En Segura de la Sierra, La Puerta de Segura y Orcera no hay crisis energética ni sequía.

Llego a Orcera y veo la rotonda de las cooperativas con su césped en riego por aspersión, agua fresca abundante escurriendo asfalto abajo.

Veo todas las noches el castillo de Segura iluminado, aunque no lo vea nadie.

Y veo La Puerta, Cortijos Nuevos, Orcera, Segura y sus aldeas que siguen profusamente iluminados, con sus farolas tan cercanas y potentes (más que en muchas ciudades grandes ¿quién planificó su posición?).

Luces por todas partes, nadie en las calles -pues a la gente por las noches les da por dormir-. Iberdrola y Endesa, encantadas de la vida, pues así facturan más.

Y no pasa nada, nadie dice nada, los ciudadanos no pintamos nada, porque sepan ustedes que aquí no hay sequía ni crisis de energía. Somos perfectos, inmunes, eso sólo les pasa a otros.

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Sierra Bermeja como síntoma

No es el cambio climático, es el abandono de los montes y bosques. No se limpian, no se quita la broza, no se deja que el ganado coma en los ribazos porque está prohibido el pastoreo. La hierba seca, los restos de ramas secas son el combustible ideal para los incendiarios.

Mi primo Ramón Olivares, que conoce el campo y los montes andaluces, dice con vehemencia que ahora todo se achaca al cambio climático y que eso es falso. Y tiene inmensa razón. Una parte, es verdad, puede tener visos de realidad, pero sobre todo es la consecuencia del abandono de los montes, de las tierras de labor que los alternaban como pequeños mosaicos, roturadas, labradas, limpias, hoy abandonadas. La agricultura industrial del monocultivo y las pésimas políticas de subsidios para todo, menos para limpiar los montes, hacen que el gran incendio de Sierra Bermeja no sea una excepción sino el síntoma de lo que está pasando en toda España.

Los pegujales que había entre los montes ora con olivos, ora con pequeñas plantaciones, han sido abandonados para dedicar la agricultura al llamado agrobusiness. La Unión Europea, secundada alegremente por el Estado español y las Autonomías, decretaron el fin de la ganadería de pastos abiertos para estabular todo y producir más carne en menos tiempo y con piensos industriales. Así se mataban dos pájaros de un tiro: se ayudaba a las grandes empresas de productos ganaderos y se dejaba a los ganaderos viviendo en sus pueblos de subvenciones y ayudas, una especie de limosnas para que dejasen la tierra y los montes y dejasen de molestar.

Pero como me decía hace unos años un propietario forestal y ganadero en la Sierra de Segura, “y ahora sin cabras, ¿quién va a limpiar las zarzas de las cunetas, acequias y taludes?” La Administración tiene muy clara la solución: con glifosato y herbicidas a granel que, además, siempre están de oferta y te venden dos por el precio de uno. ¡A fumigar! Es decir, además de fomentar la industria multinacional de maquinaria agrícola y los productores de piensos, fomentamos la agroquímica.

Mi padre murió en 1963 de una leucemia, literalmente envenenado por los productos que almacenaba su Agencia de Extensión Agraria en Mora de Toledo. En España entonces no se sabía, o no se quería saber algo que advirtió -censurada y marginadas por todos en EEUU- Rachel Carson en La primavera silenciosa, que era el uso abusivo de DDT y demás venenos. Hoy, no estaría de más que en las escuelas leyesen algunos de sus capítulos, pues seguimos matando la naturaleza, el mar, el paisaje.

Cada vez hay menos trashumancia, menos pastores y los campos se dedican a plantaciones subvencionadas con monocultivo, laboreadas con máquinas modernas, gastando combustible y haciendo ruido. Los montes, con nuestros pinos carrasco o pinos de Aleppo, no son rentables porque su madera sólo sirve para hacer serrín para conglomerados.

En la Sierra de Segura, Jaén, por ejemplo quedan ya sólo dos o tres madereros, dos o tres aserradoras; el monte no produce y hay que abandonarlo. En Siles, antes pueblo próspero gracias a la madera, queda uno, que anuncia que se va a retirar. En Orcera, otro. Y hasta la fabricación de biomasa no se aprueba ni fomenta: los pinos cortados han de ser transformados en Valencia, en esta sierras y pueblos, no. Los montes, como mucho, se dejan para el llamado, malévolamente, agro-turismo, como el Parque Natural de las Sierras de Segura, Cazorla y Las Villas, con restricciones y prohibiciones abrumadoras, burocráticas, pesadísimas, para los propietarios y sin ningún beneficio para nadie: como mucho, de mero adorno para que los políticos se pongan medallas de conservacionismo. Lo que los anglosajones llaman el green-washing, lavado verde, hacer como si fueran ‘verdes’ y ecologistas, para que todo siga abandonado.

La prensa, la televisión, que de campo parece que saben poco, ‘compran’ la versión apocalíptica del cambio climático para responsabilizarlo de todas las desgracias y así exonerar a los responsables de las Administraciones públicas, desde alcaldes hasta ministros.

Así, si una riada se lleva casas edificadas con la bendición y licencia de los alcaldes en ramblas y lugares que de siempre estuvieron dejados a las aguas, la culpa es del cambio climático. Si las casas se caen por un temblor de tierra y los puentes romanos, no, la culpa es del cambio climático no de los constructores que especulan con materiales y se saltan, una vez más, con el beneplácito o indiferencia de los alcaldes, las mínimas normas de seguridad.

Proliferan los incendios y las catástrofes ‘naturales’ y ya tenemos el chivo expiatorio: el cambio climático (antes eran los ‘actos de Dios’, o de los dioses). Este puede exacerbar y agravar las consecuencias, pero la responsabilidad es nuestra, no de los astros pero, a tenor de lo que dicen, esto parece como una vuelta al milenarismo y a la astrología. A este paso, pronto vamos a organizar rogaciones y procesiones contra las tormentas, contra el granizo y contra los fuegos forestales. A poner lamparillas o ‘palomitas’ en aceite para alejar las nubes, como se hacía hace sesenta años en las cortijadas.

Jaén, entre el fatalismo y la resignación, ¿o en pública subasta?

…»que te traigan aceite puro de olivas machacadas, para el alumbrado, para hacer arder continuamente las lámparas».
(Éxodo, 27, 20)

Desde hace tres mil años al menos, el aceite de oliva es parte de nuestra cultura. Y quizás sea precisamente eso, una maldición pues en España el olivo ocupa el 55% del área cultivada, con cerca de 2.700.000 de árboles.

En mi vida adulta, en Jaén he visto una evolución sólo cuantitativa: más caminos forestales asfaltados, más construcción -no siempre bonita-, adornos en los pueblos, instalación de algunos servicios esenciales; pero aún todavía faltan muchos, entre ellos conexiones de internet fiables, ambulatorios, residencias para ancianos, etcétera.

Pero no he visto muchos cambios cualitativos. La mentalidad en general, con honrosas excepciones, sigue siendo la misma y el Estado sigue ignorando esta provincia.

Puede ser que la raíz de todos los problemas de esta provincia sea el olivar; problemas en plural, pues los hay medioambientales y económicos, por el exceso de plantaciones, por el regadío que agota las capas freáticas, por la distorsión del mercado, de la oferta y la demanda que han creado las subvenciones, el APROL, la PAC.

En algunos pueblos con menos de 1.500 habitantes hay dos o más cooperativas y almazaras privadas. Una oferta dividida y fragmentada frente a poderosos distribuidores y comercializadores.

Yo no sé si los gobernantes tienen algún plan, primero, para facilitar la concentración de la oferta y, segundo, para modernizar y adaptar el proceso de toma de decisiones en las cooperativas para hacerlo más ágil y mejorar su eficiencia. Por ahora, las cooperativas arrastran un modelo jurídico anticuado que no está a la altura del que poseen los grandes distribuidores. Hay una asimetría enorme entre el inmenso poder de los distribuidores y comercializadores y los productores. De tal modo que en las negociaciones y contratos, éstos llevan, naturalmente, las de perder. El aceite de oliva se convierte así en una mera commodity, a pesar de los esfuerzos de muchas almazaras que producen un aceite cada vez con más calidad.

Sería bueno también que hubiera una transparencia de precios en el mercado garantizada por el Estado que sirva de orientación a los productores, que los verdaderos costes de producción se hagan obligatorios, para no vender a la baja y que el Estado, o la Junta de Andalucía, establezcan la figura del mediador para resolver litigios en los contratos abusivos u opacos. El papel de las cajas y bancos en el pago se subvenciones podría ser también objeto de mayor claridad.

Transparencia, agilidad, menos burocracia y más mercado abierto pueden defender mejor a los productores, que deberían unirse y no ir cada uno por su cuenta. La ecuanimidad en los procedimientos, el equilibrio en el sistema de contratación y resolución de litigios entre productores y distribuidores son condiciones necesarias, aunque no suficientes, para permitir una justa retribución de los productores.

La amenaza y la destrucción de olivares por la bacteria xilella fastidiosa puede forzar, o ya lo está haciendo, a los italianos a comprar más aceite español para venderlo con otras marcas. Las transacciones deberían ser más protegidas por la legislación para que los distribuidores nacionales y extranjeros no expriman más a los productores.

Pero, en fin, estos son deseos píos. Seguirán hablando del oro líquido y gastando dinero en publicidad, como hasta ahora. O habrá tractoradas que apenas resuenan en los medios de comunicación nacionales, que se quedan en la provincia como noticia local. Que haya un 35% de paro en la provincia (aunque haya que contratar inmigrantes como temporeros) parece que ya está asumido como normal, nos hemos acostumbrado y encogido de hombros. Que la Junta haya literalmente hundido Santana no es ya ni tema de conversación. Parece que da todo igual. Es el Destino, con mayúscula.

La consecuencia de esta situación entre los jiennenses es que hay mucho fatalismo (“todos los políticos son iguales”) y mucha resignación (“no contamos nada para nadie”). Parece como si se uniesen el fatalismo musulmán (¿nuestro “legado andalusí”?) y la resignación cristiana.

El Estado, ausente, la Junta de Andalucía en sus soliloquios burocráticos y su retórica del oro verde y del oro líquido. Una administración disuasoria de toda innovación, con demasiados trámites, con funcionarios por doquier. Los dirigentes políticos jiennenses parecen no tener influencia al norte de Despeñaperros ni al sur de Andújar.

Y la estrepitosa ausencia del Estado, encerrado en sus querellas dentro de unos pocos metros cuadrados en Moncloa. ¿Alguien tiene noticia de cuál ha sido el último ministro de Agricultura que ha pisado la provincia, sus campos, andado por sus pueblos y hablado con los agricultores? Yo no lo recuerdo.

En el siglo XVIII tuvimos que vender La Florida (Carlos III) y La Luisiana (Carlos IV). No es la primera vez que un país vende pedazos para quitarse deudas de guerras, de pandemias, o simplemente para quitarse un peso de encima. Porque Jaén parece que para el gobierno español es un incordio, una carga. A lo mejor alguien está pensando en vender la provincia, porque lo parece a tenor del poco caso que hacen de ella. Si llega el día, que organicen bien la subasta.

Mientras, nos consolaremos paseando por las calles los pueblos de la provincia, que, amables, limpios, algunos más bellos que otros, dormitan. Pasearemos por Lopera, Porcuna, Orcera, por La Puerta de Segura, donde nació y reposa mi padre, y contemplaremos La Loma de Úbeda y al fondo el Guadalquivir, la azulada sierra Mágina en la lejanía, y evocaremos esta espléndida y gran provincia que fue ibera, cartaginesa, romana, visigoda, musulmana, que guarda en su seno capas de cultura y de historia que hoy se menosprecian.

Como empezamos, terminamos con la Biblia, que no es solamente un libro para creyentes: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol” (Eclesiastés, 1, 20).

Ernesto Sánchez Montoya, una semblanza en 1981 (y II)

«Ernesto. Un personaje del pueblo español. Con la cólera de un Salvat Papasseit, con un moralismo quijotesco. Luchador, por tanto, solitario. Reiterativo, con una personalidad volcada en lo social, en la polémica. Es, naturalmente, incomprendido por muchos, negado por otros tantos. Hombre difícil de disciplinar en un partido por su gran originalidad y sinceridad. No es casualidad que sea un herrero; trabajo individual pero relacionado con la industria, con las fábricas. A ellas les pide los suministros. En ellas, en los talleres de Barcelona, hizo su aprendizaje que le permitió luego volver a Orcera con técnicas nuevas para reavivar la forja en que desde hace tres generaciones trabaja su familia.63494477-8DF4-4C0A-8382-A95DD5895F52

Quisiera dominar el pueblo, modelarlo y dirigirlo como doblega la terquedad de una barra. Quisiera pertenecer a un pueblo duro, bien templado. Desprecia la blandura, el ser proteico.

Encerrado en un pequeño pueblo de la Sierra de Segura, los acontecimientos de su vida los abstrae y los eleva a categoría. El señorito bufón y chirigotero es por antonomasia la representación de la ineptitud de las llamadas clases altas y dirigentes de Andalucía. La borrachera y la ramplonería del jornalero sin pan ni ideas es la muestra de la alienación obrera. La mujer de un médico o de cualquier otro profesional del pueblo, que sea gazmoña, pintada y semianalfabeta representa a los ojos de Ernesto la personificación de un género de vida de las mujeres que se parece bastante a la prostitución periódica.

Pero Ernesto no es sólo crítico, no es un resentido ni por asomo. Es demasiado bueno y simpático, en el más amplio sentido de la palabra, como para tener resentimiento. Odia el estilo, no a la persona en si. Como si distinguiese el crimen del criminal. Ernesto contempla los niños, Ernesto es capaz de pasar una noche hablando, de soñar con una casa en la sierra, de ilusionarse por una mujer. Sí, Ernesto es más inteligente que un simple agitador que manejase cuatro tópicos descosidos».

[Estas líneas las escribí el 21 de septiembre de 1981 y las acabo de descubrir en un viejo cuaderno. No he cambiado ni una palabra, es la impresión de entonces.]

Nota: Salvat Papasseit fue un poeta catalán anarquista del primer tercio del siglo XX que murio muy joven, de tisis. Entre otros versos escribió ‘Humo de fábrica’.

Ernesto Sánchez Montoya, andaluz de Jaén, herrero altivo. I (cuarto retrato segureño)

Ernesto, el herrero de Orcera, en la Sierra de Segura, en Jaén, era herrero de tres generaciones. Su padre y su abuelo también lo habían sido y la fragua de la calle Milagros, 3, conservaba el viejísimo fuelle de piel de carnero. Ernesto doblaba el hierro, lo torcía, hacía rejas para cortijos con sus mandorlas de plomo fundido, no prefabricadas, arreglaba aperos en pleno olivar, soldaba brabanes, enmendaba arados. El no tenía pereza para llegar al lugar más perdido, siempre con su mono azul, con su cigarro en los labios y su saludo ‘¡qué!’, que servía para saludar y al mismo tiempo preguntar qué pasaba.

[Los brabanes son unos arados que procedían de Brabante, en Bélgica, y que creo fueron introducidos en España en el siglo XV o XVI, por influencia de nuestra entonces provincia de Flandes.]

Orcera, 1968

Orcera, 1968

Sus dos aficiones eran la lectura y la caza. Y todo ello, con la conversación. Ernesto sabía de memoria versos y poemas de Machado, Alberti, Miguel Hernández o Neruda. Siempre poemas comprometidos. Pero también leía a Orwell, a escritores actuales. El último libro que le mandé eran los poemas de Marcos Ana, quien se los dedicó en la distancia.

Porque Ernesto era comunista desde 1975, se hizo del Partido, al que fue fiel siempre (aunque sus camaradas no siempre le fueron fieles). Ernesto disertaba sobre las posibles soluciones a los problemas de la sierra, del pueblo, de España. Llegó a ser concejal porque le votaban muchos que sabían de su honestidad y su laboriosidad. Pero los socialistas no le apreciaban, era incómodo, porque las verdades son a menudo incómodas.

Cuando se legalizó el Partido Comunista, el sábado santo de 1977, organizamos la primera reunión pública en el bar del Melo. Pero el capitán de la Guardia civil estuvo allí, escuchó, tomó nota y el Gobernador civil nos atizó una multa por reunión ilegal. Estábamos todavía saliendo del franquismo. Recurrimos las multas y no hubo que pagar al final. Ernesto me regaló las rejas de La Loma del Perro, porque Ernesto era agradecido y de buena memoria. Cuarenta años después, el 17 de abril de 2017, Ernesto se ha ido, ha descansado. A Ernesto le arruinaron algunos empresarios mal pagadores y las nuevas puertas prefabricadas. En general, le pagaba todo el mundo tarde y mal, pero él consideraba su oficio casi como un servicio público y además llevaba mal las cuentas, sus propias cuentas, porque era un hombre desprendido y generoso con su tiempo. ¡Cuántas horas de trabajo le habrá ahorrado a tractoristas y labradores arreglándoles sus roturas a tiempo, aunque estuvieran en un remoto repecho de aquellos campos !

Nos quedará el recuerdo de un hombre de trabajo y de letras, entusiasmado con las ideas, con el progreso, con la lectura y con la naturaleza, que amaba, y por lo que siempre escogió permanecer en Orcera, en plena Sierra de Segura.