco de la tribu ibérica de los túrdulos. Estas lomas de olivares, tierras feraces, fueron siempre codiciadas. Los iberos, los cartagineses, los romanos, árabes, todos fueron tentados por dominarlas y explotarlas, y lo consiguieron por un tiempo. El paisaje es inmóvil, eterno; el olivo no cambia de color durante las estaciones, sólo platea más o menos según la lluvia y el viento. Puedo imaginar un paisaje parecido hace dos mil años. Al ver esos cortijos en las lomas no podemos dejar de pensar que probablemente, en es mismo lugar, ya hubo una villa romana. Sólo los viejos olmos oscuros y los ailantos que hay en las curvas de las carreteras secundarias de la provincia, cambiarán de color y nos indicarán las estaciones. Porcuna tiene además para mí una pequeña connotación familiar, pues allí trabajó mi tío Ernesto en el Servicio Nacional del Trigo, antes de que construyeran el par de imponentes silos, y allí nació mi primo Ramón. Lopera fue pobre, en manos de los terratenientes latifundistas durante siglos. Me cuentan, incluso, que después de la guerra todavía había lepra, como en Mengíbar y como en Santiago de la Espada (el pueblo, precisamente, de mi abuelo).
El libro La novela y el pueblo es un ensayo literario de Fox desde una visión materialista histórica. Gran conocedor de la literatura europea, y de la española, Fox indaga sobre verdad y realidad, sobre la épica, el papel del héroe en la novela, cómo se puede describir al hombre común, vivo y con energía (y curiosamente, sorprendente y original Fox, pone de ejemplo a Balzac, a Flaubert, hasta a Proust, y incluso el Ulenspiegel del belga Charles de Coster, esa novela sobre los rebeldes flamencos contra la Inquisición y el Duque de Alba), los límites del realismo social y el peso de la herencia cultural. Su ensayo, de 128 páginas sin desperdicio, fue publicado después de su trágica muerte (sus restos, como los de su camarada John Cornford, jamás fueron encontrados, no tienen sepultura). En todas sus páginas, el lector, conforme o disconforme con Fox, hallará un estímulo a sus ideas preconcebidas sobre autores y libros. Comienza explicando al lector que sólo pretende examinar la situación actual de la novela inglesa y entender la crisis de ideas que ha destruido sus otrora seguros cimientos, y cuál pueda ser su futuro.
Por el momento en que fue escrito, aunque se extiende sobre Joyce, Huxley, Waugh o Malraux, era quizás pronto para que se pronunciase sobre la opinión que le merecía una de las divinidades literarias que todos adoran -menos yo-, Virginia Woolf. A lo mejor no la habría subido a tan alto pedestal (de Bloomsbury me quedo sobre todo con John Maynard Keynes).
Fox pertenecía al Partido Comunista de Gran Bretaña y escribió varios libros, uno sobre Genghis Khan -conocía Mongolia-, una biografía de Lenin, así como ensayos sobre Irlanda y sobre el Portugal salazarista. Era un gran conocedor de la literatura y no tenía en absoluto esos defectos de la hiper-ortodoxia marxista: la literatura era una pasión, no solamente un corpus a diseccionar bajo un estricto y frío escalpelo doctrinal y político. Por ejemplo, si bien criticaba el personaje Lawrence de Arabia, no por eso dejaba de encomiar su valor como escritor y su calidad epistolaria.
La tradición de armas y letras en la literatura inglesa es singular y destaca muy por encima de los escritores de otros países. Como pasó en la Primera Guerra mundial, muchos poetas británicos cayeron en combate. Fox lamenta que los ingleses que contribuyeron en la Península, en la guerra de la independencia, a luchar contra la tiranía del invasor francés (Albuera, Talavera, Vitoria, etc), ahora, en 1936, hayan renunciado a ayudar a los españoles a luchar contra el fascismo, por un “estrecho sentimiento de clase”.

La editorial International Publishers, fundada por radicales ricos, Heller y Tratchenberg -que siempre perdieron dinero en ella-, subsiste aún y está especializada en obras marxistas.
Lopera, un pueblo limpio, cuidado, ordenado, amable, ha rendido homenaje a los caídos en esa batalla. Lo visito en una siesta de verano. Entre el calor y el final del confinamiento no casi un alma en la calle. Alguna placa recuerda estos hechos de la lejana guerra, señala dónde están las viejas trincheras, pero no consigo encontrarlas (ya se sabe que la señalización no es el fuerte en España, al principio hay un cartel y luego nada). Lopera no queda lejos de la antigua carretera nacional IV, la carretera de Andalucía, camino obligado de Madrid para las tropas de Queipo de Llano.
La carretera serpentea entre olivares
milenios de olivas de Roma y de Cartago
en las cunetas, los olmos oscuros y los ailantos
-los únicos que muestran el otoño-
sobre el paisaje inmóvil, el pueblo.
Calles limpias, solitarias en la siesta del verano,
casas sólidas, virtuosas, acabadas.Allí vivió mi tío antes de que alzaran los dos silos
desde lo alto, también entre lomas de olivos
Lopera, tumba de Fox y de Cornford, poetas ingleses
perdidos en los cerros en la navidad de 1936.Paisaje construido y codiciado por el hombre,
perdido, inmóvil, siempre el mismo
viejas villas romanas convertidas en cortijos
rodeadas de árboles oscuros.
Allí vivieron razas, religiones, guerreros
peones, hidalgos y señores.Tras la lluvia algún arado aún remueve los viejos
mosaicos ilustrados y enterrados.
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