Madridfobia

Las capitales siempre provocan una especie de amor y odio por el hecho de ser la sede del Poder, de ser grandes, de avasallar. En España, como todo está preso de la ideología, Madrid es el Centro, el centralismo, la Banca, los madrileños somos considerados arrogantes, engreídos, hasta chulos. Las provincias miran con recelo a Madrid e incluso a los madrileños.

Pero con la victoria de Isabel Díaz Ayuso, la madridfobia ha alcanzado una altura verdaderamente atronadora. Para los puritanos, Madrid son sólo los bares y terrazas, ¡Madrid es culpable de todo! La izquierda y los nacionalistas execran Madrid, hoy más aún. Una izquierda maniquea ve en Madrid a los venezolanos que han huido del chavismo, a los del barrio de Salamanca como el non plus ultra del nuevo ‘eje del mal’.

No es nuevo este sentimiento. Ya muchos de la generación del 98, denostaban Madrid, fuente de todos los males, como la versión de Unamuno “ese gran patio de vecindad”, “un vasto campamento”. Azorín, Machado, fueron más amables, Baroja da una de cal y otra de arena. Como decía Umbral, los españoles tienen con Madrid una relación sádico-anal.

Mientras París, Lisboa, Roma, Nueva York, tienen su literatura, su pintura, Madrid parece, a los ojos de esa izquierda, una ciudad que no ha tenido (casi) quién le escriba. Pero a diferencia de París, Madrid no excluye otras ciudades de la cultura y el pensamiento; Barcelona, Sevilla, Bilbao, Vigo, Valencia, entre otras muchas, son un ejemplo también de una vida cultural intensa.

Pero veamos nuestras culpas, que resumiría en tres: la destrucción de hace unas cuatro décadas, la literatura de derechas y el cosmopolitismo.

Destrucción.- Los madrileños hemos sido quienes destruimos Madrid. Alcaldes como Arespacochaga, García Lomas y Arias Navarro perpetraron una destrucción de la ciudad mucho mayor que los bombardeos de la Legión Cóndor y la aviación italiana. El envilecimiento estético (Julio Caro Baroja dixit) se hizo a conciencia. Vean la plaza de Colón, que fue demolida para mayor gloria de especuladores sin gusto ni conciencia, véase la Castellana que culmina con esa Plaza de Castilla con su monumento dorado más propio de Arabia Saudita que de una ciudad europea, véase el estadio Bernabéu, cada día más elefantiásico, véanse sus barrios de colmenas, a veces más parecidas a la edificación estalinista. Recordemos esos bulevares que desaparecieron para hacer autopistas interiores como la calle Velázquez, Francisco Silvela y tantas otras. Curiosamente, toda la fealdad de las construcciones que asolan las ciudades y pueblos de España son una especie de mimetización de lo peor de Madrid, de ese Madrid ramplón y de mal gusto que se esparce por barriadas sin gracia. Parece que sólo copiaron de Madrid lo feo.

Recomiendo la lectura del propio Juan de Arespacochaga que nos dejó ingenuamente lo que se podría llamar una descripción de la masacre urbana -que él llama modernización- en su libro Alcalde solo (Prensa Española, 1979). Preste atención el lector, si tiene paciencia para leer esa autoelegía, cómo alaba la tarea de su joven concejal Florentino Pérez, ya entonces tan diligente en la destrucción-construcción.

La cantan sobre todo las derechas.- A esta ciudad la han cantado más los escritores de la derecha, como Agustín de Foxá, Díaz-Cañabate, Antonio Espina, Pedro de Répide y González Ruano. El gran franquista loco que fue Giménez Caballero escribió Madrid nuestro cuando entraron los Regulares en el 39.

Da igual que Galdós la haya inmortalizado, porque ha sido considerado un ‘garbancero’, da igual que fuera ‘el rompeolas de las Españas’, permaneciendo fiel a la República hasta el 31 de marzo de 1939. Da igual que su densidad cultural, en museos, salas de exposiciones, espectáculos, música sea envidiable (o precisamente por eso), su energía económica, sus transportes, su libertad; Madrid es la ciudad odiada.

Menos mal que hay poetas y escritores que la cantan todavía, como Luis Alberto de Cuenca, que Trapiello y Gómez Rufo la hayan puesto en su sitio, siendo más justos con ella. A menudo suele ocurrir que son precisamente los extranjeros quienes mejor nos. describen, como el historiador francés Philippe Nourry con su Roman de Madrid.

Cosmopolita.- En Madrid todos somos madrileños al cabo de un día (yo mismo, nacido en Bruselas, de padre de Jaén) y eso, para algunos no es mérito sino baldón. Ya acusaban los nazis a los judíos de ser unos “cosmopolitas desarraigados”. La diferencia, el color o la religión son para estas gentes algo negativo. Así, ERC o Bildu, cuyo odio a Madrid -que simboliza España- es su raison d’être.

Menos mal que este antimadrileñismo se hunde solo, que hay un alcalde amable y sensato, que los madrileños resistimos todo y que, en realidad, nuestra criticada falta de tradiciones y recuerdos como ciudad artificial, fundada por decisión regia en medio de una estepa, es precisamente nuestra mejor prueba de que estamos abiertos a toda España, a Europa y a América. Aquí cabemos todos, hasta los que nos detestan.

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